La
escultura japonesa de los siglos XIII y XIV, periodo Kamakura, primera parte
Finiquitada la época Heian, que comenté la semana pasada, el periodo Kamakura (1185-1333) supuso un cambio radical en
la cultura japonesa. Tras el establecimiento del gobierno del primer shōgun en esa ciudad, el poder real se
desplazó de la corte de Kioto a la ciudad de Kamakura. Con el estilo de vida de
los austeros samurai, se forjó una atmósfera, muy diferente de la que había reinado en la época Heian, que logró impregnar profundamente
la sociedad y las artes de Japón.
El hecho que provocó
la explosión creativa de la escultura del periodo Kamakura, fue el gran
incendio que en el año 1180 devastó la ciudad de Nara como consecuencia de la
guerra entre clanes rivales. Tras el desastre, los templos de Tōdai-ji y
Kōfuku-ji debieron acometer importantes trabajos de reconstrucción que
permitieron a los artistas de la época crear algunas de las más significativas
obras de toda la estatuaria japonesa.
Por otro
lado, ese gran aumento de la demanda forzó un cambio en la organización
de los talleres que producían las imágenes budistas. Si hasta finales del siglo
XII gran parte de los escultores habían
sido monjes que residían en los monasterios, ahora los creadores comenzaban a
independizarse de las congregaciones religiosas.
Uno de los mayores
responsables de ese cambio artístico y organizativo fue Unkei (c. 1150-1223).
Unkei era hijo de Kōkei (activo c. 1180), un reconocido personaje que formaba parte
del gremio de escultores, denominados genéricamente busshi por centrar su trabajo en estatuas budistas. Alrededor de
ambos surgieron los más importantes artistas de la talla de los siglos XIII y
XIV.
La escuela Kei
La escultura
del periodo Kamakura quedó marcada por la actividad de la denominada escuela
Kei, apelativo que se le otorgó debido a que la mayoría de sus representantes
tenían ese ideograma en su nombre, es decir, pertenecían a la familia de Unkei.
La escuela Kei, nacida en la antigua Kioto, alcanzó uno de sus más importantes
momentos creativos durante los siglos XIII y XIV.
Uno de los rasgos más característicos de la estatuaria budista de esos
años fue su realismo. La serenidad de las tallas creadas en el periodo Heian dejó paso a un tipo de naturalismo que
buscaba plasmar los nuevos ideales de una clase gobernante imbuida de espíritu
severo y militar.
Unkei y Kaikei
El mencionado
Unkei, autor junto con su colaborador Kaikei (¿- c.1226) de algunos de los paradigmas
de la escultura japonesa, tuvo la oportunidad en las postrimerías del siglo XII
de reparar las imágenes del mandala escultórico de Tō-ji en Kioto que comenté
en el artículo anterior. Eso le permitió conocer
y estudiar directamente esas obras maestras, madurar su concepción artística y
perfeccionar la organización de su taller.
Los guardianes en la puerta sur de Tōdai-ji
Para empezar
a entrar en materia voy a hablar de dos de las esculturas más impresionantes surgidas
de los talleres de la escuela Kei. Me estoy refiriendo a los guardianes apostados
en la puerta sur (nandaimon) de
Tōdai-ji, en la ciudad Nara.
Esas gigantescas
estatuas se finalizaron en 1203 y su autoría se otorga conjuntamente a Unkei y
Kaikei. La colaboración entre los dos artistas llegó a ser tan perfecta que han
resultado infructuosas las investigaciones para averiguar qué imagen esculpió
cada uno de ellos. Seguramente, más que el fruto de la labor directa y
exclusiva de una sola persona, fue el producto de un taller muy bien
dirigido por ambos. Por otro lado, la técnica de múltiples bloques de madera empleada
en la ejecución de las estatuas, de la que inserté una ilustración en
el artículo anterior, se adecuaba perfectamente al trabajo en equipo.
A lo largo de los siglos se han llevado a cabo varias
restauraciones de esas dos esculturas, la última en 1989, pero su pintura y
dorado han desaparecido casi totalmente, algo que no resta ni un ápice del efecto que producen en los visitantes del templo, quienes al atravesar su viejo portón se sienten materialmente empequeñecidos ante su imponente presencia.
Las fotografías siguientes de ambas imágenes se realizaron antes de esa restauración y se incluyen en el libro de Nishikawa Kyōrarō y Emily Sano: The Great Age of Japanese Buddhist Sculpture AD 600-1300. University of Washington Press, 1982.
Las fotografías siguientes de ambas imágenes se realizaron antes de esa restauración y se incluyen en el libro de Nishikawa Kyōrarō y Emily Sano: The Great Age of Japanese Buddhist Sculpture AD 600-1300. University of Washington Press, 1982.
