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martes, 5 de noviembre de 2013

Escultura japonesa: escultura budista, II

Escultura japonesa del siglo VIII, periodo Nara, primera parte
El periodo Nara abarca desde el año 710 al 794, décadas durante las cuales la ciudad de Nara fue la capital del Japón. A grandes rasgos, en esa época la escultura japonesa se decantó por facciones más realistas, formas más abultadas y atuendos más naturales que los que habían dominado en la anterior era Asuka y que vimos la semana pasada.

Pero los cambios no solo fueron formales, sino que también afectaron a las técnicas y materiales empleados. Si bien el bronce y la madera todavía se utilizaron durante los primeros años de este periodo, más tarde se vieron sustituidos poco a poco por la laca y la arcilla.

Maestros y talleres
Durante la época Nara, en plena expansión del budismo por todo el archipiélago nipón, la mayoría de las esculturas religiosas eran promovidas por la casa imperial o familias aristocráticas. Como consecuencia, fueron apareciendo talleres institucionales, generalmente dependientes de grandes templos, en los que se integraban diversos artesanos alrededor de descendientes de los primeros maestros inmigrantes procedentes del continente asiático. Ese sistema productivo solo perduró hasta el año 789, cuando fue oficialmente clausurado el taller de Tōdai-ji en dicha ciudad, con lo que se cerró la etapa de patrocinio político.

Tipos de imágenes
Fue durante el periodo Nara cuando empezaron a crearse imágenes de divinidades de múltiples brazos o guardianes de aspecto belicoso, como las comentadas en el artículo del día 22 de octubre. Todas ellas pertenecían al panteón del budismo esotérico, una doctrina que no se implantó en Japón hasta el siglo IX.

Técnicas empleadas
En general, las técnicas escultóricas pueden dividirse en tres grandes grupos: modelado, tallado y moldeado o fundido. En Japón, el modelado se empleaba con la arcilla o laca seca y el tallado con la madera o la piedra. Con el bronce se aplicaban dos métodos: el del fundido para las imágenes de gran tamaño y el del repujado para las piezas más pequeñas. El fundido podía ser a la cera perdida o sobre moldes de madera o arcilla, este último fue el sistema utilizado en el famosísimo gran Buda de Kamakura.

Las tallas de madera podían hacerse a partir de un solo bloque o varios. Una vez finalizado el esculpido, y antes de dorar o policromar la imagen, se aplicaba una capa de imprimación que regularizaba y alisaba la superficie de la pieza. Sin embargo, desde nuestro punto de vista occidental, los materiales más singulares empleados en Japón fueron la laca seca y la arcilla.

Dentro de dos semanas explicaré un poco esas dos últimas técnicas, pero antes comentaré algunas de las obras más importantes de la época Nara ejecutadas con ellas.

Las imágenes en el Hokke-dō de Tōdai-ji
Voy a empezar por el espléndido conjunto de imágenes expuesto en el llamado Hokke-dō, un elegante pabellón situado en el recinto del gran monasterio de Tōdai-ji en Nara. Aunque los edificios de Tōdai-ji no tienen la antigüedad de los de Hōryū-ji, su patrimonio escultórico no desmerece ante el de este.

El Hokke-dō data del siglo VIII, pero lo que vemos hoy día incluye una ampliación realizada en el XII. En su interior se custodia un grupo de dieciséis imágenes, de las cuales doce se han catalogado como Tesoro Nacional, la más alta distinción que puede recibir una obra de arte en Japón.

Yo puedo garantizar que su contemplación es realmente subyugante, casi diría arrebatadora. No existe fotografía, ni glosa alguna que pueda hacer sentir una milésima parte de lo que se experimenta cuando, después de atravesar el umbral y acceder a su interior tenuemente iluminado, nos topamos con semejante cohorte de estatuas de tamaño mayor que el natural. Situados frente a tal despliegue de deidades lo que vemos es, aproximadamente, lo que aparece en la fotografía siguiente.

Conjunto de esculturas del Hokke-dō, Nara. Foto: folleto del templo.

Desde esa posición, casi anonadados, observamos una formación de imágenes en poses congeladas que rodean a un impresionante Kannon de ocho brazos. En primer término, vemos cuatro guardianes con armadura y dos bosatsu con las manos en posición de rezo.

Si es la primera vez que contemplamos imágenes budistas, su visión quizás resulte inesperada o perturbadora, por obligarnos a reconsiderar muchos prejuicios formales, pero finalmente caeremos rendidos ante su inmenso poder comunicativo, ese que solo el gran arte puede alcanzar. Pero dejemos las emociones para otro momento e intentemos analizar un poco lo que estamos viendo.

De las impresionantes dieciséis imágenes, voy a seleccionar solo el majestuoso Fukūkenjaku Kannon, sus acólitos Nikkō y Gakkō, un Kongō rikishi y el “secreto” Shukongō-jin; en total cinco estatuas.

Resulta muy interesante constatar que en ese grupo se encuentran esculturas realizadas con tres técnicas distintas: laca seca, arcilla y madera. Por otro lado, no todas se ejecutaron en la misma fecha, incluso parece que ni siquiera lo fueron para ser colocadas en el Hokke-dō, lo cual no impide que el conjunto tal y como puede verse hoy día resulte impresionante.

Distribución de las estatuas en el Hokke-dō. Ilustración: folleto del templo.

En la ilustración anterior se aprecia la distribución de todas las imágenes con sus nombres en japonés (en negrita) y en sánscrito, así como su altura y un número al que me referiré para facilitar su localización en ese dibujo.

