miércoles, 18 de diciembre de 2024

Curso de arte japonés, art. 14º. Entorno mítico, I

El anterior artículo fue el último dedicado al entorno físico de Japón dentro de este capítulo que trata del entorno japonés. Hoy empezamos los consagrados al entorno mítico-religioso. 

Mientras que Europa creció sobre un entorno religioso judeo-cristiano y uno cultural greco-romano, Japón evolucionó en un contexto religioso sinto-budista y uno cultural chino-coreano. Sin embargo, lo verdaderamente singular en él se da en el hecho de que desde hace casi 1500 años coexisten dos religiones muy diferentes, lo que indica la tolerancia del pueblo nipón. Pero empecemos por el principio.

El mito de la creación

Dos textos japoneses de principios del siglo VIII aportan información sobre el mito de la creación del mundo. El más antiguo de los dos, el Kojiki, data del año 712 aproximadamente, y el Nihon shoki, apenas un decenio posterior. A partir de su interpretación, la mitología nipona se ha dividido en cuatro ciclos.

Páginas 2 y 3 del Kojiki, 712, tinta sobre papel, edición Kamiya Nagate, s. XIX, 15x21 cm.
Foto: Wikimedia Commons y web de la Biblioteca de la Universidad de Waseda, Tokio.
Primer ciclo

Kobayashi Eitaku: Izanami e Izanagi 
creando las islas de Japón
tinta y color sobre seda, 
126,0x54,6 cm,1880. 
Museum of Fine Arts de Boston. 
Foto: web del museo.

El ciclo mitológico inicial se remonta a los tiempos cuando el universo se estaba formando. Del caos surgieron el cielo (arriba) y la tierra (abajo), esta última todavía una masa informe que flotaba a la deriva en un magma acuoso. En ese momento solo existían cinco divinidades que habían nacido por sí mismas en el mismo instante que apareció el universo.

Voy a dejar de lado las diferentes interpretaciones que de ese hecho han ofrecido los especialistas, para centrarme en la posterior aparición de la pareja de dioses Izanami e Izanagi, la primera mujer y el primer hombre, respectivamente, que habían nacido de sus predecesores.

Ambos pertenecían a la siguiente generación de aquellas divinidades, los kami, y a ellos se les asignó la tarea de poner orden en el caos que imperaba en el universo. Para llevar a cabo ese trabajo, la pareja recibió la lanza enjoyada llamada Amanonuboko.

En la ilustración de la derecha se ve a la pareja de hermanos contemplando desde el Puente Celestial la primera isla de Japón que crearon con su lanza.

Según el anteriormente mencionado Kojiki, la diosa Izanami y su hermano gemelo Izanagi observaron desde el Puente Celestial la amorfa masa que discurría bajo sus pies sin saber cómo debían comenzar la labor que se les había encomendado. Finalmente, introdujeron en ella la punta de su lanza y removieron el informe conglomerado. Cuando la levantaron, cayó una gota de la que surgió la isla de Onogoro. En ese momento, Izanagi e Izanami decidieron establecer su hogar allí y construir el llamado Palacio de las Ocho Medidas, en cuyo centro había una columna, el Pilar Celestial de Agosto.

Una vez establecidos en su nueva residencia, decidieron crear una familia. Para ello, rodearon el Pilar Celestial de Agosto, Izanagi girando hacia la izquierda e Izanami hacia la derecha, hasta que se encontraron uno frente al otro. En ese momento, ensimismados, Izanami exclamó: “¡Qué joven tan apuesto!”, a lo que Izanagi respondió: “¡Qué joven tan hermosa!”.

Nishikawa Sukenobu: Izanami 
e Izanagi, tinta y color sobre papel, 
imagen: 38,3x57,0 cm, 1700-1750. 
Metropolitan Museum of Art 
de Nueva York. Foto: web del museo.

Inseguros de qué hacer a continuación, la pareja recibió algunos consejos de dos lavanderas. Al cabo de un tiempo, Izanami dio a luz a un hijo, Hiruko, que nació sin extremidades ni huesos: era un niño sanguijuela. El bebé lo colocaron en un bote de juncos que abandonaron en el mar. Los hermanos lo intentaron por segunda vez, pero de nuevo su descendencia no fue satisfactoria.

Cabizbajos, ascendieron al cielo para preguntar a un kami anciano en qué se habían equivocado, a lo que contestó que Izanami había hecho mal al ser la primera en saludar. No era natural que la mujer tomara la iniciativa ante su marido y esa era la razón por la cual su descendencia había nacido deforme. Con esto en mente, la pareja regresó a su palacio para intentarlo nuevamente. Esta vez, cuando rodearon el pilar, Izanagi saludó primero a su esposa y ella respondió apropiadamente.

Poco después, Izanami dio a luz sucesivamente a las islas de Awaji, Shikoku, Oki, Kyūshū y Tsushima. Por último, nació la isla más grande, Honshū. La pareja dio a la tierra que habían creado el nombre de Oyashimakumi, que significa la Tierra de las Ocho Grandes Islas. Después de esto, Izanami engendró las islas más pequeñas de Japón. Esa fue, según la mitología sintoísta recogida en el Kojiki y el Nihon shoki, la creación del mundo, la de Japón.

El Nihon shoki, 720, edición Iwasaki, ca. 1100, tinta sobre papel, vols. 1 y 2, La edad de los dioses
dos rollos de 29,7 cm x 30,12 m y 30,3 cm x 33,86 m. Museo Nacional de Kioto. Foto: Wikimedia Commons.

