jueves, 24 de octubre de 2019

Extracto de "Arquitectura tradicional de Japón"

Arquitectura tradicional de Japón
Ofrezco a continuación un extracto de mi libro Arquitectura tradicional de Japón, publicado por Satori Ediciones este mes de octubre.

En sus 277 páginas y 232 fotografías se narra la historia de la arquitectura de Japón desde sus orígenes prehistóricos hasta el año 1868, cuando el país abrió definitivamente sus fronteras y emprendió la ingente tarea de absorber las técnicas constructivas y estilos occidentales.

El libro se puede comprar en cualquier librería, en la web de la editorial Satori y en Amazon.

En este blog he publicado un tres entradas con información sobre el libro, una con el índice de contenido, otra con sus datos completos y en otra se puede leer su introducción.

Puedes ver el índice y más de veinte páginas de su interior en la plataforma ISSUU si clicas en este enlace.

A continuación inserto un amplio extracto de un apartado del libro dedicado al que seguramente es el conjunto arquitectónico más célebre y paradigmático de la arquitectura de toda la historia japonesa: la Villa Imperial de Katsura en Kioto.

Extracto de Arquitectura tradicional de Japón

El estilo sukiya
En el apartado «La arquitectura de la casa de té» del capítulo dedicado al periodo Momoyama, vimos que los primeros maestros de té pusieron especial énfasis en cómo debía ser la habitación donde celebraban sus reuniones alrededor de la preciada infusión. Ahí expliqué que su ideal se alejaba mucho de los sofisticados planteamientos de las mansiones de estilo shoin de los grandes señores, quienes, curiosamente, muy pronto encontraron normal trasladarse del ambiente rebosante de lujo y magnificencia de sus residencias al modesto y rústico de las cabañas de té. No tuvo que transcurrir mucho tiempo para que las ideas propugnadas por los maestros del chadō impregnaran el clásico shoin. Esa fusión de los más elegantes patrones shoin con las ideas procedentes de la austera ceremonia dio origen al denominado estilo sukiya. Como modelo indiscutible de ese nuevo enfoque debe mencionarse la villa imperial de Katsura en Kioto.

Katsura rikyū
No se puede hablar de la arquitectura residencial japonesa del periodo Edo sin hacerlo de la villa imperial de Katsura en Kioto, en japonés Katsura rikyū, sin duda el más paradigmático modelo de lo que se entiende como estilo sukiya, incluyendo en ese concepto también a su jardín. Ese término se refiere a edificios que mantienen todos los elementos y soluciones del clásico shoin pero filtrados, de manera sutil aunque profunda, por la filosofía del mundo del té.

En el capítulo anterior consagrado a la época Momoyama, expuse algunos de los planteamientos que los primeros maestros del chadō utilizaban al proyectar las estancias o cabañas donde oficiaban sus reuniones. Ahí intenté describir que todo lo que se relacionaba con el estricto protocolo de su ceremonia, debía huir de cualquier atisbo de grandilocuencia, ornamentación y boato, tanto en la forma como en el fondo. También comenté que ese enfoque, muy cercano a una filosofía vital, se encontraba en las antípodas de la tendencia que dominaba en la arquitectura de los castillos y las mansiones de los señores feudales, quienes, sin embargo, acabaron aceptando de buen grado ese nuevo mundo sobrio y sencillo como contrapunto al entorno fastuoso y solemne en el que se movían cotidianamente.

El palacio de la villa imperial de Katsura se construyó en el más puro estilo shoin, pero con una concepción inicial que tuvo muy en cuenta las ideas que procedían del mundo del té y que abogaban por la máxima contención en la ornamentación y una estricta naturalidad en los materiales. En suma, todo lo contrario de lo que hemos visto en los coetáneos Nijō y Nishi Hongan-ji. Esa idea de que el edificio y su jardín debían ser modestos y sin pretensiones, a pesar de estar destinados a usuarios imperiales, fue la responsable de que el palacio de Katsura se convirtiera en la más completa materialización de la estética desarrollada en torno a la ceremonia del té y en un verdadero compendio del arte de la integración de arquitectura y jardinería. Había nacido la primera obra maestra de estilo sukiya.

