martes, 28 de enero de 2020

Rasgos y recurrencias en las artes japonesas, I

La pintura asiática y la pintura europea
Inicio hoy una nueva serie de dieciséis entradas dedicada a las artes japonesas y, en concreto, a comentar algunas de sus características más recurrentes, gran parte de las cuales resultan ser muy diferentes de las que se dan en el arte occidental.

En el año 2016 publiqué nueve artículos sobre ese tipo de rasgos en la arquitectura japonesa, este enlace te llevará al primero de ellos. Ahora, en esta serie retomaré ese tema de las recurrencias llevándolo a otras artes, principalmente a la pintura y la jardinería, aunque también volveré a hablar de la arquitectura.

A pesar de que algunos de los atributos  de la arquitectura que comenté entonces los vuelva a mencionar aquí, creo que merece la pena hacerlo para comprobar si es cierto que son comunes a otras artes niponas. Esta es la diferencia de esta serie respecto a la anterior.

Antes de comenzar, me gustaría hacer un comentario sobre esas comparaciones que casi siempre hacemos entre el arte de Japón y el de Occidente. En mi opinión, en la mayoría de los casos, no resultan equitativas por no realizarse entre elementos homogéneos. Por ejemplo, Japón es un país formado por centenares, miles de islas que no comparte su insularidad con ningún otro, con lo que eso implica de aislamiento. En cambio, el concepto de Occidente engloba decenas de estados, poquísimos de ellos insulares, y que incluso se encuentran en distintos continentes.

Mapa de Japón. Fuente: Google Maps.

Las comparaciones deberían realizarse siempre entre entidades semejantes en escala y dentro de un mismo entorno temporal. Por otro lado, hay que ir con mucho cuidado cuando se intenta equiparar la cultura de un país con una lengua y una religión exclusivas, me refiero al sintoísmo, con varios países que suman muchos más habitantes, utilizan idiomas diferentes e incluso practican diversas concepciones religiosas. Si a eso añadimos que no pocas veces se cotejan épocas diferentes, las conclusiones de esas comparaciones serán, como mínimo, discutibles.

Por eso, cuando a partir de ahora hable de rasgos recurrentes en las artes de Japón y los relacione con otros de las artes que llamamos “occidentales”, en la mayoría de los casos intentaré hacerlo no con Occidente, ni siquiera con Europa, sino con un único país occidental, con Italia.

Sirva como ejemplo lo que, en mi opinión, sería una comparación mínimamente aceptable: la que hago entre las dos ilustraciones siguientes.

Kanō  Motonobu: Kannontinta y color y oro sobre seda, 
157x76 cm., primera mitad del siglo XVI.
Museo de Bellas Artes de Boston. 
Foto: Wikimedia Commons.

La pintura de la foto anterior es de una pintura japonesa del siglo XVI de una divinidad budista. Su época y tema son equiparables a los de la obra que aparece en la siguiente ilustración, dado que Rafael pintó a la madre de Jesús en la misma época que Motonobu. Así pues, a lo largo de esta serie intentaré en lo posible mantener ese tipo de semejanza cuando realice comparaciones entre obras de arte orientales y occidentales.

Rafael Sanzio: Madonna de la Casa de Alba, 98x98 cm, óleo sobre tela, 1511.
National Gallery de Washington. Foto: Wikimedia Commons.

Si hablamos de pìntura, arquitectura, jardinería o artesanía clásicas de Japón estaremos situados casi siempre en un lapso de tiempo comprendido entre los siglos XV y XVIII. También en Italia, esos fueron años de especial esplendor creativo. El arte del Renacimiento y barroco italianos se convirtieron en un modelo para el resto de Europa.

Pero entremos ya en materia. En esta serie que comienzo hoy hablaré de algunos de los rasgos que comparten diferentes especialidades artísticas japonesas. En gran parte de mi presentación utilizaré como hilo conductor la idea de espacio y cómo se ha plasmado en Japón. Por supuesto que podría haber elegido otra característica, pero esta servirá muy bien para mi propósito.

A lo largo de la historia, en casi todas las manifestaciones estéticas del planeta, desde la pintura a la arquitectura pasando por la literatura o el teatro, los artistas han transmutado de forma poética un espacio o paisaje real en uno imaginario.

