martes, 25 de marzo de 2025

Curso de arte japonés, art. 21º. Entorno cultural, II

En el anterior artículo hablamos de la influencia del sistema de escritura en la cultura y sociedad niponas en comparación con los países europeos, y hoy comentaremos algunos aspectos de la sociedad japonesa que suelen llamar la atención de los occidentales que aterrizan por primera vez en Japón. 

Japón visto por los occidentales

Entramos ahora en un tema que inicialmente sorprendió y luego fascinó a los primeros europeos que llegaron al archipiélago nipón en el siglo XVI: las enormes diferencias entre las costumbres japonesas y las de aquellos extranjeros. Incluso muchas de esas costumbres también eran, como siguen siendo, distintas de los países asiáticos más cercanos y con los que Japón ha tenido contactos durante siglos, me refiero a Corea y China. Este tema de las singularidades japonesas lo han tratado profusamente historiadores, sociólogos, antropólogos e incluso neurólogos como Tsunoda Tadanobu: The Japanese brain. Tokio: Taishukan, 1985, libro que puede leerse, previo registro, en Internet Archive este enlace.

El primero que describió ese hecho fue un jesuita portugués, Luís Fróis (1532-1597), a mediados del siglo XVI, hace ya más de cuatrocientos años. La ilustración siguiente es de la portada de la traducción española de su libro, aún hoy un texto de consulta. 

Portada de la traducción española del libro de Luís Fróis: 
Tratado sobre las contradicciones y diferencias de 
costumbres entre los europeos y japoneses (1585). 
Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 2003.

La edición de Osami Takizawa y Tomoko Ietsuka de la versión española del texto de Fróis se encuentra en internet en este enlace. Y el libro en papel editado por la Universidad de Salamanca puede comprarse en Amazon a través de la web de esa universidad.

En el cuadro siguiente tenemos algunas de esas diferencias que constató Fróis y que siguen existiendo. En las tres primeras filas de la tabla aparecen hábitos o costumbres que todavía hoy son diferentes entre la mayoría de los países occidentales y Japón, es decir, cosas que los japoneses hacen al revés que nosotros, o quizás debiéramos decir que nosotros hacemos al revés que ellos. No aparece ahí un cuarto gesto, rutina o como queramos llamarlo, que a mí me resulta especialmente curiosa: la forma de enhebrar aguja e hilo. En Japón se enhebra la aguja llevando esta hacia el hilo, no el hilo hacia la aguja como hacemos nosotros de forma instintiva y sin pensarlo, aunque nunca lo hayamos hecho.

Y no voy a entrar en un tema que suscita polémica entre los científicos, como es que el cerebro de los japoneses responde de diferente manera que el de los occidentales frente a los estímulos externos.

Europa

Japón

Se cuenta extendiendo los dedos

Se cuenta escondiendo los dedos

Se anda y conduce por la derecha

Se anda y conduce por la izquierda

Se sierra “tirando”

Se sierra “empujando”

Diferencias según Luís Fróis (1585)

Se corta el melón a lo largo

Se corta el melón a lo ancho

Los árboles se hacen crecer rectos

Los árboles se hacen crecer torcidos

Al remar, los remos salen del agua

Al remar, los remos no salen del agua

En los autos (teatro) se representa

En los autos se canta y danza

Las espadas tienen dos filos

Las espadas tienen un solo filo

Las campanas se repican con su badajo

Las campanas se golpean con troncos

Los rosarios se desgranan hacia delante

Los rosarios se desgranan hacia atrás


La segunda parte de la tabla anterior son solo unas pocas de las diferencias que encontró el portugués Luís Fróis hace ya más de cuatro siglos.

Entre los muchos autores de la segunda mitad del siglo XX que han comentado o interpretado las diferencias entre costumbres o hábitos nipones y occidentales, solo voy a mencionar a dos, ambos franceses: Roland Barthes y Claude Lévi-Strauss, quien viajó cinco veces a Japón entre 1977 y 1988, a diferencia de Barthes que solo lo hizo una vez. El texto de Barthes, fue una referencia en su momento, lo escribió después de visitar el país en 1966, cuando dijo aquello de que “yo soy allí un lector, no un visitante”.

Portada de la primera edición del libro de
Roland Barthes: L’empire des signes
Ginebra: Skira, 1970.

Lévi-Strauss, persona inteligente y discreta, con motivo de una de sus visitas, en la que tenía que hablar de “El lugar de la cultura japonesa en el mundo”, explicó que temía decepcionar a las personas que lo habían invitado. Su razonamiento era que sumando todos sus viajes solo había estado en el país algunos meses, que no hablaba ni podía leer japonés y que solo conocía la literatura japonesa a través de traducciones francesas o inglesas.

