martes, 23 de mayo de 2023

La danza butō, 17

Tres Pávlovas en Japón  

En el anterior artículo conocimos a dos profesores japoneses que, a diferencia de otros compatriotas, no realizaron su preceptivo viaje a Europa para conocer las últimas tendencias en la danza moderna, sino que lo hicieron para estudiar las fuentes del ballet clásico. Hoy veremos que, obviamente, en Japón no solo había espectáculos de danza moderna, sino que también, poco a poco, se iba conociendo tanto el ballet romántico como la ópera europea.

Curiosamente, las tres bailarinas que más influencia tuvieron en el nacimiento y desarrollo del ballet clásico en Japón eran las tres rusas y las tres se apellidaban igual: Eliana Pávlova, Anna Pávlova y Olga Pávlova.

Portada del libro Ballet japonés. Las tres Pávlovas.
Foto: tienda online del Nuevo Teatro Nacional de Tokio.

Eliana Pávlova fue la primera profesora europea que enseñó ballet clásico a las japonesas. Anna Pávlova era la superestrella mundial de la danza cuya gira por Japón impulsó la afición por ese arte. Finalmente, Olga Pávlova consiguió presentar al público nipón las obras centrales del repertorio de ballet romántico en su formato original.

Eliana Pávlova (1899-1941)

Eliana Pavlova. Foto sin datos
de fuente desconocida.
Una vez finalizados sus estudios de ballet, Eliana Pávlova baila en las compañías del Teatro de la Ópera de Kiev y del Mariinsky en San Petersburgo. Con el estallido de la revolución rusa, su familia huye del país para llegar a Kōbe en 1919. En 1921 actúa en la película muda Kimiyo shirazuya (Tú no sabes) dirigida por Murata Minoru (1894-1937). En sus primeros años en Yokohama, Eliana solo imparte clases de bailes de salón.

El multitudinario éxito que Anna Pávlova obtiene en 1922 con el solo La muerte del cisne, que veremos enseguida, anima a Eliana a abrir en 1927 una escuela de danza clásica cerca de Kamakura, en Shichirigahama, lugar que se considera la cuna del ballet japonés. De ese estudio surgirán las primeras bailarinas japonesas de danza clásica europea: Hattori Chieko (1908-1984), que había pasado su infancia en Rusia y que fue la primera presidenta de la Asociación de Ballet de Japón, Tachibana Akiko (1907-1971), Kaitani Yaoko (1921-1991), Kondō Reiko (1923-2009), Ōaki Aiko (1928-2007) y los bailarines Azuma Yūsaku (1910-1971) y Shimada Hiroshi (2019-2013), entre otros.

Folleto del teatro Shochiku-za anunciando la actuación 
de Eliana Pavlova en La muerte del cisne, c 1930. 
Foto de fuente desconocida.

En 1931, Eliana adquiere la ciudadanía japonesa y adopta el nombre de Kirishima Eriko. En 1937 comienza a fusionar la danza europea y la japonesa y en noviembre de 1938 crea la obra Ume (Ciruelo) con música de instrumentos occidentales y nipones. En 1941, en plena contienda y a requerimiento del ejército, inicia una gira por China con su pequeña compañía de bailarinas japonesas en la que ella misma suele interpretar el solo La muerte del cisne, una pieza que Anna Pávlova hizo famosa en todo el mundo.

El 6 de mayo de 1941 en Nanking, Eliana fallece repentinamente de tétanos. A partir de esa fecha su escuela en Shichirigahama la regenta su hermana Nadezhda Pávlova (¿-1982) hasta su defunción, momento en el que cesa la actividad del centro. A Eliana Pávlova se la considera la madre del ballet en Japón. Su labor docente la continuará Olga Pávlova, de la que hablaré enseguida.

Anna Pávlova (1881-1931)

Anna Pávlova es una de las leyendas del ballet clásico. Artista del Ballet Imperial Ruso y de los Ballets Rusos de Serguei Diaguilev, se convirtió en una estrella mundial a partir de su interpretación del solo La muerte del cisne, cuya coreografía la creó especialmente para ella Michel Fokine (1880-1942) en 1905.

