La ceremonia de té en Japón. Los primeros maestros, 2
En la parte
final del anterior artículo hablé del primero de los grandes maestros de té del
Japón clásico, y hoy lo haré del segundo de ellos.
En aquella entrada dije que la fama de Murata Jukō llegó hasta Ashikaga Yoshimasa (1436-1490), el octavo shōgun de su familia. Yoshimasa fue un gran aficionado y patrocinador del teatro nō, la pintura de tinta china, el arreglo floral o la ceremonia de té, artes que se han convertido en indiscutibles paradigmas de lo verdaderamente japonés.
Fue él quien promovió la construcción de Ginkaku-ji, el popularmente conocido Pabellón de plata, un lugar pensado como retiro donde practicar y promover las artes, y que tiene el mérito de ser el germen de toda la arquitectura residencial japonesa posterior.
Bajo el patrocinio de Yoshimasa, en el recinto de Ginkaku-ji se levantó un pequeño edificio llamado Tōgudō en cuyo interior se encuentra una sala, de menos de ocho metros cuadrados, que fue la primera habitación cubierta totalmente con tatami, exactamente cuatro y medio.
La sala dōjinsai del interior del Tōgudō, 1486, Kioto. Foto de fuente desconocida. |
Como vemos en la foto anterior, en una de las paredes de ese reducido espacio hay unos estantes escalonados y, a su lado, una repisa escritorio frente a un gran ventanal que se abre al jardín. Esos dos elementos, junto con alguno más, conformaron la nueva tipología de arquitectura residencial japonesa que nació en ese momento.
En la ilustración siguiente se muestra la planta de ese edificio pionero. De los cuatro espacios separados por correderas, el de la parte alta y a la derecha es la sala dōjinsai cuyo interior se muestra en la foto anterior. En la parte baja y a la izquierda se encuentra la capilla budista con su pavimento de madera en vez del tatami empleado en las otras tres estancias.
En la parte
alta, a la derecha, la sala dōjinsai del interior del Tōgudō, 1486, Kioto. Foto de fuente desconocida. |
El Tōgudō fue
el primer ejemplo del estilo shoin de arquitectura, el más clásico y
longevo de la historia japonesa. Los interesados en conocer sus características tienen más información en este artículo que publiqué hace años en mi blog.
Y los que deseen
saber aún más de las innovaciones que se aplicaron en el Tōgudō y su trascendencia pueden leer la
página 154 y siguientes de mi libro Arquitectura tradicional de Japón
publicado por Satori Ediciones y del que verán sus datos en este enlace.
Estatua de
Takeno Jōō en Daisen-kōen, Osaka. Foto: Wikimedia Commons. |
En puridad, aunque
Takeno no fue discípulo de Murata Jukō, de quien hablé en el anterior artículo, supo tomar su relevo para ir más
allá en la senda de una tradición que había empezado con Murata.
Gracias a Takeno, el camino del té se desligó tanto de las reuniones que celebraban los grandes señores como de los rituales que se realizaban en los templos budistas. Su empeño se centró en hacer accesible el chadō a los solventes comerciantes de su ciudad.
Takeno pensaba que en una ceremonia de té el anfitrión debía buscar la armonía en sus propias sensaciones y en las que experimentaban sus invitados. Mientras el primero tenía que adaptarse al temperamento de los segundos, estos tenían que valorar el trabajo que suponía para aquél el acogerles y ofrecerles el té.
En el grabado que aparece en la ilustración siguiente se ve a unas mujeres preparando un usucha, el nombre que se da a la infusión ligera del té. Cuando su densidad es mayor se denomina koicha. Obsérvese cómo una de las invitadas contempla la pintura colgada en el tokonoma, un acto más del protocolo con el que muestra su interés y, sobre todo, su agradecimiento por el cuidado con que la anfitriona ha preparado todos los detalles. Así entendía Takeno Jōō que debían actuar los asistentes a una ceremonia de té.
Toshikata
Mizuno: Haciendo usucha, de la serie Ceremonia de té, xilografía,
26x38 cm, 1897. Foto: Wikimedia Commons. |
Fue Takeno
quien introdujo una nueva idea estética que entendía que la belleza no se
encuentra solo en la perfección, sino que los objetos más humildes, sencillos o
incluso defectuosos también pueden provocar en un observador atento y sensible una profunda sensación de placer.
Habían nacido dos conceptos que han sido durante siglos y continúan siéndolo objeto de estudio por sesudos académicos. Me refiero a los términos wabi y sabi, muchas veces considerados un todo indisociable.
Yo lo voy a dejar ahí para no entrar en un terreno muy resbaladizo y que en las últimas décadas se ha frivolizado bastante. Los interesados pueden recurrir a dos textos clásicos: Tanizaki Jun’ichirō: El elogio de la sombra y Leonard Koren: Wabi-sabi para artistas, diseñadores y filósofos.
Contenedor de agua (mizusashi) llamado yaburebukuro, 21,60 cm, hornos de Iga, principio s. XVII. Museo Gotō, Tokio. |
La foto anterior es de una vasija procedente de los hornos de Iga, que fue muy apreciada por Furuta Oribe precisamente por sus grietas. De Furuta Oribe hablaré dentro de unos meses en el artículo XXIV de esta serie, cuando lo haga de la cerámica en la ceremonia de té.
En esa pieza podemos ver materializada la belleza de lo imperfecto o incluso de lo roto, esa a la que Takeno decía que había que valorar y saber apreciar. Seguramente, muchos pensarán que esa vasija no tiene interés alguno, que su deformidad, rugosidades y hendiduras parecen ser el resultado de un alfarero inexperto o de un principiante. Si es así, solo puedo decirles que todavía no han "captado" el carácter más profundo del gusto japonés.
Eso requiere tiempo, pero estoy convencido que cualquiera aprecie algún aspecto de la cultura nipona antigua o moderna, ya sea el cine, el anime, el manga, la literatura, la pintura, la gastronomía o lo que sea, con los años llegará a valorar piezas como esta.
Siempre he pensado que cerámicas parecidas, con sus irregularidades y grietas podrían pasar por objetos creados por un artista moderno cercano al informalismo o al arte matérico de la segunda mitad del siglo XX. Pero me estoy avanzando a lo que trataré específicamente en otros artículos.
Para concluir ya esta entrada y resumiendo mucho, podría decir que con Takeno Jōō nació el concepto de wabi chanoyu que apenas había germinado con Murata Jōō. El wabi chanoyu podía entenderse como el rechazo de los perfectos y hermosos utensilios chinos y todo lo que les rodeaba para descubrir la belleza en los más sencillos y humildes objetos, una idea que muy pronto se extendió a todo lo que conformaba el mundo del té.
Completaré este apartado dedicado a los primeros maestros de té del Japón clásico cuando hable del último de ellos en el siguiente artículo.