martes, 21 de enero de 2014

Cerámica japonesa: la cerámica raku

La cerámica japonesa raku
A partir del periodo Momoyama (1573-1603), gracias a la pericia de los alfareros, muchos de ellos coreanos, y a los adelantos en la construcción de los hornos, la cerámica japonesa alcanzó no solo un nivel de excelencia más que notable, sino un prestigio que la equiparaba a otras especialidades artísticas.

Como expliqué la semana pasada, fue durante esos años cuando los utensilios japoneses destinados a la ceremonia de té comenzaron a ser comparados con los de origen chino o coreano. Como consecuencia de ello y de la fuerte demanda de los aficionados a dicho rito, muchos centros alfareros empezaron a especializarse en la fabricación de piezas destinadas al rito de té. Bizen producía tinajas; Shigaraki, vasijas; Mino, utensilios para usos diversos (todos comentados en el artículo del martes pasado) y Raku, un alfarero de quien hablaré hoy, se dedicaba exclusivamente a los tazones.

Hon’ami Kōetsu: bol de té Seppō, c. 1615-1637, cerámica raku, diámetro 12 cm. 
Museo de Arte Gotō de Tokio.
Foto en Murase Miyeko (edit.): Turning Point: Oribe and the Arts of Sixteenth-Century Japan. 
Yale University Press, 2004.

En la fotografía anterior se muestra uno de los tazones de té más célebres de Japón. Lo realizó el polifacético Hon’ami Kōetsu (1558-1637), maestro de té, caligrafía, jardinería y poesía del que hablé en el primer artículo dedicado a la pintura rinpa. A pesar de no ser un especialista en el arte de la cerámica, Kōetsu fue capaz de crear piezas tan sugestivas como esta. El nombre de este tazón, “cumbre nevada” (seppō), se asocia con el delicado tono rojizo y blanco de su acabado.

Como puede apreciarse, la rotura de ese bol se reparó sin intentar disimularla, revistiéndola y revalorizándola con un baño de oro. El no desechar una pieza rota y el restaurarla no solo sin ocultar su fractura, sino remarcándola es un enfoque nos recuerda que las cosas más bellas del mundo también son perecederas.

En el periodo Momoyama, Kioto se convirtió en un nuevo y notable centro de producción alfarera que disfrutaba de un ambiente muy diferente al de otras poblaciones. Precisamente dos residentes en esa ciudad fueron los que contribuyeron en gran medida a que una importante parte de la producción cerámica girara alrededor de la ceremonia de té. Me estoy refiriendo a un monje zen, Sen no Rikyū (1522-1591), y a un alfarero de origen coreano, Raku Chōjirō (c. 1516-1592).

Cerámica raku
Chōjirō se dedicaba a la fabricación de tejas cerámicas, una profesión que había aprendido de su padre coreano, hasta que conoció a Sen no Rikyū, quien le convenció para que se consagrara exclusivamente a la producción de tazones de té. Gracias al empuje e ideas de Sen no Rikyū, de las manos de Chōjirō surgieron algunos de los más apreciados boles de té de toda la historia de la cerámica japonesa. Todavía hoy, descendientes directos de ambos siguen instruyendo en el arte de la ceremonia de té y creando cerámica para su celebración.

Raku Chōjirō: bol de té Shunkan, s. XVI, 8x11 cm. Mitsui Bunko, Tokio.
 Foto en Raku. A dinasty of Japanese Ceramists. Museo Raku, 1999.

En la fotografía anterior se muestra una de las piezas más representativas del primer maestro de la estirpe Raku. Catalogado como Importante Bien Cultural, este bol es una buena muestra del rechazo de lo artificioso y forzado, rasgos que aparecen cuando se busca a toda costa lo pretendidamente artístico, una actitud muy alejada del espíritu sencillo con el que Sen no Rikyū y Chōjirō ideaban y creaban sus piezas cerámicas.

Origen del apellido Raku
Resulta curioso comparar las diferentes versiones que explican el origen del nombre Raku. Según una de ellas, el apellido Raku fue concedido por Toyotomi Hideyoshi (1536-1598) a Chōjirō en reconocimiento de su trabajo. Otra supone que fue Tokugawa Hidetada (1579-1632) quien lo otorgó, pero no a Chōjirō, sino a Jōkei (c. 1560-1635). Una tercera considera que Hideyoshi entregó un sello de oro con el ideograma raku a Jōkei, pero en memoria de Chōjirō, ya fallecido. Y por si fueran pocas versiones, algunos especialistas no están conformes con ninguna de las anteriores.

