La pintura en el periodo Edo, los inicios de la policromía en el grabado ukiyo-e
Concluido la semana pasada el capítulo dedicado a los pioneros de ukiyo-e, vamos a continuar nuestro recorrido, más o menos cronológico, por la historia del grabado japonés.
Concluido la semana pasada el capítulo dedicado a los pioneros de ukiyo-e, vamos a continuar nuestro recorrido, más o menos cronológico, por la historia del grabado japonés.
En Japón, el salto a la verdadera xilografía polícroma, no coloreada manualmente, se produjo en parte gracias a la afición por las estampas de
calendarios (denominadas e-goyomi) y felicitaciones estacionales o de año nuevo que se extendió entre diletantes
adinerados durante la segunda mitad del siglo XVIII. La solvencia económica de
esos aficionados les permitía encargar a artistas reconocidos obras que
acompañasen los poemas que ellos mismos creaban, eran los llamados surimono. Por otro lado, el estar
destinadas a un público elitista y minoritario daba la oportunidad a sus autores de investigar nuevas técnicas que hacían más vistoso su trabajo, algo que propició
la aparición del grabado polícromo gracias al perfeccionamiento del sistema de
marcas de referencia en las planchas que, como comenté la semana pasada, fue ideado por Okumura Masanobu.
Suzuki
Harunobu
El
primero en aplicar extensivamente el método inventado por Masanobu y llevarlo aún más lejos fue Suzuki Harunobu (1725-1770). A
pesar de que la obra de Suzuki se concentró en diez años escasos, su aportación
resultó trascendental. Con ese nuevo procedimiento, lo
más innovador, tanto desde el punto de vista técnico como formal, resultó ser
el número de colores que podía tener el grabado. Los dos o a veces tres de las
primeras obras polícromas se habían transformado en ocho o incluso nueve. Gracias a ese sistema, las
estampas no solo resultaban más brillantes, sino que las tiradas podían ser
mucho mayores, algo que contribuyó en gran manera a su popularización. Como
consecuencia de esto último, las láminas comenzaron a independizarse de su
función como calendario o felicitación para transformarse en simples pinturas.
La
ilustración siguiente es precisamente de una colección inicialmente pensada como
un calendario encargado por un particular y posteriormente publicada por una
editorial. Se trata de una de las series más conocidas de Harunobu en la que plasma escenas de la vida cotidiana.
Suzuki
Harunobu: El vuelo de los gansos silvestres, de la
serie Ocho vistas,
1766, xilografía, 28x21 cm. Foto: Wikimedia Commons. |
El
título de esa lámina hace referencia a la disposición de los trastes sobre el instrumento musical que aparece apoyado en el suelo, el koto. Si nos fijamos, veremos que recuerdan a una bandada de gansos
silvestres en vuelo. Las dos mujeres se están preparando para ofrecer un
concierto. Una de ellas repasa la partitura mientras la otra, más joven, se coloca los plectros en los dedos.
La diferencia de edad entre ellas se refleja no tanto en los rasgos de sus caras
como en el diseño de sus respectivos kimono.
El ambiente es claramente otoñal, como indica la floración de la lespedeza que
asoma tras las correderas abiertas.
En sus composiciones, Harunobu no situaba sus personajes aislados en fondos
uniformes, casi virtuales, sino que los emplazaba en ambientes reales y rodeados de
objetos cotidianos. Por otro lado, ya no se limitaba a presentar a inaccesibles
cortesanas o bellezas, sino que prefería retratar a mujeres de clase media en
sus labores diarias, ya fuese en el baño, haciendo la limpieza, perfilándose su
maquillaje o simplemente sentadas indolentemente pasando el tiempo.
En el grabado siguiente, una joven llamada Osen, sirviente de una casa
de té, se dirige a un santuario sintoísta en una noche lluviosa. La ventisca de
la escena queda perfectamente reflejada en el movimiento del farolillo, los
bajos del kimono y el paraguas entreabierto. La chica mira a la
campánula temiendo que se apague. La calidad de esta estampa queda de
manifiesto por la sutileza de las finas líneas que representan la lluvia,
perfectamente perceptibles en su justa medida.
