En el anterior artículo acabé hablando de las puertas en las
viviendas japonesas tradicionales y en los ryokan más antiguos, y hoy
quiero finalizar ese apartado comentando un poco más el tema de las correderas, tanto las interiores,
los fusuma, como las exteriores, los shōji, que en vez de vidrio
tenían papel japonés.
No somos muy conscientes de que en Europa el vidrio transparente
para las ventanas no se empleó en las viviendas de la gente corriente hasta el siglo
XVII. Antes de esa fecha prácticamente solo se utilizaba en los vitrales de las
iglesias o en los ventanales de los palacios.
Hace años, en el 2013, hablé en este artículo de tres elementos
arquitectónicos específicos de la arquitectura tradicional japonesa, los shōji, los amado y los fusuma, pero creo que vale la pena hacer una corta recapitulación.
Las puertas shōji
A partir del ese mismo siglo XVII, los huecos que daban al exterior de
gran parte de las viviendas de la nobleza y de las clases populares de Japón eran mucho
mayores que los europeos. En el caso nipón, más que ventanas, se trataba de lo que nosotros denominamos
balconeras,* es decir, verdaderas puertas que daban al exterior pero que no eran la de entrada
al edificio.
* El término "balconera" no aparece en el diccionario de la RAE, ni siquiera en muchos léxicos técnicos de construcción. Parece ser que es un vocablo que no se usa en todas las regiones españolas (desconozco si se emplea en Hispanoamérica) y que se refiere a las puertas acristaladas que sirve para salir a un balcón o, por extensión, a un espacio exterior.
Las hojas de esas puertas o balconeras no eran batientes, sino correderas,
un sistema por entonces prácticamente desconocido en Europa. Además, tenían una
dimensión más que notable en comparación con las ventanas del Viejo Continente pues su
anchura variaba entre 90 y 180 cm y su altura rondaba los 1,80 metros. Esas
medidas eran posible porque debido a su construcción, que explico enseguida, pesaban muy poco. Su
nombre japonés es shōji y en la foto siguiente se aprecia cómo filtran la luz, una de sus cualidades más atractivas.
Shōji cerrados en una suite del ryokan Tawaraya de Kioto. Foto de fuente desconocida. |
Cada hoja de un shōji se construía con una retícula
de listoncillos de madera de una sección aproximada de 6x12 mm fijados a un
marco o bastidor formado por dos listones verticales de 24x30 mm y otros dos
horizontales algo mayores de 30x36 mm. A veces, la zona inferior se revestía por ambas caras con una chapa de madera de unos 30 o 40 centímetros de altura. Esa estructura hacía que tales hojas o paneles fuesen muy
ligeras, pues solo faltaba encolar el papel japonés, de peso casi despreciable.
El papel japonés, llamado washi, tiene unas cualidades que lo convierten en
un material que tamiza magistralmente la luz y los rayos del sol, algo que se
ha intentado conseguir con vidrios translúcidos que imiten su textura.
No obstante, el efecto no es exactamente el mismo.
Ambas soluciones tienen ventajas e inconvenientes. El vidrio, sobre todo si incorpora cámara, aísla mucho más del exterior, pero tanto visual como táctilmente resulta algo "frío". Por su lado, el papel japonés tiene una textura muy agradable y difumina la luz espléndidamente; sin embargo, no aísla apenas nada y se debe reponer periódicamente, algo muy fácil y económico de hacer, debido a su rápido envejecimiento o por roturas involuntarias.
La siguiente foto está hecha desde el mismo punto de vista
que la anterior, pero con dos de las hojas abiertas. En ella se constata que el
tamaño de los shōji hace posible que parezca que la habitación y el jardín
sean un solo espacio, a pesar de que en este caso no se han abierto totalmente.
Obsérvese cómo las persianillas sudare en la parte alta de la abertura filtran
la luz directa de la bóveda celeste e incluso apantallan la vista de algún edificio o elemento que pueda aparecer por encima de la vegetación y que no tenga un especial valor visual. En cambio, si desde el interior se viera una pagoda, una construcción con cierto interés arquitectónico o incluso un paisaje atractivo se debería hacer lo contrario, es decir, enmarcarlos adecuadamente sin ocultarlos.
Shōji abiertos en una suite del ryokan
Tawaraya de Kioto. Foto de fuente desconocida.
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Resumiendo, desde hace siglos, los japoneses han utilizado un
sistema de cierre para las aberturas de las fachadas de sus edificios que, primero, es muy ligero; segundo, se desliza suavemente sobre unas pequeñas acanaladuras
en los umbrales sin necesidad de instalar ningún tipo de rodamiento, y, tercero,
permite abrir la fachada al exterior, casi siempre a un jardín, tanto como se
desee.
