La escultura japonesa de los siglos XIII y XIV, periodo Kamakura, segunda parte
Después de lo comentado la semana pasada sobre la escuela Kei, me gustaría acabar esta serie dedicada a la escultura clásica japonesa mostrando otro de los conjuntos de imágenes budistas más impresionantes de Japón, y ese adjetivo no lo aplico a la ligera. Me refiero al que se encuentra en Sanjūsangen-dō en Kioto. Me explicaré.
Las imágenes del Sanjūsangen-dō
El conocido popularmente como Sanjūsangen-dō es en realidad el templo Renge-ō-in, construido por orden imperial en 1164 con la idea de albergar 1001 imágenes de Kannon. Una vez más, con las guerras quedó destruido en 1249, tras lo cual su reconstrucción se alargó hasta 1266.
Lo que ha hecho particularmente famoso a ese edificio es su enorme longitud, superior a los cien metros. En la foto siguiente se aprecia la enorme dimensión del Sanjūsangen-dō y lo que he comentado en alguno de mis artículos, por ejemplo en el del 29 de mayo, sobre la importancia de los tejados en la arquitectura japonesa.
Lo que ha hecho particularmente famoso a ese edificio es su enorme longitud, superior a los cien metros. En la foto siguiente se aprecia la enorme dimensión del Sanjūsangen-dō y lo que he comentado en alguno de mis artículos, por ejemplo en el del 29 de mayo, sobre la importancia de los tejados en la arquitectura japonesa.
Inicialmente, el pabellón de Sanjūsangen-dō se construyó para albergar una imagen central sedente de Jūichi-men senjū Kannon, la deidad de once cabezas y mil brazos, rodeada de un millar de esculturas de Kannon. No obstante, con el incendio mencionado se perdió el edificio y gran parte de las obras que albergaba. Fue en ese momento cuando se encargó a Tankei (1173-1256) la labor de restaurar las estatuas salvadas y rehacer las perdidas.
En la fotografía anterior puede apreciarse la insólita perspectiva que se obtiene desde uno de los extremos del interior del Sanjūsangen-dō. Centenares de resplandecientes imágenes de Kannon de tamaño natural se alinean en filas escalonadas flanqueando a una enorme estatua central. En total suman 1000, todas solo aparentemente iguales. De las iniciales sobrevivieron al incendio mencionado 156, por lo que el taller de los Kei tuvo que emplear a más de setenta artistas durante varios años para completar el trabajo de recuperación del conjunto.
La razón de reunir 1000 imágenes de una misma divinidad, se basa en la capacidad que tiene Kannon, según las creencias budistas, de adoptar formas diferentes en respuesta a las diversas necesidades humanas. El encuentro con semejante despliegue de divinidades budistas produce en la persona que accede a este sorprendente interior un enorme efecto. No existe nada parecido en todo Japón. En este caso, la cantidad es trascendida gracias a la habilidad de los artistas de la época Kamakura. Pero acerquémonos un poco más.
Tankei: Jūichi-men senjū Kannon, 1254, madera dorada, 330 cm. Sanjūsangen-dō, Kioto. Foto: folleto del templo. |
Parte de las imágenes de Sanjūsangen-dō se crearon con la técnica de bloques múltiples, que una vez esculpidos y acoplados debidamente se revistieron de laca y acabaron con oro. Mientras que la mayoría de ellas apenas superan el 1,60 m de altura, la situada en el centro del pabellón mide unos impresionantes 3,30 m. Se trata de Jūichi-men senjū Kannon, es decir, el Kannon de 11 cabezas y 1000 brazos.
Como ya comenté en los artículos iconografía budista II y escultura budista IV, lo más frecuente era representar a esa deidad únicamente con 40 brazos, dado que se suponía que cada uno de ellos era capaz de salvar a un fiel 25 veces. De las diez pequeñas cabezas de su corona también expliqué su significado esos días.
Tankei: Jūichi-men senjū Kannon nº 40, 1254, madera, 160 cm. Sanjūsangen-dō, Kioto. Foto: folleto del templo. |
En la fotografía anterior se muestra una de las mil imágenes del conjunto creada por Tankei, la catalogada con el número 40. Si bien vista así, aisladamente, no puede negarse su perfección técnica y valor expresivo, lo que emana del impresionante conjunto de los mil Kannon juntos supera con mucho a la simple suma de las capacidades comunicativas de cada uno de ellos por separado.
Pero el tesoro que se custodia en este sorprendente edificio no acaba aquí, porque además del sin fin de estatuas doradas de Kannon, entre ellas aparecen otras no menos interesantes. Empecemos por los dos magistrales dioses del viento y del trueno (Fujin y Raijin) que se muestran en las fotografías siguientes. Estas dos dinámicas imágenes están situadas en los extremos del pabellón y sin duda se encuentran entre las más admiradas.
