En el anterior artículo vimos muy por encima la
“llegada” de los grabados policromos japoneses a Europa, especialmente a París.
Fue allí donde los pintores impresionistas quedaron fascinados por la frescura
de los temas, la osadía de las composiciones y, cómo no, por unos temas que les
resultaban especialmente exóticos. De eso vamos a hablar hoy.
El
japonismo en la pintura y cerámica
El precio irrisorio y la facilidad de
transporte de las estampas japonesas permitieron que en las últimas décadas del siglo
XIX llegaran numerosos ejemplares a Europa y Estados Unidos. En consecuencia, muchos artistas occidentales las compraron y se inspiraron en ellas. Lo que más les sorprendía eran
las atrevidas composiciones, la asimetría, el abrupto corte de las figuras, los inusuales puntos de vista, todos ellos, aspectos hasta entonces rechazados por la ortodoxia pictórica europea.
En resumen, todos los impresionistas franceses quedaron subyugados por los grabados japoneses. Van Gogh fue uno de ellos, que no solo se limitó a parafrasearlos casi literalmente, sino que numerosas veces aparecían como fondo de sus cuadros, detalle que se aprecia en la siguiente ilustración. Sin embargo, en sus obras no adoptó los fondos lisos japoneses sobre los que parecían flotar las figuras de Utamaro.
Vincent
van Gogh: Retrato de Père Tanguy, óleo sobre tela, 92x75 cm, 1887. Museo Rodin, París. Foto: web del museo. |