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martes, 12 de noviembre de 2013

Escultura japonesa: escultura budista, III

Escultura japonesa del siglo VIII, periodo Nara, segunda parte
Como quedamos hace siete días, hoy vamos a ver un conjunto de esculturas que se encuentran en otro edificio del ya conocido Tōdai-ji. Se trata del pabellón denominado Kaidan-in, en cuyo interior podremos contemplar uno de los más perfectos ejemplos escultóricos de los cuatro reyes celestes de todo el siglo VIII. Ya expliqué en el segundo y tercer artículos de esta serie los rasgos y atributos de esas impresionantes divinidades.

Las imágenes en el Kaidan-in de Tōdai-ji
El edificio del Kaidan-in, data del siglo XVIII, por lo que es casi mil años más joven que la parte más antigua del Hokke-dō que vimos la semana pasada. Los cuatro reyes celestes que se pueden ver en su interior reflejan con su dinamismo contenido los incipientes ideales guerreros que definirán la atmósfera del periodo siguiente, el Kamakura. Su vestimenta militar y su actitud firme revelan su misión de proteger a los fieles, una labor llevada a cabo de manera muy diferente a la de otras deidades budistas de presencia más bondadosa y seráfica.

Ya comenté en su día que cada uno de esos reyes se apostaba en los cuatro puntos cardinales rodeando a una deidad de rango superior. En el caso que hoy nos ocupa se sitúan en las esquinas de una pagoda en cuyo interior se halla una imagen de Shaka.

Interior del Kaidan-in, Nara. Foto: folleto del templo.

En la fotografía anterior, enfocada hacia la pared este del recinto, se aprecian dos de los reyes: a la izquierda Tamon-ten y a la derecha Jikoku-ten. Dado que el edificio y la mirada de la imagen de Shaka en el interior de la pagoda se orientan hacia el sur (la derecha de la fotografía), su situación no es exactamente la de los cuatro puntos cardinales, sino noreste y sureste respectivamente para los mencionados y noroeste y suroeste para los otros dos que no aparecen en la foto.

Debo decir que en el interior del Kaidan-in, a pesar de sus espléndidos cuatro guardianes, no se respira la olímpica atmósfera que percibimos la semana pasada en el Hokke-dō. Pero veamos de cerca las esculturas.

Jikoku-ten, c. 754, arcilla policromada, 160 cm. 
Kaidan-in, Nara. Foto: postal-folleto del templo.

Jikoku-ten es el guardián del este, aquí sureste. Lo vemos empuñando una espada, ceñudo, con los labios apretados y la vista concentrada en algún punto lejano, quizás en una fuerza maligna que osa enfrentársele. La que tiene a sus pies con la cabeza dislocada parece irremediablemente vencida. Una vez concluida su labor, su arma reposa tras la lucha.

Tamon-ten, c. 754, arcilla policromada, 165 cm. 
Kaidan-in, Nara. Foto: postal-folleto del templo.

Tamon-ten custodia el norte, en este caso el noreste. Con su mano derecha sostiene en lo alto una pagoda y con la izquierda empuña una vara o bastón. Su expresión con los labios apretados y el entrecejo fruncido es una mueca de contundente desaprobación. Sin embargo, como Kōmuku-ten, todavía muestra cierta benevolencia, es la otra cara que descubren los creyentes.

Zōchō-ten, c. 754. Arcilla policromada, 162 cm. 
Kaidan-in, Nara. Foto: postal-folleto del templo. 

Zōchō-ten, vigilante del sur (aquí suroeste) sostiene una lanza con la mano derecha mientras mantiene la izquierda en la cintura al tiempo que emite un grito amenazador. El monstruo infernal que pisa todavía se resiste ante la fuerza del rey celeste, a diferencia de los otros tres que se muestran ya completamente vencidos y resignados.

Kōmoku-ten, c. 754, arcilla policromada, 170 cm. 
Kaidan-in, Nara. Foto: postal-folleto del templo.

Kōmuku-ten, vigilante del oeste (aquí noroeste), aparece con un pincel en una mano y un rollo de sutras en la otra, una postura mucho más pacífica que la de sus tres compañeros. No siempre se vence con las armas. Como los otros reyes, lleva una especie de moño en la parte alta de la cabeza, armadura, hombreras con forma de cabeza de león y protectores de las espinillas.

Estas cuatro estatuas del Kaidan-in se ejecutaron con arcilla que se policromó una vez seca, aunque actualmente apenas se vislumbran los colores y oro originales. Los vidrios de sus ojos se incrustaron en restauraciones posteriores a su ejecución.

Con esto finaliza la visita al complejo de Tōdai-ji en Nara. Seguramente, lo que vimos en el Hokke-dō la semana pasada fue algo difícilmente superable, por lo que estas imágenes del Kaidan-in quizás hayan sucumbido ante el olímpico nivel de su competencia. Propongo que ahora nos tomemos un descanso, para “volver al ataque” el martes próximo.

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