Dios del viento, mediados s. XIII, madera pintada, 112 cm. Sanjūsangen-dō, Kioto. Foto: folleto del templo. |
Dios del trueno, mediados s. XIII, madera pintada, 100 cm. Sanjūsangen-dō, Kioto. Foto: folleto del templo. |
En el artículo que publiqué el día 6 de junio, comenté dos famosos biombos en los que se representaban esos mismo dioses del viento y del trueno. Como se puede comprobar, en estas muy anteriores esculturas del Sanjūsangen-dō aparecen con idénticos atributos e incluso con posturas semejantes. Sin embargo, su explosivo realismo supera el dinamismo bidimensional de los estupendos biombos mencionados.
No he hablado todavía de la distribución general de las estatuas del Sanjūsangen-dō que no son representación de Kannon, pero voy a hacerlo ahora mismo. La imagen sedente de Kannon se encuentra en el centro del edificio y escoltada por cuatro asistentes de algo más de metro y medio de altura, que son los que aparecen en la foto siguiente vigilando los puntos cardinales.
La imagen central de Kannon y sus cuatro asistentes. Sanjūsangen-dō, Kioto. Foto: folleto del templo. |
A ambos lados del punto focal formado por esa gran imagen se distribuyen las mil estatuas doradas de Kannon. Ellas son las responsables del hipnótico efecto multiplicador del conjunto, una visión difícil de olvidar.
Finalmente, en primera fila y como avanzadilla de ese áureo despliegue, se disponen veintiocho esculturas de asistentes y dos guardianes. De todos ellos, los más impresionantes, además de los ya vistos dioses del viento y del trueno, son esos vigilantes situados en ambos extremos del edificio y que aparecen en primer término en las dos fotografías siguientes.
Vista desde un extremo del pabellón, en total suman 1035 estatuas. Sanjūsangen-dō, Kioto. Foto: folleto del templo. |
Vista desde el otro extremo del pabellón, en total suman 1035 estatuas. Sanjūsangen-dō, Kioto. Foto: folleto del templo. |
Son las imágenes de Misshaku kongō y Naraen kongō, los ya conocidos niō que protegen las puertas de los templos y que en este caso se encuentran en los dos extremos de la enorme sala. En ellos observamos perfectamente los mismos atributos y poses que vimos en los guardianes de Hōryū-ji y Tōdai-ji.
Pero si nos acercamos un poco más podremos admirar en detalle la belleza de estas dos obras maestras.
Naraen kongō, mediados del s. XIII, madera pintada, 163 cm. Sanjūsangen-dō, Kioto. Foto: folleto del templo. |
Misshaku kongō, mediados del s. XIII, madera pintada, 168 cm. Sanjūsangen-dō, Kioto. Foto: folleto del templo. |
Las caras enojadas, los atuendos y estolas volando debido al explosivo gesto de sus brazos, la tensión en los músculos, las marcadas venas en el cuello y pies; todo contribuye a que la fascinación que provocan estas imágenes sea enorme. Es el resultado de la perfección técnica y maestría artística que alcanzaron sus autores.
Muchos estudiosos consideran que ese par de imágenes debió ser obra directa de Tankei o en todo caso de ejecución muy bien controlada por él. Ambas se tallaron a partir de bloques de madera de ciprés japonés que se vaciaron y se policromaron posteriormente. Las estolas, algunos dedos y el pedestal son fruto de restauraciones posteriores.
Las treinta imágenes situadas actualmente en primera fila, por delante de los dorados Kannon, se crearon durante la reconstrucción de Sanjūsangen-dō, pero no se conoce ni su fecha exacta ni su autor; a diferencia de los mil Kannon en los que figura una inscripción con el nombre de cada escultor. En cualquier caso, se trata de esculturas de enorme calidad y seguramente esculpidas por artistas diferentes.
Para acabar este artículo presento otra de esas estatuas situadas en “primera fila”: el retrato del eremita Basūsennin, una más de las obras maestras de Tankei. Por una vez, no voy a comentarla, creo que a estas alturas ya se podrán captar sus enormes valores plásticos y expresivos, los que caracterizaron a la edad de oro de la escultura japonesa, la del periodo Kamakura.
Tankei: el ermitaño Basūsennin, mediados s. XIII, madera policromada, 112 cm. Sanjūsangen-dō, Kioto. Foto: folleto del templo. |
Lamentablemente los excepcionales logros artísticos de la estatuaria nipona que hemos visto a lo largo de esta serie no tuvieron continuidad. La producción escultórica posterior al periodo Kamakura no solo decreció en calidad, sino que casi desapareció. ¿El motivo?, pues por una vez el “culpable” de ese descalabro artístico fue el zen, el anicónico zen con su rechazo de todo tipo de iconografía religiosa. Pero eso es una historia que quizás retome otro día.
Con este artículo concluyo esta colección dedicada a la escultura. No crea el lector que hemos visto ni una mínima parte del enorme patrimonio japonés, pero confío que al menos habrá podido descubrir algunas de sus obras maestras, aunque no haya hablado del internacionalmente conocido Gran Buda de Kamakura.
El martes próximo cambiaré de “tercio”. Trataré de una especialidad artística de la que todavía no he escrito ningún artículo, ¿cuál será?: la respuesta está aquí.
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