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viernes, 24 de mayo de 2013

Burbuja inmobiliaria japonesa y burbuja inmobiliaria española

Por una vez, y sin que sirva de precedente, este artículo no va a tratar de arte japonés. En el menú de hoy no habrá exquisiteces pictóricas ni arquitectónicas ni tampoco aparecerán sosegados jardines en los que descansar tras el artístico ágape. He decidido hablar de la crisis económica que apareció en Japón a principios de la última década del siglo pasado y de sus similitudes con la burbuja inmobiliaria que explotó en España hacia el año 2008.

El texto que muestro a continuación no es más que un extracto del tercer volumen de mi libro Japón y su arte, del que doy todas sus referencias y forma de adquirirlo en la pestaña “MIS LIBROS”. A pesar de que el núcleo de esta obra se dedica al arte japonés, también incluyo en ella unos apartados donde se comentan los principales acontecimientos históricos de cada época. Curiosamente, a medida que me acercaba a nuestros días, esos subcapítulos se volvían más y más extensos, algo parecido a lo que sucedía con los dedicados a las artes.

Me acuerdo perfectamente que allá por los años 2004 y 2005, cuando estaba ordenando las fichas y textos que tenía desperdigados antes de fusionarlos en los dos últimos tomos, volvía una y otra vez a las hojas donde se recogían las informaciones sobre la situación socio-política de Japón durante las dos últimas décadas del siglo XX. Lo que había ocurrido allí, y que en ese momento estaba describiendo en mi libro, me resultaba familiar.

El monte Fuji visto desde Tokio. Foto: Wikimedia Commons.

Ciertamente, en esos años nadie hablaba de burbuja inmobiliaria o financiera en España, por supuesto yo tampoco, y mucho menos de la que parece está apareciendo en Europa en 2013. Sin embargo, había algo que me llamaba la atención. El aumento constante del precio de venta de los inmuebles, la facilidad con que los bancos otorgaban préstamos y la vorágine consumista de la población que se habían producido en Japón veinte años antes eran, a pesar de la diferencia de escala, bastante parecidas a lo que estaba ocurriendo en España. Pero sobre todo, oculto bajo ese deslumbrador espejismo de bienestar, también se insinuaba aquí lo que había explotado en Japón: la cínica corrupción de una parte de los más altos estamentos políticos y financieros.

Todo eso iba apareciendo en la pantalla de mi ordenador, allá por el año 2006, cuando estaba rematando y refinando el texto definitivo para el tercer tomo de Japón y su arte. En esos momentos, en España todos estábamos encantados de habernos conocido.

Con toda seguridad, me repito demasiado cuando una y otra vez afirmo que Japón, y todo su entorno, es muy diferente del nuestro, el occidental; sin embargo, en ese tema no parece que nos diferenciemos demasiado. En este caso, como en otros, el País del Sol Naciente semeja un banco de pruebas, un laboratorio donde se producen determinados fenómenos que, años o décadas más tarde, aparecen en otros países.

Pero ya está bien de preámbulos; es momento de ofrecer el extracto prometido. Como dije, forma parte de los subcapítulos Historia Shōwa a partir de 1945 e Historia Heisei del tercer volumen de Japón y su arte, y abarca el lapso que discurre desde la década de los sesenta del pasado siglo hasta finales de esa centuria. Ahí va:

Extracto del volumen tercero de Japón y su arte

La década de los sesenta

Ikeda decide dar prioridad absoluta al crecimiento económico del país y calmar los ánimos políticos con su eslogan «tolerancia y paciencia».[1] Su plan es que en diez años los ingresos de los japoneses se dupliquen. Para ello se fija el objetivo de un crecimiento anual del 9% cimentado en la inversión pública en infraestructuras, el apoyo a la reindustrialización y un sistema empresarial basado en el empleo de por vida para el trabajador a cambio de lealtad absoluta a la compañía. En el decenio de 1960 a 1970, las exportaciones aumentan un 500% y el PIB sube un 300%. A principios de los años sesenta Japón ya se encuentra entre la media docena de países más desarrollados del mundo.[2] Como contrapartida se disparan los precios y afloran los signos de una contaminación ambiental que fuerza la creación de un departamento ministerial que decreta una legislación específica.

