jueves, 6 de agosto de 2015

Hoy se cumplen setenta años de la explosión de la bomba atómica de Hiroshima

Hiroshima, guerra y arte
Este artículo se intercala entre la serie sobre el ukiyo-e que estoy publicando estas últimas semanas porque pienso que la fecha de hoy, 6 de agosto, me obliga al menos a realizar una mínima reseña de lo que aconteció en Hiroshima hace setenta años. El hecho al que me refiero fue tan trascendental que estoy convencido de que todo el mundo ya sabe que me estoy refiriendo al lanzamiento de la bomba atómica sobre esa ciudad a las 8.15 de la mañana del día 6 de agosto de 1945. Un minuto más tarde se produjo la explosión nuclear.

Hoy mismo, acabo de incluir en este blog una reseña sobre un libro consagrado a las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki que ha editado Mediatres Estudio y en el que se incluye un artículo de la periodista Ima Sanchís. Los interesados en adquirirlo pueden hacerlo completamente gratis entrando en este enlace, desde el que accederán a su formato digital.

Explosión de la bomba atómica de Hiroshima, 6 de agosto de 1945.
Foto: Wikimedia Commons.

No es mi intención detallar los efectos terroríficos de la explosión de la bomba atómica de Hiroshima en la ciudad y su población. Creo que la fotografía siguiente lo dice casi todo. Para los interesados en el tema recomiendo la lectura de un pequeño libro titulado Diario de Hiroshima de un médico japonés (6 de agosto – 30 de septiembre de 1945) de Michihiko Hachiya, editado en Madrid por Turner Publicaciones en 2005.

Hiroshima tras la explosión nuclear, el 17 noviembre de 1945. Foto: Wikimedia Commons.

La guerra en el arte
Sin embargo, no puedo resistirme a mostrar, aunque sea muy brevemente, la incidencia que tuvo el asfixiante ambiente bélico y el desesperanzado entorno de la inmediata posguerra en las obras de los pintores japoneses.

A principios de los años cuarenta del siglo XX, la situación interior en Japón comenzaba a ser insostenible. Hacía años que el mando militar nipón ejercía una estrecha vigilancia sobre las actividades culturales y en concreto las pictóricas, pero con la declaración de guerra entre Japón y Estados Unidos la situación empeoró claramente. Cuando se produjo la movilización general, los artistas japoneses se dividieron en dos bandos, los que apoyaban la política del Gobierno y los que estaban en contra. En cierto momento, los militares decidieron contratar a los mejores pintores, por supuesto solo de entre los que secundaban sus ideas, para que reflejaran en su obra la evolución de la guerra e insuflasen entre la población confianza en sus descabellados objetivos. 

Su labor de patrocinio consistió en suministrar a los que aceptaban esa oferta todo tipo de enseres necesarios para su trabajo, telas, colores, etcétera; luego trasladarles al frente y, finalmente, comprarles sus cuadros para organizar exposiciones que recorrían el país. Eran las denominadas “pinturas de guerra”. 

Los artistas que no se sometieron a las directrices de los militares apenas tuvieron oportunidades y recursos para llevar a cabo su labor. La mayoría de ellos se vieron forzados a abandonar su profesión. Paradójicamente, los que aceptaron los encargos oficiales descubrieron insólitas perspectivas desde acorazados y aviones. Al principio sus obras resultaban alentadoras, pero muy pronto el pesimismo fue impregnando sus lienzos. Veamos un ejemplo de cada tipo.

Nakamura Ken-ichi (1895-1967)
Nakamura Ken-ichi vivió en Paris de 1923 a 1928 y durante la Segunda Guerra Mundial fue uno de los que trabajó como artista para los mandos militares japoneses. El cuadro de la foto siguiente, si bien es un tema bélico, resulta bastante aséptico, a pesar de las explosiones blancas que puntúan el lienzo casi de manera abstracta. Parece una pintura paisajística realizada desde un punto de vista desconocido hasta entonces.

Nakamura Ken-ichi: Ataque a Qingdao, 1945. Óleo sobre tela, 184x256 cm. 
Museo de Arte Moderno de Ibaraki
Foto en Fukunaga Osamu (ed): Japanese Art in the 20th century
Tokio: Museum of Contemporary Art, 2000.

Fujita Tsuguharu (1886-1968)
Fujita Tsuguharu viajó a Europa en 1913 y muy pronto se relacionó con artistas de Montmartre como Picasso o Modigliani. Aunque regresó a su país en 1929, al año siguiente volvió a París. En 1940, recién iniciada a la guerra europea, decidió trasladarse a Japón. Invitado por el ejército a Singapur, comenzó una serie de obras de gran formato y tema bélico que se expusieron en las muestras que organizaba el gobierno militar. En la ilustración siguiente vemos uno de sus más dramáticos e impresionantes cuadros.

Fujita Tsuguharu: Muerte luminosa en las islas Atsu, 1943. Óleo sobre tela, 193x259 cm.
Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio.
  Foto en Michael Lucken: L’art du Japon au vintième siècle. París: Hermann, 2001. 

Tras la guerra, Fujita fue acusado públicamente de colaboracionista y criminal de guerra, y se le prohibió participar en ningún tipo de actividad artística. Desencantado, en 1949, abandonó Japón y fijó su residencia en Francia. Ya nunca más volvió a su país. Fujita es más conocido en Occidente como Leonard Foujita.

Abe Nobuya (1913-1971)
Para acabar este artículo, quizá demasiado amargo, presento una escalofriante obra, ya de posguerra, de Abe Nobuya, uno de los artistas que dejó más clara su posición frente al conflicto bélico.

Su cuadro de 1949, titulado Hambruna, quizás recuerde un poco ciertos emakimono de la Edad Media en los que aparecen espíritus vagabundos y de los que hablé en un artículo anterior. Sin embargo, esta escena es mucho más directa y real. Los desnutridos cuerpos se encuentran en un espacio vacío del que surgen un gélido sol y unas rocas,... no, son calaveras. Creo que sobran las palabras

Abe Nobuya: Hambruna, 1949. Óleo sobre tela, 80x130 cm.
Museo de Arte Moderno de la prefectura de Kanagawa en Kamakura.
Foto en Irmtraud Schaarsmidt-Richter (ed): Japanese Modern Art. Painting from 1910 to 1970.
Zurich: Edition Stemmle, 2000.

Dentro de tres días volveré a recordar otra fecha fatídica.