La pintura en el periodo Edo, la edad de oro del grabado ukiyo-e, I
Hoy finalizaré el capítulo dedicado a los maestros del grabado japonés de mujeres hermosas, que dejé inconcluso la semana pasada, comentando la obra de uno de los artistas más conocidos en Occidente: Utamaro.
Hoy finalizaré el capítulo dedicado a los maestros del grabado japonés de mujeres hermosas, que dejé inconcluso la semana pasada, comentando la obra de uno de los artistas más conocidos en Occidente: Utamaro.
Kitagawa
Utamaro
Otro gran creador
que con su obra marcó un hito en el ukiyo-e
fue Kitagawa Utamaro (1753-1806).
Sus aportaciones a la xilografía japonesa fueron muchas y realmente innovadoras para
la época. Una de ellas fue el retrato de busto o medio plano, denominado okubi-e, un tipo de encuadre no
utilizado hasta entonces en Japón, pero que a partir de Utamaro lo emplearon
otros artistas para representar a los actores de kabuki.
Utamaro retrató a
mujeres de todo tipo, desde prostitutas y cortesanas hasta respetables esposas
de comerciantes. En sus personajes ya no reflejaba los estereotipos idealizados
hasta entonces, sino que prefería mostrarlos en actividades cotidianas, fuera
cual fuese su nivel social.
Sus composiciones
resultaban no pocas veces muy atrevidas, como cuando captaba a sus mujeres
frente a grandes espejos en un primer plano que le permitían dibujar incluso sus
diminutos dientes, como veremos en una de las ilustraciones que inserto hoy. Por otro lado, Utamaro utilizaba trazos de una finura
extrema con los que creaba la sensación de un volumen mórbido muy adecuado para representar
las negras cabelleras de sus damas.
Precisamente, el
profundo negro de los tocados de sus mujeres lo conseguía realizando dos
estampaciones con ese tono, la última después de haber impreso previamente el resto de colores.
También resultaba muy innovadora su meticulosidad extrema en la representación
de los cabellos, algo que lograba mediante las finísimas líneas que he
comentado, las cuales le permitían crear un efecto similar al claroscuro, pero sin serlo.
Finalmente, parece
ser que fue Utamaro quien primero aplicó a sus fondos un acabado de mica, una
técnica conocida como kira-e que
provocaba un efecto luminoso, insólito hasta entonces, al resaltar el blanco de
las caras maquilladas de sus mujeres. Ese recurso lo empleó en la estampa que comento ahora mismo.
Utamaro Kitagawa: Tres
bellezas famosas, 1792, xilografía con fondo de mica, 39x26 cm. Foto: Wikimedia Commons. |
En la ilustración anterior
queda de manifiesto la capacidad de Utamaro para retratar realmente a sus
personajes, algo no muy frecuente en la impersonal pintura japonesa. La mujer
de la derecha era Naniwaya Okita, célebre sirviente de una casa de té de
finales del siglo XVIII y una de las modelos preferidas y más retratadas por el
pintor. La joven en la zona central era Tomimoto Toyohina, amante de un gran
señor feudal y muy célebre por su belleza, mientras que la dama de la izquierda era Takashima
Ohisa.
La fotografía anterior vuelve a ser un retrato de la
mencionada Naniwaya Okita.
Utamaro aplicó escamas de mica sobre la tinta aún húmeda en la zona que
representa la superficie del espejo, con lo cual, gracias al profundo negro de su marco y del peinado, consiguió realzar el blanco de la cara y pecho. Véanse las
finísimas líneas de los bordes del cabello, otro detalle que he explicado en
los primeros párrafos.
Por esos años ya se conocían diversos procedimientos
para hacer que los grabados tuvieran texturas variadas de acuerdo con el
elemento representado. Desde los inicios, cuando todavía se coloreaban las
estampas a mano, el acabado más buscado era el brillante, que se obtenía mezclando
laca con cola animal. Otro recurso consistía en pulverizar limaduras de metales
para dar la sensación no solo de oro o plata, sino también para crear efectos como el de arena. De igual modo podía utilizarse una pasta, denominada gofun, obtenida tras calentar
y triturar conchas marinas y que se empleaba para crear cierto relieve en la superficie de papel; uno de ellos era simular copos de nieve.
Lamentablemente, todos esos efectos se pierden en las
reproducciones fotográficas, por lo que solo nuestra imaginación, si no podemos
contemplar una estampa original de buena calidad, puede compensar mínimamente
esa carencia.