La villa imperial de Katsura se construyó en un terreno de casi siete hectáreas de superficie en el que, además de una amplia mansión, se erigieron cuatro cabañas de té con los nombres Shōkin-tei, Shōka-tei, Shōi-ken y Gepparō; dos quioscos de descanso denominados Manji-tei y Soto-koshikake, y el pequeño oratorio budista Onrin-dō, todos alrededor de su estanque. El promotor inicial de Katsura fue Hachijō Toshihito, hermano del emperador y aficionado a la literatura, un detalle que tuvo una influencia notable en la concepción de muchas zonas de su jardín y arquitectura.

Cuando falleció Toshihito, ya se había excavado el lago y levantado parte de la villa, pero los trabajos quedaron interrumpidos durante varios años. Las obras las reanudó su hijo Toshitada, quien mandó distribuir varias casas de té por el jardín y ampliar el edificio residencial que había comenzado su padre. El periodo de construcción completo se extendió de 1615 a 1663, aproximadamente. A partir de esa última fecha, están documentadas las estancias de varios emperadores que glosaron la belleza del lugar.

Durante mucho tiempo, se creyó que el encargado de la ejecución de Katsura había sido Kobori Enshū, pero hoy se sabe que no pudo ser así, pues por entonces Enshū era solo un maestro de té.[1] A lo largo de los casi cincuenta años que duraron las obras intervinieron varios jefes de carpinteros, pintores y talladores, a pesar de lo cual todos supieron trabajar supeditando su personal protagonismo al resultado global.

Los pabellones
La sencillez de los pabellones de té repartidos por el jardín de Katsura brota de la elección de los materiales empleados y de cómo se utilizaron. Muchos de sus pilares son retorcidos troncos de árboles sin descortezar, sus muros muestran la rugosa textura de su argamasa y sus techos no ocultan las cañas de bambú en las que se fija la paja de su cubierta. Es bien cierto que en estos casos no estamos hablando de una residencia, sino de una especie de cabaña casi perdida en un gran jardín y pensada para descansar contemplando el paisaje o saboreando una taza de té. Sin embargo, a pesar de ello, resulta chocante esa rusticidad, casi pobreza, en un entorno pensado para solaz de un inquilino imperial. Pero precisamente por ello, por el alto nivel social y cultural de sus promotores, fue posible crear un retiro que seguía los preceptos que aconsejaban los maestros, la mayoría de ellos monjes zen.

204.- Interior del pabellón de té Gepparō, villa imperial de Katsura, 1615-1663. Kioto.
A través de las aberturas se obtienen diferentes vistas del jardín y
de otro de los pabellones, el Shōkin-tei. Foto: Wikimedia Commons.

Esos pabellones de Katsura se distinguen de una casa de té clásica, siempre cerrada en sí misma y sin vistas, en que aprovechan el espléndido paisaje de su jardín para abrirse a él. De esa forma, se puede disfrutar de la contemplación de un idílico entorno, aislado del prosaico mundo exterior. Algo solo al alcance de unos pocos.

205.- El techo de bambú y cañizo del Gepparō, 
villa imperial de Katsura, 1615-1663. Kioto. 
Obsérvese el retorcido tronco sin descortezar empleado como pilar. 
Foto: Wikimedia Commons.

La residencia imperial
Pero toda esa sencillez y franqueza en el empleo de materiales y acabados también se perciben en los edificios que conforman la residencia de Katsura. En ella no se encuentran pilares retorcidos o sin descortezar, pero sí una magistral y refinadísima fusión de lo rústico y lo aristocrático, de lo natural y lo artificial, de lo simple y lo sofisticado. Con el estilo sukiya nació un tipo de elegancia, sobria y comedida que impregnó a todas las artes de Japón incluida la arquitectura. Su indiscutible paradigma en el campo de esta última especialidad debe buscarse en la villa imperial de Katsura.

