La pintura japonesa de estilo occidental en el periodo Shōwa,
tercera parte
Como
dije hace dos semanas, con este artículo concluyo
esta serie dedicada a la pintura japonesa de estilo occidental realizada por
artistas cuya actividad se desarrolló, aproximadamente, entre 1870 y 1945. Hoy hablaré de dos creadores de corta vida: Ai mitsu y Matsumoto Shunsuke.
Ai Mitsu (1907-1946)
Ai Mitsu fue uno de los numerosos artistas japoneses que cambió de nombre varias veces. Realmente se llamaba
Ishimura Nichirō, pero en 1923, al comenzar sus estudios de
pintura, adoptó el alias artístico de Aikawa Mitsurō. Tres años más tarde, cuando
recibió el primer premio en la tercera muestra de la Nika-kai, decidió acortar
su apodo y dejarlo como Ai Mitsu.
El óleo que aparece en la fotografía siguiente es, en mi
opinión, una de las obras más impresionantes de la época que, además, tiene algo en común
con el Grupo de figuras vencidas en la batalla
de Fukuzawa Ichirō, ejecutado ya en la posguerra, en 1948, y que comenté en un artículo anterior publicado con motivo del aniversario de la bomba atómica de Nagasaki.
Ai Mitsu: Paisaje con un ojo, 1938, óleo,
102x193 cm. Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio.
Foto: Wikimedia Commons.
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El cuadro de Ai Mitsu muestra un sombrío paisaje en un
ambiente crepuscular y misterioso donde, inesperadamente, surge un enorme ojo
que parece espiarnos. La inquietante atmósfera que se crea en el óleo nos produce una sensación que nos permite imaginar el agobio que debieron experimentar muchos de los artistas de vanguardia
durante esos años. Recordemos que a finales de los treinta, la situación política y social en Japón comenzaba a ser crítica.
Durante sus apenas dos décadas de carrera, Ai Mitsu estudió
los estilos de muchos artistas europeos que admiraba. Matisse, Roualt, Van
Gogh y otros creadores inspiraron e influyeron en su obra en distintos momentos, algo por otro lado muy frecuente en pintores japoneses del primer tercio del siglo XX.
Ai Mitsu: Autorretrato, 1944, óleo, 79x47 cm. Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio. Foto: Wikimedia Commons. |
El autorretrato que se muestra en la ilustración anterior es uno de los muchos que realizó Ai Mitsu y una de sus últimas obras antes de ser llamado a filas y enviado a China, donde falleció a los pocos meses, en enero de 1946.
Voy a comentar ahora la
obra de otro de los artistas de esta época que, en mi opinión, refleja de manera
extraordinariamente sincera y emotiva su compromiso ante el paulatino deterioro de la situación
política y social de Japón en los años treinta y cuarenta. Pero con solo esa
postura no se hace arte, un término que sin duda debe aplicarse a la obra de
Matsumoto Shunsuke.
Matsumoto Shunsuke (1912-1948)
El verdadero apellido de Matsumoto Shunsuke
era Satō, pero cuando se casó en 1936
decidió cambiárselo por el de su mujer, Matsumoto. Desde 1935, fecha en la que
presentó por primera vez su obra, y hasta 1943 expuso cada año en la Nika-kai.
La primera época de Matsumoto suele calificarse como azul por el predominio de ese color en su paleta. El cuadro de la ilustración siguiente pertenece a esa fase. En él, con claras influencias de Rouault y Grosz, se crea una atmósfera irreal que envuelve a unos personajes distantes y aislados que pululan en un entorno urbano.
Matsumoto Shunsuke: Ciudad, 1940,
óleo sobre tabla, 90x116 cm.
Museo de Arte de la ciudad de Shimonoseki. Foto: Wikimedia Commons.
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La reproducción siguiente es de un óleo en el que Matsumoto
ya comienza a distanciarse de los modelos europeos para adentrarse en la
abstracción, un estilo del que huirá muy pronto. Los tonos blancos de esta obra
recuerdan la técnica de Fujita, un artista del
que tendré que hablar en otra ocasión, pero de quien comenté un cuadro en este artículo dedicado a la bomba atómica de Hiroshima.
Matsumoto Shunsuke: Composición, 1941, óleo sobre tabla,
60x45 cm.
Museo de Arte Moderno de la Prefectura de Kanagawa, Kamakura.
Foto: Wikimedia Commons.
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En 1941, Matsumoto, consciente de la
situación de su país, escribió un artículo en la revista Mizue, titulado “Artistas vivos”, en el que mostraba claramente su
oposición a un asfixiante régimen militar que quería imponer sus propias reglas
a los artistas.
Matsumoto Shunsuke: Retrato del pintor, 1941, óleo sobre tela, 162x112 cm. Museo de Arte de Miyagi, Sendai. Foto: Wikimedia Commons. |
La obra de la ilustración anterior es una muestra de los temas intimistas elegidos por Matsumoto durante la contienda mundial. En ella aparece el propio autor, su mujer y, casi oculto, su hijo. En el fondo se vislumbra un frío paisaje del centro de Tokio. Los tonos son terrosos, casi monocromos. La pose casi mayestática del artista adquiere una monumentalidad cercana, consecuencia de la asunción de su papel como pintor. Su mirada rehúye la del espectador y se dirige a un más allá invisible, pero que se nos antoja esperanzador. Matsumoto no fue alistado debido a su sordera, pero las noticias que recibía de sus amigos en el frente le empujaban a intentar mantenerse a la altura de ellos en su trabajo, sin duda mucho menos arriesgado. Desde su posición, el compromiso social de Matsumoto fue en todo momento modélico.
