martes, 11 de agosto de 2020

Rasgos y recurrencias en las artes de Japón, XV

El vacío en el arte japonés, IV. La jardinería
En el anterior artículo hablé del vacío en la arquitectura japonesa y hoy toca hacerlo de su presencia en los jardines.

El vacío en la jardinería japonesa
Desde muy antiguo han existido en Japón espacios exteriores delimitados mediante algún tipo de elemento más o menos sutil, como papeles, cuerdas o en el caso más extremo vallas, que les confería un valor sacro. Dado que el carácter simbólico de esos recintos no precisaba contener apenas nada, alrededor de su elemento de referencia simplemente se cubría el terreno con guijarros. En consecuencia, eran ambientes vacuos.

Aunque ese rasgo ya se encontraba en los primeros recintos sintoístas, como comenté en este artículo sobre los antecedentes del jardín japonés, la forma más depurada de tales espacios vacíos nació con los jardines secos de los templos budistas, como el de la fotografía siguiente.

Jardín de la residencia del abad de Kennin-ji, Kioto. Foto: J. Vives.

Para aclarar esta idea, de nuevo me permito autocitarme con un corto párrafo de mi libro sobre el teatro japonés, en el que como ya comenté en otro momento hablo de mucho más que de teatro. Quienes deseen obtener más información sobre las características de los jardines secos pueden recurrir a mi otro texto, también publicado por Satori Ediciones, titulado Historia y arte del jardín japonés.

“Ese tipo de zona exterior sin apenas nada más que un tapiz de guijarros, ritualizada precisamente gracias a su vacuidad, puede verse también en algunos jardines donde el afán por la simplificación y eliminación de lo superfluo ha conducido a la última consecuencia posible: un espacio con nada.”

Eso es lo que vemos en la siguiente fotografía, un espacio sin nada, solo una impoluta superficie de gravilla rastrillada; ciertamente, un caso extremo. 

Jardín seco del templo Miei-dō, Tōshōdai-ji, Nara. Foto: J. Vives.

Gran parte de la jardinería japonesa evoca el vacío mediante un manto de gravilla sobre el que se distribuyen las rocas y los arbustos. Con los jardines secos aparecidos en el siglo XV, las superficies más o menos extensas de arena gruesa rastrillada se convirtieron en un elemento de su composición imprescindible. 

Del mismo modo que el papel dejado sin trazo en una pintura de tinta china, la gravilla de un jardín encarna perfectamente un vacío que puede interpretarse de múltiples maneras. Dependiendo del observador, esa superficie podría verse como un océano, un lago, un río o un mar de nubes de donde surgen cumbres de míticas islas o montañas. Aunque quizás no sea necesario buscar tales alusiones y baste con dejarse llevar por su subyugante presencia. 

Puedo entender que se diga que las rocas son como montañas que surgen de entre las nubes o islotes en el mar, eso puede servir de primera ayuda. Pero afirmar, como figura en algún texto sobre el célebre Ryōan-ji, que son la representación de una leona o tigresa que guía a sus cachorros para cruzar un río, creo que eso ya es tener mucha imaginación. La imaginación no es mala, pero tampoco nos pasemos, ¿no?

Jardín de la residencia del abad de Kōdai-ji, Kioto. Foto J. Vives.

La anterior fotografía muestra cómo un jardín seco se adapta perfectamente a la modernidad sirviendo de soporte, muy adecuado por cierto, a una exposición de arte moderno, en este caso de objetos lacados. Ese sería un tema a estudiar: la cercanía de la concepción de un jardín seco a ciertos presupuestos del arte vanguardista occidental de la segunda mitad del siglo XX. O quizás mejor habría que decirlo al revés: fue el arte occidental el que se acercó al japonés.

A modo de conclusión
Quiero acabar esta serie sobre los rasgos comunes en las diferentes artes japonesas hablando de una de las también “recurrencias” cuando se habla del País del Sol Naciente, el jardín de Ryōan-ji. No existe guía turística o simple reportaje general sobre Japón en el que no aparezcan las inconfundibles rocas de ese jardín.

La fotografía siguiente de Ryōan-ji está realizada desde uno de los puntos de vista más habituales, con la cámara situada en la esquina izquierda de la galería a la altura de los ojos cuando se está sentado al modo nipón sobre la lustrosa madera. Ese día, la lluvia y el cielo encapotado destacaban suavemente la textura de las rocas.

Jardín seco de Ryōan-ji, siglo XV. Kioto. Foto: J. Vives.

A pesar de la visión que ofrece la anterior fotografía, suele argumentarse que el punto óptimo para contemplar Ryōan-ji es el centro de la amplia galería del edificio frente al que se levanta la residencia del prior del templo. Esto lo comentaré enseguida.

También se dice que no es posible ver las quince rocas simultáneamente desde ningún punto de vista, lo que ha dado pie para extraer un sinfín de interpretaciones más o menos relacionadas con el budismo zen y su visión del mundo.

Sin embargo, puedo afirmar que sí existe una zona desde donde pueden contemplarse todas las rocas del jardín, aunque opino que resulta tan “tonto” o más obsesionarse con buscar ese punto como deducir significados y simbologías que seguramente ni se les pasó por la cabeza a los creadores del jardín.

Jardín seco de Ryōan-ji, siglo XV. Kioto. Foto: J. Vives.

A estas alturas del siglo XXI, con lo acostumbrados que estamos a ver obras de pintura o escultura abstractas, no debería ser un problema contemplar Ryōan-ji como una instalación de objetos dispuestos sobre el suelo de un patio; en este caso piedras sobre gravilla en un jardín que llamamos seco.

Que cada uno lo interprete como su imaginación le dicte y, sobre todo, como lo sienta en su "estómago”. ¿O es que cuando vemos un par de huevos recién fritos con su puntilla dorada empezamos a elucubrar sobre qué simbolizan y cuál es el mensaje que pretende enviarnos su cocinero? Simplemente, los disfrutamos comiéndolos.

Me hubiera gustado acabar esta entrada comentado someramente algunas de las interpretaciones que se han hecho de Ryōan-ji mediante modelos matemáticos o geométricos. Sin embargo, como he visto que el tema daba para mucho y hacía demasiado largo este artículo, con el que inicialmente acababa esta serie, he decidido tratar ese asunto dentro de quince días.

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