El palacio de Katsura es el resultado de tres fases de construcción conocidas como shoin antiguo (ko-shoin), shoin medio (chū-shoin) y goten nuevo (shin-goten) y que se erigieron en ese orden. Las alas destinadas a la cocina y estancias de los sirvientes se situaron en el lado norte, separadas del resto del edificio por varios patios y porches.  

El exterior 
Los tres cuerpos de la residencia de Katsura se articulan en una planta escalonada que permite a cada estancia disfrutar de vistas del jardín, tener una óptima ventilación en verano y gozar de una buena insolación en invierno. Su pavimento está levantado respecto del terreno mediante pilares de madera para evitar las humedades. Los grandes aleros y las amplias galerías impiden que los rayos del sol penetren en su interior en pleno estío. En las fachadas predomina el color oscuro de la madera de su estructura y el blanco de los muros del nivel inferior y del papel de los paneles correderos del superior. Finalmente, la cubierta vegetal, de diferente altura, forma y orientación en cada una de las fases, se inspira en los humildes techos de paja de las construcciones rurales japonesas y en los faldones de corteza de ciprés de los santuarios sintoístas. Muchas de esas soluciones se aplicaron de una manera muy alejada de lo que aconsejaba el clásico shoin, pero con tal habilidad y discernimiento que se adaptaban de manera irreprochable a un edificio destinado a un cliente aristocrático.

206.- El edificio residencial de la villa imperial de Katsura, 1615-1663. Kioto. Foto: J. Vives.

El palacio de Katsura ha ejercido una enorme fascinación en los arquitectos occidentales del siglo XX. En algún momento, todos quedaron sorprendidos por su modernidad, una interpretación que solo era posible desde su punto de vista eurocentrista. La ventilación cruzada y el control de la insolación, eran dos de los requisitos de salubridad exigidos en Occidente a principios de la pasada centuria. Los pilares exentos del nivel inferior de Katsura recordaban los vanguardistas pilotis de Le Corbusier. Incluso sus casi monocromas fachadas parecían obras de Mondrian o de Rietveld. Pero Katsura se había construido casi tres siglos antes.

El interior
Entre la ejecución de la primera fase de Katsura y la última, unos cincuenta años más tarde, el cambio del gusto de la época quedó plasmado en los acabados de sus estancias. Durante ese lapso, la austeridad cromática y ornamental del shoin antiguo fue evolucionando hasta llegar al elegante decorativismo del goten nuevo.

A finales de la década de los setenta de la centuria pasada, Katsura no mostraba el sugestivo cromatismo que hoy revela a los poquísimos visitantes que pueden acceder a su interior. Hasta su rehabilitación integral, concluida a principios de los años ochenta, muchos de sus elementos y detalles habían perdido su brillantez original. Actualmente, una parte de las estancias de Katsura exhibe un elegante despliegue cromático y decorativo que refleja cómo variaron los gustos de la nobleza erudita del siglo XVII y demuestra que es posible la coexistencia de estilos diferentes en un mismo edificio.

Los cincuenta años transcurridos entre la finalización de la primera fase de Katsura y la última resultan mucho más evidentes en su interior que en su exterior. Mientras que sus fachadas y cubiertas parecen existir en un mundo estético intemporal y perfecto, sus salones y habitaciones muestran la evolución del gusto y la libertad en la aplicación de los principios del camino del té. En Katsura puede apreciarse que el estilo sukiya evolucionó como lo hizo el shoin.

A partir del siglo XVI, el primigenio shoin, elegante y sobrio, comenzó a desplegar una casi incandescente creatividad apoyada en un virtuosismo técnico y artístico que en el periodo Momoyama llegó a plasmarse con un lujo y pompa desbordantes. Una progresión semejante, pero muchísimo más moderada, se produjo en el palacio de Katsura en solo cinco décadas. En la primera fase, la discreta y contenida decoración pictórica monocroma, la nítida ortogonalidad de los cercos azabache de los paneles correderos y los limpios filetes de los pilares en los rincones de las estancias no se veían perturbados por ninguna forma o color que les disputara el protagonismo. Los tiradores de los fusuma aparecían como discretos círculos negros. Las puertas deslizantes simplemente exhibían el logotipo imperial. Los montantes sobre los fusuma eran sencillas celosías rectangulares. Todo se ajustaba a los preceptos del mundo del té. Ningún exceso decorativo enturbiaba un ambiente al mismo tiempo elegante y sobrio.

