Arquitectura tradicional de Japón
Ofrezco a continuación un extracto de mi libro Arquitectura tradicional de Japón, publicado por Satori Ediciones este mes de octubre.
En sus 277 páginas y 232 fotografías se narra la historia de la arquitectura de Japón desde sus orígenes prehistóricos hasta el año 1868, cuando el país abrió definitivamente sus fronteras y emprendió la ingente tarea de absorber las técnicas constructivas y estilos occidentales.
En este blog he publicado un tres entradas con información sobre el libro, una con el índice de contenido, otra con sus datos completos y en otra se puede leer su introducción.
Puedes ver el índice y más de veinte páginas de su interior en la plataforma ISSUU si clicas en este enlace.
A continuación inserto un amplio extracto de un apartado del libro dedicado al que seguramente es el conjunto arquitectónico más célebre y paradigmático de la arquitectura de toda la historia japonesa: la Villa Imperial de Katsura en Kioto.
Extracto de Arquitectura tradicional de Japón
El estilo sukiya
En
el apartado «La arquitectura de la casa de té» del capítulo
dedicado al periodo Momoyama, vimos que los primeros maestros de té
pusieron especial énfasis en cómo debía ser la habitación donde
celebraban sus reuniones alrededor de la preciada infusión. Ahí
expliqué que su ideal se alejaba mucho de los sofisticados
planteamientos de las mansiones de estilo shoin de los grandes
señores, quienes, curiosamente, muy pronto encontraron normal
trasladarse del ambiente rebosante de lujo y magnificencia de sus
residencias al modesto y rústico de las cabañas de té. No tuvo que
transcurrir mucho tiempo para que las ideas propugnadas por los
maestros del chadō impregnaran el clásico shoin. Esa
fusión de los más elegantes patrones shoin con las ideas
procedentes de la austera ceremonia dio origen al denominado estilo
sukiya. Como modelo indiscutible de ese nuevo enfoque debe
mencionarse la villa imperial de Katsura en Kioto.
Katsura rikyū
No
se puede hablar de la arquitectura residencial japonesa del periodo
Edo sin hacerlo de la villa imperial de Katsura en Kioto, en japonés
Katsura rikyū, sin duda el más paradigmático modelo de lo que se
entiende como estilo sukiya, incluyendo en ese concepto
también a su jardín. Ese término se refiere a edificios que
mantienen todos los elementos y soluciones del clásico shoin
pero filtrados, de manera sutil aunque profunda, por la filosofía
del mundo del té.
En
el capítulo anterior consagrado a la época Momoyama, expuse algunos
de los planteamientos que los primeros maestros del chadō
utilizaban al proyectar las estancias o cabañas donde oficiaban sus
reuniones. Ahí intenté describir que todo lo que se relacionaba con
el estricto protocolo de su ceremonia, debía huir de cualquier
atisbo de grandilocuencia, ornamentación y boato, tanto en la forma
como en el fondo. También comenté que ese enfoque, muy cercano a
una filosofía vital, se encontraba en las antípodas de la tendencia
que dominaba en la arquitectura de los castillos y las mansiones de
los señores feudales, quienes, sin embargo, acabaron aceptando de
buen grado ese nuevo mundo sobrio y sencillo como contrapunto al
entorno fastuoso y solemne en el que se movían cotidianamente.
El
palacio de la villa imperial de Katsura se construyó en el más puro
estilo shoin, pero con una concepción inicial que tuvo muy en
cuenta las ideas que procedían del mundo del té y que abogaban por
la máxima contención en la ornamentación y una estricta
naturalidad en los materiales. En suma, todo
lo contrario de lo que hemos visto en los coetáneos Nijō y Nishi
Hongan-ji. Esa idea de que el edificio y su jardín debían ser
modestos y sin pretensiones, a pesar de estar destinados a usuarios
imperiales, fue la responsable de que el palacio de Katsura se
convirtiera en la más completa materialización de la estética
desarrollada en torno a la ceremonia del té y en un verdadero
compendio del arte de la integración de arquitectura y jardinería.
Había nacido la primera obra maestra de estilo sukiya.