El crecimiento y vanguardismo japonés se muestran por primera vez a escala mundial durante la celebración, en octubre de 1964, de los Juegos Olímpicos de Tokio. Las grandes estructuras arquitectónicas del arquitecto Tange y el sorprendente tren bala[3] son la punta de lanza de un desarrollo tecnológico alcanzado sin que Occidente apenas se dé cuenta. La incipiente electrónica y las cámaras fotográficas lucen ahora un nuevo pedigrí nipón. A través de las Olimpiadas el mundo entero descubre sorprendido un país organizado, eficiente y técnicamente muy avanzado. Gracias a ese acontecimiento, y a los espectaculares resultados urbanísticos y arquitectónicos que se observan en la capital, los mismos japoneses sienten despertar su adormecido orgullo nacional.

Retumba la pistola de salida
en la dura superficie
de la piscina.[4]

Poco después de los Juegos Olímpicos, Ikeda[5] se retira por motivos de salud y es sustituido por Satō Eisaku,[6] quien mantiene las líneas de su predecesor en política exterior y económica. Durante su primera legislatura se restablecen por fin las relaciones con Corea del Sur, último de los acuerdos con países ocupados durante la guerra. Con anterioridad ya se había hecho otro tanto con Birmania, Filipinas, Indonesia y Vietnam del Sur. Uno de los hechos que dan más popularidad a Satō es la devolución por Estados Unidos de la soberanía de la isla de Okinawa durante su última presidencia.[7]

La década de los sesenta ve cómo el radicalismo de las diferentes tendencias estudiantiles de izquierda se expresa en innumerables enfrentamientos callejeros. Las Olimpiadas de 1964 y la Expo de Osaka de 1970, símbolos en todo el mundo del desarrollismo nipón, son el blanco de grandes manifestaciones en su contra. Los movimientos juveniles europeos y norteamericanos también tienen su réplica en Japón. La guerra de Vietnam y las bases estadounidenses provocan la animosidad de los universitarios. La agitación alcanza su clímax cuando en 1968, año en el que el conflicto de Vietnam está en su momento álgido, el portaaviones nuclear Enterprise reposta en puerto japonés. La contestación popular es enorme y el sentimiento antiamericano llega a las cotas más altas.

La década de los setenta

Otro acontecimiento que de nuevo vuelve a otorgar a Japón gran popularidad en el extranjero es la Exposición Universal de Osaka de 1970. El nivel tecnológico que exhiben los pabellones de las grandes empresas niponas es sorprendente y enormemente innovador. La imagen que se ofrece ahora es la de un país situado en la vanguardia mundial. La Olimpíada de 1964 no fue un espejismo, sino el preludio de una carrera que todavía dura hoy día.

En 1972 se producen dos hechos importantes de política exterior. Por un lado, Japón establece delegaciones diplomáticas en la Republica Popular China, hecho que provoca el cese de las relaciones oficiales con Taiwán, aunque se mantienen las colaboraciones culturales y económicas. Por otro, Estados Unidos devuelve la soberanía de la isla de Okinawa al Estado nipón.

La paulatina disminución de tropas estadounidenses en la guerra de Vietnam durante los años setenta, y su definitiva retirada en 1974, va reduciendo la presión de los radicales que desvían su atención hacia temas más globales y sociales. Como consecuencia de ello, los grandes movimientos de izquierda se disgregan en pequeñas facciones cada vez más extremistas que acaban cometiendo acciones simplemente terroristas, como el secuestro de un avión el 31 de marzo de 1970, el ataque al aeropuerto de Tel Aviv el 30 de mayo de 1972[8] y la colocación de una bomba en la central de la Mitsubishi en Tokio en 1974. Sin embargo, casi todos esos hechos tienen escasa trascendencia en el país debido al gran distanciamiento y extrañeza de la ciudadanía respecto a esos grupos.

