Un artista independiente: Hasegawa Tōhaku, primera parte
Frente
al esplendor áureo de las obras de la escuela Kanō que comenté la semana pasada, todas ellas paradigma del
espíritu del periodo Momoyama, existía otro enfoque mucho más contenido que se
concentraba en las enormes capacidades expresivas de la tinta china. Eran las
dos caras de una misma moneda, dos mundos diferentes en los que algunos
artistas se encontraban cómodos por igual. Uno de ellos fue Hasegawa
Tōhaku.
Hasegawa Tōhaku (1539-1610)
Hasegawa
Tōhaku se sintió desde
joven muy interesado por el estilo del gran Sesshū,
de quien aprendió la técnica de la tinta china antes de trasladarse a Kioto
para entrar a trabajar en los talleres de los Kanō. Después de unos años,
Hasegawa decidió abandonar la famosa escuela y seguir estudiando la obra de
Sesshū y de pintores chinos de la dinastía Song (960-1276).
Hasegawa
conoció en Kioto al maestro de té Sen no Rikyū, monje zen del prestigioso Daitoku-ji, un enorme centro budista en donde pudo acceder a la gran colección de pinturas chinas y japonesas que se
custodiaban en muchos de los templos situados en su recinto monacal. Eso permitió
a Hasegawa estudiarlas en profundidad, algo que sin duda influyó en su estilo, como
se intuye en su biombo conocido como Pájaros
y flores que se reproduce en la ilustración siguiente.
Hasegawa Tōhaku: Pájaros y flores, c. 1570, tinta y color sobre papel, 150x359 cm.
Myōkaku-ji, Mitsu, prefectura de Okayama. Foto. Wikimedia Commons. |
En esta pintura de juventud pueden rastrearse algunas de las primeras influencias en la obra de
Hasegawa. Las puertas correderas decoradas por Kanō Eitoku para Jukō-in, que comenté en otro artículo, son su precedente más cercano, aunque también se aprecian algunas reminiscencias del estilo ya lejano de Sesshū, muy estudiado por
Hasegawa.
Simplificando
mucho, por un lado, la composición de este biombo resulta más atrevida que la
de Eitoku. El árbol de Hasegawa es casi inverosímil con su tortuoso tronco
del que nace una rama que se retuerce intentando huir hacia los paneles de la
derecha. Por otro lado, los trazos de las hojas y de los minúsculos capullos blancos resultan menos compactos, más disgregados que los de Sesshū.
Sobre el casi
hiriente quiebro del tronco y una de sus ramas descansan dos parejas de pajaritos. Mientras, uno más está a punto de saltar y a lo lejos, en el panel derecho, otro se dirige hacia
ellos volando.
El árbol
parece apartarse de unas cañas de bambú suavemente onduladas que crean
una discretísima nota de color verde en el panel izquierdo, que se equilibra con el
punteado de unas hojas de nenúfares en el lado derecho.
Toda la obra
no hace más que estimular nuestra imaginación gracias a la sutil indefinición,
o mejor diría, a la fascinante sugerencia que nos obliga a detenernos para
descubrir el paisaje, una escena de la naturaleza que Tōhaku permite que
hagamos nuestra gracias a su discreto poder evocador, el cual se
transmuta en una tenue voz que nos explica lo que no vemos para que lo
disfrutemos con la mente. Ese es el poder del verdadero arte.
Un biombo de tinta china
Voy ahora a
presentar una de las obras más impresionantes de la pintura japonesa, y sé que
me arriesgo mucho al decir esto, pero al contemplarla nunca puedo evitar el experimentar
las más honda impresión, una sensación que incluso cuando observo una reproducción
reaparece como un eco.
Me estoy
refiriendo al par de biombos conocidos como Pinos
en la niebla, catalogados como Tesoro Nacional, la más alta distinción que
puede otorgarse en Japón a una pintura, y que no dudo en calificar como el más
paradigmático biombo monocromático de toda la historia de la pintura japonesa,
aunque acepto discutir sobre el tema.
Hasegawa Tōhaku: Pinos en la niebla, final s. XVI, tinta sobre papel,
biombo izquierdo, 156x346 cm. Museo Nacional de Tokio. Foto: Wikimedia Commons.
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Hasegawa Tōhaku: Pinos en la
niebla, final s. XVI, tinta sobre papel, biombo derecho, 156x346 cm. Museo Nacional de Tokio. Foto: Wikimedia Commons. |
Como se observa en las fotografías anteriores, se trata de una pareja de biombos de seis paneles en los que una delicuescente bruma cubre toda su superficie dejando apenas entrever unas esbeltas coníferas. Hasegawa no empleó ni un solo toque de color, las infinitas gradaciones de la tinta china le resultaron más que suficientes para sugerir un vasto paisaje y hacernos sentir la húmeda presencia de una envolvente nieblilla.
Nunca antes
se había insinuado la profundidad espacial de manera tan poética y refinada;
bueno, quizás me he “pasado” y haya alguna excepción, por ejemplo el Paisaje haboku de Sesshū ya comentado en este blog. Los arranques de
casi todos los árboles quedan ocultos, únicamente son visibles unos pocos y solo un par de ellos no quedan difuminados por la nieblilla. A lo lejos, en el centro de
la composición global, en la parte alta del panel derecho de la mampara izquierda, apenas se
vislumbra una cumbre lejana. Ese es el método tradicionalmente empleado en los biombos
para representar el paisaje distante: situándolo en la zona superior mientras se relega los elementos próximos a la inferior.
En esta obra
pueden estudiarse todas las posibilidades expresivas que ofrece un medio tan
humilde como la tinta china. El trazo de Hasegawa es de una precisión extrema y
de una sutileza casi inimaginable. Su dominio de la técnica le permite emplear
todos los recursos y conseguir todos los efectos deseados. Su trazo puede ser
amplio y de un solo movimiento, puede ejecutarlo de arriba abajo o al revés,
puede detenerlo sin separar el pincel del papel o levantarlo lentamente, puede
moverlo nerviosamente como un remolino o deslizarlo plácidamente como una
caricia.
Pero no se
acaba ahí su maestría, sino que los innumerables gradientes y veladuras
conseguidos mediante los diferentes grados de disolución de la tinta, los
diversos niveles de humedad de las cerdas o las variadas inclinaciones del
pincel muestran el total dominio técnico de Hasegawa,
pero sobre todo su capacidad comunicativa.
Y todo eso
aplicado a un formato enorme de casi siete metros de largo, en el que no se
emplea ni una sola gota de color. Con esta obra, Hasegawa demostró que la tinta
china no solo era un medio idóneo para los pequeños formatos, sino que también
resultaba muy adecuada para los enormes biombos que hasta entonces únicamente parecían
ser el soporte de enormes árboles, flores y pájaros sobre fondos dorados.
La semana próxima seguiré hablando de Hasegawa y de una obra situada en otro mundo pictórico, el multicolor.
La semana próxima seguiré hablando de Hasegawa y de una obra situada en otro mundo pictórico, el multicolor.
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