La
villa imperial de Katsura se construyó en un terreno de casi siete
hectáreas de superficie en el que, además de una amplia mansión,
se erigieron cuatro cabañas
de té con los nombres Shōkin-tei, Shōka-tei, Shōi-ken y Gepparō;
dos quioscos de descanso denominados Manji-tei y Soto-koshikake, y el
pequeño oratorio budista Onrin-dō, todos alrededor de su estanque.
El promotor inicial de Katsura fue Hachijō Toshihito, hermano del
emperador y aficionado a la literatura, un detalle que tuvo una
influencia notable en la concepción de muchas zonas de su jardín y
arquitectura.
Cuando
falleció Toshihito, ya se había excavado el lago y levantado parte
de la villa, pero los trabajos quedaron interrumpidos durante varios
años. Las obras las reanudó su hijo Toshitada, quien mandó
distribuir varias casas de té por el jardín y ampliar el edificio
residencial que había comenzado su padre. El periodo de construcción
completo se extendió de 1615 a 1663, aproximadamente. A partir de
esa última fecha, están documentadas las estancias de varios
emperadores que glosaron la belleza del lugar.
Durante
mucho tiempo, se creyó que el encargado de la ejecución de Katsura
había sido Kobori Enshū, pero hoy se sabe que no pudo ser así,
pues por entonces Enshū era solo un maestro de té.[1] A lo largo de los casi cincuenta años que duraron las obras
intervinieron varios jefes de carpinteros, pintores y talladores, a
pesar de lo cual todos supieron trabajar supeditando su personal
protagonismo al resultado global.
Los pabellones
La
sencillez de los pabellones de té repartidos por el jardín de
Katsura brota de la elección de los materiales empleados y de cómo
se utilizaron. Muchos de sus pilares son retorcidos troncos de
árboles sin descortezar, sus muros muestran la rugosa textura de su
argamasa y sus techos no ocultan las cañas de bambú en las que se
fija la paja de su cubierta. Es bien cierto que en estos casos no
estamos hablando de una residencia, sino de una especie de cabaña
casi perdida en un gran jardín y pensada para descansar contemplando
el paisaje o saboreando una taza de té. Sin embargo, a pesar de
ello, resulta chocante esa rusticidad, casi pobreza, en un entorno
pensado para solaz de un inquilino imperial. Pero precisamente por
ello, por el alto nivel social y cultural de sus promotores, fue
posible crear un retiro que seguía los preceptos que aconsejaban los
maestros, la mayoría de ellos monjes
zen.
Esos
pabellones de Katsura se distinguen de una casa de té clásica,
siempre cerrada en sí misma y sin vistas, en que aprovechan el
espléndido paisaje de su jardín para abrirse a él. De esa forma,
se puede disfrutar de la contemplación de un idílico entorno,
aislado del prosaico mundo exterior. Algo solo al alcance de unos
pocos.
205.- El
techo de bambú y cañizo del Gepparō,
villa imperial de Katsura, 1615-1663.
Kioto.
Obsérvese el retorcido tronco sin descortezar empleado como pilar.
Foto: Wikimedia Commons. |
La residencia imperial
Pero
toda esa sencillez y franqueza en el empleo de materiales y acabados
también se perciben en los edificios que conforman la residencia de
Katsura. En ella no se encuentran pilares retorcidos o sin
descortezar, pero sí una magistral y refinadísima fusión de lo
rústico y lo aristocrático, de lo natural y lo artificial, de lo
simple y lo sofisticado. Con el estilo sukiya nació un tipo
de elegancia, sobria y comedida
que impregnó a todas las artes de Japón incluida la arquitectura.
Su indiscutible paradigma en el campo de esta última especialidad
debe buscarse en la villa imperial de Katsura.
El
palacio de Katsura es el resultado de tres fases de construcción
conocidas como shoin antiguo (ko-shoin), shoin
medio (chū-shoin) y goten nuevo (shin-goten) y
que se erigieron en ese orden. Las alas destinadas a la cocina y
estancias de los sirvientes se situaron en el lado norte, separadas
del resto del edificio por varios patios y porches.