Tras un crecimiento continuado de más del 10% anual durante toda la década de los sesenta, en 1970 el PIB de Japón es ya el segundo del mundo. En 1971 se permite que el yen, obligado desde la guerra a un cambio fijo de 360 por dólar, libere su cotización. A partir de esa fecha la moneda japonesa se va revalorizando continuamente de forma imparable.[9] Sin embargo, esa formidable ascensión económica se topa inesperadamente con la crisis del petróleo de 1973. Desde siempre, el punto débil de Japón ha sido su dependencia de los recursos energéticos foráneos.[10] En 1974 la economía nipona se resiente del incierto ambiente mundial, aparece la inflación y se contrae ligeramente la actividad general. No obstante, la situación se controla con mayor celeridad que en otros países y pronto el crecimiento anual contrarresta la incidencia de la crisis externa. Las exportaciones aumentan de forma vertiginosa y sus coches de bajo consumo, aprovechando la psicosis que ha generado el conflicto del petróleo, comienzan a invadir los mercados americano y europeo.

El modelo nipón empieza a ser admirado en todo el primer mundo. Los japoneses son capaces de producir objetos de gran calidad, con una tecnología punta y sin apenas conflictos reivindicativos. Innovación tecnológica, control de calidad, empleo permanente, relaciones laborales basadas en la antigüedad, participación del trabajador en las decisiones de su departamento y planificación a largo plazo. Es el conocido como método de gestión por círculos. Todo Japón respira un aire pleno de confianza, satisfacción y optimismo por la situación económica alcanzada. El sistema financiero, las sociedades inmobiliarias y las empresas constructoras tienen una actividad febril que contagia a toda la nación.

Sin embargo, en 1974, el primer ministro Tanaka Kakuei[11] se ve obligado a dimitir al ser acusado de utilizar su cargo para aumentar su fortuna y esta para incrementar su influencia política. En el mes de febrero de 1976 estalla el escándalo al conocerse en Washington que la American Lockheed Corporation, que el año anterior había vendido aeronaves a Japón, había pagado sobornos millonarios a dirigentes nipones. La noticia produce gran indignación en el país y, finalmente, varios líderes del Partido Liberal Democrático, y entre ellos el ex-primer ministro Tanaka, son arrestados e inculpados.[12] El resultado de las elecciones es cada vez más precario para esa formación que ve menguar irremediablemente sus escaños.

Como contrapartida del optimismo general que produce el crecimiento continuado, a principios de la década de los setenta, el entorno físico japonés muestra un panorama desolador. El desarrollo industrial ha generado el problema de la ingente acumulación de residuos. La contaminación se extiende de forma alarmante por todo el territorio. A la vista de la degradación del ecosistema, se renueva la legislación y se crea, en 1971, una Agencia del Medio Ambiente que impulsa leyes, planifica el territorio y establece estándares para el agua.[13]

La década de los ochenta

En los años ochenta se inicia el despertar de las naciones del este asiático. Hong Kong, Corea del Sur, Taiwán y Singapur se interesan por el sistema de gestión japonés. Al mismo tiempo, las grandes industrias y bancos de Japón realizan ingentes inversiones en la zona, con una especial atención hacia Tailandia, Indonesia y en menor cuantía China.[14] Los pequeños tigres orientales ven al País del Sol Naciente como un guía y un apoyo para su desarrollo. Sin embargo, el optimismo generalizado de estos años hace que los negocios en la región procedan no solo del archipiélago nipón. Un enorme movimiento económico fluye en todas direcciones, incluso proveniente de Occidente.[15]

La bolsa de Tokio se pone por las nubes y los bancos[16] invierten una gran parte de sus recursos en operaciones industriales e inmobiliarias. El precio del suelo alcanza cifras astronómicas. Las agencias japonesas compran terrenos y empresas en Europa y Estados Unidos. El mercado mundial del arte tiembla ante las adquisiciones de cuadros impresionistas que hacen algunos millonarios nipones.[17] Japón pasa de ser un país tradicionalmente deudor a ser la nación que más crédito otorga a terceros.[18] El, hasta ahora, imbatible mercado libre americano se encuentra con un sistema que parece dominarle: planeamiento a largo plazo, relaciones laborales armonizadas con los gestores políticos y una burocracia que incentiva a las empresas.