Como ejemplo de ello, he elegido cuatro obras en la que el paisaje desempeña un papel importante. Todas son del siglo XV y de diferentes países: dos europeas, una flamenca y otra italiana, y dos asiáticas, una china y otra japonesa.  Empecemos por la flamenca.

Jan van Eyck: Bautismo en el río Jordán, fragmento de un manuscrito, color sobre pergamino, c. 1425. 
Museo de Arte Antiguo de Turín. Foto: Wikimeda Commons.

La primera es en realidad una pintura que ilumina una de las páginas de un manuscrito flamenco. A pesar de que su tema es el bautismo de Jesucristo en el río Jordán, el paisaje ocupa la mayor parte de la escena. Esta pequeña obra es un buen ejemplo de paisaje imaginado por su autor por cuanto no solo tiene poco que ver con el que en la realidad bordeaba ese río, sino que los edificios que aparecen en él son claramente anacrónicos, su estilo nada tiene que ver con los de la zona y época en que vivió Jesús.

La siguiente ilustración es de una obra del italiano Mantegna, también de mediados del siglo XV, quien de nuevo recrea un paisaje imaginario que nada, o casi, tiene que ver con la realidad de los años en que se produjeron los hechos representados.

Andrea Mantegna: Agonía en el jardín, temple sobre madera, 63x80 cm, c. 1459.
Real National Gallery de Londres. Foto. Wikimedia Commons.

Pues bien, en Oriente también se dio esa misma idealización del paisaje para convertirlo en una imagen poética alejada de la realidad. La siguiente obra es de un artista chino de la misma época que las dos anteriores. El tratamiento de la naturaleza es, en cierto modo, semejante. Su grandeza, reforzada por la imponente presencia de las montañas, es la protagonista de la composición.

Shen Zhou: Grandiosas montañas.
Tinta y color sobre papel, 194x98 cm, c. 1480,
Palacio Museo Nacional de Taiwán. Foto: Wikimedia Commons.

La siguiente ilustración es una obra japonesa de un paisaje imaginario de agrestes picos junto a un río. Ese tratamiento idealizado queda remarcado por el empleo muy limitado del color, se trata casi de una pintura monocroma aunque seguramente los años han reducido su cromatismo, sin duda muy controlado por su autor.

Tenshō Shūbun: Leyendo en un bosque de bambúes, tinta y color sobre papel, 135x33 cm, 1446,
Museo Nacional de Tokio. Foto: Wikimedia Commons.

Si comparamos las dos parejas de obras, en las asiáticas se descubre una importante diferencia respecto a las europeas. En estas el hombre aparece en primer plano como centro de la composición (mucho más en la italiana que en la flamenca), compitiendo con la naturaleza, la cual se trata como un telón de fondo, eso sí, muy elaborado.

Sin embargo, en las dos pinturas asiáticas, la naturaleza empequeñece al ser humano. Apenas se distingue en ellas su presencia debido a su minúsculo tamaño. En la zona inferior de ambas, en la orilla del río aparece un individuo que contempla inmóvil, impresionado, el paisaje que le rodea. ¡Qué manera tan diferente de interpretar el papel del ser humano en el mundo en la Europa clásica y en los países extremo orientales! Son dos concepciones vitales casi opuestas. El hombre como centro del universo en la primera, y el hombre como una parte  mínima del universo en la segunda.

En China y Japón, la arquitectura tampoco puede competir con la presencia de cascadas, riscos y montañas. En la pintura china, solo un frágil puente escalonado cruza la cañada por delante de la cascada. En la japonesa, una humilde cabaña se ha representado con tinta muy diluida casi al borde de un barranco. En el río apenas se vislumbra una canoa que seguramente ha partido de un poblado del que solo se ven sus tejados por encima de los árboles.

Con solo esta sencilla comparación, hemos podido constatar cómo las pinturas de Oriente y de Occidente reflejan distintas concepciones vitales, diferentes interpretaciones del entorno que nos rodea. En las siguientes semanas, seguiremos descubriendo rasgos del arte japonés que, gracias a su comparación, como he dicho, con el italiano, nos permitirán descubrir algunos de los aspectos más genuinos de la cultura japonesa.

Con esto finalizo este primer artículo introductorio de esta serie dedicada a los rasgos recurrentes en el arte de Japón. En el siguiente entraré ya de pleno en materia.

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