Páginas

martes, 24 de agosto de 2021

Japón y el mundo del té, VI

La ceremonia de té en Japón. Los primeros maestros, 3

Hace quince días hablé del maestro de té Takeno Jōō y hoy lo haré de su discípulo Sen no Rikyū, el tercero y más reconocido de todos y quien hizo las aportaciones más trascendentales para la evolución del camino del té.

 Sen no Rikyū (1522-1591)

Sen no Rikyū nació en una solvente familia de mayoristas de pescado. Cuando todavía era adolescente, se sintió atraído por el mundo del té y muy pronto se le reconoció como un verdadero experto en ese campo. Rikyū estudió zen en el monasterio de Daitoku-ji en Kioto.

Su fama hizo que Oda Nobunaga le invitara varias veces a su castillo de Azuchi para que preparara una ceremonia de té. Tras la muerte de Nobunaga, entró al servicio de Toyotomi Hideyoshi, quien le asignó un estipendio de 3000 koku de arroz por año. El koku era la unidad con la que se fijaban los ingresos de los señores feudales y servidores como Sen no Rikyū. Un koku equivalía a poco más de 180 litros, el volumen de arroz que se suponía necesitaba una persona para vivir un año. 

Hasegawa Tōhaku: retrato de Sen no Rikyū, 
tinta y color sobre seda. 
Fundación Omotesenke Fushin-an. 
Foto Wikimedia Commons.

Sen no Rikyū acompañaba a todas partes a Hideyoshi, quien le encargó revisar las reglas y protocolo de lo que en ese momento eran las reuniones frente un bol de té. A partir de entonces, la vía del té se convirtió una de las actividades más apreciadas por los nobles, señores feudales, samurai de alto rango e incluso entre los comerciantes.

La filosofía de Sen no Rikyū se basada en seis conceptos, cuatro que debían aplicarse y dos que debían evitarse a toda costa. Los primeros eran armonía, reverencia, pureza y calma; los segundos, lujo y ostentación. El rechazo de estos dos últimos debía ser previo a la aplicación de los otros.

Hay que tener presente que la búsqueda de lo sencillo no implica carencia ni de refinamiento ni de elegancia. Más bien al contrario, se precisa una buena dosis de inteligencia y capacidad creadora para lograr ambas cosas sin utilizar elementos lujosos y ostentosos.

El florero de bambú que creó con sus propias manos Sen no Rikyū no solo era un ejemplo de esa búsqueda de la sencillez y del rechazo de la ostentación, sino también un claro manifiesto en contra de los vistosos recipientes metálicos o de porcelana china que gustaban emplear los señores feudales en sus reuniones alrededor de un bol de té. 

La foto siguiente muestra ese humilde vaso para las flores que el maestro solía colgar en el interior de la habitación donde realizada sus ceremonias de té. 

Sen no Rikyū: florero de bambú llamado Onkyoku, 
s. XVI. Museo Sekisui. Tsu, prefectura de Mie. 
Foto: Wikimedia Commons.

Me tomo la libertad de incluir aquí un párrafo de mi libro electrónico Japón y su arte, I. Desde los orígenes a 1868, en que hablo de Sen no Rikyū y que puede adquirirse en Amazon a un precio simbólico. En este enlace verás su índice y sus primeras páginas.

Sen no Rikyū (1522-1591) fue una de las personalidades más trascendentales de toda la historia del rito del té y el forjador de la particular atmósfera que impregna todas las artes, aplicadas se llamarían en Europa, que giran a su alrededor. Su personal estilo, que cambió las preferencias y gustos de su época, se basaba en la permanente búsqueda de la sencillez y naturalidad y en el completo alejamiento de cualquier atisbo de lujo o preciosismo formal. Para conseguirlo no dudó en emplear utensilios de uso común para hacer el té, como la cerámica conocida como raku, y concebir el recinto donde oficiaba el rito como una verdadera choza con cubierta de paja.

Esa buscada sencillez extra se pone de manifiesto en ciertos detalles de la casa de té que preconizaba el maestro.

La foto siguiente es de la celosía de una célebre cabaña de té de principios del siglo XVII. Esa rejilla de cañas, irregular y sin ningún tipo de pretensión estética, es una muestra de la exclusión de todo lo que pueda suponer sofisticación formal.

Hoy día diríamos que ese detalle refleja el rechazo del diseño entendido como exhibición de la labor creadora y refleja la renuncia al exhibicionismo de las capacidades de la persona que crea un objeto, sea una casa de té, como en este caso, o cualquier otro.

Ventana con rejilla de bambú de la casa de té Jō-an, c. 1618, 
Inuyama, prefectura de Aichi. Foto: Wikimedia Commons.

Se dice que la inspiración para semejante sencillez, la obtuvo Sen no Rikyū de los edificios rurales, donde vio ese tipo de aberturas en las que se había dejado vista la estructura de cañas que reforzaba las paredes de arcilla. Es decir, que en vez de cortar ese refuerzo para luego superponer en el hueco o ventana una reja, algo que parecería lógico en un primer momento, prefirió no hacerlo. 

Hay que hacer notar que la arquitectura alejada de las ciudades y núcleos urbanos, la de las clases populares que vivían de la agricultura, no seguía muchos de los patrones de la que solemos entender por arquitectura tradicional japonesa.

La gente modesta del campo no podía permitirse que sus casas no tuvieran paredes que los protegiera mínimamente del frío, por lo cual, en vez de los frágiles y nada aislantes paneles de papel correderos, los shōji, sus viviendas tenían muros de troncos de madera o de argamasa. 

En este último caso, para que esas paredes creadas con arcilla tuvieran una resistencia adecuada, colocaban en su interior una malla hecha con cañas. Era la versión antigua del moderno hormigón armado.

Pues bien, cuando en esos muros se deseaba crear una ventana, en muchos casos, no cortaban ese encañizado y lo dejaban visto. Eso fue lo que vio Sen no Rikyū y lo que aplicó en las cabañas de té que ideó y construyó.

Con esto doy por finalizado este artículo, en el siguiente entraré ya propiamente en el mundo del té.