El anterior artículo fue el
décimo primero consagrado al teatro japonés underground.
En nueve de ellos hablé del cuarteto de directores formado por Terayama Shūji,
Suzuki Tadashi, Kara Jūrō y Ōta Shōgo, artistas que no pueden faltar cuando se
habla del teatro japonés de vanguardia de las décadas de los sesenta y setenta.
Pero no fueron ellos los únicos que contribuyeron a crear el especial ambiente que se
respiraba en esa época.
Durante esos años, el entusiasmo de los jóvenes artistas era
enorme y la situación social en Japón muy estimulante. Las nuevas ideas y los
cuestionamientos de todo tipo afloraban por doquier, en arte, en cultura, en lo
social, en lo político.
A partir de mediados de los cincuenta, los movimientos pop
irrumpieron en todo el planeta y Japón no fue una excepción. En cada una de sus
artes nacían movimientos vanguardistas. Obviamente, el mundo del teatro no se
quedaba atrás, como hemos visto. La efervescencia cultural era enorme.
David G. Googman, seguramente el especialista occidental en
teatro moderno japonés más reconocido, dijo que, en Japón, las compañías de los
años sesenta tenían tres características. La primera era el uso de
espacios alternativos. Se rechazaban las salas de teatro convencionales y se prefería
recurrir a pequeños locales, carpas, cafés o incluso a la calle para hacer sus
representaciones. La segunda consistía en el aspecto multidimensional de sus
montajes. Se huía de la interpretación realista unidireccional típica del
teatro europeo desde Chéjov a Miller y se optaba por la opción visual de un
desarrollo dramático poético similar al del kabuki.
Finalmente, se negaba el predominio del humanismo universalista para
reivindicar la diferencia cultural frente a la trivialización de las culturas que
no fuesen la occidental.
Pero dejándome de generalidades, voy a mencionar otros directores
y compañías, además de los ya mencionados, que desarrollaron su actividad durante
esos años.
La Compañía de la Carpa
Negra o Kokushoku Tento
Satō Makoto (1957-2007) fue uno de los fundadores, en 1968,
de la compañía Centro de Teatro 68 (Engeki Sentā), en realidad una fusión de
tres troupes ya existentes. En 1970, inspirado por la idea de Kara Jūrō con su carpa roja, comenzó a ofrecer sus
montajes bajo un gran toldo de color negro en vez de en locales convencionales.
En ese momento se rebautizó como Centro de Teatro 68/74.
El Teatro de la Carpa Negra de Satō Makotō. Foto de la web de la compañía. |
A partir de ese momento, la compañía montó todo tipo de
espectáculos en ese singular entorno, desde teatro moderno a conciertos,
pasando por nō y kyōgen. Bajo su gran carpa, no tenía la hipoteca de un escenario
convencional y disfrutaba de una independencia de gestión total. En 1990, la
compañía adoptó el nombre de Kokushoku Tento o Kuro Tento, conocido como Teatro
de la Carpa Negra, todavía hoy en activo.
El Grupo de Teatro de
Tokio o Tōkyō Engeki Ansanburu
Otra de esas compañías fue el Tōkyō Engeki Ansanburu (Grupo
de Teatro de Tokio), creada en 1954 y que desde 1990 realiza periódicamente giras por América,
Europa y Asia. La fotografía siguiente muestra un montaje de Perdidos bajo una lluvia de flores de cerezo,
primera obra que ofreció en Nueva York en 1990, al año siguiente en Seúl y
posteriormente en Europa en 1999 y 2005. Su puesta en escena posee una
enorme fuerza visual, a la que contribuye un exuberante vestuario y una
coreografía inspirados en el kabuki.
El crítico Nigel Cliff del Times dijo del estreno en Londres: “Y el fuerte
contraste entre belleza y crueldad estalla brillantemente en un amenazador pero
hermoso conjunto…”
Perdidos bajo una lluvia de flores de cerezo, dirigida por Tsuneyosho Hirowatari (1927-2006), montaje en Londres, 1999. Foto de la web de la compañía. |
Inserto un vídeo que se encuentra en You Tube de extractos
de esa producción vista en el Festival Internacional de Sibiu, Rumanía, en 2013.