A principios de los ochenta País del Sol Naciente ya es la segunda potencia industrial del planeta[19] y su crecimiento anual sigue manteniendo unos índices imbatibles. Sus productos, y en especial la electrónica y los automóviles,[20] inundan los mercados mundiales. Su balanza de pagos tiene un superávit casi insultante, lo que hace que Estados Unidos y el resto de naciones industrializadas, acusándole de prácticas comerciales proteccionistas, presionen para que el yen se revalúe y Japón abra su mercado interior a los productos extranjeros.

La actividad constructora en todo el país es frenética y las infraestructuras parecen estar sometidas a una incesante carrera en busca del record. El tren bala, inaugurado en 1964 para unir los escasos seiscientos kilómetros que separan Tokio de Osaka, no para de extender su red y aumentar su velocidad de crucero. Desde la década de los setenta no ha cesado la construcción de gigantescos puentes para enlazar las cuatro grandes islas del archipiélago. Dos túneles submarinos ferroviarios unen Kyūshū y Hokkaidō con la isla central de Honshū, siendo este último, inaugurado en 1987, el más largo del mundo con casi 54 kilómetros. En 1988 comienzan las obras del nuevo aeropuerto de Osaka, para el que se crea especialmente una enorme isla artificial. Los dos gabinetes que preside Nakasone Yasuhiro,[21] un conservador afín al grupo que todavía lidera el antiguo primer ministro Tanaka, consiguen la mayoría absoluta del Parlamento. El Partido Liberal Democrático después de cerca de treinta años en el poder parece imbatible.[22] 

Sin embargo, una crisis esta vez de origen interno, a diferencia de la del petróleo del 73,[23] comienza a enturbiar el panorama. El valor del suelo sube y sube;[24] la inflación alcanza los valores más altos de los últimos diez años; la cifra del desempleo, siempre envidiada en el resto del mundo, alcanza un sorprendente 3,2%, y, por si fuera poco, empiezan a aparecer las primeras bancarrotas empresariales. El dinero fluye por todo el país y la gente lo constata, pero los astronómicos precios hacen que la aparente abundancia no sea tal.[25] El Ministerio de Economía intenta controlar la situación aconsejando a los bancos que restrinjan sus créditos para operaciones inmobiliarias. Esto, en un principio, frena la alocada aceleración especuladora, pero luego hace que no pocas empresas quiebren y tengan que despedir a sus trabajadores.

Cuando la situación parece que se estabiliza y justo un mes antes de que Nakasone presente al nuevo candidato de su partido para las siguientes elecciones, el 20 de octubre de 1987, la bolsa de Tokio se hunde literalmente. El panorama se complica todavía más en 1988 cuando se descubre que, dos años antes, la compañía Recruit había vendido acciones suyas a líderes políticos.[26] El affaire fuerza al entonces primer ministro Takeshita Noboru[27] a no presentarse a una segunda legislatura y adelantar los comicios. Como consecuencia, su sucesor en el cargo es Unō Sōzuke,[28] un hombre con escaso carisma al que se tiene que recurrir por culpa de las implicaciones en el escándalo de la Recruit de candidatos mucho mejor situados que él.

En otoño de 1988 Hirohito cae enfermo y el 7 de enero de 1989 fallece tras sesenta y cuatro años de reinado. Le sucede su hijo Akihito, acabando así el período Shōwa e iniciándose el Heisei.

