martes, 6 de junio de 2023

La danza butō, 18

Musicales, revistas y ópera en Japón 

En el anterior artículo comenté la actividad de dos bailarinas rusas que vivieron en Japón y cuya labor propició el nacimiento y posterior desarrollo del ballet en el país oriental. De sus clases salieron los primeros bailarines clásicos japoneses, los cuales una vez retirados se convirtieron en maestros de generaciones posteriores.

Hoy todavía no hablaré del butō, sino del barrio de Tokio donde, durante varias décadas de principios del siglo XX, se concentró casi toda la actividad teatral, cinematográfica y lúdica de la capital japonesa: el distrito de Asakusa. Veremos cuál fue su estimulante y festivo ambiente, en el que no faltaban ciertos toques de cultura occidental.

El ambiente artístico en los años veinte y treinta

A partir de los años veinte del pasado siglo, ya se empezaban a ver en Japón espectáculos teatrales de todo tipo. Además de las actuaciones de artistas como Anna Pavlova en 1922 (artículo 17) o Harald Kreutzberg y Ruth Page en 1934 (artículo 13), comenzaban a llegar al país compañías europeas de ópera y danza que permitían a público, crítica y artistas contemplar el “modelo original”, es decir, el mismo tipo de interpretación y montaje que, en esos años, se ofrecía en los teatros occidentales.

El barrio de Asakusa

En el periodo Taishō (1912-1926), el barrio tokiota de Asakusa, popularmente conocido como roku-ku (distrito sexto) era el centro del mundo del espectáculo y entretenimiento de la capital. En la zona llegaron a concentrarse hasta catorce cines y veintitrés teatros. A ese conjunto de salas de todo tipo se le denominó Ópera de Asakusa, aunque la ópera no se representara en todas ellas, ni mucho menos. La mayoría estaban situadas a lo largo de una calle en la que, en uno de sus extremos, se levantaba la impresionante Ryōunkaku, una torre de doce pisos de altura construida en 1890 y en cuyo interior se instaló el primer ascensor de todo Japón. 

Sin embargo, todo ese esplendor lúdico desapareció con el terremoto que asoló Tokio en 1923. Casi toda la Ópera de Asakusa y la emblemática torre Ryōunkaku se perdieron el 1 de septiembre de ese año.

Postal de la época de la torre Hyōunkaku en el barrio
de Asakusa, Tokio, 1890. Foto: Wikimedia Commons.

En roku-ku había de todo: salas de bailes, de vodevil, de ópera; espectáculos de bailarinas, de malabaristas, de magos, de cuentacuentos; así como cines y teatros de kabuki, de shinpa o de shingeki. Obviamente, también abundaban los restaurantes y tascas de cualquier tipo, así como la prostitución. En Asakusa se abrió la primera sala de todo Japón que proyectaba películas; se llamaba Denkikan, es decir, “Edificio eléctrico”. 

Postal coloreada de la calle de los teatros en Asakusa antes del terremoto. 
Tokio, c. 1920. Foto: oldtokyo.com

La escena teatral de Asakusa se definió como una mezcla de lo “erótico, grotesco y sin sentido”, en japonés, ero, guro, nansensu. No eran ajenos a tal ambiente los movimientos vanguardistas de la época, sobre todo el dadaísmo. Después del devastador terremoto de 1923, los teatros y salas de cine dieron paso a los cabarets y locales de revistas. 

Postal coloreada de la época de la calle de los teatros en Asakusa después del terremoto. Tokio, c. 1930. 
Foto: oldtokyo.com

En varios artículos anteriores me referí a la Ópera de Asakusa como un lugar donde actuaron algunos de los bailarines y coreógrafos japoneses que hemos ido viendo. Cuando en 1916 el Teatro Imperial cerró sus departamentos de danza y ópera, esas actividades se trasladaron al barrio de Asakusa.

