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martes, 16 de julio de 2013

El jardín japonés: el jardín seco o kare sansui, I

El jardín seco de Zuisen-ji
Después de la introducción de la semana anterior, comienzo hoy una serie dedicada a comentar una de las tipologías que ha despertado más admiración en Occidente: la del jardín seco japonés. El número de publicaciones, estudios y comentarios de todo tipo que tratan este tema es gigantesco, muchos de ellos son realmente serios y concienzudos, pero algunos, lamentablemente, resultan superficiales y tópicos. Espero que mi contribución caiga más cerca de los primeros que de los segundos.

Los denominados jardines secos también se conocen, incluso entre los no especialistas, por su nombre japonés: kare sansui (también se escribe karesansui). La expresión kare-san-sui, significa palabra a palabra “seca-montaña-agua”, y se refiere a un tipo de jardinería en el que las tradicionales colinas y estanques de los parques de la época Heian son sustituidos por elementos “secos”: rocas como “montañas secas” y gravilla como “agua seca”. O dicho de otra forma, es un término que se aplica a jardines donde nunca se emplea agua.

En las anteriores entradas sobre jardinería comenté los parques imperiales de Nara, los de estilo shinden  (verla aquí) y los del paraíso en el periodo Heian (1ª parte aquí), (2ª parte aquí), (3º parte aquí). Hoy hablaré en concreto de un jardín construido en el periodo Kamakura en esa ciudad. Pero antes, permítaseme hacer una pequeña introducción sobre las diferencias entre la ciudad de Kioto, la capital imperial, y Kamakura, la sede del gobierno militar.

El periodo Kamakura (1185-1333) supuso el declive de los aristocráticos ambientes que propiciaron la aparición de los jardines y villas de estilo shinden. Una nueva clase, los samurai, había tomado las riendas del poder, tras lo cual decidió trasladar su gobierno militar lejos de la capital imperial, a Kamakura. Ahí nació el régimen de los shōgun y empezó a gestarse una atmósfera muy diferente de la que se respiraba en la sofisticada Kioto.

Uno de los factores que influyó en la creación de ese nuevo ambiente, fue el apoyo que el estamento castrense otorgó a una nueva secta budista que contradecía las esotéricas doctrinas de las, hasta entonces más extendidas, órdenes tendai y shingon; era el budismo zen.

El zen tuvo una importancia decisiva en el desarrollo no solo de la jardinería de Japón, sino también de la pintura. Muchos monjes japoneses viajaban a China para realizar largas estancias en monasterios budistas y poder estudiar con afamados maestros zen de ese país. A su regreso, tanto ellos como no pocos bonzos chinos que huían de la invasión mongol, fueron muy bien recibidos por los militares de Kamakura. Fue ahí donde se instalaron las primeras congregaciones zen de Japón y donde, en mi opinión, se encuentra el antecedente de lo que serán los futuros jardines secos japoneses: el de Zuisen-ji.

El jardín de Zuisen-ji
Zuisen-ji es un templo zen de Kamakura fundado por Musō Soseki (1275-1351) en 1328 bajo el patrocinio del shōgun. Musō Soseki había estudiado doctrina zen con un monje chino en Kamakura y a partir de 1325, cuando se le otorgó el cargo de prior del famoso Nanzen-ji en Kioto, su nombre empezó a relacionarse con muchos de los jardines de las congregaciones zen en la capital. Sin embargo, en pocos casos existen pruebas concluyentes de que Musō fuese verdaderamente su autor. De ahí surgen las discrepancias entre especialistas y las diferentes informaciones que aparecen en muchas publicaciones. En lo que sí existe unanimidad es en la capacidad que tuvo para influir en la renovación o incluso en la construcción de muchos jardines, aunque sin llegar a ser su verdadero creador, o diseñador como diríamos hoy día. No obstante, sí hay evidencias fehacientes de que Musō Soseki fue el autor del jardín de Zuisen-ji.

Zuisen-ji es popularmente famoso por la exuberante belleza del jardín situado frente a su pabellón principal, pero lo que realmente otorga relevancia histórica al templo, desde el punto de vista de la jardinería, es lo que se descubre en su parte posterior. Allí, entre la fachada del edificio y una escarpada ladera de piedra, una estrecha faja de hierba cubre solo parte de un terreno rocoso en el que se ha excavado una pequeña balsa de agua. Su pétrea desnudez se extiende por todo el jardín y sube por la casi vertical pared hasta encontrarse con la frondosa vegetación que cuelga desde lo alto.

Musō Soseki: jardín de Zuisen-ji, siglo XIV, Kamakura. Foto: J. Vives.

A primera vista nada hace suponer que estemos ante un jardín. Apenas hay arbustos y solo una discreta alfombra de hierba cubre una pequeña parte del suelo. Tras esa impresión, casi de aridez, y la sorpresa que produce el brusco cambio experimentado desde la entrada del templo, empezamos a descubrir una gruta excavada en la pared de piedra, un puente arqueado que salta por encima del agua, un poco más allá unos bastos escalones tallados en la roca y un camino que conduce a la zona alta del escarpado perdiéndose entre la maleza que crece allí arriba. Siguiendo ese empinado camino se puede acceder a un mirador desde donde se descubre una impresionante vista del monte Fuji, un panorama que los monjes chinos de la época que visitaron Suizen-ji admiraron profundamente. Ese recorrido no es actualmente accesible.

Musō Soseki: jardín de Zuisen-ji, siglo XIV, Kamakura. Foto: www.yunphoto.net.

En la foto anterior se aprecia que el foco del jardín se concentra en el elemento pétreo. Tanto el suelo, que se excavó para crear una balsa de agua, como la ladera de la montaña se dejaron que manifestaran su verdadera naturaleza, sin intentar disimular su aridez con vegetación alguna. Incluso el agua estancada en la roca parece mostrarse temerosa, no hay en ella nada de la altiva presencia de los estanques en los jardines de los años heian.

Musō Soseki: jardín de Zuisen-ji, s. XIV,
Kamakura. Foto: J. Vives.
Debo hacer notar que mis fotos fueron realizadas en invierno, cuando las hierbas que crecían entre las rocas todavía mostraban un color ocre.

En este austero ambiente se encuentra el germen de los jardines secos. Aquí, Musō todavía sintió la necesidad de contemplar una superficie de agua, aunque fuera pequeña. Pero el aprovechamiento de la roca desnuda, como generadora de un ambiente completamente diferente del que se puede crear con la vegetación, fue un planteamiento realmente  innovador.

Cuando se contempla Suizen-ji después de haber visto algunos de los grandes jardines secos de Kioto (que presentaré en los próximos artículos), resulta evidente su importancia como antecesor de todos ellos. La sencillez y simplicidad de este espacio serán algunas de las constantes de los jardines creados por o para los monjes zen.

En la próxima entrega hablaré de otro hito en la jardinería japonesa, también atribuido a Musō Soseki, que dio un paso más en la evolución de los jardines secos y en concreto en el empleo de las rocas. En una semana diré de qué se trata.

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