La arquitectura
japonesa, clasicismo y vanguardismo
Inicio hoy una nueva serie consagrada a la arquitectura
japonesa que será un poco ecléctica, me explicaré. En los siguientes artículos
hablaré tanto de edificios antiguos con cientos de años de antigüedad como de
otros modernos construidos en este siglo XXI.
El motivo de semejante cóctel no es más que mostrar que, a pesar de que las propuestas de los arquitectos japoneses actuales nos parezcan muy vanguardistas, sus edificios siguen siendo, en la mayoría de los casos, por un lado muy diferentes de los proyectados en otros países y por otro muy semejantes a los de su propia tradición constructiva, aunque a primera vista no lo aparenten.
Seguramente, ese es uno de los factores que han situado a la arquitectura del País del Sol Naciente en los puestos de honor de un hipotético pódium mundial.
El motivo de semejante cóctel no es más que mostrar que, a pesar de que las propuestas de los arquitectos japoneses actuales nos parezcan muy vanguardistas, sus edificios siguen siendo, en la mayoría de los casos, por un lado muy diferentes de los proyectados en otros países y por otro muy semejantes a los de su propia tradición constructiva, aunque a primera vista no lo aparenten.
Seguramente, ese es uno de los factores que han situado a la arquitectura del País del Sol Naciente en los puestos de honor de un hipotético pódium mundial.
En general, la idea que un occidental medio se ha formado de
la arquitectura de Japón es una mezcla inconexa de imágenes de templos
budistas, casas de té y edificios vanguardistas. Y la he calificado de inconexa
porque si tiene la ocasión de contemplar algunos de los proyectos de los
arquitectos japoneses actuales, posiblemente, no se le ocurrirá pensar que
tienen algo que ver con esas mansiones de puertas de papel y suelos de tatami que han quedado grabadas en
nuestro inconsciente merced a las películas de época de samurai.
Escuela de Ashikaga, prefectura de Tochigi, periodo Edo. Foto: J. Vives. |
Ese elemento intangible y diferenciador respecto a las
construcciones occidentales en general, nace justamente de ciertos conceptos que han caracterizado la arquitectura japonesa de todos los tiempos,
incluso la moderna. Algunos de ellos son aparentes y visibles; otros,
incorpóreos e invisibles. Entre los primeros, incluiría la asimetría
compositiva, la subdivisión o modulación y la naturalidad de los acabados.
Entre los segundos, la indefinición espacial y la impermanencia o constante renovación.
Propongo que, a lo largo de esta nueva serie que inicio hoy,
descubramos esos rasgos singulares de la arquitectura clásica del País del Sol
Naciente, para luego intentar encontrarlos en algunos de los proyectos más emblemáticos
construidos en los últimos decenios.
En los próximos meses, iré publicando, cada quince días, un
artículo en el que intentaré comentar algunas de las características de la
arquitectura japonesa en relación con las de la occidental y, en su caso, con
las de la europea clásica. Hace ya tiempo, escribí dos entradas en este blog donde hablaba de ciertos rasgos recurrentes en los
edificios de Japón, pero ahora voy a ampliar un poco más lo que dije allí. No
obstante y por una vez, no voy a empezar por el principio, sino que directamente
voy a dirigirme al siglo XX.
La arquitectura occidental
del siglo XX
Los arquitectos europeos de principios de la pasada centuria
se dedicaron a organizar y cuantificar metódicamente las características de la
vivienda ideal para una familia media. Nacía el denominado movimiento funcionalista cuyo credo se planteaba una meta: crear residencias salubres para la creciente
población urbana. Para ello, comenzaron a definirse las condiciones o parámetros
que tenía que cumplir cualquier vivienda. Por ejemplo, las mínimas horas de sol que debía recibir diariamente, cuantas piezas había de tener en función de sus
ocupantes, qué uso se asignaba a cada estancia, qué superficie le correspondía,
etcétera.
Sin embargo, muy pronto se constató que también había que imbuir a esos espacios de algo
más que los convirtiera en ambientes agradables y, si era posible, que los
integrara en la naturaleza. A grandes trazos, eso era el movimiento organicista,
una tendencia arquitectónica que pretendía superar los rígidos parámetros del
funcionalismo radical dando un paso que fuera más allá de sus frías, racionales y
mecanicistas cuantificaciones.
