La pintura japonesa de estilo rinpa, Ogata Kōrin
Tras el artículo anterior, esta tercera entrega sobre la pintura
decorativa rinpa está dedicada al, en mi opinión, más brillante de todos los artistas rinpa Ogata Kōrin.
Ogata
Kōrin (1658-1716)
El verdadero heredero artístico de la obra de Sōtatsu fue
Ogata Kōrin. Su hermano menor, Ogata Kenzan (1663-1743), fue un reconocido
ceramista con el que colaboró en los inicios de su carrera. Hijos de una
cultivada familia dedicada a la fabricación de tejidos para kimono, entre cuyos clientes se
encontraban miembros de la casa imperial y samurai
de alto rango de Kioto, los hermanos Ogata crecieron en un entorno
económicamente solvente y culturalmente muy refinado que les proporcionó una amplia
educación artística.
En 1699 Kenzan logró abrir un horno en Kioto, gracias al
cual pudo consagrarse profesionalmente a la fabricación de cerámica. Tras ello
convenció a su hermano para que colaborara con él decorando sus piezas, sobre
las que previamente había ejecutado alguna caligrafía. Era una cooperación
semejante a la comentada de Kōetsu y Sōtatsu.
Ogata
Kenzan y Ogata Kōrin: Plato, s. XVIII, 28 cm,
Museo de Arte Idemitsu de
Tokio.
Foto: en Christine Shimizu: Le
grès japonais. París: Massin, 2001.
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La pieza cerámica de la fotografía es una muestra de la fructífera
colaboración de los hermanos Ogata: Kenzan moldeó el plato y ejecutó la
caligrafía y Kōrin dibujó los bambúes. Sin embargo, cuando, a partir de 1701,
el arte de Kōrin comenzó a ser reconocido, este decidió independizarse de su
hermano para dedicarse exclusivamente a la pintura.
Kōrin introdujo notables innovaciones en la técnica pictórica. Trató la naturaleza como un conjunto de objetos abstractos de colores planos y casi puros distribuidos sobre fondos de oro, plata o incluso polvo de perla, algo que más tarde los artistas del ukiyo-e tomarán prestado cuando utilicen el espolvoreado de mica para crear una textura en la superficie del papel que recuerde los brocados de los kimono.
Kōrin introdujo notables innovaciones en la técnica pictórica. Trató la naturaleza como un conjunto de objetos abstractos de colores planos y casi puros distribuidos sobre fondos de oro, plata o incluso polvo de perla, algo que más tarde los artistas del ukiyo-e tomarán prestado cuando utilicen el espolvoreado de mica para crear una textura en la superficie del papel que recuerde los brocados de los kimono.
Si bien el empleo de una paleta de tintas planas no era algo
nuevo en la pintura japonesa, sí lo era, por lo menos en esos años, la idea de eliminar la
línea del contorno de los objetos mediante el fundido de su color. Esa técnica,
denominada tarashikomi, consistía en
aplicar el pigmento cuando todavía estaba húmeda su base, acto que originaba
una veladura semejante a la de muchas obras monocromas de tinta china, una
especialidad de la que todavía no he hablado, pero de la que deberé ocuparme.
A principios del siglo XVIII, Kōrin logró plasmar el
espíritu de la época Edo de forma evocadora y exquisita, muy diferente no solo
de las maneras de las escuelas Kanō y Tosa, sino también de los artistas del ukiyo-e, reconocido paradigma de ese
periodo.
Su obra más conocida es el doble biombo titulado Lirios en Yatsuhashi que se conserva en la
Galería Nezu de Tokio. Esta
“cinemascópica” composición (pido disculpas por el neologismo, pero siempre que
he contemplado esta pareja de biombos, con sus más de 7 metros de anchura, me ha producido una sensación envolvente semejante a la de una pantalla
cinematográfica).
Como estaba
diciendo, la composición de Kōrin es una referencia a uno de los versos del Ise monogatari rememorados
innumerables veces en pinturas, textiles, lacas (como veremos enseguida) e
incluso en jardines japoneses. Yatsuhashi significa “ocho puentes” y es
en realidad el nombre de una población de la provincia de Mikawa en cuyo río,
según el autor de esta obra del siglo IX, nacían en verano unos esplendorosos
lirios.
Ogata Kōrin: Lirios
en Yatsuhashi, principios del siglo
XVIII,
Color sobre papel dorado, dos biombos de 360x151 cm,
Galería Nezu,
Tokio. Foto: Wikimedia Commons.
