La pintura en el periodo Edo, la edad de oro del grabado ukiyo-e, III
Después de haber
comentado la semana pasada una minúscula parte
de la obra de Hokusai, hoy concluyo esta serie sobre el grabado japonés haciéndolo de Hiroshige, el otro
gran maestro del arte nipón del ochocientos.
Utagawa
Hiroshige
Utagawa Hiroshige (1797-1858) forma con el ya comentado
Hokusai la pareja más brillante de artistas japoneses del siglo XIX. Las
comparaciones entre ambos son inevitables y también en el caso de Hiroshige la fama que
alcanzó con la serie Cincuenta
y tres estaciones del Tōkaidō fue inmediata. Como hice con Hokusai en el
artículo anterior, hoy solo comentaré esta colección de estampas,
dejando para otra ocasión el hablar del resto de su obra.
En la
serie Cincuenta y tres estaciones del
Tōkaidō, Hiroshige impregna con su liviano lirismo unos paisajes
recorridos y conocidos por miles de viajeros y artistas de su época, como él mismo.
Hiroshige fue un maestro en reflejar el paso de las estaciones y tratar la
naturaleza de manera familiar, acercándola al ser humano de una manera a veces
melancólica, algo muy propio de caminantes y peregrinos.
Utagawa Hiroshige: Montañas y el lago Ashi en Hakone, de la serie Cincuenta y tres estaciones del Tōkaidō, 1832-34, xilografía, 24x36 cm. Foto: Wikimedia Commons. |
La lámina de la ilustración anterior es una
de las más celebradas de la serie Cincuenta y tres estaciones del Tōkaidō.
La rica paleta cromática que cubre la gran roca en primer plano resulta
asombrosa por su detalle. A su izquierda, el lago queda enmarcado por una
cordillera tras la cual aparece un Fuji cubierto de nieve. El impresionante
y poliédrico peñón es de tal rotundidad que
empequeñece a una procesión a caballo que acomete el descenso hacia el lago.
Utagawa Hiroshige: Fuerte tormenta en Shōno, de la serie Cincuenta y tres estaciones del Tōkaidō, 1832-34, xilografía, 24x36 cm. Foto: Wikimedia Commons. |
La ilustración anterior es de otro de los grabados más famosos de esta serie. Su composición se apoya en una diagonal de color verdoso, equilibrada por la sombra de unos bambúes que asoman en la penumbra por encima de las cubiertas de paja de los edificios.
Los alrededores de Shōno, la cuadragésima sexta etapa de la ruta que unía la antigua Tokio y Kioto, aparecen bajo una intensa lluvia. Unos viajeros corren a refugiarse inclinándose para contrarrestar la fuerza del viento y la lluvia racheada. Otros acarrean cuesta arriba un palanquín con una persona a duras penas protegida del chaparrón con una tela. Los bambúes doblados nos hablan de la fuerza del vendaval. De nuevo, el discreto cromatismo está controlado magistralmente.
Utagawa Hiroshige: Nieve al atardecer en Kanbara, de la serie Cincuenta y tres estaciones del Tōkaidō, 1832-34, xilografía, 24x36 cm. Foto: Wikimedia Commons. |
La xilografía de la anterior ilustración
muestra un lánguido paisaje nevado en el que tres sufridos caminantes, con sus tonos azules y ocres, aportan el toque humano a la escena. Los copos de
nieve todavía están cayendo. En la soledad del atardecer parece oírse el silencio.
La pareja de viajeros de la derecha encara
la cuesta dejando sus huellas en la nieve. En cambio, el personaje solitario, posiblemente
un lugareño, se ha detenido un momento, quizás cansado. Apoyado en su bastón, y protegido por su paraguas, mira
hacia las casas del angosto valle a donde se dirige.
Cuando contemplo este grabado, siempre me
quedo inmóvil durante unos segundos, al cabo de los cuales me doy cuenta que el
“hombre de azul” no se moverá como yo estaba esperando. Es solo una pintura,
es cierto, pero una pintura que ha nacido de la inspiración de un verdadero
maestro, un auténtico artista, de esos que siempre ha habido pocos, muy pocos.
Frente
a la enorme capacidad inventiva y el sin fin de soluciones y recursos técnicos
de Hokusai, Hiroshige se mostró como el maestro de la simplificación en la
composición y del color, eso sí utilizado con una contención máxima.
Sin embargo, ambos artistas compartieron una cosa en común: si solo hubieran creado
las respectivas series que he comentado ya habrían alcanzado los méritos
suficientes para figurar entre los artistas más importantes de todo el planeta.
Con esta
rotunda afirmación, que acepto se me cuestione, doy por finalizada esta primera
serie dedicada al ukiyo-e. No será la
última porque han quedado en el tintero no solo una gran cantidad de obras de
Hiroshige y Hokusai, sino muchos artistas con una producción realmente
espléndida.
Próximos artículos
Después de pensármelo mucho, he decidido que a partir de ahora colgaré mis artículos cada 14 días en vez de cada semana, como he hecho hasta ahora. Creo que es mejor no atosigar a mis suscriptores o seguidores, pues más de uno me ha comentado que a veces no ha podido leer mis entradas por falta de tiempo. Entiendo que todos estamos saturados de información y que su exceso es contraproducente. Por eso, he pensado que es mejor publicar mis artículos cada dos semanas. De esta forma, también yo iré más relajado.
Así pues, nos lo tomaremos todos con un poco más de calma. Además, siempre se puede buscar en el índice del blog un tema en concreto para leer el artículo correspondiente. Hoy, mi blog contiene más de ciento cincuenta entradas, en las que se habla desde la cerámica al teatro, pasando por la escultura, la pintura o la arquitectura.
Para acabar, adelanto que en el siguiente artículo cambiaré drásticamente de tema para entrar en el mundo del arte moderno. Iniciaré una serie sobre la pintura que comenzaron a crear los japoneses basándose en modelos occidentales a partir del periodo Meiji (1868-1912). Será, como he dicho, dentro de quince días.
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