Curiosamente, durante la primera mitad del siglo XX, los
acólitos de ambos movimientos descubrieron con asombro que muchas de sus ideas,
y en especial esas últimas características, muy difíciles de medir, se
encontraban magistralmente resueltas en los edificios japoneses.
Los primeros occidentales
que descubrieron la arquitectura japonesa
El americano Frank Lloyd Wright (1867-1959) conoció directa
aunque brevemente la arquitectura de Japón durante un viaje que realizó en 1905.
En algunas de sus obras de esa época se aprecian reminiscencias de ciertos edificios del País del Sol Naciente, como puede verse al comparar las dos
fotografías siguientes de uno de sus proyectos y del célebre Pabellón del Fénix
en Uji, que comenté en este artículo.
En 1923, Wright inauguró el célebre Hotel Imperial de Tokio, un proyecto emblemático del arquitecto americano muy alabado por unos, pero no tanto por otros, como fue el caso de su colaborador Antonin Raymond (1888-1976), quien consideraba que era una obra muy poco adecuada para el ambiente japonés, tanto por sus materiales y acabados como por su estructura espacial. Por cierto, Raymond fue el primer arquitecto occidental que trabajó con despacho propio en Japón durante décadas, antes y después de la guerra, dejando una obra muy importante en su país de adopción.
El siguiente arquitecto occidental que descubrió y, sobre
todo, que supo entender la singularidad de los edificios clásicos japoneses fue
el alemán Bruno Taut (1880-1938), quien residió en Japón de 1933 a 1936.
Gracias a su larga estancia pudo no solo conocer su cultura y monumentos, sino
escribir un libro ya histórico: La casa y
la vida japonesa, del que existe traducción española. Gracias a la obra de Bruno
Taut, el mundo descubrió las excelencias de la Villa Imperial de Katsura en
Kioto, el más emblemático y magistral paradigma de la arquitectura residencial
nipona y a la que, hace meses, dediqué varios artículos
en este blog.
Antes de llegar a Japón, en los años veinte del siglo
pasado, Bruno Taut había realizado una enorme labor de modernización de la
arquitectura europea con varios proyectos de edificios de apartamentos. En ellos
se plasmaba todo el credo funcionalista: viviendas situadas en la naturaleza, buena
ventilación e insolación en todas las habitaciones, adecuadas instalaciones de
fontanería y electricidad, etcétera. Las dos fotografías siguientes muestran
uno de esos conjuntos residenciales ideados por Taut en Berlín.
Bruno Taut: Vista aérea de la Urbanización de
Hufeisensiedlung (de la Herradura), 1925.
Foto: Wikimedia Commons. |
Bruno Taut: Vista aérea de la Urbanización de
Hufeisensiedlung (de la Herradura), 1925.
Foto: Wikimedia Commons. |
Pero volviendo a la arquitectura japonesa, hay que hacer
notar que fue gracias precisamente a Bruno Taut que Occidente descubrió los
valores más profundos de los edificios tradicionales nipones y en concreto de la
mencionada residencia imperial de Katsura.
Taut constató asombrado que todos aquellos objetivos que se
habían planteado los arquitectos más avanzados de Europa hacía pocas décadas, se habían alcanzado siglos antes en Japón. La ventilación cruzada de las
estancias, la orientación más adecuada, la flexibilidad de uso de cada estancia,
la calidez de los materiales y, sobre todo, la comunión con el exterior, con la
naturaleza. Con todo eso se topó Taut cuando visitó la Villa Imperial de
Katsura en Kioto en los años treinta del siglo pasado. Podemos imaginarnos su
sorpresa cuando descubrió que los ideales que se planteaban los
modernos arquitectos occidentales se habían materializado en Japón tres siglos
antes, y además, de forma magistral.
Lo moderno en la
arquitectura tradicional japonesa
La importancia de los edificios de Katsura ha quedado acreditada
por haber sido objeto de admiración incondicional no solo de los integrantes del
funcionalismo u organicismo arquitectónico de la primera mitad de la pasada
centuria, sino también de los más iconoclastas valedores del denominado movimiento
postmodernista, surgido a finales de los años setenta y que en los ochenta se
extendió por todo el planeta.
