martes, 25 de agosto de 2015

Pintura japonesa: el grabado japonés ukiyo-e, VIII

La pintura en el periodo Edo, la edad de oro del grabado ukiyo-e, I 
Hoy finalizaré el capítulo dedicado a los maestros del grabado japonés de mujeres hermosas, que dejé inconcluso la semana pasada, comentando la obra de uno de los artistas más conocidos en Occidente: Utamaro.

Kitagawa Utamaro
Otro gran creador que con su obra marcó un hito en el ukiyo-e fue Kitagawa Utamaro (1753-1806). Sus aportaciones a la xilografía japonesa fueron muchas y realmente innovadoras para la época. Una de ellas fue el retrato de busto o medio plano, denominado okubi-e, un tipo de encuadre no utilizado hasta entonces en Japón, pero que a partir de Utamaro lo emplearon otros artistas para representar a los actores de kabuki.

Utamaro retrató a mujeres de todo tipo, desde prostitutas y cortesanas hasta respetables esposas de comerciantes. En sus personajes ya no reflejaba los estereotipos idealizados hasta entonces, sino que prefería mostrarlos en actividades cotidianas, fuera cual fuese su nivel social.

Sus composiciones resultaban no pocas veces muy atrevidas, como cuando captaba a sus mujeres frente a grandes espejos en un primer plano que le permitían dibujar incluso sus diminutos dientes, como veremos en una de las ilustraciones que inserto hoy. Por otro lado, Utamaro utilizaba trazos de una finura extrema con los que creaba la sensación de un volumen mórbido muy adecuado para representar las negras cabelleras de sus damas.

Precisamente, el profundo negro de los tocados de sus mujeres lo conseguía realizando dos estampaciones con ese tono, la última después de haber impreso previamente el resto de colores. También resultaba muy innovadora su meticulosidad extrema en la representación de los cabellos, algo que lograba mediante las finísimas líneas que he comentado, las cuales le permitían crear un efecto similar al claroscuro, pero sin serlo.

Finalmente, parece ser que fue Utamaro quien primero aplicó a sus fondos un acabado de mica, una técnica conocida como kira-e que provocaba un efecto luminoso, insólito hasta entonces, al resaltar el blanco de las caras maquilladas de sus mujeres. Ese recurso lo empleó en la estampa que comento ahora mismo.

Utamaro Kitagawa: Tres bellezas famosas, 1792,
xilografía con fondo de mica, 39x26 cm. Foto: Wikimedia Commons.

En la ilustración anterior queda de manifiesto la capacidad de Utamaro para retratar realmente a sus personajes, algo no muy frecuente en la impersonal pintura japonesa. La mujer de la derecha era Naniwaya Okita, célebre sirviente de una casa de té de finales del siglo XVIII y una de las modelos preferidas y más retratadas por el pintor. La joven en la zona central era Tomimoto Toyohina, amante de un gran señor feudal y muy célebre por su belleza, mientras que la dama de la izquierda era Takashima Ohisa.

Utamaro Kitagawa: Okita, 1792-93, xilografía con fondo de mica,
36x24 cm. Foto: Wikimedia Commons.

La fotografía anterior vuelve a ser un retrato de la mencionada Naniwaya Okita. Utamaro aplicó escamas de mica sobre la tinta aún húmeda en la zona que representa la superficie del espejo, con lo cual, gracias al profundo negro de su marco y del peinado, consiguió realzar el blanco de la cara y pecho. Véanse las finísimas líneas de los bordes del cabello, otro detalle que he explicado en los primeros párrafos.

Por esos años ya se conocían diversos procedimientos para hacer que los grabados tuvieran texturas variadas de acuerdo con el elemento representado. Desde los inicios, cuando todavía se coloreaban las estampas a mano, el acabado más buscado era el brillante, que se obtenía mezclando laca con cola animal. Otro recurso consistía en pulverizar limaduras de metales para dar la sensación no solo de oro o plata, sino también para crear efectos como el de arena. De igual modo podía utilizarse una pasta, denominada gofun, obtenida tras calentar y triturar conchas marinas y que se empleaba para crear cierto relieve en la superficie de papel; uno de ellos era simular copos de nieve.

Lamentablemente, todos esos efectos se pierden en las reproducciones fotográficas, por lo que solo nuestra imaginación, si no podemos contemplar una estampa original de buena calidad, puede compensar mínimamente esa carencia.

Utamaro Kitagawa: Acto 11 de la serie Beldades parodiando Chūshingura, 1794-1795,
xilografía, díptico de 26x39 cm cada lámina. Foto: Wikimedia Commons.

