En el anterior artículo hablamos del sintoísmo y su reflejo
en el arte japonés, y hoy continuaremos en ese mismo entorno para ver, muy por
encima, cómo son los recintos sintoístas.
Recintos
sintoístas
En los orígenes del sintoísmo, no existían edificios donde realizar ceremonias porque se suponía que los kami residían en lugares como montañas, cascadas o rocas que por su aspecto tenían algo de especial. Debido a que los recintos religiosos se ubicaban en ese tipo de espacios o alrededor de tales elementos naturales, bastaba con señalizar el área u objeto considerados sagrados. Un modo de hacerlo era mediante trenzados vegetales precursores del shimenawa.
Piedra iwakura con la cinta shimenawa en
Izumo Daijingū, Kameoka, prefectura de Kioto. Foto: Kazenotami/Pixta. |
Más tarde, para la celebración de ciertos ritos se creaban pequeñas estructuras que se demolían una vez finalizados. Esas primeras edificaciones recordaban a los primitivos almacenes agrícolas con el suelo levantado sobre pilares hincados en el terreno y cubierta de paja. Con los años, esos pabellones dejaron de derribarse y solo se esperaba alguna conmemoración importante para erigirlos de nuevo. Esa práctica se transformó, poco a poco, en la costumbre de rehacer periódicamente los santuarios más importantes. La tradición de construir edificios en los lugares donde habitaban las divinidades locales se inició en el siglo VI, momento en el que comenzaron a fundarse templos para el recién importado budismo.
Esas periódicas reconstrucciones se institucionalizaron en el año 685, cuando el emperador Tenmu otorgó el rango imperial al santuario de Ise-jingū y decretó que se desmontara y levantara de nuevo cada veinte años. Así se ha venido haciendo hasta hoy día con unas pocas excepciones en los siglos XV, XVI y XVII. Dado que el sintoísmo y sus dioses están muy relacionados con la naturaleza, sus santuarios acostumbran a situarse en zonas boscosas.
Delimitadores sintoístas
La entrada a los recintos sintoístas se señala mediante un gran pórtico exento, llamado torii, que no es más que la representación esquemática de una gran puerta. Otro de los elementos delimitadores son las vallas que diferencian y jerarquizan los espacios dentro de la zona donde se ubican los edificios principales del santuario propiamente dicho. Además del torii y las vallas, el gohei y el shimenawa también sirven como señalizadores de áreas de menor escala o de objetos sagrados.
Hokusai Katsushika: La bahía Noboto, de la
serie 36 vistas del monte Fuji, xilografía, 24,8x36,5 cm, ca. 1830. Metropolitan Museum de Nueva York. Foto: web del museo. |
Iconografía
El sintoísmo no posee iconografía que fije antropomórficamente sus
divinidades, por lo cual la presencia de lo sagrado se sugiere mediante objetos
abstractos. Sus tres símbolos universales son el espejo, la espada y las joyas.
Sin embargo, ninguno de ellos es objeto de culto, sino que solo se consideran
insignias imperiales que representan sendas virtudes: el espejo, el sol y la
sabiduría; la espada, el rayo y el coraje; las joyas, la luna y la
benevolencia. Las tres se custodian siempre en el espacio más recóndito del
edificio principal de un recinto sintoísta y confieren a este su carácter sacro.
Los tres tesoros sintoístas. Foto: Wikimedia Commons. |
Además de la tríada mencionada, en todos los santuarios se encuentran otros elementos con una función y significado diferentes. El gohei es un conjunto de bandas de papel plegado en zigzag, generalmente de color blanco y a veces dorado o plateado, que se montan en un pequeño mástil apoyado sobre una base. Indica la presencia de un kami y por ende un lugar sagrado.
Gohei. Foto: Wikimedia Commons. |
El shimenawa es una cuerda de paja de arroz que se coloca entre las columnas del pórtico de acceso a un recinto sintoísta o alrededor de rocas o árboles. Señala el territorio donde reside algún kami o bien los objetos que se le ofrecen. A veces se cuelga de él un gohei.
El gigantesco shimenawa en el haiden de Izumo-taisha. Foto: Javier Vives. |
El haraigushi está formado por estrechas tiras de papel blanco colgadas de un soporte. Se emplea en ceremonias de purificación de personas u objetos agitándolo a ambos lados de ellos.
Haraigushi en el santuario de Sumiyoshi-taisha,
Osaka. Foto: Wikimedia Commons. |
Uso del haraigushi durante el festival sichi-go-san
en el santuario de Meiji-jingū, Tokio. Foto: web de la Encyclopedia Britannica. |
El ema es una tableta votiva en la que se escribe un deseo o agradecimiento. Según la tradición, el encargado de llevar los mensajes de los hombres a los dioses era un corcel blanco. Durante el periodo Nara se cambió la costumbre de ofrecer caballos a los santuarios por la de colocar dibujos o esculturas de ellos. A partir de la época Muromachi se comenzaron a sustituir esas imágenes por otras, que hiciesen referencia a la petición del creyente, pintadas sobre una madera de forma pentagonal que simbolizaba la fachada de un santuario.
Ema y origami de grullas en Fushimi Inari-taisha, Kioto. Foto: Wikimedia Commons. |
Danza y música
Aunque se considera que no existe un arte figurativo sintoísta, sí puede afirmarse que esa religión ha favorecido a ciertas ramas artísticas patrocinándolas directamente a lo largo de su historia. Ese es el caso de varias disciplinas escénicas como las mencionadas danzas kagura, cuyo origen se remonta a los primeros siglos de nuestra era.
Miko en un oficio sintoísta que incluye kagura en Fushimi Inari-taisha, Kioto. Foto: Javier Vives. |
Gracias a las ceremonias sintoístas, la música gagaku, importada en el siglo IX del continente asiático, se ha mantenido hasta nuestros días. A continuación inserto un extracto de un vídeo de música gagaku, con la consiguiente danza bugaku, que se encuentra en el canal Bugaku de YouTube. Ese vídeo completo dura 21 minutos, pero el clip que uso aquí es de un fragmento de solo un minuto. Los que deseen ver la grabación completa basta que cliquen en este enlace.
Por otro lado, artesanías como la decoración y la presentación de productos agrícolas, técnicas como los sistemas constructivos con madera o incluso ciertos aspectos vitales como el sentido de conservación de la naturaleza seguramente no existirían si no fuese por el sintoísmo.
Todas esas actividades han llegado hasta hoy prácticamente tal y
como eran en sus orígenes, algunas hace mucho más de mil años, gracias al
espíritu conservacionista y a la trasmisión oral de las tradiciones, dos de los
parámetros que definen la cultura de Japón.
Acaba aquí este artículo, en el siguiente se hablará del budismo, el otro pilar del entorno religioso nipón.