Como ya he explicado en varias ocasiones, no resulta nada extraño que existan diferentes interpretaciones de hechos antiguos. En el fondo, a mí me resulta incluso divertido; es como asistir a un debate entre varias personas donde cada una intenta demostrar su tesis. Hay que reconocer que estudiar y descubrir lo que ocurrió hace cientos de años no es una labor fácil. Pero sigamos con lo nuestro que es la cerámica.

Características de la cerámica raku
Chōjirō empleaba un tipo de arcilla que soportaba muy bien una cocción y enfriamiento rápidos, dos características de su técnica. Sus tazones los modelaba con las manos, sin usar el torno de alfarero, utilizando lo que se denominan cilindros o macarrones de arcilla que iba colocando circularmente uno sobre otro o bien en espiral. De esa forma obtenía piezas de paredes gruesas e irregulares que se adaptaban muy bien a las palmas de las manos, de un peso sorprendentemente ligero y que mantenían el calor durante mucho tiempo.

Hasta entonces, los alfareros habían sido artesanos socialmente desconocidos que fabricaban objetos igualmente anónimos. Sin embargo, con Chōjirō esa situación cambió radicalmente y el ceramista empezó a ser reconocido como autor y creador de piezas muy apreciadas por los entendidos. Gracias a él, la alfarería japonesa descubrió un sinfín de posibilidades expresivas, al mismo tiempo que su método y el aspecto de sus piezas comenzaban a ser considerados no solo referencias incuestionables, sino también modelos a imitar.

La estirpe Raku
A lo largo de los siglos, la familia Raku ha mantenido la tradición de la técnica ideada por Chōjirō hasta nuestros días y con un nivel de excelencia artística envidiable. A continuación voy a comentar unas piezas de cuatro de sus representantes que ratifican esa afirmación.

Raku Dōnyū III: bol de té Nue, s. XVII, 9 cm. Mitsui Bunko, Tokio.
Foto en Raku. A dinasty of Japanese Ceramists. Museo Raku, 1999.

El bol de la fotografía anterior reúne algunas de las características típicas de las obras de Dōnyū III (1599-1656): tamaño relativamente grande, cadera elevada y amplio pie. Sobre la mancha oscura que aparece en su pared existen dudas si se produjo accidentalmente o no. El nombre de esta pieza, nue, es el de un pájaro que según leyendas antiguas aparece misteriosamente por las noches para atemorizar a las personas, algo que puede asociarse con esa nube negruzca.

Raku Tannyū X: bol de té Yabure-mado, s. XIX, 12 cm. Museo Raku, Kioto.
Foto en Raku. A dinasty of Japanese Ceramists. Museo Raku, 1999.

La fotografía anterior muestra un bol de Tannyū X (1795-1854) en el que utilizó de forma bastante atrevida dos esmaltes de diferente color que le otorgan una sorprendente modernidad. Su nombre, yabure-mado, se refiere a una grieta en su base (no visible en la foto) que recuerda a las de una puerta corredera de papel.


Raku Kōnyū XII: bol de té, 1890, 8 cm. Museo Raku, Kioto.
Foto en Raku. A dinasty of Japanese Ceramists. Museo Raku, 1999.

La fotografía anterior es de un bol de Kōnyū XII (1857-1902) creado en ocasión del 300 aniversario del fallecimiento del fundador de la dinastía Raku, Chōjirō. Para esa celebración Kōnyū modeló el mismo número de boles rojos que años transcurridos desde la fecha de defunción de su antecesor: 300. Los colores rojo y verde de la pieza son consecuencia del diferente ambiente de cocción y quedan delicadamente resaltados, a la vez que unificados, mediante la ola blanca que parece rebosar desde el borde del tazón.

El último Raku
En nuestros días, la cerámica raku sigue estando presente en el panorama japonés de la especialidad. Aún digo más, el último representante de tan ilustre familia, Raku Kichizaemon XV (1949-), no solo es el más conspicuo sucesor de una estirpe de artistas cuatro veces centenaria, sino que en todas las encuestas que se celebran entre galeristas, críticos, coleccionistas y especialistas de Japón siempre aparece en los primerísimos puestos de honor.