Inserto a continuación un vídeo que se encuentra en YouTube de la interpretación de Anna Pávlova de La muerte del cisne, el solo de ballet más célebre de la historia. Esta es la única grabación que existe de la artista rusa. Dura escasos dos minutos.


Japón fue una de las etapas de la gira asiática que realizó la Pávlova; así conocida internacionalmente, sin nombre de pila, la única Pávlova. Sus actuaciones en 1922 en el Teatro Imperial de Tokio y en otras ocho ciudades japonesas tuvieron un éxito sin precedentes. Las entradas para todas sus representaciones se agotaron a pesar de que su precio equivalía al salario de un mes de un empleado administrativo. 

Llegada de Anna Pávlova al puerto de Yokohama en 1922.
A la derecha, la soprano Hara Nobuko (1893-1979). Foto de fuente desconocida.

Muchos escritores e intelectuales de la época han dejado testimonio del impacto que causaron sus actuaciones, Akutagawa Ryūnosuke (1882-1927), Mushanokōji Saneatsu (1886-1976), Tanizaki Jun’ichirō (1896-1965), Kawabata Yasunari (1899-1972) y un largo etcétera. Hasta esos años, el concepto ballet era totalmente desconocido en Japón pues, durante el periodo en el que Rosi dirigió el Teatro Imperial de Tokio, solo se habían visto algunas obras de mimo, baile u opereta que poco tenían que ver con el repertorio de los teatros occidentales análogos.

Anna Pavlova en Japón, 1922. 
Foto: Emil Otto Hoppé.
Akutagawa escribió: “Mientras contemplaba los brazos y las piernas de la Pávlova, el cuello y las alas del cisne parecían emerger acompañados por la estela y la onda del lago, incluso escuché su voz. No podía creer a mis sentidos.”

Sin embargo, no todos los artistas japoneses veían el ballet europeo de la misma forma. Los más vanguardistas le achacaban que era una demostración de una técnica impecable que solo podía interesar a los occidentales, pero no a los japoneses. Como dice el refrán: “Para gustos se hicieron colores”.

Cuando ya en Londres, después de finalizar su gira mundial, la Pávlova conoció los devastadores efectos del gran terremoto de Tokio del 1 de septiembre de 1923, no dudó ni un momento en ofrecer un recital en el Covent Garden de Londres, titulado Oriental Impressions, para recaudar fondos para los damnificados por el seísmo. En la foto siguiente la vemos con el vestido que empleó en esa función.

Anna Pávlova, ataviada con un vestido adquirido en India,
en Oriental Impressions, octubre de 1923.
Foto: Nicolas Yarovoff, National Library of Australia.

En la foto siguiente se ve a la Pávlova perfectamente ataviada con un kimono, peluca, zapatillas y calcetines japoneses en el jardín de su vivienda londinense. Su pose, con esa inclinación del cuello y cabeza y la elevación del pie derecho, no es nada ortodoxa desde el punto de vista japonés, y tampoco su maquillaje. No obstante, poco más podía pedirse con solo un mes de estudio de danza japonesa frente a más de veinticinco años de ballet clásico. 

Anna Pávlova en su casa, Ivy House, de Londres, 1923.
Foto: Wikimedia Commons.

Los encuentros de artistas occidentales y japoneses siempre fueron muy fructíferos. Durante su estancia en Japón, la Pávlova recibió clases de danza japonesa, el llamado nihon buyō, del gran Kikugorō Onoe VI (1885-1949). El también actor de kabuki Matsumoto Kōshirō VII (1870-1949), que había quedado enormemente impresionado por la actuación de la bailarina rusa, dio clases a otros bailarines, en su caso de danza moderna, cuando visitaron Japón: Ruth Denis y Ted Shawn.

En el sentido contrario, también se produjo cierta influencia del ballet clásico en el kabuki. Un ejemplo es la obra Kurozuka, estrenada en noviembre de 1939 en el Tōkyō Gekijō y cuya protagonista (un onnagata) ejecuta una serie de danzas, verdaderas piezas maestras del siglo XX, que fueron inspiradas por los ballets rusos que pudo ver en Londres en 1919 el actor que encarnaba ese papel, Ichikawa Ennosuke II (1888-1963).

