Voy a tratar hoy de uno de los temas que resulta más atractivo para los extranjeros que visitan Japón: sus jardines. El mundo del jardín japonés, como el del resto de las artes niponas, se rige por unas reglas que poco tienen que ver con las que se han aplicado en el entorno occidental. Eso lo ha podido experimentar cualquier persona que haya contemplado algún jardín de cualquier templo de Kioto.
Su primera sorpresa se produce cuando comprueba que la mayoría solo se pueden observar desde el interior del edificio en el que se encuentran, pero no se permite entrar ni, por supuesto, pasear por ellos.
Por otro lado, cuando visita uno de los grandes parques por los que sí puede pasear libremente, a menudo le entra una duda: lo que está viendo, ¿es realmente un jardín diseñado por el hombre o es simplemente un retazo de naturaleza sin más? Voy a intentar explicar un poco estos "asuntos" a lo largo de varios artículos. Pero empecemos por el principio.
Muchas de las características más singulares de los jardines japoneses tienen su origen en tiempos muy remotos. Las sociedades primitivas japonesas, cuando todavía no había llegado al archipiélago nipón el budismo, practicaban una serie de ceremonias rituales a las que posteriormente se les dio el nombre de sintoísmo. Según esas creencias, en la naturaleza existían determinados lugares donde residían cierto tipo de divinidades. Algunas de las maneras de señalizarlos eran colocar una sencilla cuerda en su perímetro y extender sobre el terreno una capa de guijarros. De esa forma quedaba claro que se trataba de un espacio sagrado reservado a los dioses y que en él solo podían penetrar los oficiantes de los ritos.Es decir, mediante la extensión de una capa de grava, sin más, se estaba transformando un espacio profano en uno sagrado. Un ejemplo singular de esa práctica que ha llegado hasta nuestros días es el santuario sintoísta de Ise-jingū.
El primer Ise-jingū se construyó allá por el siglo VII, y los expertos consideran que sus actuales edificios y patios de guijarros son reproducciones muy exactas de los originales. Esa hipótesis se basa en que desde entonces cada veinte años se han desmontado las construcciones de los santuarios principales, los de Naiku y Geku, y vuelto a levantar unas idénticas en un terreno adyacente. Esa costumbre se ha mantenido hasta nuestros días y solo del siglo XIV al XVI se superó ese lapso de tiempo entre reconstrucción y reconstrucción. Gracias esa ancestral práctica, puede decirse que los edificios y recintos de los santuarios principales actuales de Ise son una réplica muy fiel de los de la séptima centuria. En octubre de 2013 se finalizará la 62ª reconstrucción.
Para un extranjero desprevenido puede resultar frustrante que cuando visita Ise-jingū no pueda ni acceder a su recinto interior para contemplar sus edificios ni ver sus fachadas. Debe conformarse con observar, por encima de unas vallas de madera, sus tejados de paja. El motivo no es otro que la naturaleza sagrada de ese espacio, que lo convierte en inaccesible para los laicos y se simboliza con la enorme superficie de guijarros blancos que cubre todo el terreno alrededor del sanctasanctórum del santuario, una zona cerrada al mundo exterior mediante las mencionadas empalizadas de ciprés.
Una de las vallas de ciprés. Foto: J. Vives. |
Las cubiertas de Ise-jingū, lo único que puede ver el visitante. Foto: J. Vives. |