Los paisajes forman un corpus muy importante en la producción de Matsumoto. Sus cielos son opacos, sin sol que ilumine un entorno urbano abatido por la desesperanza. Algunas de esas obras han quedado inacabadas, como la que muestra la ilustración siguiente. Un paisaje que rezuma silencio, con un cielo de un color que no presagia nada bueno. En el centro, bajo la aparentemente inestable estructura del puente, aparece una solitaria silueta de un hombre con sombrero. A pesar de la enorme desolación que emana del entorno que nos presenta Matsumoto, el cuadro no deja de tener un hálito intimista.
Matsumoto Shunsuke: Puente en Y, 1944, óleo sobre tela, 80x65 cm. Matsumoto kan.
Foto: Wikimedia Commons.
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El sentido de la responsabilidad de Matsumoto le llevó a crear
en 1943, en plena contienda, una asociación de artistas que bautizó como Sociedad
del hombre nuevo. Gracias a su enorme
ímpetu, logró organizar varias exposiciones en 1943 y 1944, algo insólito en
una sociedad que por esos años estaba padeciendo las penurias más extremas a
causa de la guerra. Para poder exponer, solo se impuso una condición a los
pintores: sus cuadros no debía reflejar situaciones bélicas.
Matsumoto Shunsuke:
Elefante, 1943-46, óleo sobre tela, 31x14 cm.
Museo de Arte Moderno de
la Prefectura de Kanagawa, Kamakura. Foto: Wikimedia Commons.
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El compromiso no beligerante de Matsumoto se mantuvo una vez finalizada la contienda mundial. En los primeros años de posguerra, surgieron muy pronto enfrentamientos entre los artistas que habían colaborado con el régimen militarista, en la mayoría de los casos la única forma de subsistencia posible para ellos, y los que se habían negado a costa de grandes sacrificios y penurias.
Sin embargo, Matsumoto, uno de los pocos opositores que intentó y consiguió que la actividad artística llegara a las gentes a modo de un mínimo y emotivo analgésico, se mostró una vez más como un noble e independiente árbitro que proponía a sus colegas olvidar las rencillas y volcarse en su trabajo: pintar y organizar exposiciones para el pueblo. En las situaciones más angustiosas el arte se convierte en un alimento imprescindible.
Matsumoto Shunsuke: Niño,
1944, óleo sobre tela, 27x22 cm.
Museo de Arte Okawa, Gunma.
Foto: Wikimedia
Commons.
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En
1946, Matsumoto publicó, corriendo con los gastos, un manifiesto que
tituló Llamada a todos los artistas de Japón. En él proponía la creación por todo el país de cooperativas de artistas para organizar una red de galerías
de exposiciones en el mayor número de ciudades.
Matsumoto
falleció con solo 38 años, trucando la prometedora carrera de un gran pintor y,
sobre todo, de una persona noble que ofrecía su arte al pueblo japonés cuando este se encontraba en sus peores momentos. El retrato de la ilustración anterior refleja muy bien
su deseo de un mundo mejor.
Matsumoto
Shunsuke y Ai Mitsu, a pesar de su corta vida y escasa producción, fueron dos
artistas que al margen de disputas sobre teorías pictóricas, supieron ofrecer algunas
de las más sentidas y emotivas obras de arte de las dos décadas más negras de
la historia japonesa. Su pintura nos emociona como pocas. Sin aspavientos de
ningún tipo, los crepusculares ambientes de Ai Mitsu y los desolados paisajes
urbanos de Matsumoto nos turban, nos estremecen, nos conmueven como sin duda les ocurría a los japoneses en esos años.
Con
este final, quizás un poco triste, doy por finalizada esta serie sobre la
pintura japonesa de estilo occidental entre 1868 y 1945. No dude el lector que
seguiré avanzando en la historia del arte nipón hasta llegar a nuestros días, pero creo que es momento de tomarse un respiro.
Los otros estilos de pintura japonesa
Ya
dije en el primer artículo de esta serie que, desde finales del siglo XIX, los artistas que se
dedicaban a la pintura de técnica occidental tenían frente a sí a otros colegas con planteamientos diferentes y que se agrupaban en dos bandos. En un
lado estaban los que seguían utilizando los medios y estilos tradicionales. En el
otro se situaban los dedicados casi exclusivamente al grabado.
Durante
el periodo comentado, de 1868 a 1945, ambos grupos también se modernizaron y pusieron
al día, creando obras que no desmerecían en absoluto respecto a las que hemos
visto a lo largo de estas últimas semanas. De ellos hablaré en otros artículos
que aún no he preparado. Pero como hay otros temas que ya están listos esperando
su turno, dentro de catorce días presentaré uno de ellos. Será de otra especialidad.
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