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En esta obra, Kōrin emplea una paleta de una contención y sutileza extremas. Únicamente utiliza dos colores, el azul para las flores y el verde para las hojas, y de ambos solo un par de tonos. Y como único fondo, un restallante pan de oro, nada más. La simplificación llega al extremo de aplicar plantillas para pintar los racimos de flores y hojas, una técnica muy empleada en los estampados de los kimono y que sin lugar a dudas Kōrin había visto utilizar en el negocio familiar.
La destreza de Kōrin consigue que las láminas de oro
encoladas al papel transmitan tanto la sensación de un radiante cielo veraniego
en el biombo izquierdo, como de la tranquila superficie de agua donde nacen los
lirios en el derecho. Una poética sugerencia sin necesidad de representación
realista.
Existe
otro biombo de Kōrin, custodiado en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva
York, basado también en el mismo tema, pero en el que aparece el mencionado
puente.
Ogata Kōrin: Puente de ocho tramos, principios del siglo XVIII,
Color sobre papel dorado, biombo derecho, 371x179 cm,
Museo Metropolitano de Nueva York. Foto: Wikimedia Commons.
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Ogata Kōrin: Puente de ocho tramos, principios del siglo XVIII,
Color sobre papel dorado, biombo izquierdo, 371x179 cm,
Museo Metropolitano de Nueva York. Foto: Wikimedia Commons.
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Otra obra archiconocida de
Kōrin es la pareja de biombos Flores rojas y
blancas de ciruelo del museo de Atami.
En este caso se trata de un par de mamparas, de solo dos paneles, donde se representan
sendos ciruelos de diferente color.
El fondo de oro lo emplea Kōrin para delimitar el contorno del río y los árboles, sin necesidad de perfilarlos con trazos de tinta. En los troncos de ambos ciruelos utiliza la técnica del tarashikomi para representar el musgo y moho que crecen en ellos y que son propios de las zonas húmedas.
En esta obra se pone de manifiesto la
habilidad de Kōrin para jugar con los opuestos. Por un lado, la luminosidad del
fondo dorado no solo contrasta con la oscuridad del río y árboles, sino que la
incrementa por proximidad. En segundo lugar, las quebradas formas del tronco y
ramas de los ciruelos se enfrentan tanto a la suave curvatura de las orillas
del arroyo como a las sinuosas ondas de su agua, creadas una vez más con
plantillas como las empleadas en la confección de estampados textiles.
Finalmente, los biombos ofrecen simultáneamente dos puntos de vista de los árboles
y del río. Mientras los ciruelos aparecen casi como siluetas frontales, el cauce
de agua se representa casi en planta, como a vista de pájaro. ¿Es esto un
adelanto de la técnica cubista?
En el extremo del biombo izquierdo apenas
se muestra el arranque del tronco de un ciruelo de flor blanca antes de que desaparezca
rápidamente del encuadre. Solo una de sus ramas floridas cae desde lo alto
quebrándose al mismo tiempo que se refleja en las aguas del arroyo. En la otra
mampara, el ciruelo, esta vez de rojos capullos, exhibe gran parte de su
retorcido tronco y unas delgadas ramas en flor, que nuevamente se escapan del
marco.
Esta huida de los elementos de una
composición del encuadre del soporte, es una de las constantes en el arte
japonés que en Occidente comenzó a utilizarse cuando los impresionistas
franceses descubrieron los grabados nipones en el siglo XIX.
Los biombos de Kōrin son espléndidos paradigmas de los ideales estéticos que imaginaron Kōetsu y Sōtatsu y que finalmente él logro materializar en su obra, cumbre del arte rinpa.
Ya he comentado que el espíritu rinpa lo extendió Kōrin también a la cerámica y a pinturas ejecutadas
en pequeñas hojas de papel de unos 15x12 cm (shikishi). Esto me sirve de excusa para comentar
una de las obras que más me han cautivado desde siempre: una subyugante caja
laqueada para guardar los utensilios de caligrafía.
Kōrin vuelve a utilizar en esta caja el tema de los lirios y el puente de ocho tramos de sus famosos biombos de Nezu. Para representar la pasarela utiliza láminas de plomo que recorren paredes y tapa. Las flores de los lirios de nácar incrustado y sus tallos de oro destacan sobre el inmaculado y profundo negro de la laca. Basta una obra como esta para calificar a su autor como artista indiscutible. Piezas de este nivel demuestran que en Japón no existen “artes menores” o “artes decorativas”, la verdadera calidad solo puede calificarse como arte.
La próxima entrega sobre el arte rinpa será la última …. de momento.
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