La pintura japonesa de estilo occidental en
el periodo Shōwa, primera parte
Con el artículo anterior concluí el capítulo dedicado a la
pintura moderna japonesa entre los años 1912 a 1926, es decir, durante la época
Taishō. Hoy inicio el tercero y último apartado de esta serie en el que hablaré
de la pintura japonesa entre 1926 y 1945, es decir, lo que se podría definir
como primera fase de la era Shōwa, que, en realidad, no
concluyó hasta 1989.
La subdivisión del siglo XX en periodos imperiales no tiene mucho sentido. Es más, incluso yo diría que en absoluto cuando se trata de analizar el arte. En realidad, el nombre de las tres épocas,
Meiji, Taishō y ahora Shōwa, lo he utilizado principalmente para que sirva de clave
de búsqueda, pues muchos artistas desarrollaron su carrera en varias de ellas.
Esas
tres épocas imperiales, con la particularidad de que solo he
seleccionado una parte de la última, las he incluido en esta serie de artículos que
genéricamente he titulado “Pintura moderna japonesa” porque pienso que, desde
el punto de vista artístico, resulta mucho más lógico englobarlas en un único “paquete”.
De esa forma estaremos hablando de un lapso de tiempo que abarca desde el inicio
del arte de estilo occidental en Japón, hacia 1868, hasta el final de la guerra
mundial en 1945.
En esos algo más de setenta y cinco años, después de descubrir el arte europeo, los artistas
japoneses lograron ponerse al día respecto los logros y avances más renovadores del panorama internacional. En los artículos anteriores, hemos visto muy por encima cómo fueron progresando en esa labor. Pero avancemos un poco más y conozcamos cómo evolucionó la pintura japonesa de estilo
occidental durante la década de los treinta y el periodo bélico de 1940 a 1945.
El ambiente del periodo Shōwa hasta 1945
El periodo imperial Shōwa fue el más largo de todo el siglo
XX, pues abarcó desde 1926 hasta 1989. Sin embargo, en sus más de 60 años
existen dos etapas claramente diferenciadas: la que abarcó de 1926 hasta el
final de la Guerra del Pacífico en 1945 y la que discurrió desde esa fecha hasta
1989. Hoy solo hablaré de esa primera fase, pues la segunda tuvo
unas características muy, pero que muy diferentes en todos los aspectos.
Aunque oficialmente el periodo Shōwa comenzó en 1926, el
ambiente social y artístico durante sus primeros años apenas se diferenciaba
del que había reinado en el anterior, el Taishō. Sin embargo, en la década de los treinta, la
atmósfera que se respiraba en el país comenzaba a cambiar. Primero, la gran
depresión de 1929 afectó a Japón profundamente. Luego, una serie de decisiones políticas y militares desembocaron, fatalmente, en la debacle
atómica.
La situación social y económica a lo largo de la década de
los treinta y durante la primera mitad de los cuarenta, no resultó nada
favorable para la creación artística. Cómo fue evolucionando ese ambiente lo
descubriremos viendo las tendencias de la pintura japonesa durante esos años.
El final de una época
Cuando estaba finalizando la década de los veinte, a grandes rasgos, los
medios pictóricos más avanzados y comprometidos se dividían en dos grupos. En
un lado se encontraban los que insistían en continuar con la renovación formal. En el otro, aparecían los que consideraban que el único avance lo podía
ofrecer el arte proletario y de izquierdas. Sin embargo, ambos no tardaron
mucho en encontrarse en el mismo bando cuando tuvieron que enfrentarse a un sistema
que rechazaba las propuestas de ambos.
La enorme variedad de planteamientos que coexistían en esos años hacía
que, como en el periodo Taishō, aparecieran y desaparecieran
numerosas asociaciones de artistas con ímpetus renovadores, pero casi siempre
de muy corta vida.
Voy a presentar la obra de unos pocos creadores que, de una u
otra forma, consiguieron que los logros obtenidos con ímprobos esfuerzos desde
principio de siglo no se perdieran en el enrarecido ambiente que se respiraba
esos años. Algunos de ellos pudieron proseguir su carrera artística tras la
contienda mundial, otros no tuvieron la suerte de sobrevivirla.
Debo dejar bien sentado que la selección que hago no
presupone ningún tipo de minusvaloración de la obra de los que no aparezcan en
esta serie, todo lo contrario. Las elecciones son siempre discutibles y sobre
todo muy variables, pues dependen del momento e incluso del estado de ánimo de
quien las hace. No obstante, intentaré que los hoy ausentes sean protagonistas de
mis artículos en otra ocasión.