Bruno Taut fue el primer occidental que descubrió y, sobre
todo, analizó profundamente los valores arquitectónicos de Katsura. Incluso se
los hizo ver a los mismos japoneses, pues por esos años, mediados de los
treinta del siglo XX, eran muy pocos los ensayos realizados por académicos
nipones sobre la Villa Imperial. Ya he dicho que Taut residió en Japón de 1933 a 1936, un largo
periodo que le permitió estudiar y comprender la arquitectura japonesa como
ningún occidental lo había hecho hasta esa fecha, aunque ya existían algunos precedentes como el de Ralph Adam Cram con su Impressions of Japanese Architecture and the Allied Arts de 1905 o el trabajo pionero de Edward S. Morse Japanese Homes and their Surroundings de 1886.
El segundo europeo en quedarse literalmente “pasmado” ante
Katsura fue otro maestro de la primera mitad del siglo XX, el arquitecto alemán
Walter Gropius (1883-1969). En 1954, Gropius fue invitado a Japón con motivo de
una exposición de su obra en el Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio.
Durante su estancia, pudo visitar diversos lugares y monumentos del país
acompañado de colegas japoneses, uno de ellos fue Katsura. Entre los personajes
que le sirvieron de guía se encontraba Tange Kenzō (1913-2005),
quien todavía no era conocido internacionalmente. A Tange Kenzō le dediqué en su día una serie en este blog.
En esa década de los cincuenta, el fotógrafo Ishimoto
Yasuhirō (1921-2012) llegó a decir que “Katsura era mondrianesca”. Tal era la
modernidad que veía en su palacio. La fotografía siguiente, realizada por
Ishimoto en 1954, muestra perfectamente cómo vio entonces el edificio de la
residencia imperial de Katsura y cómo, con su trabajo, nos transmitía sus
sensaciones y en concreto ese ver a Mondrian en cada rincón de Katsura.
Contemplando la fotografía anterior, y comparándola con la
siguiente reproducción de un cuadro de Mondrian, se entiende perfectamente que Ishimoto,
en 1954, quedara impresionado por el sorprendente parentesco de Katsura con el
espíritu neoplasticista. Sin embargo, y sin quitarle la razón en absoluto,
¡faltaría más!, debo decir que no toda Katsura era, o es, mondrianesca, pero esa es
otra cuestión.
Piet Mondrian: Composición
II con dos líneas negras, óleo sobre tela, 51x50 cm, 1930. Museo Stedelijk Van Abbe, Eidhoven, Holanda. Foto: Wikimedia Commons. |
A partir del descubrimiento de esos y otros aspectos
modernos de la residencia de la Villa Imperial de Katsura,
poco a poco, europeos y americanos reconocieron los valores de la arquitectura
clásica japonesa. De eso han pasado ya unos ochenta años, si contamos desde la
visita de Taut en los treinta, y unos sesenta si partimos de la de Gropius en
1954.
Hoy, en pleno siglo XXI, la arquitectura más actual
de Japón ha alcanzado un prestigio internacional indiscutible. Profesionales y
académicos de todo el planeta sitúan a sus creadores en lo más alto del
panorama mundial. Posiblemente eso sea debido a su tan especial tradición
constructiva, la cual hizo posible, junto con otros factores culturales no
menos importantes, que adquiriera características tan singulares. Algunas de
ellas las intentaré mostrar en los siguientes artículos de esta serie.
¿Estas interesado en la arquitectura clásica japonesa?, pues en mi libro Arquitectura tradicional japonesa encontrarás lo que buscas. Mira en estos enlaces sus datos, su índice, su introducción y un extracto. Puedes comprarlo en cualquier librería o en Amazon.
Y si también lo estás en la arquitectura moderna japonesa, en mi otro libro Arquitectura moderna japonesa también hallarás abundante información. Mira en estos enlaces sus datos, su índice, su introducción y un extracto. Puedes comprarlo en cualquier librería o en Amazon.