Utamaro Kitagawa: Acto
11 de la serie Beldades parodiando Chūshingura, 1794-1795, xilografía, díptico de 26x39 cm cada lámina. Foto: Wikimedia Commons. |
En el díptico de la ilustración anterior,
perteneciente a una serie dedicada al más famoso drama del teatro japonés, Chūshingura, Utamaro creó una insólita
caricatura de esa pieza de kabuki. La
escena se desarrolla en una casa de té. En la lámina de la derecha, en su parte
alta, vemos a unas mujeres parodiando la lucha del final de la obra cuando los samurai atacan a los sirvientes de Kira,
a quien han decidido asesinar como venganza por la muerte de su señor. En la lámina de la izquierda aparece precisamente Kira, a quien unas damas invitan a
suicidarse vertiéndole encima el sake.
La obra es de una complejidad compositiva más que
notable y no muy frecuente en el ukiyo-e
de la época. La perspectiva es casi perfecta, el jardín exterior, a pesar de
haber anochecido, está muy bien representado con su mar de gravilla, piedras
pasaderas y pinos (léanse mis artículos sobre el jardín japonés). Los tejados de los edificios vecinos se aprecian por encima de
los árboles y el gran almacén destaca entre la vegetación. En el interior,
candelas, bandejas, copas, vertedores, abanicos, shamisen y demás objetos aparecen desperdigados aquí y allá o manejados
por las mujeres. Y como no podía ser de otra forma, la variedad de diseños en los kimono es más que
notable.
Resumiendo, en este complejo díptico, Utamaro no
solo desplegó con maestría todo un muestrario de elementos pictóricos,
compositivos o escenográficos, sino que incluso reflejó, con un distanciamiento crítico notable, las costumbres y hábitos de la sociedad de su época, algo que me recuerda aquellas pinturas de caricaturas de hombres y animales
del siglo XII que comenté en un artículo anterior.
Para ir acabando, me gustaría presentar una
obra de Utamaro, la de la ilustración siguiente, que siempre me ha sorprendido
por su sencillez. A diferencia de la anterior estampa, en esta solo aparece una
joven ataviada con un cómodo kimono de un discreto diseño a cuadritos y un cinto de tono verdoso
aún no ajustado completamente.
La mujer todavía no ha finalizado su maquillaje y el
pelo lo lleva recogido en un moño. El profundo negro del peinado, espejo y
cuello remarca el tono blanco de su cara. No hay nada en ella de la excepcional
e inaccesible belleza de las beldades representadas casi siempre en el ukiyo-e. No obstante, el momento no está
exento de encanto.
En la esquina inferior vemos la caja de maquillaje,
un bol blanco con un pincel y otro rojo de mayor tamaño, para productos de
tocador, cortado por el encuadre. Todos parecen flotar en un espacio sin suelo o soporte alguno.
Ninguno arroja sombra, tampoco la mujer, cuya corporeidad más que representada
es apenas sugerida, aunque ciertamente puede verse, o quizás solo imaginarse, el contorno de su cadera y muslo derechos.
Para finalizar, me
gustaría comentar, como ejemplo de la variedad de temas que tocó Utamaro, su vertiente
de ilustrador de libros en los que no existe la presencia humana. La mayoría
de ellos son publicaciones sobre insectos, conchas marinas, pájaros, paisajes
nevados y un largo etcétera. En la fotografía siguiente aparecen dos páginas
del segundo de dos tomos titulados Insectos
escogidos.
Utamaro Kitagawa: interior
del libro Insectos escogidos, c. 1788, xilografía, 22x17 cm cada página. Foto: Wikimedia Commons. |
La página izquierda se titula “La libélula roja”; la derecha, “El saltamontes de los arrozales”. Como complemento, en un lateral de la primera se han caligrafiado dos poemas titulados como esos insectos: Aka-tonbo e Inago
Utamaro
dibujó una libélula algo escuálida con un cuerpo rojizo y unas meticulosamente
representadas alas de brillante mica, un efecto que ya he comentado más arriba.
De los dos poemas que aparecen en esa página, el de la derecha, cuyo autor es Akera Kankō (1738-1798), dice así:
La libélula roja
Es mejor llorar
que sufrir en silencio
penas de amor
hasta marchitarse,
roja libélula.
Aka-tonbo
Shinobu yori
koe koso tatene
aka-tonbo
ono ga omoi ni
yaseigokete mo
Con este
poético remate, y pido disculpas a los sibaritas por mi torpe versión, finalizo
el artículo de hoy, que no es poco, creo. El martes próximo veremos la obra de uno de los dos gigantes del ukiyo-e del siglo XIX. Seguro que el sagaz
lector ya sabe quiénes serán.
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