La silla en Japón, 1
En el artículo anterior hablé muy rápidamente de la
evolución de la silla en Occidente desde mediados del siglo XIX hasta los años
setenta del XX, y ahora debo hacerlo de la que tuvo en Japón, o mejor dicho de
cómo los japoneses pasaron de no utilizar sillas a usarlas, un cambio mucho más
drástico y de consecuencias mucho más profundas de lo que nos pueda parecer a
simple vista.
Retomo ahora el último comentario de mi anterior artículo,
en el que explicaba que, en los años sesenta del pasado siglo XX, los diseñadores
occidentales intentaron cambiar la forma de sentarse de la gente diseñando
sillas de formas, digamos, extravagantes.
Pero esa presión sobre el usuario para que dejara de lado algunas
de sus costumbres más ancestrales, como es la manera de sentarse, se produjo en
Japón mucho antes. Durante casi un siglo, desde el último cuarto del siglo XIX
hasta la década de los sesenta de la centuria pasada, los japoneses pasaron de tener
un punto de vista situado a unos ochenta centímetros del suelo, a tenerlo a un
metro treinta. Esa es la diferencia de altura a que se encuentran los ojos entre estar sentado
sobre un tatami o en una silla, una medida que influye, y mucho, en todo el entorno
arquitectónico. Más adelante me extenderé sobre este aspecto.
Sentados sobre un tatami
A diferencia de Occidente, a lo largo de la historia de
Japón, tanto el pueblo llano como las clases altas siempre se sentaron en el
suelo, sobre los tatami, algo que no se dio en China. Por
ese motivo, el cambio que se les proponía con la modernización y la adopción de
la costumbre de sentarse en sillas resultaba enormemente radical, pues iba en
contra de unos usos y costumbres forjados durante siglos.
Comiendo arroz, c. 1890. Foto: Wikimedia Commons.
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Toda la arquitectura japonesa y por supuesto todas las
estancias se construían teniendo en cuenta ese punto de vista que se
obtenía al sentarse en el suelo. Por ejemplo, las pinturas se colgaban en
el tokonoma a la altura justa para ser contempladas estando sentado en el tatami, pero no en una silla ni de pie.
Y lo mismo sucedía con el jardín exterior y cómo se componían sus elementos.
Todo se organizaba partiendo de esa posición.
En Japón, ese proceso de adaptación, ese cambio de sentarse en
el suelo a hacerlo en sillas duró casi un siglo, desde la apertura de sus
fronteras en 1868 hasta bien entrados los años setenta del pasado siglo, cuando
en la arquitectura nipona todavía seguían construyéndose edificios con
habitaciones de tatami, un tipo de pavimento incompatible con cualquier mobiliario con patas, especialmente las sillas.
Un reservado del restaurante Hatakaku, Kioto. Foto:
traditionalkyoto.com
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En Japón, para sentarse en los tatami se utiliza un
cojín cuadrado y no muy grueso, llamado zabuton, que vemos en la
anterior fotografía de un restaurante tradicional de Kioto.
Modernamente, gracias a los sistemas de curvado de madera
laminada, se creó un pequeño adminículo denominado zaisu, que consistía
en una única pieza que formaba el asiento y el respaldo, pero sin ningún tipo de pies
o patas. Sin duda, el poder apoyar la espalda, aunque fuera solo de vez en
cuando, hacía algo más cómoda esa posición.
Fujimori
Kenji (Takeshi): zaisu de madera de zelkova, 1961.
Medidas: 33x49
cm, respaldo 40 cm. Foto: rakuten.co.jp
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En la fotografía anterior se muestra una de las muchas
versiones de un zaisu, un elemento extremadamente sencillo y funcional
que, además, es apilable y fácilmente trasladable de un lugar a otro. Muy a
menudo, como se aprecia en esa ilustración, en la zona del asiento se crea un
agujero que sirve para fijar un cojín y al mismo tiempo reducir su
deslizamiento sobre el tatami. Este tipo de “asiento sin pies” pone en
evidencia la importancia que tienen las patas de soporte en el aspecto final de
las sillas.
Ryokan Hiiragiya, 1818, Kioto. Foto: Hiiragiya.
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En la ilustración anterior del célebre ryokan Hiiragiya de Kioto, gracias a que la fotografía se ha tomado
con el punto de vista adecuado, como si estuviéramos sentados en el suelo, se
observa perfectamente que todo está diseñado teniendo en cuenta el punto de vista de una persona sentada en el tatami: la altura del techo, la situación de la pintura en el tokonoma, incluso el alero de la cubierta. Desde esa posición, el borde de su voladizo queda a la altura justa para ocultar el paisaje exterior por encima de la valla el jardín, pero permite contemplar toda su vegetación, cosa que no sucede cuando estamos de pie.
En el siguiente artículo me centraré ya en cómo se introdujo
la silla en Japón en la segunda mitad del siglo XIX y el valor simbólico que
representaba, algo impensable en Occidente