La muerte de Hirohito marca el fin de una época. Su regencia fue no solo la más larga de todos los mikado, sino que en su persona se resume gran parte de la crónica de Japón durante el siglo xx. El emperador Shōwa nació en la era Meiji. Su primer tutor fue un general[29] de moral samurai. Creció bajo el liberalismo taishō. Viajó a Europa una vez coronado en 1921. Vivió el gran terremoto de Tokio, que le obligó posponer su boda y coronación hasta 1928. Se enfrentó al levantamiento militar del ejército en Manchuria. Lidió con sus consejeros que le forzaban a no excederse en su papel constitucional. En los años treinta ejerció de generalísimo de los ejércitos destacados en Asia. Fue testigo de los levantamientos militares de 1936, de la guerra del Pacífico, de la capitulación y de la aceptación de los planes de MacArthur. Renunció a una divinidad con la que siempre se encontró incómodo. Soportó una muy delicada situación durante los juicios de Tokio. Y después de todo eso, todavía vivió casi cuarenta y cinco años de la transformación y prosperidad más espectaculares de toda la historia de Japón. Hirohito encarnó en su persona todas las ambigüedades y vicisitudes experimentadas durante gran parte del siglo xx por el País del Sol Naciente.

Historia heisei

Con la entronización del nuevo emperador Akihito,[30] el 7 de enero de 1989 empieza una nueva época denominada Heisei. En el ambiente se palpa un confiado optimismo respaldado por el imparable empuje industrial y económico de país. Sin embargo, muy pronto comienzan a aflorar incertidumbres cuando, en los inicios del último decenio del siglo xx y como consecuencia de la Crisis del Golfo, se pone en evidencia, una vez más, la dependencia energética de Japón. Es la década de la depresión y la inseguridad financiera.[31] Si bien 1989 acaba con un récord histórico en la bolsa de Tokio cuando su índice roza el valor de 39.000, el ejercicio de 1992 se cierra por debajo de los 17.000. La burbuja económica, gestada durante los últimos años del período Shōwa, estalla en los noventa descubriendo insospechadas relaciones entre burócratas, políticos y crimen organizado. Los generosos préstamos bancarios de los prósperos ochenta se revelan ahora como el fruto de reiteradas irregularidades pasadas por alto por el Ministerio de Finanzas.[32] El descabellado crecimiento de los valores del suelo y la fiebre especulativa habían atraído a capitales de sospechosa procedencia y a organizaciones que, al borde de la ley, se fueron infiltrando en corporaciones económicas y políticas. Con la llamada explosión de la burbuja financiera, los gigantescos bancos japoneses tienen que enfrentarse a un alud de hipotecas impagadas en el interior y con la crisis del sureste asiático en el exterior, donde habían invertido tantas esperanzas.

El vertiginoso crecimiento primero se ralentiza, luego se detiene y finalmente se derrumba de forma alarmante. El Gobierno baja el tipo de interés a un mínimo histórico mundial del 0,25%. Durante los últimos años del siglo xx se hacen grandes esfuerzos para estimular la economía y no perder el nivel alcanzado respecto a las naciones civilizadas. Sin embargo, la locomotora asiática parece ahora parada.

La mala situación financiera y los escándalos políticos crean un panorama insólito, hacen caer la confianza de los votantes y generan una catarata de cambios en todo el arco parlamentario. Disensiones internas en el Partido Liberal Democrático causan la pérdida de su mayoría. El colapso de la Unión Soviética y los acontecimientos de la plaza de Tiananmen provocan una fuerte merma de votos de los comunistas.[33] La caída de los regímenes marxistas europeos fuerza la reestructuración de los socialistas[34] y de los social demócratas.[35] Como consecuencia de todo ello, en 1993 y por primera vez desde 1955, el Partido Liberal Democrático pierde las elecciones al ser derrotado por una coalición de pequeños grupos comandados por Hosokawa Morihiro.[36] No obstante, las diferentes facciones de la antigua oposición, reunidas ahora en el Gobierno, pronto se enzarzan en disputas ideológicas que lo único que consiguen es que, en menos de un año, el Partido Liberal Democrático gane otra vez los comicios y se alíe con nuevos compañeros de viaje como el Kōmei-tō.[37]