Las primeras estatuas que se instalaron en el Hokke-dō fueron Kannon (nº 1), ejecutada con la técnica de laca seca, y Shukongō-jin (10), esculpido en arcilla. No mucho más tarde se colocaron los cuatro reyes celestes (6, 7, 8 y 9), los dos guardianes Kongō rikishi (4 y 5), Bon-ten (2) y Taishaku-ten (3), todas realizadas en laca seca. Las imágenes de arcilla de Nikkō (11), Gakkō (12), Benzai-ten (14) y Kichijō-ten (13), no fueron concebidas para este emplazamiento. Finalmente, las estatuas de Jizō (15) y Fudō (16) datan respectivamente de los períodos Kamakura y Muromachi.

Veamos algunos de los rasgos de las figuras que aparecen en primer plano en la primera fotografía de este artículo.

Kannon Fukūkenjaku, c. 746, laca seca, 362 cm.
Hokke-dō, Nara. Foto: folleto del templo.

La estatua central de todo el conjunto es una imagen de Kannon que rezuma una sencilla y apacible dignidad. Ya he dicho que está ejecutada con la técnica de la laca seca, que explicaré dentro de dos semanas, y acabada con oro.

Su simetría es casi total, pero la corporeidad es más evidente que la vista en las obras de Hōryū-ji que comenté en el artículo anterior. Sin embargo, su cara es sensiblemente plana, las cejas parecen prolongaciones de la corta nariz, los ojos casi cerrados son diminutos surcos horizontales que apenas producen sombra y solo las fosas nasales y los labios están fuertemente modelados. El tercer ojo, situado en la frente, así como los ocho brazos no resultan nada irreales. Tanto esos atributos sobrenaturales, como el pequeño Amida de su afiligranada corona, reflejan la misión salvadora de Kannon. Su halo, muy calado, está formado por cuatro finas elipses sobre las que se apoyan racimos de diseños florales.

Veamos ahora sus dos acólitos. Ejecutados en arcilla, técnica que también comentaré dentro de dos semanas, Nikkō y Gakkō miden más de dos metros de altura. Ciertamente estas estatuas no siguen los patrones típicos en los bosatsu, por lo que algunos estudiosos tienen dudas de su verdadera identidad. Sin embargo, su pose, de pie con las manos juntas como si orasen, se adecúa muy bien a la labor de un bosatsu salvador.

Gakkō bosatsu, 746, arcilla policromada,
205 cm. Hokke-dō, Tōdai-ji, Nara.
Foto:
postal-folleto del templo.
Nikkō bosatsu, 746, arcilla policromada,
207 cm. Hokke-dō, Tōdai-ji, Nara.
Foto: 
postal-folleto del templo.




























En las fotografías anteriores se aprecian sus atuendos de amplísimas mangas con marcados pliegues que alcanzan las rodillas, así como el cinto de Gakkō colgando con un sencillo nudo simétrico. Los zapatos con puntera elevada, de estilo chino, son visibles. Sus ojos semicerrados parecen mirar no al mundo exterior, sino al interior. Su original acabado polícromo ha desaparecido en gran parte y solo algunas zonas verdosas y doradas que salpican su inusual blanco pueden darnos una somera idea de su apariencia original. Ambos bosatsu respiran la serenidad propia de su vida contemplativa.

Los dos guardianes, que se encuentra en el centro y en primera fila del conjunto, están ejecutados en laca seca de acuerdo con la iconografía pertinente (aunque en este caso no llevan el torso desnudo): armadura de guerrero, ademán decidido y pose belicosa. En la fotografía siguiente se aprecia el atuendo militar de uno de ellos, que en realidad sigue los patrones chinos y en el que todavía puede verse parte del policromado y dorado originales.

Kongō rikishi, c. 759, laca seca policromada, 306 cm.
Hokke-dō, Nara. Foto: folleto del templo.

El Shukongō-jin es una “una estatua secreta” de acuerdo con la liturgia budista, es decir, solo se muestra a los fieles un día al año, en este caso el 16 de diciembre. Su posición es la parte trasera del Hokke-dō, justo detrás de Kannon. Los colores que todavía mantiene dan una idea de cómo debía ser originalmente. Su actitud agresiva alzando el cayado budista denominado vajra, símbolo de energía, demuestra su actitud frente a las fuerzas malignas que amenacen a los creyentes.

Shukongō-jin, c. 759, arcilla policromada, 170 cm.
Hokke-dō, Nara. Foto: folleto del templo.

En la fotografía anterior se aprecia la impresionante presencia de Shukongō-jin. La boca abierta, la mirada punzante, la tensión muscular, plasmada en la marcada vascularización de su brazo izquierdo e incluso de su cuello, y la posición a punto de lanzar su cayado son, todos ellos, rasgos que denotan las cualidades que se le suponen, pero que solo ocultan su verdadera bondad para con los creyentes, quizás simbolizada por su armadura barrocamente decorada con motivos florales.

Podría seguir comentando otras de las esculturas del Hokke-dō, pero para no sufrir el síndrome de Stendhal prefiero salir al exterior, respirar un poco de aire fresco y hacer un corto paseo por los alrededores del complejo de Tōdai-ji.

Así pues, tras la experiencia de hoy, creo que es mejor dejar para la semana próxima el seguir viendo imágenes budistas. Propondré visitar otro edificio del mismo Tōdai-ji donde se custodia un  representativo conjunto de los cuatro reyes celestes.

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