Suzuki Harunobu: Mujer visitando un santuario de noche, s. XVIII, xilografía,
28x20 cm. Foto: Wikimedia Commons. |
La ilustración anterior es una reproducción
de un grabado conservado en el Museo Nacional de Tokio que se ha calificado
como Importante Objeto Cultural. Comento este hecho porque, además del valor
artístico de la obra, esa designación indica también la alta calidad de
impresión y el buen estado de conservación de esta xilografía concreta, elementos
determinantes para fijar el valor de un grabado tal y como comenté en el segundo artículo de esta serie.
Las mujeres de las estampas de Harunobu suelen ser muy jóvenes,
adolescentes, y casi siempre aparecen en actitudes distantes, despreocupadas,
como contagiadas de un encantamiento que las sitúa fuera de nuestro mundo, en
el “mundo flotante” que estaba naciendo por esos años.
Ese es
el caso de la escena que se reproduce en la siguiente ilustración. Se
trata de una de las
obras más melancólicas y lánguidas que conozco. Una joven, cortesana como
indica su cinto anudado en la parte delantera, aparece de pie en la galería de
un edificio, mirando ensimismada la pila de agua del jardín interior. Al lado de esta, vemos una querria, un arbusto de la familia de la rosa que florece en primavera y que con su presencia suministra la referencia estacional.
Ya es de noche. Las siluetas de tres personas se recortan
sobre el papel de las puertas correderas reflejando el animado ambiente
interior. Una mujer tañe un shamisen
y otra, probablemente una asistente, acarrea un recipiente, casi seguro de sake. Entre ambas, se encuentra un hombre sentado en
el tatami.
Suzuki Harunobu: Belleza en la galería, s.XVIII, xilografía, 35x54 cm. Foto: Wikimedia Commons.
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La diferencia entre el chispeante ambiente interior, de
donde nos parece escuchar el rasgueado del instrumento de cuerda, y la
ensoñación de la joven en el exterior queda plasmado en el conciso contraste
cromático de la composición, hábilmente creado con el amarillo de las flores y
el granate y azul del kimono
recortándose sobre un nocturno ambiente gris.
El brillante rojo del vestido de la joven no hace más que
resaltar su abatimiento por la situación en que se encuentra o quizás por un
amor imposible, de lo que parece ser consciente en esos momentos. La imagen que
nos ofrece Harunobu es ciertamente un momento fugaz que muestra la otra cara de
los barrios de placer, idealizados tantas veces en el ukiyo-e.
La obra de Suzuki Harunobu no solo renovó el mundo de la xilografía
japonesa con su cromatismo hasta entonces desconocido, sino que creó los
fundamentos de lo que se conocerá como nishiki-e o “pintura de brocado”,
precisamente por la fidelidad con que se reproducían los brocados de seda de
los kimono.
Después
de las innovaciones introducidas por Suzuki Harunobu, a pesar de su prematura
muerte en 1770 y tras solo diez años de actividad, en los que demostró las
posibilidades del policromatismo en el grabado, aparecerá otro nombre en el
panorama de la estampa japonesa que, esta vez sí, logrará crear escuela. Será
Katsukawa Shunshō, en cuyos talleres se formará un joven, Katsukawa Shunrō, que
llegará a ser mundialmente conocido con el nombre de Hokusai. Pero no adelantemos
acontecimientos, porque hasta dentro de varias semanas no
hablaré de él.
El próximo martes día 11 continuaré presentando maestros del grabado polícromo japonés, pero antes me gustaría hacer un recordatorio.
En estas fechas, hace setenta años, se lanzaron sobre Japón dos bombas atómicas. En recuerdo de tan nefastas efemérides, los próximos días 6 y 9 de este mes de agosto publicaré sendos artículos sobre pintura japonesa que recomiendo encarecidamente a mis lectores.
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