Páginas

martes, 11 de enero de 2022

Japón y el mundo del té, XV

La ceremonia de té en Japón. El zen, 1

Con el anterior artículo cerramos el apartado de esta serie consagrado a los utensilios empleados en una ceremonia de té, y hoy iniciamos el dedicado a las relaciones entre el chadō, el arte japonés y el budismo zen.

La escuela budista zen ejerció una notable influencia en muchas manifestaciones artísticas o culturales de Japón. Los jardines secos o kare sansui, la caligrafía o shodō, el arreglo floral o kadō¸ todos debían mucho a los monjes zen, no pocos de ellos verdaderos maestros en esas especialidades. Al igual que en todas esas actividades, las congregaciones zen también desempeñaron un importante papel en la vía del té, el chadō.

Fusión de artes

En la ceremonia de té se superaba la clásica compartimentación entre disciplinas al fusionar en su entorno jardinería, arquitectura, caligrafía o pintura, arreglo floral y otras que veremos en sucesivos artículos. Por ese motivo se habla del “mundo del té” o del “universo del té”. 

Si se me permite la licencia, parafraseando la expresión wagneriana Gesamkuntswerk (obra de arte total), podríamos definir el rito del té como un verdadero Gesamkuntswelt (mundo de arte total). 

Este artículo será una especie de sinopsis de los temas que iré tratando las próximas semanas, todos ellos muy relacionados con el estilo de vida que predicaban los monjes budistas de la escuela zen.

Habitación de té (chashitsu), moderna pero de estilo clásico, con los utensilios y el tokonoma preparados. 
Foto: Wikimedia Commons.

Jardín de té

Para inducir el ambiente adecuado en una ceremonia de té clásica es casi imprescindible un pequeño jardín creado a partir de unos presupuestos muy diferentes de los empleados en los jardines, digamos, convencionales. En un próximo artículo hablaré más extensamente del jardín de té y la influencia que ha ejercido en el diseño de todo tipo de parques y jardines japoneses.

Hasta que publique esa entrada y como adelanto, inserto una fotografía en la que se aprecia el ambiente aislado, la ausencia de floraciones estridentes o el predominio de vegetación de hoja perenne, rasgos todos ellos que generan una atmósfera que predispone al alejamiento del mundo exterior como primer paso para asistir a una ceremonia de té.

Jardín de té en la escuela Omote Senke, Kioto. 
Foto en Preston L. Houser y Mizuno Katsuhiko: Invitation to Tea Gardens. 
Kyoto’s Culture Enclosed. Kioto: Suiko Books, 1992.

Casa de té

El proyecto de una casa o cabaña de té debe ajustarse a unos criterios muy específicos tanto exterior como interiormente. Es decir, el acabado de sus muros, techos y suelos también tienen que amoldarse a esos planteamientos. 

Aunque este tema lo trataré en otro artículo, inserto la siguiente foto de una cabaña de té que representa muy bien todas esas características que concretaré dentro de unas semanas. 

La casa de té Ihō-an atribuida a Kobori Enshū, Kōdai-ji, Kioto. Foto: Wikimedia Commons.

La reducida dimensión de la humilde choza que vemos en la fotografía anterior no ha impedido utilizar una enorme variedad de formas y relaciones entre todos sus elementos, es decir, las ventanas, los pilares, los faldones de la cubierta, etcétera. Su sencillez es engañosa, pues para conseguir esa apariencia ha sido necesario elegir cada uno de ellos concienzudamente para evitar la monotonía y “simpleza”, que no sencillez.

Caligrafía y arreglo floral

Una vez se accede al interior de una cabaña de té, además de su propia arquitectura, hay dos elementos imprescindibles que, después de los propios objetos empleados para la elaboración de la infusión, reflejan las intenciones del anfitrión y sitúan la época del año. Me refiero a una caligrafía o pintura y a un arreglo floral. 

