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martes, 29 de octubre de 2013

Escultura japonesa: escultura budista, I

Escultura japonesa del siglo VII, periodo Asuka
Después de los dos anteriores artículos en los que comenté brevemente las divinidades budistas más populares en Japón, ya es momento de hablar propiamente de la escultura. Para ello, voy a empezar por las obras del periodo Asuka (538-710).

Ya indiqué en el primer artículo de esta serie que el budismo se introdujo en el archipiélago japonés en el año 538. Como consecuencia, durante su primera fase de crecimiento y expansión, la mayoría de estatuas de divinidades o bien fueron importadas de Corea o bien fueron creadas por inmigrantes de ese país. Hubo que esperar hasta bien entrada la siguiente centuria para que los artistas japoneses comenzasen a crear sus propias imágenes budistas, aunque, eso sí, manteniendo los cánones estéticos asiáticos.

Conviene remarcar que la piedra como material escultórico fue muy poco utilizada en Japón. Como contrapartida, la madera, abundante en todo el país y de gran calidad, se empleó de forma generalizada tanto en estatuas como en edificios. Ese hecho contribuyó en parte a la humilde fragilidad de las realizaciones artísticas japonesas en general, una característica que contrasta con la arrogante resistencia y durabilidad de la arquitectura, escultura y artes europeas. Con los años, el bronce, usado en muchas de las obras de esa época, se fue abandonando en favor de la arcilla, la laca y finalmente la madera. Pero eso lo veremos en otro artículo.

Las imágenes de Hōryū-ji
Al igual que empecé la serie dedicada a la arquitectura budista hablando de Hōryū-ji, también debo comenzar esta, consagrada a la escultura, en ese mismo templo, dado que en su recinto se custodian las primeras obras maestras de la imaginería budista japonesa.

La Tríada Shaka en el pabellón dorado de Hōryū-ji
La figura más representativa de la escultura del periodo Asuka fue Tori Busshi, un artista muy apreciado por la aristocracia de su época y que estuvo activo entre finales del siglo VI y principios del VII. Su obra maestra es la denominada Tríada Shaka, encomendada por la emperatriz reinante y custodiada en el pabellón dorado de Hōryū-ji. Los detalles del encargo de ese trabajo figuran en una inscripción en el halo de su imagen central.

El grupo escultórico está formado por el Buda histórico y dos asistentes, cada uno con su nimbo y todos unificados con una enorme mandorla en cuyo perímetro se distribuyen pequeñas figuras de ángeles budistas. Solo en el acólito de la izquierda y en la cara de Shaka se mantiene parte del dorado original que cubría las estatuas de bronce.

Tori Busshi: Tríada Shaka, 623, bronce dorado, Shaka: 86 cm,
acólitos: 93 cm. 
Hōryū-ji, Ikaruga. Foto: Folleto del templo.

Los ojos almendrados, la nariz triangular y los gruesos labios de las tres imágenes les otorgan una apariencia más continental que japonesa. La figura de Shaka se toca con un peinado de marcados rizos y su cuerpo queda inscrito en una envolvente triangular, cuya base se amplía gracias a la túnica que cubre el pedestal y se extiende casi hasta el suelo en pliegues de notable relieve.

La mano derecha de Buda se levanta en la posición de “no temas” mientras que la izquierda, al extender los dedos índice y anular, muestra la membrana interdigital. Este último mudra es una de las múltiples variaciones que a lo largo de los años experimentó la mano con la palma hacia arriba, cuyos dedos se fueron separando poco a poco para indicar el ofrecimiento de un don.

La discreta altura de las tres figuras se ve convenientemente realzada por la dimensión de la gran mandorla, creando así un conjunto de tamaño adecuado al interior del pabellón, donde también se custodian otras esculturas de notable interés. La frontalidad de Shaka en su pedestal y de sus asistentes sobre sendos lotos contribuye al estatismo del grupo, cuya simetría se rompe discretamente al tener los dos acólitos el mismo brazo levantado, el derecho, algo no muy frecuente en este tipo de composiciones. Otro rasgo inusual es que los dos bosatsu sostienen una joya en sus manos.