Los
tres cuerpos de la residencia de Katsura se articulan en una planta
escalonada que permite a cada estancia disfrutar de vistas del
jardín, tener una óptima ventilación en verano y gozar de una
buena insolación en invierno. Su pavimento está levantado respecto
del terreno mediante pilares de madera para evitar las humedades. Los
grandes aleros y las amplias galerías impiden que los rayos del sol
penetren en su interior en pleno estío. En las fachadas predomina el
color oscuro de la madera de su estructura y el blanco de los muros
del nivel inferior y del papel de los paneles correderos del
superior. Finalmente, la cubierta vegetal, de diferente altura, forma
y orientación en cada una de las fases, se inspira en los humildes
techos de paja de las construcciones rurales japonesas y en los
faldones de corteza de ciprés de los santuarios sintoístas. Muchas
de esas soluciones se aplicaron de una manera muy alejada de lo que
aconsejaba el clásico shoin, pero con tal habilidad y
discernimiento que se adaptaban de manera irreprochable a un edificio
destinado a un cliente aristocrático.
206.- El edificio residencial de la villa imperial de
Katsura, 1615-1663. Kioto. Foto: J. Vives.
|
El
palacio de Katsura ha ejercido una enorme fascinación en los
arquitectos occidentales del siglo XX.
En algún momento, todos quedaron sorprendidos por su modernidad, una
interpretación que solo era posible desde su punto de vista
eurocentrista. La ventilación cruzada y el control de la insolación,
eran dos de los requisitos de salubridad exigidos en Occidente a
principios de la pasada centuria. Los pilares exentos del nivel
inferior de Katsura recordaban los vanguardistas pilotis de Le
Corbusier. Incluso sus casi monocromas fachadas parecían obras de
Mondrian o de Rietveld. Pero Katsura se había construido casi tres
siglos antes.
El interior
Entre
la ejecución de la primera fase de Katsura y la última, unos
cincuenta años más tarde, el cambio del gusto de la época quedó
plasmado en los acabados de sus estancias. Durante ese lapso, la
austeridad cromática y ornamental del shoin antiguo fue
evolucionando hasta llegar al elegante decorativismo del goten
nuevo.
A
finales de la década de los setenta de la centuria pasada, Katsura
no mostraba el sugestivo cromatismo que hoy revela a los poquísimos
visitantes que pueden acceder a su interior. Hasta su rehabilitación
integral, concluida a principios de los años ochenta, muchos de sus
elementos y detalles habían perdido su brillantez original.
Actualmente, una parte de las estancias de Katsura exhibe un elegante
despliegue cromático y decorativo que refleja cómo variaron los
gustos de la nobleza erudita del siglo XVII
y demuestra que es posible la coexistencia de estilos diferentes en
un mismo edificio.
Los
cincuenta años transcurridos entre la finalización de la primera
fase de Katsura y la última resultan mucho más evidentes en su
interior que en su exterior. Mientras que sus fachadas y cubiertas
parecen existir en un mundo estético intemporal y perfecto, sus
salones y habitaciones muestran la evolución del gusto y la libertad
en la aplicación de los principios del camino del té. En Katsura
puede apreciarse que el estilo sukiya evolucionó como lo hizo
el shoin.
A
partir del siglo XVI,
el primigenio shoin, elegante y sobrio, comenzó a desplegar
una casi incandescente creatividad apoyada en un virtuosismo técnico
y artístico que en el periodo Momoyama llegó a plasmarse con un
lujo y pompa desbordantes. Una progresión semejante, pero muchísimo
más moderada, se produjo en el palacio de Katsura en solo cinco
décadas. En la primera fase, la discreta y contenida decoración
pictórica monocroma, la nítida ortogonalidad de los cercos azabache
de los paneles correderos y los limpios filetes de los pilares en los
rincones de las estancias no se veían perturbados por ninguna forma
o color que les disputara el protagonismo. Los tiradores de los
fusuma aparecían como discretos círculos negros. Las puertas
deslizantes simplemente exhibían el logotipo imperial. Los montantes
sobre los fusuma eran sencillas celosías rectangulares. Todo
se ajustaba a los preceptos del mundo del té. Ningún exceso
decorativo enturbiaba un ambiente al mismo tiempo elegante y sobrio.
