martes, 28 de enero de 2025

Curso de arte japonés, art. 17º. Entorno religioso, III

Hace quince días publiqué el segundo y último artículo sobre el sintoísmo y su influencia en la sociedad japonesa en general y su reflejo en las artes, y hoy lo haremos del budismo, la segunda religión practicada en Japón. 

El budismo

El fundador del budismo fue Siddharta Gautama, un personaje de familia aristocrática que según la tradición nació en el actual Nepal en una fecha sobre la que hay disparidad de opiniones. Mientras algunos especialistas consideran que vivió entre los años 560 y 480 a. C., otros opinan que ese lapso debe situarse entre el 480 y 360 a. C., aproximadamente.

Buda sentado, piedra arenisca, 1,60 cm de alto, ca. 475. Museo Sarmath, India.
Foto: Wikimedia Commons.

Lo que se sabe de la vida de Gautama se conoce a través de textos budistas y biografías muy posteriores a su periplo vital que, sin embargo, no aportan mucha información sobre su juventud y en qué momento preciso decidió abandonar su hogar para convertirse en ermitaño. Parece ser que, después de tener a varios maestros y pasar por diferentes fases, un día, mientras meditaba bajo un árbol, se sintió transportado a un nivel de conciencia superior y descubrió lo que buscaba.

Súbitamente entendió todo. El hombre se obsesiona con aspiraciones mundanas que nunca se satisfacen porque tanto todo lo que le rodea como el yo no son más que una ilusión. Esa insatisfacción produce un sufrimiento que solo puede eliminarse renunciando a cualquier apetencia terrenal y dándose cuenta de que el mundo es una ficción. Con el fin del deseo se acaba la angustia, con el desapego de todo se alcanza la nada, el nirvana.

A partir de ese momento, Siddharta Gautama, a quien se le dio el nombre honorífico de Buda, es decir, el iluminado, dedicó el resto de sus días a compartir sus conocimientos, primero con sus discípulos y luego con la orden de monjes que fundó. Cuando falleció, sus restos no incinerados se dividieron y transformaron en reliquias que se custodiaron en pagodas.  

La pagoda Jetavanaramaya, Sri Lanka, 71 m de alto, s. XII. Foto: Wikimedia Commons.

Las primeras pagodas hindúes, llamadas estupas, eran montículos semiesféricos donde los seguidores de Buda enterraban sus reliquias. Con la expansión del budismo por Asia, esa tipología fue evolucionando de forma diferente en cada país. En su momento, cuando se hable de la arquitectura budista, a partir del artículo 110 de este larguísimo curso, se comentarán las características de las pagodas japonesas.

Evolución del budismo en Asia

Unos doscientos años después de la muerte de Buda, el budismo era ya una religión de ámbito local en su país. A mediados del siglo II se introdujo en China y en el III se tradujeron al chino los primeros textos sagrados. En el IV llegó a Corea; en el VI, a Japón, y en el VII, al Tíbet. Hacia 1200 desapareció de la India, el lugar que lo vio nacer.

En toda Asia existen docenas de escuelas de filosofía budista que, aunque no comparten una única fuente escrita, coinciden en ciertas creencias básicas que forman un tronco común. Las órdenes japonesas tuvieron su origen en las correspondientes chinas y pertenecen a la doctrina Mahāyāna.

A lo largo de distintas épocas y durante sus estancias en los templos de Japón, los monjes continentales iban introduciendo poco a poco sus enseñanzas en el país. Cuando hablemos de los primeros templos budistas construidos en el archipiélago nipón veremos cómo se produjo ese aprendizaje.

Llegada del budismo a Japón

La historia del budismo en el País del Sol Naciente se inició en el año 552 con el envío al emperador de Japón de unas imágenes religiosas y unos sutra por parte del rey coreano de Paekche. Mientras algunos clanes adoptaron rápidamente la nueva fe porque creían que les ayudaría a incrementar su poder político, otros se opusieron a su implantación porque pensaban que podía menoscabar su propia influencia, dado que los oficiantes del ancestral sintoísmo pertenecían a sus familias.

La ilustración siguiente es el retrato de un monje coreano que fue el primero de su país en viajar a la India para estudiar el budismo y luego regresar a Paekche para propagar su doctrina. Precisamente, monjes, carpinteros y artistas de Paekche fueron los que introdujeron el budismo en Japón y quienes construyeron los primeros edificios del templo de Hōryū-ji, cerca de Nara, antes de que los destruyera un incendio.

Retrato del monje coreano Wonhyo (617-686),
tinta y color sobre seda, fecha y medidas desconocidas,
Kōzan-ji, Kioto. 
Foto: Wikimedia Commons.

Después de continuos enfrentamientos doctrinales y políticos, en el año 587, los partidarios del budismo forzaron a toda la corte y gran parte de la nobleza a convertirse al nuevo credo. A partir de ese momento, gracias a las constantes relaciones con China y Corea, se introdujeron en Japón no solo un gran número de textos budistas chinos, sino también los principios taoístas y confucionistas.

Expansión del budismo en Japón

Con el traslado de la capital de Asuka a Nara en el año 710 se inició la verdadera expansión del budismo en Japón. Su punto culminante se produjo en el 749, cuando se fundió en bronce una enorme estatua de Buda que más tarde se instaló en el templo de Tōdai-ji de esa ciudad. Aunque las ceremonias imperiales todavía las realizaban monjes sintoístas, la nueva religión comenzaba a tener una presencia notoria en los actos oficiales, pues se veía como una forma de proteger al país que, además, reforzaba la figura del emperador. Sin embargo, al igual que se hacía con el sintoísmo, en ella se buscaban más los beneficios que podían obtenerse con la curación de enfermedades o prevención de desastres naturales que comprender la esencia de su doctrina.

La estatua de Buda de Tōdai-ji, 14,98 m de alto, periodo Momoyama, cabeza, periodo Edo. Foto: Javier Vives.

Durante el siglo VIII, como consecuencia de la interpretación de textos doctrinales diferentes, aparecieron las llamadas seis sectas budistas de Nara, cuya influencia superó claramente la esfera religiosa. Eran las siguientes: la kusha, la jōjitsu, la hossō, la sanron, la ritsu y la kegon.

Aunque sus teorías, y más aún las escrituras sagradas en las que se apoyaban, resultaban inescrutables para la mayoría de la población, determinadas ideas comenzaban a extenderse poco a poco entre la sociedad. La creencia en la salvación en un más allá, posible gracias a la intersección de ciertas divinidades, era algo nuevo que el sintoísmo no ofrecía.

Concluye aquí este artículo. Dentro de dos semanas hablaremos de la expansión del budismo en Japón.