En poco más de cuarenta años, los progresos japoneses no solo han sido enormes en cifras, si se comparan con los de países europeos o incluso con el gigante americano, sino sencillamente asombrosos.[38] El crecimiento anual se mantuvo durante décadas por encima del 10% anual. La renta per cápita en 1955 era de 500 dólares. En 1994 alcanza los 29.244, por delante de la norteamericana. En 1950 se fabricaron 1.593 coches y en 1990, 9.948.000.[39] En 1991 el Producto Nacional Bruto ya es el más alto del mundo, 26.920 millones de dólares frente a los 22.560 de Estados Unidos. Desde finales de los cincuenta la balanza comercial se va inclinando favorablemente a favor de Japón hasta llegar a los 59.300 millones de dólares en 1993.[40] El desorbitado precio del suelo, temerariamente sobrevalorado en la década de los ochenta, va disminuyendo poco a poco hasta llegar a 1998, cuando en casos extremos solo alcanza el 20% de su valor diez años antes. En ese entorno, la situación de los bancos resulta muy comprometida al encontrarse con préstamos e hipotecas sin respaldo solvente. Por primera vez el Gobierno no les apoya, lo que produce la desaparición de algunas de las mayores entidades financieras del país.

Sin embargo, la delicada situación política y la crisis económica ponen de manifiesto que, a pesar del comprometido escenario, las instituciones democráticas y los derechos civiles están ahora garantizados. En menos de diez lustros las organizaciones y corporaciones sociales han conseguido tener una estructura suficientemente sólida y estable para hacer frente a cualquier circunstancia por comprometida que sea. En particular, el sistema judicial actúa ahora de forma totalmente independiente del poder legislativo y ningún ministerio puede arrogarse influencia alguna sobre la aplicación de la justicia.

A pesar de la prolongada crisis finisecular no hay duda que Japón ha escalado el ranking mundial de superpotencias hasta llegar a la segunda posición, solo por detrás de los Estados Unidos. A finales de siglo su economía equivale a las dos terceras partes de la de toda Asia, China incluida. La explicación de esta aparente paradoja es motivo aún de controversia entre los especialistas.[41]