Ya se ha dicho que, a pesar de su nombre, la denominada Ópera de Asakusa era en realidad un conjunto de locales de espectáculos que se concentraban en ese popular barrio de Tokio donde se ofrecía todo tipo de repertorio escénico, desde teatro tradicional, pasando por adaptaciones de óperas occidentales, hasta musicales de estilo japonés, vodevil o cabaret. Por ejemplo, Orfeo en los infiernos de Jacques Offenbach (1819-1880) se representó en 1917 con el título El cielo y el infierno (Tengoku to jigoku)

Representación de Orfeo en los infiernos de Offenbah en la Ópera de Asakusa, Tokio. 1917.
En el centro la bailarina Takagi Tokuko (1891-1919). Foto: Wikimedia Commons.

No puede decirse que el repertorio operístico que se ofrecía en Asakusa fuera semejante al que se representaba en Europa. El Fausto que veían a los japoneses no era el de Gounod, sino más bien la “versión de Asakusa”. Y lo mismo ocurría con la Traviata de Verdi, la Carmen de Bizet, etcétera.

Contemplado desde el punto de vista actual y, sobre todo, si no tenemos en cuenta el contexto, esa forma de representar las grandes obras del repertorio musical y dancístico europeo podría resultar incomprensible. Sin embargo, debemos tener en cuenta la total ausencia de tradición en esas artes en Japón, hecho que convertía los espectáculos en incomprensibles para el público. Solo quedaba una solución: presentar la cultura occidental adaptándola a los japoneses.

La Gran Compañía de Ópera Negishi

En septiembre de 1920, el empresario Negishi Kichinosuke (1892-1977) creó la Gran Compañía de Ópera Negishi que ofrecía sus funciones en el teatro Kinryūkan. Sin embargo, la troupe no tuvo una vida muy larga, pues el edificio quedó totalmente destruido con el terremoto de septiembre de 1923 y la compañía tuvo que disolverse en marzo de 1924. 

Escena de la ópera Carmen por la Compañía Negishi, teatro Kinryūkan, Tokio, 1922.
Foto: Taitō-ku Shitamachi Museum, Tokio.

Sin embargo, antes de la constitución de la compañía de Negishi, ya se había visto en Japón ópera montada por artistas europeos.

Compañías de ópera europeas en Japón

En 1919 se presentó en Tokio la primera compañía europea de ópera: la Gran Compañía de Ópera Rusa, y en 1923, hizo otro tanto la Gran Compañía de Ópera Italiana Carpi. Ambas recalaban en Japón casi cada año para representar obras de sus respectivos repertorios nacionales. Poco a poco, el público japonés y por supuesto los artistas y críticos podían asistir a representaciones semejantes a las que se veían en los escenarios europeos y americanos.

En 1925, la Compañía de Ópera Carpi representó Carmen en el Teatro Imperial de Tokio y al año siguiente en el Minami-za de Kioto, una sala dedicada al kabuki. Sin embargo, la difícil situación económica no permitió mantener por mucho tiempo esas giras periódicas de las troupes rusa e italiana. 

Folleto de la representación de Carmen en Tokio por Compañía de Ópera Carpi, 1925. Foto: web Carmen Abroad.

A mediados de los años treinta, el público japonés ya se había acostumbrado a ver espectáculos de música, ópera y danza de estilo europeo en su formato original. Además, los artistas nipones, músicos, directores, actores y cantantes, ya tenían un buen conocimiento del repertorio y modelos occidentales. En 1933 se recibió en Tokio a la compañía del Teatro San Carlo de Nápoles, la última troupe extranjera que visitó Japón como consecuencia de la situación política del país.

A finales de los años veinte y principios de los treinta, el baile y música de España, eran una más de las modas occidentales que se estaban introduciendo en el país. Entre los muchos artistas que durante sus giras internacionales recalaron en el archipiélago nipón estaban los guitarristas Andrés Segovia (1893-1987) en 1929 y Asunción Granados (1899-1967) en 1933; la bailarina Antonia Mercé (1890-1936), más conocida como La Argentina en 1929 junto con su guitarrista Carlos Montoya (1903-1993), quien rechazó la oferta que la Universidad de Tokio le propuso de ser profesor, aunque aceptó que se grabara en película su técnica para fines pedagógicos. El siguiente boom de la danza española se producirá en 1970, cuando actúen en Japón Pilar López y Antonio Gades.