Pero en la segunda fase y de un modo mucho más claro en la tercera, perdido ya el miedo a caer en excesos, se utilizaron todos los elementos arquitectónicos con potencial decorativo de una manera desinhibida y fresca, pero que seguía siendo natural y sin pretensiones. La restauración de 1982 devolvió a Katsura su esplendor y colorido originales. Su contención ya no resultaba austera y frugal, sino pródiga, casi exuberante, aunque cercana. El punto álgido de esa evolución se encuentra en las denominadas segunda y primera estancias de la tercera fase, en concreto en el rincón de estudio de esta última con sus tres tatami elevados y su techo descolgado. Sus estantes y alacenas, esta vez en dos paredes contiguas, y su repisa escritorio con una enorme ventana de dintel trilobulado ya no pertenecen al universo del clásico shoin. Y tampoco el hueco en el muro lateral del tokonoma que se halla en la sala adyacente, la segunda. El estilo sukiya alcanza en ese punto un nivel de complejidad que trasciende tanto sus propias limitaciones estilísticas como las del shoin más ortodoxo. «Los diferentes sistemas se superponen de tal forma que producen sorprendentes relaciones espaciales.»[2]

Las interpretaciones 
El gran maestro de los arquitectos modernos japoneses, Tange Kenzō, escribió en 1960 que la aparente contradicción entre el uso principesco de la villa y su extrema sencillez de acabados, no era más que la fusión perfecta del factor apolíneo del gusto aristocrático con el dionisíaco del popular, su síntesis dialéctica.[3] Veinte años más tarde, Isozaki Arata, iconoclasta colaborador de Tange en su juventud, extrajo de Katsura otras interpretaciones. En sus edificios vio una ambigüedad, no captada por su mentor, consecuencia de la mezcla de dos estilos: el empleado tradicionalmente en las residencias de los samurai y abades budistas, y el mucho menos formal y más flexible de cierto tipo de casas de té y de las viviendas de la incipiente burguesía a partir del siglo XVII.[4]

Pero los ejemplos de interpretaciones modernas de Katsura no se quedaron ahí, ni siquiera solo en Japón. El alemán Bruno Taut residió en el archipiélago nipón de 1933 a 1936 y durante esos años meditó y escribió sobre las impresiones que le había producido Katsura. Lo que intentó descubrir fueron los puntos de contacto que tenía su edificio residencial con el credo de la arquitectura occidental de la época. Sus pioneros trabajos sobre Katsura revelaron a los mismos japoneses sus intemporales valores estéticos.

Tras la guerra mundial, Walter Gropius, liberado de su decanato en Harvard y después de un larguísimo viaje iniciado un año antes en Sudamérica, llegó a Japón en 1954 y visitó, como no podía ser menos, Katsura. El entusiasmo que le produjo su contemplación lo llevó a escribir desde Kioto una postal a Le Corbusier en la que le decía: «Apreciado Corbu, todo eso por lo que hemos luchado tiene su paralelo en la antigua cultura japonesa».[5] Según el alemán, los valores de Katsura estaban en perfecta sintonía con los que habían inspirado a la histórica Bauhaus. 

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[1] Isozaki Arata: Japan-ness in Architecture…, o. cit., págs. 291-293.
[2] Isozaki Arata: Japan-ness in Architecture…, o. cit., pág. 281.
[3] Tange Kenzō y Walter Gropius: Katsura: Tradition and Creation in Japanese Architecture. New Haven, Yale University Press, 1960, págs. 34 y 35.
[4] Isozaki Arata: Japan-ness in Architecture…, o. cit., pág. 269.
[5] Tarjeta reproducida en Virgina Ponciroli (ed.): Katsura, la villa imperiale. Milán: Electa, 2004, pág. 389.