La pintura japonesa de tinta china: los formatos de la sumi-e, II
La semana pasada hable de los dos formatos más reducidos de la sumi-e japonesa, el de la pintura en rollo, generalmente de tal longitud que impide contemplarla en su totalidad con "una sola mirada", y el de las obras pensadas para colgar en una pared, casi siempre del tokonoma.
Hoy comentaré otros dos formatos, esta vez de mayor dimensión. En mi opinión, a pesar de que casi todos los emakimono tienen varios metros de longitud, dada su poca altura, no se puede considerar que sean obras de gran formato, pues suelen contemplarse a poca distancia.
Pintura sobre fusuma
La semana pasada hable de los dos formatos más reducidos de la sumi-e japonesa, el de la pintura en rollo, generalmente de tal longitud que impide contemplarla en su totalidad con "una sola mirada", y el de las obras pensadas para colgar en una pared, casi siempre del tokonoma.
Hoy comentaré otros dos formatos, esta vez de mayor dimensión. En mi opinión, a pesar de que casi todos los emakimono tienen varios metros de longitud, dada su poca altura, no se puede considerar que sean obras de gran formato, pues suelen contemplarse a poca distancia.
Pintura sobre fusuma
Ya he
comentado en otros artículos qué son los fusuma: puertas interiores correderas que en la
arquitectura tradicional japonesa sustituyen a lo que podría ser un tabique entre dos habitaciones contiguas o entre una estancia y el pasillo. Precisamente eso hace que cubran una longitud
notable, casi siempre la totalidad de una o varias "paredes" de una sala.
En las
estancias de edificios de cierta categoría, los fusuma tienen como mínimo dos hojas, aunque frecuentemente están formados
por conjuntos de cuatro o incluso más paneles correderos. Su altura suele ser
inferior a dos metros, aunque en grandes residencias puede ser mayor, y la
anchura de cada hoja varía entre 90 y 150 cm aproximadamente. Esas medidas responden en
realidad a un complejo y metódico sistema de modulación de la arquitectura
tradicional japonesa que permite relacionar no solo las dimensiones de
superficie de las estancias, galerías, tatami y separación entre pilares, sino también las alturas de los dinteles de las
aberturas y techos.
En la
mayoría de los casos, las pinturas que se ejecutaban sobre fusuma solían tener varios metros de longitud, e incluso
desarrollarse sobre varias “paredes” de una misma estancia. Pongo entre
comillas lo de “paredes” porque en realidad no se trataba de eso, sino de
verdaderas puertas. Por otro lado, no era infrecuente pintar los dos lados de
sus hojas, pero con una particularidad muy interesante, como explico ya mismo.
En los
edificios de las villas de los grandes señores, y por supuesto también en las
residencias de los priores de los templos budistas, cada sala tenía una función
específica. Por ejemplo, en este último caso, una estancia era la privada del
abad, otra se destinaba al estudio, otra a reuniones de monjes y discípulos, otra
a recepciones o visitas y en las centrales era costumbre situar el altar
budista y la zona para las ceremonias religiosas.
Pues
bien, las pinturas que se realizaban en las puertas correderas que separaban
cada una de esas “habitaciones” eran diferentes en sus dos caras para que, de esa
forma, se adecuaran al ambiente y función que se suponía debían de tener
ambas estancias. Además, como consecuencia de la variación de las tendencias
pictóricas a lo largo de los siglos, los fusuma
de algunos templos muestran actualmente pinturas de estilos muy diferentes en sus dos lados.
Por ejemplo, en una habitación pueden verse unas sutiles pinturas monocromas de
tinta china con extensos fondos casi vacíos, mientras que, en la sala adyacente, el otro lado de las correderas aparece cubierto de paisajes de un
exultante cromatismo sobre un brillante fondo dorado. Esa diferencia estilística indicaba que los paneles de las dos caras se habían ejecutado en periodos diferentes, por ejemplo, el Muromachi (1333-1573) y el Momoyama (1573-1603).
Kanō Sanraku: fusuma en Shōden-ji, Kioto, principio
s.XVII, tinta y color sobre papel, 185x92 cm. Foto: J. Vives. |
En la ilustración anterior se muestra una de las salas del
templo zen de Shōden-ji en Kioto con unas pinturas
de Kanō Sanraku que plasman un paisaje real situado no muy lejos de Shanghái,
en China, y conocido como el Lago del oeste. Desde muy antiguo, ese lugar se
convirtió en uno de los temas favoritos de los monjes de ese país y sus correligionarios japoneses. Sanraku fue uno de los artistas que representó
varias veces las vistas del famoso paraje, y una de ellas es esta de Shōden-ji.
Dentro de unas semanas comentaré
las pinturas de la fotografía anterior, precisamente cuando consagre varios
artículos a una de las dinastías de pintores más influyentes de Japón: los
Kanō. Mientras tanto, lo que me interesa remarcar aquí es lo “envolvente” que
resulta ese tipo de soporte cuando se trata de una sala como la comentada, en la cual la composición de la obra se desarrolla a lo
largo de las puertas correderas de tres de sus “paredes”.