Pero
en la segunda fase y de un modo mucho más claro en la tercera,
perdido ya el miedo a caer en excesos, se utilizaron todos los
elementos arquitectónicos con potencial decorativo de una manera
desinhibida y fresca, pero que seguía siendo natural y sin
pretensiones. La restauración de 1982 devolvió a Katsura su
esplendor y colorido originales. Su contención ya no resultaba
austera y frugal, sino pródiga, casi exuberante, aunque cercana. El
punto álgido de esa evolución se encuentra en las denominadas
segunda y primera estancias de la tercera fase, en concreto en el
rincón de estudio de esta última con sus tres tatami
elevados y su techo descolgado. Sus estantes y alacenas, esta vez en
dos paredes contiguas, y su repisa escritorio con una enorme ventana
de dintel trilobulado ya no pertenecen al universo del clásico
shoin. Y tampoco el hueco en el muro lateral del tokonoma
que se halla en la sala adyacente, la segunda. El estilo sukiya
alcanza en ese punto un nivel de complejidad que trasciende tanto sus
propias limitaciones estilísticas como las del shoin más
ortodoxo. «Los diferentes sistemas se superponen de tal forma que
producen sorprendentes relaciones espaciales.»[2]
Las interpretaciones
El gran maestro de los arquitectos modernos japoneses, Tange Kenzō, escribió en 1960 que la aparente contradicción entre el uso principesco de la villa y su extrema sencillez de acabados, no era más que la fusión perfecta del factor apolíneo del gusto aristocrático con el dionisíaco del popular, su síntesis dialéctica.[3] Veinte años más tarde, Isozaki Arata, iconoclasta colaborador de Tange en su juventud, extrajo de Katsura otras interpretaciones. En sus edificios vio una ambigüedad, no captada por su mentor, consecuencia de la mezcla de dos estilos: el empleado tradicionalmente en las residencias de los samurai y abades budistas, y el mucho menos formal y más flexible de cierto tipo de casas de té y de las viviendas de la incipiente burguesía a partir del siglo XVII.[4]
El gran maestro de los arquitectos modernos japoneses, Tange Kenzō, escribió en 1960 que la aparente contradicción entre el uso principesco de la villa y su extrema sencillez de acabados, no era más que la fusión perfecta del factor apolíneo del gusto aristocrático con el dionisíaco del popular, su síntesis dialéctica.[3] Veinte años más tarde, Isozaki Arata, iconoclasta colaborador de Tange en su juventud, extrajo de Katsura otras interpretaciones. En sus edificios vio una ambigüedad, no captada por su mentor, consecuencia de la mezcla de dos estilos: el empleado tradicionalmente en las residencias de los samurai y abades budistas, y el mucho menos formal y más flexible de cierto tipo de casas de té y de las viviendas de la incipiente burguesía a partir del siglo XVII.[4]
Pero los ejemplos de interpretaciones modernas de Katsura no se quedaron ahí, ni siquiera solo en Japón. El alemán Bruno Taut residió en el archipiélago nipón de 1933 a 1936 y durante esos años meditó y escribió sobre las impresiones que le había producido Katsura. Lo que intentó descubrir fueron los puntos de contacto que tenía su edificio residencial con el credo de la arquitectura occidental de la época. Sus pioneros trabajos sobre Katsura revelaron a los mismos japoneses sus intemporales valores estéticos.
Tras la guerra mundial, Walter Gropius, liberado de su decanato en Harvard y después de un larguísimo viaje iniciado un año antes en Sudamérica, llegó a Japón en 1954 y visitó, como no podía ser menos, Katsura. El entusiasmo que le produjo su contemplación lo llevó a escribir desde Kioto una postal a Le Corbusier en la que le decía: «Apreciado Corbu, todo eso por lo que hemos luchado tiene su paralelo en la antigua cultura japonesa».[5] Según el alemán, los valores de Katsura estaban en perfecta sintonía con los que habían inspirado a la histórica Bauhaus.
Puedes comprar el libro en Amazon por 23,75 euros
[3] Tange Kenzō y Walter Gropius: Katsura: Tradition and Creation in Japanese
Architecture. New Haven, Yale University Press, 1960, págs. 34 y 35.
[4] Isozaki Arata: Japan-ness in Architecture…, o. cit., pág. 269.
[5]
Tarjeta reproducida en Virgina Ponciroli (ed.): Katsura, la villa imperiale. Milán: Electa, 2004, pág. 389.