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martes, 20 de octubre de 2020

Arquitectura del albergue tradicional japonés, el ryokan, IV

En el anterior artículo intenté responder a un par de preguntas: si existe el ryokan moderno y qué es el estilo japonés en arquitectura, cuestiones ambas difíciles de contestar sin que queden dudas, pero que las dejo ahí para abrir otro flanco, el de los orígenes del ryokan.

La historia de los ryokan refleja la evolución de la arquitectura residencial japonesa durante los últimos cinco siglos, tanto en lo que se refiere a las tipologías como a la configuración de las estancias. Asimismo, en los ryokan también queda plasmada la forma de vida del pueblo nipón a lo largo de ese lapso. Como ejemplo, baste citar la manera de sentarse, un acto que define gran parte de las relaciones ergonómicas entre el cuerpo humano y los elementos arquitectónicos.

La altura del punto de vista en Japón
Toda la configuración de la arquitectura tradicional japonesa se basa en la altura del punto de vista de una persona cuando se sienta en el tatami, el cual resulta estar unos 45 cm más bajo que si lo hace en una silla. 

Si nos fijamos, muchas fotografías de interiores japoneses hechas por occidentales no conocedores de eso, resultan incoherentes porque desbaratan las relaciones entre los diferentes elementos arquitectónicos, estudiadas precisamente a partir de la altura de los ojos respecto al suelo. 

Mujer sentada al modo seiza. Foto de fuente desconocida.

Voy a dar solo tres ejemplos. Primero, la vista de un jardín desde el interior de un edificio se estudia para encuadrarlo desde esa posición sentada en el suelo, que en japonés se llama seiza y vemos en la fotografía anterior; por cierto, tomada desde el punto de vista adecuado: algo más bajo que los hombros de esa mujer. Esa misma relación entre el objetivo de la cámara y el cuerpo humano es la que suele mantenerse en Occidente cuando se hace el retrato de una persona de pie. 

Segundo ejemplo. La altura a la que se cuelga una pintura en el tokonoma también se elije teniendo en cuenta que se debe contemplar estando sentado en el tatami

Y tercero, los tiradores de las puertas correderas se colocan a la altura adecuada para cuando se está arrodillado, no de pie. Por ese motivo, los occidentales los encontramos muy bajos en relación a los tiradores de las puertas batientes.

Y se podía seguir dando ejemplos de la configuración arquitectónica y del diseño del mobiliario condicionados por esa manera de sentarse en el tatami. Las dos fotos siguientes ilustran un poco este tema.

Interior de la casa Ōhashi en Kurashiki. Foto: J. Vives.

En la foto anterior, realizada estando de pie, se aprecia que la altura del punto de vista adoptado queda demasiado cerca de los dinteles de las puertas. Parece hecha por un “gigante” o que se trata de un espacio muy pequeño y desproporcionado respecto a la escala humana, cosa que no es cierta.

En cambio, en la siguiente todo resulta más proporcionado. Los dinteles de las correderas ya no quedan demasiado cerca del punto de vista adoptado, que en este caso se encuentra a unos 85 cm del suelo, es decir, como si se estuviera sentado en el tatami. Curiosamente, la caligrafía colgada en el tokonoma de la sala está un poco demasiado alta, quizás porque en el momento de hacer la foto aún no se había colocado en su base algún arreglo floral u otro objeto.

Interior de Kennin-ji, Kioto. Foto: J. Vives.

Otro hábito japonés que, por la manera en que se realiza, condiciona la construcción del espacio al que se consagra, es el del baño, una de las tradiciones más apreciadas por la sociedad nipona que ha generado, y sigue haciéndolo, gran parte del flujo turístico interior hacia zonas balnearias. La fotografía siguiente es de uno de los edificios de baños públicos más antiguos de Japón.

El Hoshi no yu del ryokan Hoshi Onsen Chōjukan en Minakami, prefectura de Gunma.
Foto de la web del ryokan.

Dado que en los baños públicos de Japón, igual que en los privados de casi todas las viviendas del país aunque sean modernas, el acto de ducharse antes de sumergirse en la pileta o bañera de agua caliente no se realiza de pie, sino sentado en un taburete de unos treinta centímetros, el punto de vista de los usuarios en esos locales sigue siendo muy bajo, algo que se tiene muy presente cuando la sala de baño puede tener vistas a un espacio ajardinado. 

En tal caso, que se también se da en algunas habitaciones de las viviendas, ese paisaje suele enmarcarse con un ventanal bajo cuyo dintel lo oculta en parte para, si es necesario, impedir ser visto desde el exterior y proporcionar la necesaria privacidad.

Un ejemplo de cómo esa costumbre de sentarse en el suelo ha influido en la situación y forma de las aberturas en la arquitectura japonesa lo vemos en la siguiente fotografía. La ventana de esa sala no tiene antepecho y su dintel muestra un descuelgue enorme. Con esa forma, por un lado, permite contemplar el exterior y, por otro, evita que desde fuera se pueda ver el interior. 

Uno de los comedores privados del Otaru Ryotei Kuramure. Foto de la web del ryokan.

Una vez más me he ido por las ramas, pido disculpas y empiezo ya el tema que prometí: la historia de los albergues en Japón.

