La pintura japonesa de estilo occidental en
el periodo Taishō, Koga Harue y
Nakahara Minoru
En el anterior artículo vimos la obra abstracta de Kanbara Tai y
hoy entraremos en el mundo del surrealismo japonés de la mano de dos artistas:
Koga Harue y Nakahara Minoru
Koga Harue (1895-1933)
Koga
Harue tuvo, como muchos de sus colegas, una corta vida, que en su caso quedó
marcada por una insistente sucesión de tristes acontecimientos. Todavía muy
joven, vio como su compañero de habitación se suicidaba; en 1920 su único hijo
nació sin vida, y en 1924 su mujer fallecía de una enfermedad.
Los
primeros años de la corta carrera de Koga pueden interpretarse como un indeciso
recorrido por diversos movimientos europeos como el primitivismo o el cubismo, o quizás como una simple fase de aprendizaje antes de forjarse un estilo propio. De
cualquier forma, después de una serie de obras creadas a mediados de los
veinte, en las que la influencia de Paul Klee (1879-1940) era palpable, a
finales de esa década realizó los que, en mi opinión, son sus mejores cuadros.
Koga Harue: Una sencilla noche de luna,
1929, óleo sobre tela, 117x91 cm.
Museo de Arte Bridgestone, Tokio. Foto:
Wikimedia Commons.
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El óleo de la ilustración anterior es de una de las obras de Koga que preludian su
última fase abiertamente surrealista. La yuxtaposición, aparentemente aleatoria,
de los diferentes elementos de la composición no deja de resultar poética.
Koga Harue: El Mar, 1929, óleo sobre tela, 130x162
cm.
Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio. Foto: Wikimedia Commons.
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La Swanson en 1917. Foto: Wikimedia Commons. |
Para la figura de esa mujer, el artista se inspiró en una foto de la actriz americana Gloria
Swanson, en la que aparecía de puntillas en la cubierta de un yate y con ese atuendo. La instantánea era de una escena del corto mudo titulado Teddy at the Throttle, de 1917. Teddy era el perro que vemos tras ella con las patas sobre el timón, es decir, "al acelerador" del bote.
Koga Harue: Paisaje en el mar profundo, 1933, óleo sobre tela, 129x161
cm.
Museo de Arte Ōhara de Kurashiki. Foto: Wikimedia Commons.
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De 1933,
el año de su muerte, es la obra reproducida en la fotografía anterior, una
buena muestra del surrealismo que se puso de moda en Japón tras la traducción
de los manifiestos de André Breton en 1930.
Nakahara Minoru (1893-1990)
Nakahara
Minoru se graduó en el Instituto Nipón de Odontología en 1915 y completó sus
estudios de esa especialidad en Harvard en 1918. A continuación se trasladó a
Francia, donde, además de servir en el cuerpo médico del ejército, decidió estudiar
pintura. Cuando regresó a Japón en 1923, ingresó como profesor en el instituto
donde había estudiado de joven. A partir de ese momento alternó su profesión
como dentista con su afición por el arte pictórico.
La anterior reproducción es de la obra más conocida de Nakahara.
Cuando, en 1924, la presentó en la segunda exposición de Action, levantó duras
críticas de los vanguardistas más puristas, quienes le acusaban de plagio por el empleo de una iconografía demasiado similar a la de los alemanes George
Grosz (1893-1959) y Otto Dix (1891-1969), artistas que realizaron su producción más representativa durante la década de los veinte.
No se puede negar que, además de los rótulos escritos en
alemán, el uniforme del soldado que aparece en el centro de la zona inferior,
el individuo con frac, el violín y otros muchos elementos de su composición
reflejan un ambiente claramente germano, incluso podría decirse que berlinés. No había nada en el
cuadro que recordara, aunque fuera mínimamente, un ambiente nipón; sin duda, un
hecho que, para los más radicales, resultaba poco justificable en una obra no
abstracta de un artista japonés.
No obstante, creo que no se puede negar el impacto que
produce ese óleo. El contraste casi brutal que genera la anónima mujer, con su medio cuerpo escarlata, entre la gran cantidad de elementos de colores grises y
terrosos es evidente. Son los símbolos de una sociedad ensimismada ante los
nuevos placeres que le aportan los felices veinte, una situación que recuerda
los tiempos cuando el también efímero “mundo flotante” nipón se reflejaba en
los grabados ukiyo-e, un tipo de pintura que comenté hace varios meses en
una serie de artículos de este blog.
En la obra de la ilustración anterior, también conocida con el título de Cosmos,
Nakahara empleó los mismos métodos para ensamblar objetos abstractos que hacían referencia a su título, aunque esta vez lo hizo de forma algo menos abigarrada. El
resultado recordaba el surrealismo onírico occidental.
Llegado
a este punto, después de haber comentado, muy sucintamente, la obra pionera de Kanbara, Koga y Nakahara, me gustaría hablar de la producción artística surgida
alrededor de una de las más notables asociaciones de artistas japoneses de los
años veinte de la pasada centuria. Me estoy refiriendo a MAVO, del que tratará el siguiente artículo.
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