A pesar de que no incluye los diálogos en japonés, que se han sustituido por un
fondo musical, sus escasos dos minutos de duración permiten intuir la
vistosidad de su montaje.
Otras compañías
Es materialmente imposible mencionar las innumerables
compañías alternativas de teatro que aparecieron en Japón en los años sesenta. Unas tuvieron una corta vida,
como la Gekidan Kumo o Compañía de la Nube, que estuvo activa de 1963 a 1975. Otras siguen presentando sus montajes hoy día, como la Gekidan Subaru o
Compañía de las Pléyades, la Seinen Gekijō o Teatro de la Juventud, o el Jiyū Gekijō
o Teatro de la Libertad (no confundir con el del mismo nombre creado en 1909 y
que comenté en uno de los primeros artículos de
esta serie).
A modo de conclusión…
provisional
La generación de artistas del teatro japonés que se dieron a
conocer en los años sesenta y setenta del siglo pasado, que he querido representar en mis
artículos sobre Terayama, Suzuki, Kara y Ōta, fueron mucho más allá de la
modernidad que representaba el shingeki,
con su búsqueda del realismo y su mundo separado del nuestro por la “cuarta
pared”. Su insistencia en aproximarse al espectador, no pocas veces de forma provocadora
o incluso violenta, se apoyó en la configuración de los espacios donde ofrecían
sus trabajos. Podían ser minúsculas salas, de ahí su nombre de shōgekijō, en las que el público se
mezclaba con los actores, como hizo Ōta. O bien carpas similares a las de los
circos, como hacía Terayama.
Otra de las características del angura, o underground
japonés, fue el valor otorgado al cuerpo del actor como elemento fundamental de
la expresión dramática sobre el escenario. Vimos que en el caso de Ōta
Shōgo, lo físico desplazó a lo verbal, el cuerpo a las palabras. Como
consecuencia de todo ello, el espectador ya no era un simple asistente cómodamente
sentado en su butaca que veía suceder los hechos en otro mundo que no era el
suyo y del que le separaba la infranqueable cuarta pared. A partir de los
sesenta, el público debía de tener una actitud intelectualmente activa, incluso,
en algunos casos, físicamente participativa.
Pero a finales de la década de los setenta del siglo XX, la
producción de esos artistas y otros de su misma generación empezaba a mostrar cierta debilidad frente a otras propuestas que daban una vuelta de tuerca
más a las formas de expresión teatral. Se estaba entrando en una nueva década
de los milagros, la de los ochenta, y en la del desencanto, la de los noventa. El
final del milenio se veía ya muy cerca.
Creo que esta serie ha sido bastante larga, veintiséis
artículos publicados cada quince días representa algo más de un año. Creo que ya
debo cambiar de “menú” y hablar de otro arte visual. En la variedad
está el gusto y hay mucho tiempo por delante para tomar el “testigo” y
continuar el camino del teatro japonés contemporáneo.
En otro momento, tendré que hablar del butō, tan de moda últimamente en Occidente y, por qué no, también
del Takarazuka, esas producciones de obras musicales interpretadas únicamente
por actrices, o de las modernísimas versiones japonesas de grandes clásicos
europeos.
Así pues, adelanto que dentro de quince días iniciaré otra larga serie sobre un tema que todavía no he tratado en este blog: el diseño moderno japonés, una especialidad en la que los creadores de Japón han demostrado su excelente nivel y, sobre todo, su característico enfoque y manera de hacer.
Así pues, adelanto que dentro de quince días iniciaré otra larga serie sobre un tema que todavía no he tratado en este blog: el diseño moderno japonés, una especialidad en la que los creadores de Japón han demostrado su excelente nivel y, sobre todo, su característico enfoque y manera de hacer.
¿Estas interesado en el teatro japonés?, pues busca mi libro El teatro japonés y las artes plásticas. En él hablo de mucho más que de teatro. Leyéndolo descubrirás el trasfondo cultural que existe detrás de todas las artes del Japón tradicional.