Los antecedentes del ryokan
La tradición viajera en Japón se remonta hasta principios del periodo Nara (710-794), cuando durante la propagación del budismo por todo el país se estableció una red de templos cuya sede central era el monasterio de Tōdai-ji en la ciudad de Nara.

Con anterioridad a esa fecha, los japoneses apenas se desplazaban. Sin embargo, a medida que aparecían nuevas congregaciones budistas en diferentes regiones, iban produciéndose las primeras peregrinaciones a los lugares donde se asentaban. 

En el periodo siguiente, el Heian (794-1185), el visitar templos budistas y santuarios sintoístas se convirtió en una práctica habitual, primero entre la aristocracia y, algo más tarde, entre el resto de la población. 

Un peregrino. Foto: Tanabe City Kumano Tourist Bureau.

No obstante, en esos comienzos, los desplazamientos no resultaban fáciles por cuanto, en muchos casos, los romeros debían atravesar zonas deshabitadas e incluso dormir a cielo abierto. Por ese motivo y para facilitar sus traslados, a veces de varias jornadas, los grandes monasterios decidieron levantar a lo largo de los caminos pequeñas posadas en las que se ofrecía cobijo nocturno y una frugal pitanza a los peregrinos. Ese tipo de albergue monacal, denominado shukubō, se ha mantenido hasta nuestros días y fue el precedente de los ryokan.

Los viajes de los señores feudales
Cuando Japón entró en la época de paz que representó el periodo Edo (1603-1868), se produjo un progresivo aumento del número de desplazamientos por todo el país. En primer lugar, los grandes señores que gobernaban feudos alejados de la antigua Tokio estaban obligados a permanecer largos periodos en esa ciudad, era el llamado sankin kōtai. En consecuencia, las enormes comitivas que los acompañaban en sus traslados no solo necesitaban aposentos donde sus lacayos y asistentes pudieran pasar las noches, sino también servicios adecuados para las carretas, palanquines y animales. 

Kiyomitsu Kyōsai: Escenas de la recepción de daimyō en el castillo de Edo, biombo de ocho paneles, 1847. 
Museo Nacional de Historia Japonesa en Sakura, prefectura de Chiba. Foto Wikimedia Commons.

La anterior ilustración refleja la llegada al castillo de Edo de los señores feudales para ser recibidos por el shōgun, mientras que la siguiente muestra una de esas comitivas recorriendo el camino del Tōkaidō que les llevaba a la antigua Tokio.

Utagawa Hiroshige: Fujikawa, de la serie Las 53 estaciones del Tōkaidō, serigrafía, 37x25 cm, c. 1850. 
Foto: Wikimedia Commons.

Fue así como nacieron, unos albergues (llamados honjin) que ofrecían el lujo y esplendor adecuados para los huéspedes de alto rango que pertenecían a uno de estos tres grupos: señores feudales (los daimyō), samurai que servían al shōgun (denominados hatamoto) y monjes de linaje imperial (los monzeki). Ese tipo de establecimientos eran los únicos a los que se permitía dar aposento a semejantes personajes, y solo a ellos. 

El honjin de Ōhara-shuku, Mimasaka, prefectura de Okayama. Foto: Wikimedia Commons.

Sus edificios poseían todos los elementos que definían el estilo shoin de arquitectura, del que hace años publiqué un artículo en este blog. El primero de ellos era el genkan de acceso, una especie de zaguán donde el cliente podía bajar de su carruaje y acceder al interior de madera o tatami sin tocar con su pies el terreno, todo un acto lleno de simbolismo.

Pero lo que confería su alto estatus al albergue eran las estancias donde se hospedaban sus ilustres huéspedes, siempre dispuestas con todo lo que exigía su clientela y equipadas con los imprescindibles tokonoma (hornacina ornamental), chigaidana  (estantes escalonados) y tsukeshoin (repisa escritorio). Todos esos elementos siguen manteniéndose en los ryokan actuales que buscan conservar o recrear la atmósfera de tiempos pasados. En algunos casos, las mejores salas también disponían de un rincón a modo de estudio, denominado jōdan no ma, cuyos tatami estaban algo más elevados que el resto de la habitación.

En la fotografía siguiente se aprecian los dos temas que comenté más arriba. El objetivo de la cámara se situó a la altura correcta y la pintura se colgó en el tokonoma teniendo en cuenta que debe contemplarse estando sentado en el tatami

Chigaidana a la izquierda, tokonoma en el centro y tsukeshoin a la derecha delante del ventanal.
 Casa Takagi, Kashihara, prefectura de Nara. Foto: Wikimedia Commons.

La estricta política tokugawa de la época estipulaba un tipo de posada para cada estrato social y así, por debajo del alto nivel de los honjin, se concedían licencias a los waki-honjin y a los hatago o hatagoya, nombres de unos establecimientos similares pero destinados a los samurai de rango medio o inferior y a sus sirvientes, respectivamente. A diferencia de los honjin, cuando había aposentos libres, a esos albergues les era permitido hospedar otras clases sociales con suficiente poder económico.

En el próximo artículo hablaré de la siguiente fase en la historia de los albergues japoneses, cuando el pueblo llano comenzó a viajar por el país.

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