El actor Ichikawa Ennosuke III en la escena de la danza de la obra de kabuki Kurozuka.
Foto: captura de la grabación de la obra en el Kabuki-za de Tokio, 2006.

Olga (Pávlova) Sapphire (1907-1981)

La bailarina rusa Olga Sapphire, nombre artístico de Olga Ivanova Pávlova estudia ballet en San Petersburgo. Después de una corta carrera en modestas compañías rusas, en 1933 se casa en segundas nupcias con el diplomático japonés Shimizu Takehisa (1904-1981), momento en el que cambia su nombre por el de Shimizu Midori y se traslada a vivir a Moscú. En diciembre de 1935 recibe el pasaporte japonés, y en mayo del siguiente año, el matrimonio viaja a Tokio.

Antes de su traslado, Olga reúne una buena cantidad de material didáctico, partituras y e incluso vestuario de ballet. Una vez en Japón, comienza una notable carrera tanto de profesora como de bailarina. Fue la única extranjera que actuó en el célebre Nippon Gekijō (Teatro Japón) de Tokio. 

El teatro Nippon gekijō en Sukiyabashi, Tokio, c. 1930. Foto: Oldtokyo.com

Nada más llegar a Tokio, Sapphire se encuentra con Kobayashi Ichizō (1873-1957), el magnate fundador de la compañía ferroviaria Hankyū y de la troupe femenina del Takarazuka, a quien había conocido en Moscú. En 1936 presenta por primera vez en Japón “La danza de los cisnes” un paso para cuatro bailarinas perteneciente al segundo acto de El lago de los cisnes con música de Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) y coreografía de Lev Ivanov (1834-1901). 

Olga Sapphire, en Giselle, Tokio, 1936. Foto: Wikimedia Commons.

En octubre de ese mismo año, actúa como protagonista en una obra de la mencionada compañía femenina Takarazuka, tras lo cual decide adoptar el nombre artístico de Olga Sapphire. La rusa era la única bailarina extranjera que actuaba en Japón en esa época, pues Eliana Pávlova se centraba en la enseñanza, campo en el que Sapphire tomó su relevo.

Olga Sapphire, con la troupe femenina del Takarazuka, Tokio, 1936. Foto: Wikimedia Commons.

Aunque especializada en el repertorio ruso, en 1938 Sapphire coreografía un espectáculo titulado Impresiones de Oriente (Tōyō no inshō) con el que pretende demostrar el alto nivel artístico que puede alcanzarse en Japón en los espectáculos de ballet clásico. 

Olga Sapphire, en La muerte del cisne, Tokio, 1937.
Foto: Arita Tomonori, Wikimedia Commons.

En octubre de 1942, ya en plena contienda mundial, Sapphire baila Scheherazade en el teatro Takarazuka. Su última intervención durante el periodo bélico es en 1943.

La labor de Sapphire como coreógrafa, profesora y autora de libros resultó decisiva para la introducción del ballet clásico europeo, pero sobre todo para su comprensión y disfrute por parte de los aficionados. Se retiró le la escena en 1953, pero no abandonó el mundo del ballet hasta 1957.

Portada del libro Barē tokuhon (Libro del ballet)
de Olga Sapphire, 1950. Foto: Google Books. 

Con esto finalizo este artículo que quizás se aparte un poco de la línea de esta serie dedicada al butō, un tipo de danza que precisamente se caracteriza por su total distanciamiento y rechazo de la técnica y resolución formal del ballet clásico. No me he resistido a tocar este tema para que podamos entender un poco el ambiente cultural que se respiraba en Japón durante el periodo de entreguerras, en este caso centrado en el de la danza de raíz europea, tanto la moderna o expresionista como la clásica o ballet.

En el siguiente artículo todavía me iré por las ramas antes de entrar de lleno en la etapa más fascinante de este recorrido que estamos haciendo: la de la aparición del butō. Será dentro de dos semanas.