Puedo afirmar que sentarse en medio de una estancia como esa, de espaldas al jardín (que me perdonen los entusiastas del jardín
japonés, yo soy uno de ellos) y contemplar semejante despliegue pictórico, es
una de las experiencias más gratificantes que un amante de la pintura pueda experimentar.
Ante este tipo de obras, lo primero que nos viene a la
cabeza son los frescos en las iglesias italianas de la época. No se puede
negar que los medios empleados por los pintores transalpinos eran enormes si los comparamos
con los utilizados por los japoneses. Una extensísima paleta cromática y las
perspectivas geométrica y atmosférica les permitía crear composiciones,
ejecutadas sobre paredes o incluso techos y bóvedas, de un realismo y
efectismo apabullante.
Ante semejante despliegue de recursos técnicos, la batalla
de la comunicación y expresión quizás parecía perdida para los artistas de
Japón, pero realmente no fue así. Con su característica contención de medios,
en este caso llevada al extremo de limitar o incluso renunciar al uso del
color, también consiguieron obras, como la que estoy comentando, de una
fascinante expresividad y que superaban a las europeas en continuidad del
discurso pictórico (algo que perdían los frescos, siempre encajados entre molduras y otros elementos
arquitectónicos) y en la íntima comunicación con el observador (otro rasgo que
se diluía en la gran distancia a la que se podían contemplar en el Viejo Continente).
Pintura sobre paredes
En el
Japón clásico, a diferencia de los frescos europeos, se realizaron muy pocas pinturas directamente sobre el
revestimiento de una pared. En la mayoría
de los casos se ejecutaban sobre paneles de madera, que posteriormente se
colocaban en paramentos fijos, o incluso sobre un papel que más tarde se encolaba en los muros.
Existes
ciertas discrepancias entre los especialistas sobre el término japonés que se
aplica a ese tipo de pintura. En general, suele utilizarse el vocablo de shōheki-ga para referirse a las ejecutadas
tanto sobre paredes “fijas” como sobre fusuma
o biombos, aunque algunos prefieren no incluir estos últimos en esa expresión. Entrecomillo
lo de paredes “fijas” para distinguirlas de las realizadas sobre puertas
correderas comentadas en los párrafos anteriores. Sin embargo, en puridad
debería emplearse el término menos conocido de haritsuke-ga para las pinturas ejecutadas exclusivamente sobre las paredes.
Sea
cual sea el nombre fetén en japonés, lo que interesa aquí es saber que ese tipo
de pintura se asocia principalmente con las grandes residencias y castillos
construidos durante el periodo Momoyama. Esas obras solían tener el fondo
revestido de pan de oro sobre el que destacaban enormes árboles, aves y
animales de brillantes colores creando suntuosos ambientes de un lujo
“asiático”, como así testificaron en sus escritos los misioneros europeos que
llegaron a Japón en el siglo XVI.
Uno de
los ejemplos más representativos de ese tipo de arte se encuentra en el
castillo de Nijō en Kioto. En sus enormes estancias, decoradas por artistas de
la familia Kanō de la que hablaré dentro de unas semanas, se creó un impresionante conjunto de pinturas sobre fusuma y paredes. En la fotografía
siguiente se muestra una de sus salas más importantes.
Sala de audiencias en
el Ninomaru del castillo de Nijō, 1626, Kioto. Foto en Fernando Gª Gutiérrez: Japón y Occidente. Guadalquivir, 1990. |
Ese áureo interior de paredes y techos profusamente
decorados con pinturas de brillantes colores y enormes figuras era el reflejo
de una época en la que los grandes señores mandaban construir grandilocuentes
residencias que reflejaran su poder. No es de extrañar que los jesuitas que en
esos años se relacionaron con ellos y pudieron acceder a semejantes ambientes
quedaran asombrados ante tal despliegue de lujo y ostentación.
Las pinturas sobre paredes casi nunca fueron exclusivamente de
tinta china, sino que su característica era su brillante color y fondo
dorado. Si he hablado de ellas aquí ha sido únicamente para completar los
diferentes tipos de obras según su soporte. Por lo cual estos
últimos párrafos deben interpretarse como un paréntesis en el tema de la sumi-e.
Pintura sobre biombos
Veamos
ahora otro de los formatos posibles de la pintura japonesa. Los biombos,
llamados en japonés byōbu, se introdujeron
en Japón desde China en el siglo VIII para separar discretamente diferentes
ambientes en los edificios. Ya desde muy pronto se consideró que el biombo era
un elemento muy adecuado como soporte de pinturas, porque reunía la posibilidad
de tener una dimensión más que notable y la ventaja de ser fácilmente
desplazable y almacenable cuando no se utilizaba.