Los postigos amado
Por delante de los shōji,
y para protegerlos de la lluvia, se
colocaba una especie de postigos de madera llamados mairado o amado, un dispositivo
que no se empleó hasta finales del siglo XVIII. En la foto siguiente se ve esa especie de contraventana que cierra las grandes aberturas.
Paneles de protección amado cerrados en una calle de
Kioto. Foto: Wikimedia Commons.
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Las puertas fusuma
Las puertas interiores, es decir, las que separan las distintas estancias
en las viviendas japonesas, y empleadas también en muchos ryokan, se llaman fusuma, tienen medidas semejantes a
los shōji comentados en el apartado anterior, son casi igual de ligeras
que ellos y su estructura es muy similar, pues constan de una estructura de listones sobre la que se encola por ambas caras un cartón que les proporciona rigidez. Como los shōji, también son correderas.
Desde muy antiguo, los fusuma (o las fusuma) se han decorado con
pinturas de todo tipo. Y todavía hoy, no pocos artistas modernos han ejecutado obras para ese
soporte. Lo interesante es que, gracias a los fusuma, una habitación puede tener sus cuatro
paredes cubiertas con paisajes que nos envuelven totalmente, una situación que
no tiene nada que envidiar a las estancias europeas con las paredes cubiertas de frescos.
Es más, yo diría que la experiencia de entrar en una de esas estancias con pinturas en sus fusuma resulta mucho más "inmersiva" que la que se tiene en una iglesia o palacio europeos llenos de frescos. Eso se puede constatar cuando se visita algunos templos japoneses.
Fusuma en una suite del ryokan Tawaraya de
Kioto. Foto: Shichifuku Jin, Flickr.
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En las viviendas tradicionales japonesas como en los ryokan que pretenden rememorar su ambiente, los fusuma, shōji, tatami y tokonoma son los elementos que generan la característica atmósfera nipona
y hacen que la estancia de un viajero en un ryokan sea muy diferente de la que pueda tener en cualquier otro tipo de alojamiento.
La galería engawa
Existe otro elemento que, aunque no siempre lo vemos en un ryokan,
completa una atmósfera inconfundiblemente japonesa. Me refiero a la engawa,
una especie de galería o veranda abierta. Su presencia es la
responsable de la fluidez o fusión entre el interior y el
exterior de las que tantas veces he hablado en este blog, por ejemplo, en este artículo del año 2016.
La engawa es un
corredor abierto, pero cubierto por el alero del edificio, que desempeña varias
funciones. Ya hemos visto que los shōji tienen su lado exterior cubierto
de papel. Pues bien, aunque a menudo se protegen por la noche con los mencionados amado,
el voladizo que cubre la engawa también impide que la lluvia los
alcance, siempre y cuando esta no sea racheada.
Galería exterior (engawa) en un edificio tradicional.
Foto: Wikimedia Commons.
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Sin embargo, la engawa es responsable de otro efecto más
sutil, pero no menos importante: el contribuir a la fusión espacial entre el
exterior y el interior. Cuando, sentados en un tatami, abrimos los shōji
totalmente, el alero y la tarima de la engawa expanden el espacio de la habitación hacia el
jardín, produciéndonos la sensación de que estamos a la vez en ambos sitios o, mejor dicho, que no existe discontinuidad espacial entre ellos y forman parte de un único ambiente. Debo remarcar que a pesar de que creamos que es como estar en un jardín bajo un cenador, porche o toldo,
el efecto no es el mismo.
El suelo de la engawa y el alero de la cubierta “enmarcan”
la vista del jardín de tal forma que lo convierten en una verdadera pintura. No
hay que perder de vista que los jardineros japoneses cuando diseñaban un jardín
en un patio de una vivienda o ryokan tenían muy en cuenta que se vería
desde el interior, es decir, que situaban todos los arbustos, piedras y demás
elementos de su jardín de la mejor forma para disfrutarlos estando sentados en
la estancia correspondiente.
Vista del jardín desde una habitación del ryokan
Tawaraya. Foto: Michael Freeman.
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En la fotografía anterior, de uno de los más célebres ryokan de Kioto, se comprueba que todos los
elementos de la arquitectura, y también las cortinillas de bambú llamadas sudare,
se utilizan para enmarcar la vista del jardín.
Creo que no hace falta poner más ejemplos de las ilimitadas soluciones de diseño que permiten esos elementos de la arquitectura japonesa, las amplias correderas exteriores, la estrecha veranda, las persianillas de caña, todo se compone y organiza para que, teniendo en cuenta la altura de los ojos cuando nos sentamos en un tatami, la vista del exterior sea lo más agradable posible.
En el siguiente articulo seguiremos hablando de los
elementos arquitectónicos del ryokan.
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