martes, 3 de noviembre de 2020

Arquitectura del albergue tradicional japonés, el ryokan, V

En el anterior artículo dejamos la historia de los albergues en Japón en el momento en que se dedicaban a hospedar únicamente a los grandes señores feudales y samurai, y hoy veremos cómo se empezaron a abrir establecimientos para las otras clases sociales. 

Los viajes del pueblo llano
A lo largo del periodo Edo (1603-1868), además de aquellos señores y peregrinos de elevado estatus que mencioné hace unas semanas, comenzaron a surgir otros tipos de viajeros. Eran los comerciantes, los artesanos ambulantes o los que solo deseaban visitar las innumerables zonas balnearias repartidas por todo el país o ciertos lugares célebres por su paisaje, por la floración del cerezo en primavera o por el espectáculo de las hojas rojizas de los arces en otoño. Para todos ellos se creó un hospedaje adecuado a su nivel social que se denominó kichin y que obviamente estaba muy por debajo del de los señores feudales y samurai

La siguiente ilustración es de las populares rocas de Futamigaura, situadas muy cerca de Ise, población donde se encuentra el gran santuario de Ise-jingū, uno de los más visitados del país.

Utagawa Hiroshige II: Ise Futamigaura de la serie Cien vistas famosas de varias 
provincias, xilografía, 37x26 cm, 1859. Foto: Wikimedia Commons.

En un principio, ni los honjin, para las clases altas, ni los kichin, para el pueblo llano, ofrecían refrigerio o colación alguna a sus huéspedes, por lo que estos se veían forzados a desplazarse al centro de la población más cercana para comer y entretenerse. Con el tiempo, esto último provocó que los gobiernos de los Tokugawa decidieran poner freno a los excesos de ciertos viajeros e impedir los altercados que producían otros en sus diversiones.

La medida que se ideó para evitar los desórdenes callejeros fue obligar a que las posadas suministraran cena y desayuno a quienes pernoctaran en ellas. De esa forma se evitaba que salieran de sus establecimientos y provocaran disturbios. Ese fue el origen de que, todavía hoy, los ryokan ofrezcan cena y desayuno a sus clientes.

La siguiente ilustración es de un grabado que retrata una escena delante de una posada. En su genkan, un cliente se lava los pies antes de acceder al interior de tatami. En la calle, dos mujeres intentan convencer a un hombre, casi arrastrándole a la fuerza, para que entre en el albergue. 

Utagawa Hiroshige: Goyu, Tabibito Ryujo, grabado, 24x36 cm, c. 1834. 
Foto: Metropolitan Museum of Art, Nueva York. 

La modernización del periodo Meiji
Cuando en el periodo Meiji (1868-1912) Japón abrió sus fronteras e inició su vertiginosa fase modernizadora, muchos de los antiguos señores feudales vieron como perdían gran parte de su poder. En consecuencia, los ryokan que hasta entonces estaban reservados solo para ellos abrieron sus puertas a los samurai reconvertidos en burócratas y a los recién enriquecidos comerciantes, mientras que el resto de las posadas se dedicaban al pueblo llano.

Con la creciente modernización, las líneas férreas que poco a poco se iban implantando por el país permitieron acortar la duración de los desplazamientos y facilitar el acceso a las zonas más alejadas de los principales núcleos urbanos. De esa forma, lugares conocidos por sus aguas geotermales o sus paisajes, y que hasta entonces solo visitaban los vecinos de sus alrededores, empezaron a verse frecuentados por un creciente flujo de viajeros. En consecuencia, las flamantes estaciones de tren se convirtieron en potentes focos de atracción que propiciaron que a su alrededor surgiesen toda clase de negocios, incluidos numerosos ryokan.

Utagawa Hiroshige III: El tren entre Tokio y Yokohama, grabado, 36x72 cm, c. 1875. 
Foto: Museo de Bellas Artes de Boston. 

Los siglos XX y XXI
A partir de finales de los años cincuenta del siglo XX, el acelerado desarrollo económico y ferroviario japonés facilitó enormemente los desplazamientos a lugares históricos, zonas termales o paisajes famosos. Dada la relación de esos viajes con las ancestrales tradiciones de Japón, el alojarse en un establecimiento en el que se pudieran experimentar sensaciones parecidas a las de los japoneses del periodo Edo se convirtió en un complemento imprescindible a la par que una especie de autoafirmación cultural. Eso solo podía producirse en un ryokan.

Estamos ya en el siglo XXI y hospedarse en un ryokan sigue siendo una costumbre practicada por muchos japoneses cuando viajan por su país. La exquisita atención que reciben los clientes de un ryokan, una muestra más de la que se les otorga en cualquier establecimiento de Japón, es otro factor que contribuye a que la estancia sea extraordinariamente agradable. 

Baño exterior privado de una suite, con baño termal exterior privado, del ryokan Gora Kadan 
en Hakone, prefectura de Kanagawa. Foto de la web del ryokan.

No obstante, en los últimos años, la imparable masificación del turismo extranjero, tanto occidental como asiático, está poniendo a prueba esa tradicional cortesía cuando se ve enfrentada a un comportamiento del parroquiano que no encaja con el tradicional en Japón.

El desconocimiento de las normas de uso en un entorno muy distinto del cotidiano en el que se desenvuelve el visitante puede provocar un bloqueo ante la incapacidad de respuesta a una situación imprevista y, en el peor de los casos, una conducta improcedente. Pero no es mi intención dar consejos a nadie, todo se soluciona con solo un poco de humildad y sensibilidad.

En el siguiente artículo me centraré en temas exclusivamente arquitectónicos. Eso será dentro de quince días.

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