Voy a empezar por un pintor de una trayectoria vital que abarca
casi un siglo y que puede considerarse como el más conspicuo representante del
surrealismo en Japón, con permiso de Koga Harue, fallecido en 1933, aunque solo
tres años más joven, y de quien hablé en un artículo anterior. Me refiero a Fukuzawa
Ichirō.
Fukuzawa Ichirō (1898-1992)
Fukuzawa
Ichirō fue uno de esos pintores que formaban parte de casi todas las
asociaciones de artistas que aparecieron en los años treinta. De familia
solvente, Fukuzawa pudo viajar a París en 1924 y permanecer en la capital gala
hasta 1933. Eso le permitió conocer en persona a Giorgio de Chirico (1888-1978), Max Ernst (1891-1976)
y el surrealismo. Cuando regresó a Japón, se dedicó a escribir artículos y
libros sobre ese movimiento, del cual él mismo reconocía que tenía gran
influencia en su propia obra. Incluso afirmaba que era un estilo especialmente
adaptado a la mentalidad japonesa.
El cuadro que se muestra en la ilustración siguiente lo creó
Fukuzawa en París, cuando la influencia de Chirico y Ernst en su pintura era
evidente. Collages, encuadres
insólitos (aunque muy familiares para un japonés como vimos en mi serie sobre el
grabado japonés), ambientes enigmáticos y un cierto
humor e ironía, ausentes en la producción de los europeos, eran algunos de los
rasgos de su obra en esos años.
Fukuzawa Ichirō: Poisson d’avril, 1930, óleo sobre tela, 116x80 cm.
Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio. Foto en Gallery Guide to the Collection of the National Museum of Modern Art, Tokyo, 2003. |
En 1930 se
tradujo al japonés Le surrealisme et la
peinture de André Breton (1896-1966), manifiesto publicado en Francia dos
años antes. Gracias a Fukuzawa y al crítico Takiguchi Shuzō (1903-1979),
a mediados de la década de los treinta, el surrealismo ya había calado en
muchos pintores nipones. Igualmente, aunque con algo más de retraso, la
abstracción también comenzaba a ganar adeptos gracias a la labor de otro
inquieto artista: Hasegawa Saburō, de quien hablaré en el siguiente artículo.
La obra
de Fukuzawa a finales de los años treinta se volvió mucho más violenta y
comprometida, y en 1941, ya iniciada la contienda mundial, fue arrestado por
supuestas relaciones con el movimiento comunista. Su producción, una
vez finalizada la guerra, reflejaba la desesperanza tras una experiencia desoladora.
El óleo de la fotografía anterior es una de las obras más apreciadas
de Fukuzawa. También se conoce como Guerra
perdida o incluso Nación derrotada; pero, en cualquier caso, su alegato en contra de la guerra no parece limitarse a
Japón, dado que los cuerpos amontonados no tienen constitución nipona, ni
siquiera sus cabelleras son de color negro. El tema más bien parece
desarrollarse en cualquier sitio del planeta, sin especificar ninguno en
concreto.
Los cuerpos se amontonan, se entrelazan. Seguramente algunos
ya están muertos. La sangre fluye por el terreno. Sus rudas anatomías forman
una pirámide humana de la que, con toda seguridad, solo unos pocos saldrán vivos. Así
parece indicarlo el cielo azul que quizás presagia tiempos mejores, aunque unos
nubarrones de extraños colores aún recuerdan lo sucedido.
Entre
1952 y 1954, Fukuzawa inicia un largo viaje por Europa y Latinoamérica, y a
finales de los años setenta crea una serie de litografías basadas en las
corridas de toros que permiten compararlas con las de Picasso sobre el mismo
tema.
En las reproducciones que incluyo de la serie consagrada a la corrida de toros, vemos que Fukuzawa siente la
necesidad de “salpicar” con manchas de tinta los momentos más peligrosos, y
también vistosos desde el punto de vista plástico, de la corrida. Curiosamente,
frente a la espontaneidad del trazo y la simplificación del detalle de la obra
picassiana, el japonés parece sentirse empujado a ejecutar nerviosas, casi
indecisas, líneas y pormenorizar los adornos de los vestidos de luces.
Fukuzawa Ichirō: Picadores de la serie Corrida de toros
española,
1979, litografía, 41x57 cm. Ilustración extraída de la web de la Independent Administrative Institution National Museum of Art. |
En el siguiente artículo hablaré
de varios artistas abstractos que trabajaron en esta época.
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