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martes, 21 de septiembre de 2021

Japón y el mundo del té, VIII

La ceremonia de té en Japón. Las reglas de la chanoyu

En el anterior artículo comenté la problemática de la traducción que solemos utilizar en Occidente para el término chanoyu, pero en el de hoy entraremos ya en el propio acto de ofrecer “agua caliente de té” a unos invitados.

Tanto Sen no Rikyū como las tres escuelas que fundaron sus descendientes, la Urasenke, la Omotesenke y la Mushakōjisenke, buscaban alcanzar la perfección en algo tan simple como degustar una infusión de hierbas y tomar un pastelito o frugal colación. Al fin y al cabo, de eso trata la ceremonia de té.

      Los siete principios que deben regir en la ceremonia de té según Sen no Rikyū. 
Foto: página web de la escuela Urasenke.

Las reglas de la vía del té

Alrededor de Sen no Rikyū existen muchas anécdotas que han llegado hasta nuestros días en versiones ligeramente diferentes. Una de ellas relata que, en cierto momento, alguien preguntó al maestro si le podía explicar en qué consistía una ceremonia de té, qué implicaba o incluso cuales eran sus secretos. Él contestó que había siete reglas:

1.- preparar el té de forma satisfactoria.
2.- colocar el carbón de manera que el agua hierva correctamente.
3,- crear la sensación de frescor en verano y calidez en invierno.
4.- arreglar las flores como en si estuvieran en la naturaleza.
5.- preparar todo con antelación.
6.- disponer de una sombrilla por si llueve.
7.- tener la máxima consideración para con los invitados.

Ciertamente, no puede decirse que esas reglas parezcan complicadas o rebuscadas, sino todo lo contrario. A eso me refería cuando reiteradas veces he comentado la sencillez que rodea al mundo del té. 

Preparando el té. Foto de la web del hotel The Westin Miyako, Kioto.

En la fotografía anterior vemos la preparación de un bol de té acompañado de unos pasteles en la casa de té del hotel Westin Miyako de Kioto, un establecimiento cuyas instalaciones y habitaciones de estilo occidental no tienen nada que envidiar a otros de gran lujo del resto del planeta. Sin embargo, su confortable mobiliario, sus mullidos sofás, sus confortables camas, así como todos los detalles decorativos de sus instalaciones desaparecen como por arte de magia en su delicada casa de té, un lugar de una exquisita pero sobria elegancia.

Pero volvamos a donde estábamos. En cierto momento, Sen no Rikyū decidió que la elaboración de la infusión, que hasta entonces se realizaba en una sala independiente de la estancia donde se ofrecía el té, tenía que realizarse a la vista de los invitados como parte del protocolo. Con ese planteamiento, la preparación del té se convirtió en una verdadera coreografía de gestos ordenada y meticulosamente ejecutados por el anfitrión ante sus invitados.

Limpiar el cuenco con agua y luego verterla en un recipiente específico; secarlo con un paño que después de usarlo se debía doblar meticulosamente; escuchar el borboteo del agua hirviendo; limpiar el contenedor del té antes de colocar la cantidad adecuada en el bol; añadir el agua; batir la mezcla con precisos movimientos, diferentes según la escuela. Todos esos actos y otros muchos conformaban una verdadera sinfonía gestual que se ejecutaba ante el silencioso y concentrado invitado.

Pero esa coreográfica no acababa ahí, sino que continuaba a partir del momento en que el anfitrión entregaba al convidado, realizando unos preceptivos giros, el cuenco con la infusión verde.

 A pesar de ese estricto protocolo gestual, en mi modesta opinión, la ceremonia de té consiste simplemente en ofrecer a uno o más invitados un bol de té acompañado de un pastelito. Ahí ya se encuentra uno de los rasgos más recurrentes en toda la cultura y arte de Japón: llevar la sencillez a las más altas cotas de belleza, y no tengo ningún rubor en emplear la palabra belleza. ¿Qué sería de nuestro mundo sin esa idea? Por supuesto, cada persona ve la belleza de manera diferente. El mismo Sen no Rikyū dijo que todo ese protocolo se resumía en:

Hervir el agua, 
batir el té, 
beberlo y nada más.

Es decir, una ceremonia de té podría definirse como el arte de recibir invitados solo ofreciéndoles una infusión y un pastelito, nada más. A partir de ese momento, podemos ir depurando esa manera de ejecutar tal acto hasta llegar a lo que es hoy un verdadero rito, y lo de rito me parece adecuado por la concentración que tanto anfitrión como invitados mantienen en todo momento.

Pero ojo, todo ese protocolo y cuidado que adopta el anfitrión debe ser correspondido por parte del convidado, quien debe vestirse adecuadamente, moverse con pausa, sentarse con discreción y, sobre todo, olvidarse del mundo exterior. 

Sin embargo, esa etiqueta ortodoxa no debe asustar al lego, pues precisamente al invitarle solo se pretende que disfrute de forma relajada de ese momento especial. 

Ceremonia de té en la residencia del embajador de Japón en Washington, 12 de noviembre de 2013. 
Sentados de izquierda a derecha: el embajador Sasae Ken’ichirō, Caroline Kennedy y su esposo Dr. Edwin Schlossberg. Foto: cortesía de la Embajada de Japón en Washington, Wikimedia Commons.


La fotografía anterior refleja muy bien que una ceremonia de té no debe incomodar a los asistentes obligándoles a adoptar una postura a la que no están habituados. En este caso vemos que están sentados en un taburete delante de una mesita, es decir, se eligió el protocolo pensado para occidentales y denominado ryūtei, del que ya hablé en esta entrada

Dado que no deseo hacer demasiado largos estos artículos, dejo para otro día el concretar algo más cómo debería ser el comportamiento de un occidental en ese entorno. Pero antes, dentro de dos semanas veremos unos vídeos de dos ceremonias de té.