Fruto de ese su “desconocimiento” del tema, fue un espléndido librito cuyo título ya da algunas pistas y cuya portada vemos en la siguiente ilustración.

Portada del libro de Claude Lévi-Strauss:
L’autre face de la lune. Écrits sur le Japón
París: Seuil, 2011.

No he mencionado otro texto que marcó un hito en su época, justo después de la Segunda Guerra Mundial, y que escribió la antropóloga estadounidense Ruth Benedict (1887-1948): El crisantemo y la espada: patrones de la cultura japonesa, publicado en 1946 y del que existe traducción española. Benedict nunca estuvo en Japón.

Veamos un par de aspectos singulares de la sociedad japonesa.

Sociedad flexible

 La flexibilidad social en Japón se manifiesta en la capacidad para definir entornos donde ciertas normas de comportamiento, que en situaciones cotidianas son rígidas por necesidades de protocolo, pueden sustituirse por otras diferentes de las que imperan en esos otros ambientes. Para ello basta con cambiar de espacio, de ambiente.

Por ejemplo, un jefe rígido y distante con sus empleados durante las horas de oficina puede resultar enormemente relajado y receptivo con ellos en el bar a la salida del trabajo. Lo que ha sucedido es que ha cambiado el entorno y en él ahora sí puede realizarse una función que se considera no adecuada para llevarla a cabo en el ambiente anterior.

Como ocurre en la arquitectura, se han desplazado las “correderas” para transformar un espacio formal, la oficina, en uno social, el bar.

Todos estos rasgos de comportamiento se ven reflejados en algún momento en el arte japonés, quizás no de forma muy evidente, pero sí insistente, como una suave lluvia que poco a poco sin darnos cuenta empapa el vestido. 

Llegado a este punto, quizás ya nos quede claro que la sociedad de un pueblo conforma su arte. En consecuencia, si miramos desde el otro punto de vista, el arte nos puede descubrir muchos aspectos de una sociedad. Por ese motivo el arte clásico japonés ha sido tan distinto del europeo, porque ambas sociedades han sido siempre muy diferentes.

Sociedad tolerante

El sincretismo religioso que vimos en los primeros artículos de este curso refleja la tolerancia del pueblo japonés, su capacidad de superar situaciones en apariencia irreconciliables para, interpretándolas cada una desde la otra, alcanzar un escenario nuevo, sin crear apenas conflictos.

La coexistencia del sintoísmo y budismo tuvo un gran efecto en la forma de pensar del pueblo nipón. Los japoneses no solo fueron capaces de aceptar culturas de otros países sin prejuicios, sino que desarrollaron el hábito de adaptar solo los elementos más útiles para ellos.

Eso dio origen a la relativización de los valores éticos, todo lo contrario de las argumentaciones de cristianos y musulmanes, siempre apoyadas en valores éticos absolutos. Eso ha permitido que los japoneses a lo largo de su historia hayan sido capaces de adaptar y cambiar sus apreciaciones de ciertos valores con rapidez y sin demasiados problemas, lo que ha producido una sociedad muy eficiente, incluso desde el punto de vista de la productividad.

Veamos el siguiente cuadro en el que se dan algunos rasgos de la sociedad japonesa relacionados con ese aspecto.

Sociedad tolerante

Dos religiones

Ante dos situaciones irreconciliables se elige la más adecuada.

Adaptación de elementos foráneos

Asunción de contradicciones

Sociedad flexible

Indefinición lingüística

Inexistencia del sí o del no contundente y exclusivo

Relativización de valores absolutos

Cortés imprecisión

En Japón, hubo épocas en las no solo se consideraba que algunas divinidades sintoístas eran encarnaciones temporales de dioses budistas (gongen), sino que existían oficiantes ordenados en ambas religiones.

Es posible que otra de las causas del rechazo y posterior expulsión del cristianismo por la sociedad japonesa del siglo XVII fuese, además de las disputas de poder, la irrenunciable exigencia de exclusividad religiosa que exigían los misioneros, algo que no se entendía en Japón.

Como anécdota, todavía hoy puede verse una cruz cristiana en la cumbrera de la cubierta de un templo budista en el centro de la ciudad de Nara, y eso a pesar de la tajante expulsión de todos los misioneros católicos en el siglo XVII.

De nuevo lo dejo aquí, aunque alguno puede decirme que esa tolerancia no se dio a partir de finales del siglo XIX y principios del XX, o incluso en las décadas de los treinta y cuarenta de la pasada centuria. Pero eso es materia para los historiadores.

En el siguiente artículo, dentro de dos semanas, seguiremos hablando de las peculiaridades, según nuestro punto de vista, del entorno japonés.