Unkei y Kaikei: Naraen kongō, 1203, madera, 8,50 m. Tōdai-ji, Nara. |
Unkei y Kaikei: Misshaku kongō, 1203, madera, 8,50 m. Tōdai-ji, Nara. |
Los dos guardianes de Tōdai-ji, de más de ocho metros de altura, son la cima de la representación escultórica de los clásicos niō japoneses. Su fuerza y energía están plasmadas mediante un rotundo esculpido tanto de su incisiva expresión facial como de su tensa musculatura de cuerpo y piernas. La anatomía de ambas imágenes no resulta nada exagerada a pesar de su volumen y más bien parece haberse transformado en una formidable armadura.
Sus cuerpos,
apoyados sobre una pierna, quedan perfectamente asentados, pero dispuestos a
moverse en cualquier instante. La estola y la posición de los brazos muestran
la tensión del momento. Las cejas arqueadas son una señal de su determinación
en actuar si fuera preciso. Cuando los contemplamos, la comparación con los guardianes de Hōryū-ji que vimos hace unas semanas parece inevitable, aunque en
ella siempre sale vencedor el poderío que emana de la pareja de Tōdai-ji.
Los retratos
en el Hōkuen-dō de Kōfuku-ji
Durante los últimos años de su vida, Unkei colaboró intensivamente
en los trabajos de reconstrucción del templo de Kōfuku-ji en Nara y en concreto
en la talla de nueve esculturas para un pabellón octogonal denominado
Hōkuen-dō. Lamentablemente, solo tres de ellas han llegado hasta nuestros días:
un Miroku bosatsu y unos retratos de dos monjes. Su autoría suele atribuirse al
taller de Unkei, aunque algunos estudiosos lo hacen al propio Unkei.
En otro pabellón octogonal de Kōfuku-ji, el Nan’en-dō, se exponen unas imágenes que talló hacia 1189 el padre de Unkei, Kōkei:
una estatua de Kannon, seis de patriarcas budistas y cuatro guardianes
celestes. Aunque son obras de gran calidad, creo que todas fueron claramente superadas
por las de su hijo que comento a continuación.
En el interior del mencionado Hōkuen-dō actualmente se muestran cinco
imágenes, de las cuales solo tres son obra del taller de Unkei o, como piensan no pocos especialistas, del mismo maestro: la central de Miroku
bosatsu y las de dos monjes indios del siglo V conocidos
en Japón como Muchaku y Sesshin. La figura de Miroku, a pesar de su
perfección técnica, en mi modesta opinión, no alcanza el poder comunicativo de los retratos de los dos
bonzos que la flanquean y que voy a presentar sin más dilación.
Las siguientes fotografías de ambas imágenes pertenecen al catálogo de la exposición Nara, trésors boudhiques du Japon ancien. Le temple du Kōfuku-ji. Galeries Nationales du Grand Palais, 1996.
Las siguientes fotografías de ambas imágenes pertenecen al catálogo de la exposición Nara, trésors boudhiques du Japon ancien. Le temple du Kōfuku-ji. Galeries Nationales du Grand Palais, 1996.
Retrato de Muchaku, c. 1212, madera pintada, 194 cm. Hōkuen-dō, Kōfuku-ji, Nara. |
Retrato
de Seshin, c. 1212, madera pintada, 186 cm. Hōkuen-dō, Kōfuku-ji, Nara. |
Las únicas partes visibles del cuerpo de los dos monjes son la cara y las manos, ambas perfiladas delicadamente. El suave acabado de sus facciones y los cristales incrustados en los ojos contribuyen enormemente a su expresión facial. La vestimenta de ambos adquiere un protagonismo notable gracias a las amplias bocamangas y a los pliegues de unas túnicas de peso casi palpable. La combinación de todos esos elementos confiere a las dos imágenes un carácter humano y sereno, muy alejado del distante porte de algunas divinidades budistas, por ejemplo de los guardianes comentados más arriba. Ambos monjes personifican la bondad como pocas veces se ha visto en la escultura japonesa de retratos.
El trío de obras en el Hōkuen-dō son no solo el último
legado que nos dejó Unkei, o su taller, sino otra de las cumbres de la
imaginería del periodo Kamakura, que es como decir de toda la estatuaria
nipona.
Los
sucesores de Unkei
La segunda generación de la escuela Kei la formaron los hijos
de Unkei y de entre ellos el más reconocido fue Tankei (1173-1256).
Tankei participó muy activamente en la restauración de obras
de Nara cuando todavía estaba bajo las órdenes de Unkei. Sin embargo, cuando en
1249 quedó destruido el famoso Sanjūsangen-dō de Kioto, intervino como maestro
encargado de la restauración de su enorme panteón de imágenes.
Pero me parece, que dada la entidad de lo que se esconde en
ese edificio, es mejor aplazar su visita hasta el martes próximo. Así pues, preparémonos para una impresionante experiencia escultórica.
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