El Guze Kannon en el Yumedono de Hōryū-ji
Otra obra que data de la primera mitad del siglo VII, de estilo semejante a la tríada comentada y probablemente ejecutada en el taller de Tori Bushi, es el Guze Kannon, también conocido como Kannon Yumedono por estar expuesto en el Yumedono de Hōryū-ji. Esta es una de esas esculturas por las que se entiende que popularmente se considere que Kannon es una diosa. En el segundo artículo de esta serie expliqué un poco esa opinión popular.

A pesar de que la faz de Kannon tiene los mismos rasgos que Shaka en la tríada comentada, la majestad de este deviene gentil feminidad en la imagen del Yumedono. Aquí el material empleado es la madera: sendas piezas macizas para la imagen, el halo de 112 cm de alto y el pedestal con forma de loto invertido. La afiligranada corona y la estola que porta Kannon, ambas de bronce, contrastan con la tersa superficie de la escultura.

Escuela Tori: Guze Kannon, s. VII, madera laqueada y dorada, 
180 cm la figura. Hōryū-ji, Ikaruga. Foto: folleto del templo.

La frontalidad, el estatismo y la reducida corporeidad del Guze Kannon resultan evidentes. Cuando se contempla la imagen de perfil puede comprobarse que es muy delgada, aunque su esbeltez no carece de elegancia gracias a la casi indolente curvatura de su tronco y cadera. Si bien su expresión seria recuerda a la de Shaka en la tríada mencionada, sus larguísimas mangas extendidas lateralmente como alas y su estilizado cabello que cuelga sobre los hombros remiten más bien a los atuendos de los asistentes de la Tríada Shaka.

Las dos obras comentadas hasta aquí poseen las características de la estatuaria budista de la primera mitad del siglo VII: marcada frontalidad, proporción alargada, estatismo mayestático y aspecto severo, entre otras. Sin embargo, tras esa fase inicial, las imágenes adquirieron un incipiente movimiento, rompieron la simetría postural, adquirieron contornos más redondeados y mostraron una expresión menos rígida. Todos esos rasgos comenzaron a verse en la siguiente obra que voy a comentar sin necesidad de salir del afamado Hōryū-ji.

El Kannon Kudara de Hōryū-ji
En el párrafo anterior me refería sin mencionarlo al Kannon Kudara. Kudara era el nombre del reino coreano de Paekche, precisamente de donde llegó la primera imagen budista a Japón en el año 538 (véase mi artículo del 8 de octubre). No obstante, a pesar de esa alusión a Corea, el hecho de estar tallada en un bloque de alcanforero, una madera muy empleada en el archipiélago, ha hecho suponer a los especialistas que esta escultura debió ejecutarse en Japón.

Kannon Kudara, 680, madera pintada, 209 cm.
Museo de Hōryū-ji, Ikaruga. Foto: folleto del templo.

En el Kannon Kudara se insinúan ya los rasgos de la nueva estatuaria budista japonesa. Su cabello cae de forma más natural que en la imagen del Yumedono, los ojos y nariz son más pequeños y carnosos, su modelado es algo más abultado y su halo está mucho menos tallado.

Una vez esculpida totalmente, la imagen se enmasilló para ocultar las marcas del cincel, a continuación se revistió con una imprimación blanca y finalmente se pintó con varios colores. Su halo y pedestal se crearon a partir de piezas independientes.

Me gustaría dar ahora un salto enorme, no tanto en el tiempo como en el aspecto formal, con las esculturas que voy a comentar ahora mismo.

La Tríada Yakushi en el pabellón dorado de Yakushi-ji
Uno de los ejemplos más primorosos de la estatuaria japonesa de finales del siglo VII es la conocida como Tríada Yakushi, que se expone en el pabellón dorado de Yakushi-ji en la ciudad de Nara. Esta obra marcó un hito en la historia de la escultura japonesa y no solo por la pericia que fue necesaria para su ejecución, sino por su belleza.

La técnica y expresión de este conjunto son magistrales. El bronce tiene un acabado impecable, tanto que se ha sugerido que en su fundición debieron colaborar artistas continentales. Inicialmente, las tres imágenes estaban revestidas de oro, pero un incendio en 1528 hizo que se perdiera, con lo que adquirió un lustroso tono oscuro que no hace añorar ni un ápice su áureo acabado original.