La caligrafía y el ikebana son verdaderos reinos del gesto. La energía que fluye de la mano de un calígrafo, o de quien pinta un paisaje con tinta china, parte de una postura y respiración adecuadas que permiten que el trazo del ideograma fluya libremente. Del mismo modo, quien crea un arreglo floral busca una concentración que le permita dibujar con las ramas delicados y precisos diseños en el aire.

No se crea que estos comentarios son mera "literatura" o elucubración mía. Quien haya utilizado alguna vez un lápiz o pincel para dibujar cualquier cosa, por ejemplo, un árbol, una flor, una pieza de fruta, conoce la necesidad de esa concentración previa que con la práctica se convierte en un automatismo casi inconsciente, pero tan imprescindible como el respirar. 

Salvando las distancias, esa meditación o reflexión, como queramos llamarla, es similar a la de un atleta cuando debe franquear un listón colocado a una altura respetable. Antes de realizar su salto (un acto tan breve como dibujar un sinograma), precisa fijar en su mente los movimientos que debe realizar, y, por supuesto, respirar adecuadamente antes de ponerse en movimiento.    

La ilustración de la derecha es de una obra de Ryōnen Gensō (1646-1711), una monja zen que consiguió que se le diera permiso para estudiar caligrafía con un maestro en un templo solo de hombres. Su caligrafía alude a la trascendencia de quien alcanza la iluminación y dice algo así: “El espíritu de un cuerpo iluminado no tiene nada”

Los datos de esa obra son estos: Ryōnen Gensō: caligrafía, tinta sobre papel, 110x25 cm, s. XVIII. Colección Gubutsu-an. Foto en Stephen Addis y John Daido Loori: The Zen Art Book. The Art of Enlighteenment. Boston: Shambala, 2009.

Ese aforismo de Ryōnen recuerda aquel de Sen no Rikyū que mencioné en una entrada anterior y en el que también aparecía la palabra "nada":

Hervir el agua, 
batir el té, 
beberlo y nada más.

Con ese vocablo se pretende restar importancia al trabajo de depuración y destilación extremas que se lleva a cabo en cualquier actividad creativa, ya sea preparar el té, a lo que se refería Sen no Rikyū, diseñar un jardín, proyectar una cabaña de té, crear un arreglo floral o dibujar una caligrafía o paisaje. Una concepción o planteamiento vital, muy característico del zen, que ha impregnado todas las artes niponas.

Igual que en la caligrafía, la composición de un arreglo floral refleja el estado anímico de la persona que lo ha creado. Su, en apariencia, modesto trabajo logra convertir una humilde rama o flor en una verdadera caligrafía tridimensional que nos explica con un lenguaje propio su visión de la naturaleza, nuestro entorno. Resulta evidente que en ambos casos los vacíos desempeñan un papel de primer orden, 

Los arreglos florares empleados en una ceremonia de té se denominan chabana y junto con la caligrafía o pintura son los elementos que reciben más atención de los invitados. Una de sus características, sin entrar en aspectos técnicos, es su simplicidad, otro de los principios básicos del mundo del té, y del zen.

Una humilde flor de hibisco 
en un recipiente de bambú colgado de un pilar. 
Foto: Wikimedia Commons.

El Tokonoma

El sumi-e, sea una caligrafía o un paisaje, y el arreglo floral tienen su lugar en el tokonoma, verdadero altar donde también puede exponerse un tercer elemento como una cerámica o un contenedor de incienso. En la fotografía siguiente, se han colocado en el tokonoma un aforismo y un sencillo arreglo floral.

Tokonoma en la Santoku-an, Tokio. 
Invierno: una camelia blanca en un contenedor de bambú de Sen no Rikyū 
y un aforismo del eremita Ling-shih Ju-chih de la dinastía Yuan. 
Foto en Sen’ō Tanaka y Sendō Tanaka: The Tea Ceremony. Tokio: Kodansha, 2000.


Como todavía quedan muchas cosas en el tintero que me gustaría comentar, creo que es mejor dejar para el siguiente artículo el seguir hablando de las relaciones del zen con la ceremonia de té.