[1] Su lema «tolerancia y paciencia» se hizo famoso: kan-yō to nintai.
[2] En 1960 Japón ya superaba al Reino Unido en construcción naval y en 1961 le vuelve a adelantar en producción de acero. En esa década ocupa el tercer puesto mundial en la industria del automóvil y solo los norteamericanos preceden a los japoneses en fabricación de televisores y radios.
[3] El conocido en Occidente como tren bala se llama en japonés Shinkansen. Pionero mundial de la alta velocidad desde 1964, cuando alcanzó los 210 Km/h frente a los 160 Km/h del Mistral francés, no ha cesado de progresar en kilometraje de su red, número de pasajeros, frecuencia de servicio y velocidad de crucero.
[4] Haiku de Yamaguchi Seishi. Traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo en El haiku japonés. Madrid: Guadarrama, 1972, p. 400.
[5] Ikeda tuvo que dimitir poco antes de fallecer de cáncer.
[6] Satō Eisaku fue primer ministro del 9 de noviembre de 1964 al 17 de febrero de 1967, renovó el cargo del 17 de febrero de 1967 al 14 de enero de 1970 y, finalmente, presidió el gobierno desde el 14 de enero de 1970 al 7 de julio de 1972.
[7] A partir de la ocupación, los Estados Unidos, además de arrogarse el derecho a tener bases militares en Japón, mantuvo absoluto control administrativo sobre la isla de Okinawa hasta 1972.
[8] El ataque al aeropuerto de Tel Aviv lo realizó la llamada Armada Roja y se saldó con 26 muertes. Poco antes, el mismo grupo terrorista ya había asesinado a dos policías en una redada en Karuizawa, en la prefectura de Nagano. Posteriores investigaciones descubrieron otras catorce víctimas entre sus propios miembros, debidas a disputas internas.
[9] El yen en poco más de quince años triplicará su cotización hasta alcanzar en 1988 los 121 yenes por dólar
[10] Además de sus necesidades petroleras, Japón debía importar el 80% de sus materias primas y el 20% de los alimentos que consumía.
[11] Tanaka Kakuei fue jefe de dos gobiernos del 7 de julio de 1972 al 22 de diciembre de 1972 y del 22 de diciembre de 1972 al 9 de diciembre de 1974. Una de las líneas de su política fue la planificación del territorio para mejorar la accesibilidad de las regiones más remotas mediante una extensa red de autovías, puentes y ferrocarriles de gran velocidad.
[12] Tanaka será condenado a cuatro años de prisión en 1983.
[13] Los resultados de esa política se apreciaron en la siguiente década. A mediados de los ochenta ya se podía ver de nuevo el monte Fuji desde Tokio.
[14] A principios de los setenta, Japón se convirtió en el primer inversor mundial en la República Popular China y el país con mayores relaciones culturales con esa nación.
[15] Además de los primeros negocios occidentales en la zona, en especial de americanos, alemanes, británicos y franceses, Taiwán invertía en Filipinas y Hong Kong en China.
[16] En 1988, las diez mayores compañías de seguros y los diez mayores bancos mundiales eran japoneses.
[17] En Japón se llegó a pagar más de 44 millones de dólares por un Van Gogh. Esta cifra se superó en 1990 cuando en la subasta del Retrato del doctor Gachet del mismo pintor se superaron los 82 millones de dólares.
[18] En los ochenta Japón era el estado que más préstamos tenía concedidos a terceros países, superando los 200 mil millones de dólares. En el ámbito privado, los japoneses ahorraban casi el 20% de sus ingresos, cantidad que los bancos canalizaban hacia sus propias inversiones a gran escala.
[19] En 1982 la mayor compañía mundial de publicidad era la japonesa Dentsu.
[20] De los diez fabricantes de automóviles que dominaban el mercado mundial en 1980 cuatro eran japoneses.
[21] Nakasone Yasuhiro presidió tres gobiernos desde el 27 de noviembre de 1982 hasta el 27 de diciembre de 1983, del 27 de diciembre de 1983 al 22 de julio de 1986 y del 22 de julio de 1986 al 6 de noviembre de 1987.
[22] El segundo gobierno de Nakasone consiguió 300 escaños, de un total de 512, frente a los 85 de los socialistas. El mejor resultado alcanzado desde 1963.
[23] La crisis del petróleo de 1973 hizo que en el siguiente año Japón no creciera por primera vez desde el final de la Guerra Mundial.
[24] De 1978 a 1988 el precio del metro cuadrado de terreno residencial urbano se multiplicó por seis.
[25] Seguramente, en estos años, los ingresos de un japonés medio se encontraban entre los más altos del mundo. Sin embargo, la carestía y el reducido tamaño de la vivienda, como consecuencia de la escasez de suelo, hacían que en ese aspecto Japón estuviera muy lejos de los estándares norteamericanos o europeos.