En el díptico de la ilustración anterior, perteneciente a una serie dedicada al más famoso drama del teatro japonés, Chūshingura, Utamaro creó una insólita caricatura de esa pieza de kabuki. La escena se desarrolla en una casa de té. En la lámina de la derecha, en su parte alta, vemos a unas mujeres parodiando la lucha del final de la obra cuando los samurai atacan a los sirvientes de Kira, a quien han decidido asesinar como venganza por la muerte de su señor. En la lámina de la izquierda aparece precisamente Kira, a quien unas damas invitan a suicidarse vertiéndole encima el sake.

La obra es de una complejidad compositiva más que notable y no muy frecuente en el ukiyo-e de la época. La perspectiva es casi perfecta, el jardín exterior, a pesar de haber anochecido, está muy bien representado con su mar de gravilla, piedras pasaderas y pinos (léanse mis artículos sobre el jardín japonés). Los tejados de los edificios vecinos se aprecian por encima de los árboles y el gran almacén destaca entre la vegetación. En el interior, candelas, bandejas, copas, vertedores, abanicos, shamisen y demás objetos aparecen desperdigados aquí y allá o manejados por las mujeres. Y como no podía ser de otra forma, la variedad de diseños en los kimono es más que notable.

Resumiendo, en este complejo díptico, Utamaro no solo desplegó con maestría todo un muestrario de elementos pictóricos, compositivos o escenográficos, sino que incluso reflejó, con un distanciamiento crítico notable, las costumbres y hábitos de la sociedad de su época, algo que me recuerda aquellas pinturas de caricaturas de hombres y animales del siglo XII que comenté en un artículo anterior.

Para ir acabando, me gustaría presentar una obra de Utamaro, la de la ilustración siguiente, que siempre me ha sorprendido por su sencillez. A diferencia de la anterior estampa, en esta solo aparece una joven ataviada con un cómodo kimono de un discreto diseño a cuadritos y un cinto de tono verdoso aún no ajustado completamente.

Utamaro Kitagawa: Pintando los labios, 1794, xilografía,
38x25 cm. Foto: Wikimedia Commons.

La mujer todavía no ha finalizado su maquillaje y el pelo lo lleva recogido en un moño. El profundo negro del peinado, espejo y cuello remarca el tono blanco de su cara. No hay nada en ella de la excepcional e inaccesible belleza de las beldades representadas casi siempre en el ukiyo-e. No obstante, el momento no está exento de encanto.

En la esquina inferior vemos la caja de maquillaje, un bol blanco con un pincel y otro rojo de mayor tamaño, para productos de tocador, cortado por el encuadre. Todos parecen flotar en un espacio sin suelo o soporte alguno. Ninguno arroja sombra, tampoco la mujer, cuya corporeidad más que representada es apenas sugerida, aunque ciertamente puede verse, o quizás solo imaginarse, el contorno de su cadera y muslo derechos.

Para finalizar, me gustaría comentar, como ejemplo de la variedad de temas que tocó Utamaro, su vertiente de ilustrador de libros en los que no existe la presencia humana. La mayoría de ellos son publicaciones sobre insectos, conchas marinas, pájaros, paisajes nevados y un largo etcétera. En la fotografía siguiente aparecen dos páginas del segundo de dos tomos titulados Insectos escogidos.

Utamaro Kitagawa: interior del libro Insectos escogidos, c. 1788, xilografía, 22x17 cm cada página. 
Foto: Wikimedia Commons.

La página izquierda se titula “La libélula roja”; la derecha, “El saltamontes de los arrozales”. Como complemento, en un lateral de la primera se han caligrafiado dos poemas titulados como esos insectos: Aka-tonbo e Inago

Utamaro dibujó una libélula algo escuálida con un cuerpo rojizo y unas meticulosamente representadas alas de brillante mica, un efecto que ya he comentado más arriba. De los dos poemas que aparecen en esa página, el de la derecha, cuyo autor es Akera Kankō (1738-1798), dice así:

La libélula roja
Es mejor llorar
que sufrir en silencio
penas de amor
hasta marchitarse,
roja libélula.

Aka-tonbo
Shinobu yori
koe koso tatene
aka-tonbo
ono ga omoi ni
yaseigokete mo

Con este poético remate, y pido disculpas a los sibaritas por mi torpe versión, finalizo el artículo de hoy, que no es poco, creo. El martes próximo veremos la obra de uno de los dos gigantes del ukiyo-e del siglo XIX. Seguro que el sagaz lector ya sabe quiénes serán.

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