Raku Kichizaemon XV: bol de té Sekikan, 1990, 11x12 cm.
Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio.

Foto en
Raku. A dinasty of Japanese Ceramists. Museo Raku, 1999.

En la década de los noventa, Kichizaemon creó una serie de tazones de té realmente innovadores. Uno de ellos se muestra en la fotografía anterior. El discreto predominio de la verticalidad, tanto en el modelado como en los esmaltes, y un contenido policromatismo son algunas de sus características.

Raku Kichizaemon XV: contenedor de té, 1990, 12x7 cm.
Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio.
Foto en 
Raku. A dinasty of Japanese Ceramists. Museo Raku, 1999.

En la ilustración anterior se muestra un contenedor cerámico de té en polvo. El sorprendente aspecto de esta pieza demuestra que Kichizaemon también extendió la renovación del diseño a otros utensilios empleados en la ceremonia de té, además de a los boles. A pesar de su rotunda modernidad, no hay nada en esta pieza que no deba algo a la tradición.

En mi opinión, después de contemplar las fotografías anteriores de obras de Kichizaemon, creo que se puede afirmar que todas ellas tienen los mismos valores plásticos que una pintura matérica y los mismos valores espaciales que una escultura abstracta, pero con una sustancial diferencia que es inherente a la cerámica: se pueden tocar, sopesar, girar y observar desde todos los puntos de vista, e incluso, si tenemos suerte, “besar” los labios de uno de sus boles mientras se saborea un tibio té cuyo tono esmeralda complementa su paleta cromática. Una experiencia sensorial total.

Las piezas creadas por Kichizaemon son de un nivel artístico que me atrevo a calificar sin rubor como excelso y comparable a obras de los artistas más valorados de otras especialidades. Sus cerámicas muestran cómo la más estricta y seria vanguardia puede ser la consecuencia lógica de una profunda comprensión e interpretación de tradiciones ancestrales y cómo una pieza de arcilla puede ser considerada una verdadera obra de arte contemporáneo.

La cerámica raku en Occidente
La cerámica raku se hizo muy famosa en la costa oeste norteamericana a finales de los años cincuenta y durante la década de los sesenta del pasado siglo, y algo más tarde también en Europa. Su método, aparentemente sencillo, resultaba muy adecuado para los departamentos y escuelas de alfarería de institutos y universidades.

Con el método raku parecía que la destreza técnica quedaba relegada a un segundo plano frente a la actitud del ceramista de turno. La intuición, la espontaneidad o la efervescencia del acto creador era lo que otorgaba a la obra su verdadero valor, y todo ello gracias a que los procesos de modelado, barnizado, cocción y secado de las piezas no parecían ser especialmente complejos o difíciles de dominar.

Raku Kichizaemon XV: bol de té Suiba, 1993, 11x13 cm.
Museo Raku, Kioto.
Foto en 
Raku. A dinasty of Japanese Ceramists. Museo Raku, 1999.

Curiosamente, por esos años, ese enfoque coincidía en gran manera con la visceralidad manifestada durante el acto creador por los pintores más vanguardistas. Parecía que cuanto más inesperado era el resultado, más valor tenía la obra, y eso mismo ocurría en la cerámica occidental de pretendido estilo raku, aunque ciertamente poco tenía que ver con lo que era un raku en Japón.

No se piense que yo considero esos años como negativos en lo que al mundo de la cerámica occidental se refiere, todo lo contrario. Como veremos dentro de dos semanas, durante los sesenta y setenta del siglo pasado, los intercambios culturales y artísticos entre Japón y sobre todo Norteamérica, fueron muy fructíferos en ambos sentidos.

Yo reconozco que, tras los primeros fracasos, después de copiar, estudiar e interpretar un modelo foráneo para extraer enseñanzas y aplicarlas luego en un entorno cultural diferente, muchas veces suelen descubrirse inesperadamente nuevas soluciones y resultados, algo imprescindible para la renovación de las artes.

Quizás me he puesto demasiado trascendente en estos últimos párrafos, pero no es mi intención que este blog se convierta en un reducto de sesudas teorías. Por ello y para no producir demasiados bostezos en el sufrido lector, voy a dar por finalizado este artículo consagrado a la estirpe de los Raku.

El martes próximo hablaré de la porcelana japonesa y de algunas piezas realmente preciosas. Hasta entonces. 

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