[26] Recruit era una publicación especializada en ofertas y demandas de trabajo que en 1986 estaba en plena expansión. Poco antes de que sacara al mercado sus acciones ofreció un gran número de ellas, a un precio simbólico, a políticos y hombres de negocios. Cuando en 1988 se hizo pública esa operación, cuidadosamente mantenida en secreto hasta entonces, se produjo tal escándalo que tuvieron que dimitir tres ministros y quedó en entredicho la reputación del que había sido jefe de gabinete aquel año, Nakasone Yasuhiro.
[27] Takeshita Noboru fue jefe de gobierno del 6 de noviembre de 1987 al 2 de junio de 1989, fecha de su dimisión a causa del escándalo de la Recruit.
[28] Unō Sōzuke fue primer ministro del 2 de junio de 1989 al 9 de agosto del mismo año; solo tres meses debido, por una vez, a las indiscretas declaraciones de una geisha con la que mantenía relaciones.
[29] El general Nogi Marekuse, tutor del adolescente Hirohito, fue un militar de escasa capacidad castrense a quien, sin embargo, se le reconoció una integridad y fidelidad incondicional. El 13 de diciembre de 1912 se suicidó tras la muerte del emperador Meiji al que siempre había guardado lealtad absoluta.
[30] Akihito, hijo mayor del emperador Hirohito y la emperatriz Nagako, nació el 23 de diciembre de 1935. En 1959 se casó con Shōda Michiko, nacida el 20 de octubre de 1934 en el seno de una familia burguesa. La pareja tiene dos hijos: Naruhito, casado con Owada Masako; Fumihito, casado con Kawashima Kiko; y una hija, Sayako. La ceremonia oficial de coronación de Akihito tuvo lugar el 12 de noviembre de 1990.
[31] Además de otros muchos casos, entre 1997 y 1999 quebraron las compañías de seguros Nissan y Yamaichi y el banco Hokkaidō Takushoku, mientras que el Long Term Credit Bank of Japan y el Nipon Credit Bank quedaron bajo tutela y control estatal.
[32] En 1997, el presidente del Dai-Ichi Kangyō, cuarto banco mundial en esa fecha, fue detenido acusado de conceder grandes préstamos a la mafia japonesa.
[33] El Partido Comunista Japonés, Nihon kyōsan-tō, fundado en 1945 e históricamente muy minoritario, obtuvo en 1993 solo 13 escaños, el nivel más bajo de votos desde las elecciones de 1949. Sin embargo, con la recesión de finales de los noventa consiguió doblar esa cifra en la Cámara Baja.
[34] El Partido Socialista Japonés o Nihon shakai-tō se fundó en 1945 y tuvo varios nombres antes de que diferentes facciones se reagruparan en 1955 en el Shakai minshu rengō-tō o Partido Social Demócrata Unificado.
[35] El Partido Social Demócrata, en japonés Shakai minshu-tō, nació en 1951 y no hay que confundirlo con el partido de idéntico nombre fundado en 1901 y que fue prohibido y disuelto dos días después de su constitución. Si en 1963 llegó a tener 144 escaños y durante los setenta y ochenta superó escasamente los 100, en los noventa experimentó un progresivo e importante descenso hasta alcanzar solo 15 escaños en 1996.
[36] Hosokawa Morihiro había sido militante del Partido Liberal Democrático hasta 1992, cuando lo abandonó para crear el suyo propio. Fue presidente de un gobierno de coalición de cinco partidos y dos ministros independientes (economía y educación) desde el 9 de agosto de 1993 al 28 de abril de 1994.
[37] El Kōmei-tō o Partido del Gobierno Limpio se fundó en 1964 como el ala política de una rama, llamada Sōka Gakkai, de la secta budista Nichiren. Su ideario proponía eliminar todo signo de corrupción en la administración. En 1970, después de ser el segundo grupo de la oposición, se desvinculó de la asociación religiosa. Actualmente se le considera como una fuerza centrista.
[38] En 1950, Japón tenía 83.500.000 habitantes y en 1998, más de 126.000.000. En 1997, el número de personas con más de 65 años superó al de menores de 15.
[39] Esa cifra descendió por debajo de los siete millones en 1995.
[40] Tras ese año se inició una suave caída.
[41] A pesar de la crisis de los noventa, en 1998, los artículos de lujo experimentan un incesante aumento de las cifras de ventas, y el consumo privado de artículos de alta tecnología continúa incrementándose. Las grandes marcas de diseño y moda no dudan en pagar cantidades astronómicas para abrir nuevas tiendas en la capital, y la industria electrónica y la de telecomunicaciones siguen inundando el mercado interior con objetos desconocidos en el resto del planeta.