Cuando se menciona el concepto "arte" en Europa suele pensarse principalmente en alguna de las bellas artes, es decir, en la pintura, escultura y, en menor medida, en la arquitectura. Es la tradicional tríada de artes plásticas, especialmente a partir del Renacimiento italiano. Sin embargo, esa clasificación no resulta muy clara y puede discutirse. En concreto, la música es una especialidad que casi siempre se ha considerado una de las bellas artes.
Por otro lado, tienen razón los que piensan que el teatro en todas sus modalidades y la danza son artes visuales, es decir, en cierto modo plásticas. Finalmente, nadie en su sano juicio negaría el apelativo de arte a la literatura y poesía, precisamente productos que alcanzan el mismo nivel de "belleza" que las mencionadas anteriormente.
No obstante, y considerando que todas esas actividades son merecedoras del denominarse artes, sin más, en Occidente siempre se ha diferenciado el arte, que no pocas veces se escribe con mayúscula, de las artesanías. Precisamente para remarcar esas diferencias se acuñaron las expresiones artes decorativas o artes aplicadas para referirse a la cerámica, orfebrería, diseño de objetos y muebles y un largo etcétera.
Pues bien, sirva este largo preámbulo para comentar que en Japón no ha existido ni existe esa distinción entre artes mayores y artes menores o decorativas. Tanto valor tiene un pintura de tinta china o sobre un enorme biombo que un modesto tazón cerámico, una cestilla de bambú, un estampado sobre seda, una caligrafía en una modesta hoja de papel, una caja laqueada o la resplandeciente hoja de una espada.
Cualquiera que hay visto algunos de esos productos podrá atestiguar su perfección técnica y su gran belleza, es decir, su enorme nivel de excelencia; una excelencia que muchas pinturas o esculturas europeas no alcanzan.
De todas esas especialidades, hoy me gustaría hablar de la cerámica. La cerámica de Japón es una de las artes más próximas al ser humano. A diferencia de la mayoría, la loza permite disfrutar con uno de los sentidos menos utilizados cuando se contempla un producto artístico: el tacto.
Todos los objetos cerámicos parecen reclamar que se les toque, que se les palpe; pero los tazones exigen además que se les bese. Cuando se bebe té de un bol japonés, los labios acarician levemente su grueso borde mientras la verde infusión alcanza el paladar. Toda una experiencia que, si se disfruta pausadamente, puede resultar muy gratificante.
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