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martes, 9 de julio de 2013

El jardín japonés: las rocas

Las piedras en el jardín japonés
Este artículo es una introducción a la serie que dedicaré al jardín seco japonés en próximas semanas. El 7 de mayo, en una entrega consagrada a los orígenes del jardín japonés (para verla clicar aquí), comenté cómo veían los primitivos habitantes de Japón a las rocas y el papel que estas desempeñaban en los recintos sintoístas. Hoy deseo ampliar un poco más el tema.

El pasado día 18 de junio ya me extendí en demasía criticando el excesivo empleo de simbologías, generalmente asociadas a las rocas, para describir o comentar los jardines japoneses, especialmente los denominados jardines secos (para ver ese artículo clicar aquí). Ahora voy a intentar explicar mínimamente qué otra cosa puede encontrarse en una piedra que no sea una simple alegoría.

Aunque parezca extraño, la capacidad que los japoneses han desarrollado a lo largo de la historia para entender el lenguaje de las piedras es muy parecida a la facultad de los ”expertos” en arte contemporáneo para disfrutar de un cuadro expresionista abstracto como los de Pollock o de una pintura matérica como las de Millares, y podría poner más ejemplos. 

En mi opinión, no es necesario buscar significados ni simbologías en los jardines japoneses para poder disfrutar de ellos. La forma, textura, veteado y color de una piedra convenientemente elegida y "plantada" sobre un lecho de gravilla, pueden compararse con las terrosas rugosidades rasgadas por un inesperado trazo en un cuadro de Tàpies.

Piedras en Daisen-in. Foto: J. Vives.
Rocas en Ryōan-ji. Foto: J. Vives.




Pero, a diferencia de cualquier pintura, las rocas se dejan envejecer por el paso del tiempo, empapar por la lluvia, vestir por la nieve, iluminar por los rayos del Sol o acariciar por la luz de la Luna; algo a lo que ningún cuadro (su autor) aceptaría someterse. Ahí radica otro de sus encantos.

Cuando simplemente nos dejemos cautivar por la belleza de una piedra singular, igual que lo hacemos ante una flor, habremos dado un paso de gigante no solo para entender, sino para disfrutar de los jardines japoneses y en particular de los jardines secos, esos que no hacen más que provocar subjetivas y no pocas veces peregrinas interpretaciones que no descubren su verdadero atractivo.

El Sakuteiki
Pues bien, la capacidad expresiva y comunicativa de las rocas ya se puso de manifiesto en el Sakuteiki, el primer tratado japonés de jardinería escrito en el siglo XI y que ha llegado a nuestros día gracias a una copia del XIII. Su autor fue Tachibana no Toshitsuna (1028-1094), hijo del promotor del Byōdō-in cuyo jardín comenté en mi artículo del 25 de junio (verlo aquí).

Ya en la primera frase de su texto queda reflejada la importancia que su autor concedió a las rocas y el reconocimiento de su capacidad para crear ambientes. Su inicio literal dice así:

“Cuando se colocan piedras (Ishi wo taten koto), primeramente tened en cuenta los conceptos básicos.”

Sin embargo, las traducciones ofrecen esta otra versión de esas primeras palabras:

 “Cuando se crea un jardín, ...”

Con ese cambio queda claro que en su texto se habla de “crear jardines”, pero se pierde (traduttore, traditore) precisamente lo que le interesaba remarcar al autor: el enorme papel que desempeñan las piedras en un jardín, el ser verdaderas creadoras de un ambiente. Basta una roca cuidadosamente seleccionada en algún lejano paraje, meticulosamente protegida para el transporte y concienzudamente asentada en un lugar para que este se transforme en algo que no era, en un jardín de abstracta belleza, como la de la naturaleza donde nació.

En el siglo XI, los japoneses ya eran conscientes de la importancia que tenían las piedras, y que su sola presencia y cuidada distribución eran capaces de convertir un anodino espacio en un espléndido jardín. La importancia histórica del Sakuteiki radica, entre otras muchas cosas, en que durante casi diez centurias ha ayudado a miles de maestros jardineros de Japón a construir jardines, a “colocar piedras”, que forman parte del patrimonio artístico de la humanidad. 

Si se ha entendido lo comentado hoy aquí, aunque sea solo un poco, se estará preparado para entrar en el mundo de los jardines secos. La puerta se abrirá la semana próxima.

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