La Compañía de Ópera Fujiwara

En 1934 se representó La bohème de Puccini con un elenco totalmente japonés encabezado por el tenor Fujiwara Yoshie (1898-1976). El éxito fue tal que Fujiwara decidió crear una compañía con su nombre con la que realizó ortodoxas puestas en escena de muchas óperas. En sus comienzos, durante la época de la Ópera de Asakusa, Fujiwara ya era consciente de que tenía muchas limitaciones técnicas, por lo cual en 1920 decidió viajar a Milán primero y luego a Londres para perfeccionar su canto. Sus casi tres años de estancia en Europa fueron decisivos para su carrera.

Fujiwara Yoshie (en el centro) como Florestan en Fidelio de Beethoven, 1948. Foto Wikimedia Commons.

La presentación oficial de la compañía de Fujiwara se hace en marzo de 1939 en el teatro Kabuki-za de Tokio con la obra Carmen. Unos meses más tarde, en noviembre, monta La Traviata y RigolettoEse mismo año, Manfred Gurlitt (1890-1972), un compositor y director alemán huido de la Alemania nazi, dirige por primera vez a la troupe de Fujiwara y en 1941 se convierte en el primer director permanente de la compañía. En mayo de ese año dirige Aida de Verdi y en noviembre, en pleno periodo bélico, Lohengrin de Wagner.

Una vez finalizada la guerra, en enero de 1946, apenas seis meses después de la capitulación de Japón, la Compañía de Ópera Fujiwara presenta La traviata en el Teatro Imperial de Tokio, una de las pocas salas que sobrevivieron a los bombardeos de la capital. El éxito es enorme y las entradas se agotan el primer día. Con la siguiente representación de Carmen sucede lo mismo.

Nagato Miho, Foto
de fuente desconocida.

En la temporada de 1947, el Tannhäuser de Wagner marca un récord: lleno completo en las 25 funciones que se ofrecen en 23 días consecutivos. Ese mismo año, otra compañía, la de la cantante Nagato Miho (1911-1994), monta Madama Butterfly de Puccini en el Teatro Tokio, otro de los pocos que quedaban en pie. 

En 1952, Gurlitt funda su propia compañía de ópera con la que estrena en Japón varias obras del repertorio clásico, la primera La flauta mágica de Mozart. En 1955 vuelve a Alemania, pero sus últimos años los pasa en Japón como profesor de música.

Para acabar, voy dar solo una pincelada de una bailarina japonesa singular.

Kawakami Suzuko (1902-1988)

Kawakami Suzuko en 1939 a la
vuelta de una gira por Sudamérica.
Foto: Densho Digital Repository.
Nippu Jiji Photograph Archive,
Japanese Collection.
Kawakami Suzuko nace en Kobe y en 1906 sus padres se trasladan a China, donde empieza a estudiar danza con diez años. Su debut se produce en el Gran Teatro Lanxin de Shanghái, el primero de estilo europeo construido en China en 1867. 

Además de estudiar danza clásica con una profesora del teatro Mariinski del actual San Petersburgo, Kawakami toma clases de baile clásico español y flamenco. En los años veinte del siglo pasado, realiza una gira por Europa y América. Es entonces cuando asiste en Filipinas a una actuación de La Argentina, tras la cual decide dedicarse al baile español. 

Ya de vuelta en Tokio, en 1932 abre el primer estudio de danza española en Japón y tres años más tarde publica un libro sobre las castañuelas. La semilla del baile flamenco en Japón, que germinó en los años sesenta y setenta, la había plantado Kawakami tres décadas antes.

Con esto doy por finalizada la primera parte de esta serie. En el siguiente artículo, dentro de quince días, abriremos ya la puerta del butō para entrar en su mundo. Y en los 26 siguientes comentaré, ayudado de un buen número de fotos y videoclips, la obra de los más señalados artistas de esta especialidad genuinamente japonesa. Si no quieres perderte ninguno, suscríbete por correo