"Cuando se contempla la vida, la lozanía de la juventud sin duda es hermosa. Pero en cambio, cuando algo se está marchitando también hay belleza en ello. ¿No existe belleza en la fealdad?" Motofuji Akiko.
En el anterior artículo inicié la conclusión de esta larguísima serie dedicada a la danza butō. La de hoy es la cuadragésima quinta entrega. Ha pasado más de un año y medio desde que publiqué la primera entrada allá por el mes de septiembre de 2022. Hoy concluirá esta “a modo de conclusión” y todo el ciclo dedicado al butō.
Pero dejémonos de disquisiciones y continuemos hablando de esos rasgos distintivos del butō que
empecé a resaltar en la anterior entrada y que lo hacen tan fascinante incluso para aquellos que
nunca han asistido a un espectáculo de danza. Algo tendrá.
Técnica
versus sentimiento
Hijikata Tatsumi comentaba a menudo que en el butō se debía prescindir de la técnica, que el movimiento debía quedar siempre abierto y refractario a la interpretación crítica. De ese modo, los coreógrafos y bailarines de butō intentan eludir el proceso de intelectualización del movimiento y destilarlo en mero símbolo. Esa es su forma de llegar a la audiencia: a través de un canal directo de comunicación emocional.
Hijikata Tatsumi en Gibasan, de Veintisiete noches para cuatro estaciones, 1972. Foto: Yamazaki Hiroshi. |