Gakkō: 315 cm.
Nikkō: 315 cm.
Tríada Yakushi, 690, bronce, 
255 cm. Yakushi-ji, Nara. 
Fotos: folleto del templo.

Las tres estatuas de la tríada tienen aureolas grandiosas. La figura principal, en posición de loto, es muy diferente del Shaka de Hōryū-ji. Su corporeidad, mucho más densa, plena y apacible, resalta frente un nimbo gigantesco en el que siete pequeños budas forman un gran arco divino sobre diseños ondulados.

La postura de los dos sirvientes ya no es tan estática como en Hōryū-ji y tras su ropaje se insinúan los muslos a punto de iniciar un movimiento. La frontalidad y planeidad que vimos en Hōryū-ji ya se han superado. Los pliegues en el cuello, torso y abdomen de las figuras son ahora mucho más marcados.

Yakushi no porta su característico recipiente medicinal, como expliqué en mi artículo anterior, y tampoco aparece sentado sobre una flor de loto, sino sobre un pedestal de bronce de más de un metro de alto cuyos eclécticos diseños de sarmientos son, según los expertos, una muestra del arte asiático de la época y reflejo de lo activa que era la ruta de la seda por esos años. Este es uno de los casos en los que Yakushi fácilmente puede confundirse con Amida o incluso con Shaka

Aunque los halos no son los originales, pues datan de 1625, la tersa presencia de las tres imágenes queda enmarcada perfectamente con ese fondo, formando una estampa que se graba para siempre en la mente de quien contempla esta espléndida obra.

El Miroku de Kōryu-ji
Voy a acabar este breve recorrido por la escultura del periodo Asuka, presentando una de las más cautivadoras imágenes del panteón japonés. Seguramente no debería mostrarme tan vehemente frente a una divinidad budista, pero no puedo ocultar mi especial inclinación hacia los bosatsu y en particular por este: el Miroku de Kōryu-ji en Kioto. Ya adelanté la justificación de mis entusiastas comentarios con la cita que transcribí en el segundo párrafo del primer artículo de esta serie.

A pesar de que esta estatua se cree que procede de Corea, unánimemente se considera una de las cumbres de toda la escultura japonesa.

Miroku bosatsu, principio s. VII, madera, 123 cm.
Kōryu-ji, Kioto. Foto: postal-folleto del templo.

La figura de Miroku se representa sentada, con una pierna sobre la otra y apoyando en la primera el codo del brazo que aproxima a la cara. Los dedos relajados todavía no tocan la mejilla. La mano izquierda descansa en el tobillo derecho. Los ojos semicerrados se dirigen hacia el suelo en actitud meditativa.

El nivel de serenidad que transpira esta imagen es excepcional, y su contemplación se convierte en una experiencia que perdura en la memoria de cualquier persona con un mínimo de sensibilidad. Introspección, desprendimiento o tranquilidad son algunos de los sentimientos que emanan de esta angelical imagen y que parece contagiarnos.

No es la única vez que la desaparición del revestimiento y acabado de una estatua budista, generalmente una capa de laca previa al dorado, resalta y aumenta su poder comunicativo. En este caso, el suave veteado de la madera, incluso las discretas marcas de un cincel manejado con una maestría excepcional parecen incrementar aún más su poder de seducción. Es la belleza de lo natural, una idea que será en unos pocos siglos una de las señas de identidad de los artistas japoneses.

Detalle del Miroku bosatsu de Kōryu-ji, Kioto.
Foto: postal-folleto del templo

No creo que se pueda acabar mejor este artículo. Empezamos contemplando la hierática tríada de Hōryū-ji, luego vimos el majestuoso conjunto de Yakushi-ji y, finalmente, concluimos nuestro recorrido quedando fascinados ante la arcangélica calidez del Miroku de Kōryu-ji.

El martes próximo visitaremos otro importante templo de la ciudad de Nara para descubrir uno de los conjuntos escultóricos más subyugantes de Japón, y no exagero. Hasta entonces.

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