La primera
de esas ventajas era debida a que un biombo podía llegar a tener hasta seis paneles
de unos 60 cm de ancho cada uno, con lo que se superaban fácilmente los tres
metros y medio de anchura total. Además, no pocas veces se combinaban por
parejas, lo cual duplicaba esa longitud.
La
segunda característica, el ser transportable sin demasiado esfuerzo,
representaba una enorme ventaja para los pintores y a la vez para los usuarios.
¿Cuál era esa para estos últimos? Dada la tradición japonesa de tratar temas en
los que las estaciones del año quedaban inequívocamente reflejadas en las
pinturas, resultaba muy conveniente tener biombos de diferente ambiente
estacional que se colocaban en el lugar deseado en la época adecuada. Esa
costumbre exigía retirarlos y almacenarlos hasta que llegara el momento idóneo
para volverlos a exponer, algo que su facilidad de plegado y transporte
permitía sin ningún problema.
Sin
embargo, no siempre era así, porque precisamente la gran dimensión de una
pareja de biombos de seis paneles permitía al artista reflejar entre los dos el “discurrir” de las cuatro estaciones. En ese caso, generalmente se representaban flores
y plantas primaverales en la zona derecha del biombo derecho y otoñales o invernales
en la izquierda del biombo izquierdo. De esa manera ambos podían exhibirse
durante todo el año.
Ya he comentado que un
biombo plegable podía estar formado por dos, cuatro, seis paneles e incluso en
algunos casos hasta ocho, con lo que una composición pictórica sobre una pareja
de ellos alcanzaba fácilmente los siete metros de amplitud, una dimensión
realmente envolvente.
Unkoku Tōgan
(1547-1618): Paisaje, s. XVI-XVI,
tinta y color sobre papel, biombo izquierdo, 151x389 cm. Museo Nacional de Tokio. Foto: Wikimedia Commons. |
Unkoku Tōgan (1547-1618): Paisaje, s. XVI-XVI, tinta y color sobre papel, biombo derecho, 151x389 cm. Museo Nacional de Tokio. Foto: Wikimedia Commons. |
Los dos
biombos de las fotografías anteriores forman una espléndida creación de Unkoku
Tōgan (1547-1618), un artista que, aunque inició su carrera en el periodo
Muromachi, desarrolló su obra de madurez en el periodo Momoyama. En esta obra comprobamos que el autor empleó el color de forma muy sutil, una de las
características de la verdadera sumi-e.
En los
biombos siempre se aprecian las divisiones entre los paneles por donde se pliegan
para su almacenamiento. El que unos elementos técnicos, imprescindibles como
esos, interrumpan o interfieran aparentemente en la composición es una
particularidad que se encuentra también en las puertas correderas, en cuyo caso
es el propio marco de cada hoja y los tiradores los que son visibles. En ambos soportes el pintor puede decidir si adapta su composición a esos elementos o bien
actúa como si no existiesen.
Una
costumbre muy habitual en Japón es la facilidad con que una obra ejecutada
inicialmente en unos fusuma, se
desmonta y vuelve a montar sobre unos biombos. En esos casos, la interferencia
de los tiradores rehundidos de las hojas correderas con la composición
pictórica se soluciona de la mejor manera posible.
Conclusión
Los
artistas japoneses que realizaron pinturas monocromas empleando solo tinta
china se valieron de todos esos formatos, emakimono,
kakemono, fusuma y byōbu, aunque
obviamente también crearon obras sobre simples hojas de papel sin tener previsto trasladarlas a
ninguno de esos soportes en concreto, aunque posteriormente sí se hiciera y se montaran como un kakemono.
Lo que
me interesa remarcar aquí es que por pintura de tinta china japonesa, es decir
la sumi-e o la suiboku-ga, se entiende la que es absolutamente monocroma o bien la
que solo muestra unos discretos toques de color, en caso contrario estaríamos
hablando de otro tipo de obra, como ocurrió cuando lo hice de las paredes de
Nijō en Kioto un poco más arriba.
Resumiendo
mucho, la pintura japonesa hasta la llegada de las xilografías polícromas del
siglo XVII, de la que prometo hablar dentro de no mucho tiempo, se formó alrededor de dos grandes tradiciones: la colorística de
la yamato-e, de la que hablé en su día, y la monocroma de la sumi-e, que surgió en el entorno budista y que estoy comentando en esta
serie de artículos.
La
primera de esas tradiciones dio lugar a dos escuelas, la Tosa y la Sumiyoshi.
La segunda, a la Kanō. Con los años, la fusión más o menos parcial de ambas dio
lugar a otras. Lo que tenían en común todas ellas era que sus estilos se
encontraban ya muy alejados de las obras clásicas chinas.
De todas
esas escuelas iré hablando poco a poco en sucesivos artículos, pero antes, es
decir, la semana próxima, comentaré la obra de
algunos artistas de la sumi-e.
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