Uno de los vástagos del matrimonio divino entre hermanos, llamado Kagutsugi, el dios del fuego, al nacer quemó a su madre provocando su fallecimiento. Enfurecido, Izanagi mató a su hijo y descendió al reino de los muertos en busca de su mujer. Viéndola allí desfigurada y sin vida huyó horrorizado tapiando la entrada del infierno. Para lavarse la suciedad contraída en su contacto con la muerte, fue a bañarse a un río, donde como consecuencia de su purificación nacieron Amaterasu ōmikami, divinidad del Sol; Tsukuyomi no mikoto, deidad de la luna, y Susanoo no mikoto, dios del océano.

Segundo ciclo

Un segundo grupo de mitos relata el reinado de Amaterasu en la planicie y de Susanoo en el océano. El indisciplinado comportamiento de Susanoo causó la pérdida de las cosechas de arroz de su hermana y la muerte de una deidad que trabajaba para ella en los telares celestes. Harta de la situación, Amaterasu decidió recluirse en una cueva prometiendo no salir nunca más. Con la divinidad del sol oculta, las tinieblas se adueñaron del mundo.

Miles de kami intentaron inútilmente convencerla para que saliera de su refugio. Sin embargo, un día, el griterío de todos ellos, provocado por la erótica danza de una diosa, llamada Uzume, hizo que la intrigada Amaterasu preguntase el motivo de semejante alboroto, a lo que se le contestó que una nueva deidad más poderosa que ella había venido al mundo. La ilustración siguiente es de Uzume, la diosa de la danza.

Toyota Kokkei: Ame no Uzume, hoja central del tríptico Haru no iwato
(Puerta de roca de la primavera)
, 1825, xilografía, 21,5x18,5 cm.
Museo de Arte de Harvard. Foto: web del museo.

Cuando presa de la curiosidad se asomó a la entrada de la gruta, Amaterasu quedó deslumbrada por su propio reflejo en un espejo que habían colocado los kami, lo que permitió al dios de la fuerza, Ame no Tajikarao, agarrarla y llevarla al exterior. De esa forma la luz volvió al mundo, tras lo cual se decidió expulsar a Susanoo del reino celeste.

Ese es el momento que ilustra la siguiente reproducción. En el centro, bailando, Uzume, la diosa de la danza. Un poco más arriba, acarreando la roca que cerraba la gruta, Tajikarao, el dios de la fuerza. En el centro, Amaterasu.

Shunsai Toshimasa: Origen del Iwato kagura, xilografía, 35,1x24,0 cm cada hoja, 1889. 
Museo de Artes Aplicadas de Austria, Viena. Foto: web del museo.

Tercer ciclo

El tercer ciclo de mitos narra la expulsión de Susanoo y su llegada a Izumo. Allí encontró a un desesperado matrimonio que esperaban que su hija menor fuera devorada por un dragón de ocho cabezas como lo habían sido sus hermanas. El grabado siguiente muestra el encuentro de Susanoo con esa familia, los padres ancianos y su hija.

Toyohara Chikanobu: Ashi na zuchi y Te na zuchi, padres de Kushi
nadahime, junto con Susanoo
,  xilografía, 32,9x22,3 cm, 1886.
San Diego Museum of Art. Foto: Flickr del museo.

Susanoo se ofreció a los padres de la joven para matar al monstruo si le permitían casarse con ella como recompensa. Los ancianos aceptaron su oferta y él partió al encuentro del dragón. Después de acabar con el monstruo, esposó a la doncella y regaló a su hermana Amaterasu la espada que había encontrado clavada en la cola del monstruo.

En la siguiente ilustración se ve a Susanoo matando a la gran serpiente de ocho cabezas (Yamata no orochi) para salvar a la doncella (Inadahime), detrás de él en el grabado.

Tsukioka Yoshitoshi: Susanoo no mikoto, matando a la serpiente de ocho cabezas en Hirokawaki,
provincia de Izumo,
xilografía, tríptico de 39,4x80,0 cm, 1887. 
Philadelphia Museum of Art. Foto: web del museo.

Enterados de todos esos acontecimientos, los dioses celestes acordaron que ya era el momento de que un descendiente de Amaterasu bajase a Japón para gobernar el país. El elegido fue su nieto, Ninigi no mikoto, a quien entregaron, para que llevara consigo en su viaje, lo que se convertirían en las tres enseñas imperiales: el espejo (Yata no Kagami) que había reflejado el espíritu de Amaterasu, la espada (Kusanagi no Tsurugi) que Susanoo halló en la cola del dragón de ocho cabezas (Yamata no Orochi) y las joyas (Yasakani no Mogatama) que decoraban el árbol bajo el que había danzado Uzume.

Cuarto ciclo

El cuarto grupo mitológico narra las vicisitudes de las diferentes generaciones de dioses hasta llegar al nieto de Ninigi no mikoto, conocido como Jinmu y que en las cronologías figura como primer emperador de Japón. Según el Kojiki y el Nihon shoki, Jinmu gobernó Japón del año 660 al 585 a. C.

Ginko Adachi: El emperador Jinmu con sus hombres, xilografía, 35,6x71,6 cm las tres hojas, 1891.
Museum of Fine Arts de Boston. Foto: web del museo.

Hasta aquí se ha intentado explicar de forma muy sintética el complejo mundo mitológico japonés que dio origen a las divinidades sintoístas. Hemos visto cómo a lo largo de toda la historia del arte japonés, como en el caso europeo, se han ido plasmando diferentes momentos de ese relato mitológico. En el siguiente artículo hablaremos de otros aspectos del sintoísmo.