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martes, 2 de julio de 2013

El jardín japonés: jardines del paraíso, III

El jardín japonés de Jōruri-ji
Como continuación lógica del artículo anterior, hoy debo hablar de otro jardín japonés del paraíso: el del modesto Jōruri-ji. En su recinto se levantan un pabellón, que custodia nueve imágenes budistas de Amida, y una pagoda, ambos del siglo XII, como su jardín.

Como no ha sido infrecuente en Japón, tanto el pabellón como la pagoda de Jōruri-ji se trasladaron desde otro templo a su actual emplazamiento, el primero en 1157 y la segunda veinte años más tarde. Los dos se situaron en los extremos de un eje oeste-este deliberadamente elegido para cumplir con la doctrina budista de La Tierra Pura (véase aquí el primer artículo dedicado a los jardines del paraíso y que publiqué el día 18 de junio).

Al igual que el Byōdō-in, comentado la semana pasada (verlo aquí), también Jōruri-ji posee el preceptivo estanque, elemento imprescindible para crear el simbolismo de esta orden amidista. 

Jōruri-ji, siglo XII. Kizugawa. Foto: Wikimedia Commons.

En la fotografía anterior se observa el pabellón que alberga las imágenes budistas y que está situado en la orilla oeste del estanque, rodeado de una densa arboleda. Delante de su acceso aparece una linterna de piedra como la vista en el Byōdō-in. Las hierbas que crecen en los márgenes del agua ocultan su original configuración y confiere a todo el recinto un aire melancólico y algo decadente.

Puede constatarse claramente cómo el reflejo del edificio en el agua se reduce exclusivamente al de su cubierta de teja, convirtiéndolo en algo casi inmaterial. La causa de ese efecto visual se encuentra en los importantes voladizos de su tejado, una constante en la arquitectura japonesa. 

La atmósfera tanto del parque como del pabellón de Jōruri-ji es muy diferente de la del Byōdō-in. Lo que en este es elegancia y distinción aristocrática, aquí es sencillez y modestia, aunque a ello también contribuya la carencia de un mantenimiento sistemático que pode y limpie de elementos indeseados el jardín. Sin embargo, ese inconveniente se convierte en uno de sus valores más apreciados: crear la sensación de encontrarse en un lugar aislado y lejano.

La pagoda de Jōruri-ji, siglo XII. Kizugawa. Foto: Wikimedia Commons.

La anterior fotografía de la pagoda se ha obtenido desde el pabellón de Amida. Obsérvese la roca colocada verticalmente en el extremo del islote, está alineada con la pagoda y el centro del pabellón. Las hierbas que crecen en esa zona de la isla ocultan tanto las piedras que perfilan su orilla como una pequeña playa de guijarros, semejante a la vista en el Byōdō-in.

Mientras el pabellón, que custodia las estatuas de Amida, se encuentra en la orilla oeste del estanque, la pagoda, que alberga una estatua de Yakushi-nyorai o buda de la sanación, se sitúa en el margen este. Uno simboliza el paraíso occidental, residencia de Amida, y otro, el menos conocido paraíso oriental, morada de Yakushi. Como consecuencia de ello, surge una nueva interpretación del jardín y en concreto de la isla del estanque.

Isla y puente de Jōruri-ji, siglo XII. Kizugawa. Foto: Wikimedia Commons.

Cuando en un jardín solo existe un pabellón construido en el margen oeste como imagen del Paraíso Occidental, al contemplarlo desde las otras orillas se sobrentiende que se está haciendo desde nuestro mundo. Si en Jōruri-ji se han levantado en orillas opuestas dos edificios que simbolizan ambos paraísos, el occidental y el oriental, que se supone están más allá del océano, ¿desde dónde debería verlos el creyente? Respuesta: desde un punto que permitiese esa doble visión. Es decir, desde la isla del estanque, a la que se puede acceder por una sencilla pasarela de piedra. A partir de esa interpretación, nuestro mundo parece estar representado esta vez por dicho islote, un espacio rodeado completamente de agua y del que solo existe una “forma” de escapatoria.

No obstante, yo vuelvo a opinar que esta última interpretación no resulta imprescindible para justificar la existencia de la isla y su puente. No parece haber pruebas concluyentes de que antes de que se trasladara la pagoda a su recinto, no existieran la isla y su puente, hecho que pondría en entredicho aquella interpretación que le otorga el simbolismo comentado en función de la situación de la pagoda. Aunque tampoco puede descartarse que se aprovechara su presencia para emplazar la pagoda donde se encuentra actualmente.

Así pues, aunque reconozco que siempre es posible extraer justificaciones a posteriori, no creo imprescindible explicar la existencia del islote de esa manera. Pienso que al dividir el estanque en dos zonas con la isla, siendo la menor la más próxima al pabellón, se está falseando un poco la perspectiva haciéndolo parecer más alejado de lo que realmente está, un efecto visual meramente compositivo y simbólicamente neutro.
A pesar de todo, independientemente de alegorías budistas o interpretaciones subjetivas, el entorno de Jōruri-ji, incluso con su descuidada apariencia, logra que el visitante experimente una sensación de paz casi idílica. Eso debería ser motivo suficiente para visitarlo. 

Con este artículo doy por finalizada la serie dedicada a los jardines del paraíso, pero los ansiosos no quedarán defraudados: la próxima semana comenzaré otra colección dedicada a los jardines secos. Hasta entonces.

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