La pintura en el periodo Edo, la edad de oro del grabado ukiyo-e, II
Como prometí la semana anterior, hoy comentaré la obra, mejor dicho, una pequeñísima parte de la obra de Hokusai y dejaré para dentro de siete días la de Hiroshige, seguramente, los artistas del ukiyo-e más conocidos en Occidente junto con Utamaro.
Como prometí la semana anterior, hoy comentaré la obra, mejor dicho, una pequeñísima parte de la obra de Hokusai y dejaré para dentro de siete días la de Hiroshige, seguramente, los artistas del ukiyo-e más conocidos en Occidente junto con Utamaro.
Durante la la primera mitad del siglo XIX, el ukiyo-e alcanzó unas cotas de
popularidad nunca antes conocidas. Curiosamente, esa vez, el éxito no se produjo con
pinturas de geisha, beldades o actores de kabuki, personajes
todos asociados con lo efímero de los placeres de la gran capital, sino con los
grabados de paisajes. Es bien cierto que, en Japón, la tradición de las
pinturas paisajísticas venía de muy atrás, y eso lo vimos al hablar del sumi-e o de la escuela Kanō, pero la incorporación de ese tema en el grabado del ochocientos la
llevaron a cabo dos maestros indiscutidos: Hokusai y Hiroshige. Con
ellos, se recuperó el casi místico interés nipón por la naturaleza, algo muy
específico del periodo Muromachi y que en los posteriores se había casi abandonado en
aras de los asuntos urbanos.
Katsushika
Hokusai
En las
xilografías del siglo XVIII, el paisaje no era más que un telón de fondo para
la escena que se representaba. Como mucho, Kiyonaga había
utilizado las reglas de la perspectiva para darle un mayor protagonismo en sus
obras. Pero cuando llegó Katsushika Hokusai
(1760-1849), sobre todo a raíz de la edición de su serie Treinta seis vistas del monte Fuji, se
produjo una revolución en el mundo del ukiyo-e.
El éxito
de esa colección fue de tal alcance que, para satisfacer la demanda popular, no
solo se tuvo que ampliar el número de láminas inicialmente previstas, sino que
a partir de su publicación aparecieron numerosas series de otros autores dedicadas
a retratar paisajes famosos de todo Japón.
De la
colección completa de Hokusai, sin lugar a dudas, la más conocida internacionalmente es la
lámina titulada Bajo la gran ola de
Kanagawa, que se reproduce en la
ilustración siguiente.
Katsushika Hokusai:
Bajo la gran ola de Kanagawa,
de la serie Treinta y seis vistas del Fuji, 1830-32, xilografía, 26x38 cm. Foto: Wikimedia Commons. |
En esta
lámina, el Fuji, protagonista de toda la serie, despunta a lo lejos empequeñecido. Su nevada cumbre parece sostenerse sobre el agua y estar a punto
de ser atacada por las blancas garras de una gigantesca ola que se abalanza
sobre unos sufridos pescadores que reman con todas sus fuerzas encorvados en
sus barcazas.
El irresistible
dinamismo de la escena lo genera no solo el movimiento en espiral que
emana de la enorme cresta de la ola, sino la contención de la paleta cromática,
un rasgo que nos permite fijar nuestra atención en los perfiles de las
diferentes ondas, que a su vez crean el efecto de profundidad. No hay duda que
Hokusai logró con esta estampa una obra fascinante.
Este
grabado deslumbró al mundo del arte occidental del ochocientos y
todavía hoy sigue ejerciendo un enorme poder de seducción sobre el público y
numerosos artistas que no han podido resistirse a reinterpretarla una y mil veces.
La
ilustración siguiente corresponde a la lámina titulada Viento en tiempo claro,
también conocida como El Fuji rojo. Hokusai realiza aquí un verdadero
retrato del monte Fuji en una fría mañana otoñal. Los primeros rayos del sol
tiñen la montaña de un rojo resplandeciente que destaca sobre el profundo azul
del cielo, “cortado” por unas finas nubes blancas. Unos pocos restos de nieve
rasgan como grietas la enigmática cumbre rojiza del volcán. Su falda todavía
está en sombra.
Katsushika
Hokusai: Viento en tiempo claro,
de la serie Treinta y seis vistas del Fuji, 1830-32, xilografía, 26x38 cm. Foto: Wikimedia Commons. |
En esta
estampa, a pesar o quizás debería decir gracias a la drástica contención de
medios, Hokusai logra sugerir magistralmente la experiencia física que se
siente ante la fuerza de una inmensa naturaleza que no se deja dominar.
Pero Hokusai, al igual que muchos artistas del grabado, también abordó
innumerables temas, como los de flores y pájaros, fantasmas, vistas de lugares
famosos, retratos de poetas y sus célebres cuadernos de dibujos, más conocidos como Hokusai
manga.
Esa gigantesca obra editorial consta de quince volúmenes
con miles de imágenes que se fueron publicando desde 1814 hasta el
fallecimiento del pintor en 1849. Los tres últimos tomos se editaron
póstumamente. La ilustración siguiente corresponde a dos páginas del cuarto libro de esa colección.
Katsushika Hokusai:
Gente bañándose, volumen IV de Hokusai
manga, 1819, xilografía, 22x15 cm cada página. Foto: Wikimedia Commons. |
Los dibujos de Hokusai son una fuente inagotable de escenas
cotidianas del Japón de la época. En ellos vemos a personas bañándose, haciendo
ejercicio, trabajando en los oficios más diversos, entrenándose en sumō o en artes marciales y un largo
etcétera. El artista también dedicó volúmenes a las plantas, flores, insectos o
animales, sin descuidar los fantasmas, dragones y todo tipo de seres
mitológicos.
La inventiva, soltura y sobre todo el cariño con que Hokusai
realizó su enciclopédica obra fueron enormes y ya desde la publicación de la
primera entrega obtuvo el reconocimiento no solo de sus propios colegas, sino también de un amplio sector del público.
He decidido acabar aquí este artículo sobre Hokusai. Estoy convencido que habrá sabido a poco y que el lector quizás hubiera preferido que comentara
obras no tan conocidas o que hablara de sus otras series o de sus estampas
eróticas, hoy tan de moda. Habrá que volver otro día sobre su ingente
producción, Hokusai vivió ¡89 años!
El martes próximo concluiré
esta serie sobre la pintura japonesa durante el periodo Edo hablando de otro
gran maestro del grabado: Hiroshige.
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