La pintura japonesa de estilo occidental en
el periodo Meiji, Kuroda Seiki
Continúo hoy los comentarios que inicié en el anterior artículo sobre los precursores de la pintura moderna
japonesa de estilo occidental, y lo haré presentando a un artista frecuentemente
emparentado con Asai Chū, de quien hablé hace quince días. Me refiero a Kuroda Seiki.
Kuroda Seiki (1866-1924)
Kuroda Seiki fue uno de los personajes más influyentes en la pintura japonesa de
estilo occidental de principios del siglo XX. Aunque nacido en el seno de una
familia de samurai, como Asai Chū, Kuroda fue adoptado por su tío, un importante
político del periodo Meiji. Esa acomodada situación le permitió viajar a París
para estudiar derecho con solo dieciocho años. Sin embargo, los proyectos
familiares se truncaron cuando los compatriotas que encontró en la capital
gala le convencieron para que abandonara los libros de leyes y se dedicara a la
pintura.
Su estancia
en la capital gala duró diez años, durante los cuales Kuroda frecuentó el Louvre, tomó
apuntes al aire libre y descubrió el mundo de los impresionistas. Cuando en
1893 regresó a Japón, abrió una academia de pintura y tres años más tarde ingresó
como profesor en la Escuela de Bellas Artes de Tokio, desde donde ejerció una
decisiva influencia en las jóvenes generaciones.
La obra de Kuroda puede calificarse de ecléctica, es decir, mientras empleaba la técnica occidental del óleo, no tenía ningún reparo, a diferencia de Asai,
en retratar personajes en kimono o
ambientes tradicionales nipones, eso sí, siempre con un cromatismo ligero y
transparente. Un ejemplo de esas características es la obra de la ilustración
siguiente, una de las primeras que ejecutó recién llegado de Francia.
Kuroda Seiki: Maiko, 1893, óleo sobre
tela, 53x45 cm. Museo Nacional de Tokio.
Foto: Wikimedia Commons.
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La paleta de Kuroda se mostró desde el principio mucho más
clara que la de los alumnos de Fontanesi, de quien Asai había sido también discípulo. Esa disparidad hizo que muy
pronto se diferenciaran sus respectivos estilos: el de los seguidores de Fontanesi y el
de los de Kuroda. De los primeros se decía que pertenecían a la escuela denominada
yani-ha, debido al color terroso de sus obras, semejante a la resina (yani).
A los segundos se encuadraba en la escuela murasaki-ha, por dominar en sus
cuadros los tonos violetas (murasaki).
Kuroda Seiki: La siesta, 1894, óleo sobre tela, 50x61 cm.
Kuroda Memorial Hall de Tokio. Foto: Wikimedia Commons |
La obra de la ilustración anterior la realizó Kuroda durante
el verano de 1894 en Kamakura, lugar donde residía y en el que se encontraba a menudo con
otros pintores para recorrer los alrededores y tomar apuntes en la mejor
tradición del plein air francés. En este
óleo, el artista japonés consiguió con sus marcadas pinceladas capturar la
vibración de los rayos de sol cuando se filtran a través del follaje de los
árboles y se proyectan sobre una joven adormilada en la hierba una tarde de
estío.
El óleo titulado
En el borde del lago, que se
muestra en la siguiente ilustración, es uno de los más célebres de Kuroda y
también de la pintura japonesa finisecular, aunque para no
provocar desavenencias entre los tradicionalistas debería decir de la de estilo
occidental.
Kuroda Seiki: En el borde del lago,
1897, óleo sobre tela, 68x83 cm. Kuroda Memorial Hall de Tokio.
Foto: Wikimedia
Commons.
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Ese cuadro
lo pintó Kuroda durante una estancia en Hakone, un lugar muy popular por su paisaje
y aguas termales. La joven queda descentrada claramente en el encuadre, su
atuendo está en perfecta sintonía con la atmósfera veraniega y el paisaje se
convierte casi en un fondo que apenas distrae la atención. Rasgos, todos,
emparentados con las maneras clásicas japonesas, pero que tras su
descubrimiento por los impresionistas franceses ya no resultaba tan claro a qué
tradición respondían.
Kuroda Seiki: Un día soleado, 1897, óleo
sobre tela, 50x61 cm. Museo de Arte de la Prefectura de Aichi.
Foto: Wikimedia Commons.
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El óleo
de la ilustración anterior retrata un característico paisaje rural japonés con
una factura más suelta y desenfadada que en el célebre En el borde del lago. Es casi un apunte al aire libre, un método
que Kuroda aprendió y practicó asiduamente durante su estancia en Francia.
Con
esto concluyo este corto artículo. Dentro de dos semanas veremos la obra de otro artista del periodo Meiji.
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