Después de mi primer artículo sobre la raíz mítica del jardín japonés, que subtitulé los orígenes (para verlo clicar aquí), hoy toca hablar de los primeros espacios ajardinados pensados para esparcimiento de la nobleza.
Jardines imperiales de Nara
Excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en la década de los setenta de la pasada centuria en los terrenos del antiguo Palacio Imperial de Nara, capital de Japón entre los años 710 y 794, permitieron descubrir restos de unos jardines construidos durante el siglo VIII. Después de amplias investigaciones se decidió reconstruir en la zona algunos edificios de la época junto con su jardín.
De los estudios llevados a cabo se dedujo que, durante la capitalidad de Nara, frente a los pabellones imperiales se habían construido unos sencillos jardines. En uno de ellos, un arroyo serpenteante, que tenía un pequeño salto de agua remarcado con unas piedras, desembocaba en un estanque con una isla y rocas de tamaño medio repartidas tanto en su interior como en su perímetro. Las orillas de ambos eran simple playas de cantos rodados.
El jardín Tōin teien, reconstrucción, Nara. Foto: Wikimedia Commons. |
Grava y rocas
En el artículo anterior mostré (para verlo pinchar aquí) que esos dos elementos, grava y piedras, ya estaban presentes en los primitivos recintos sintoístas, donde adquirían un significado trascendente. Indiqué que cuando se extendían guijarros en esos espacios, se estaba indicando su naturaleza sagrada y que eran lugares donde habitaba alguna divinidad. También señalé que en Japón, ya desde antes de nuestra era, ciertas rocas singulares se consideraban residencia de los dioses. Es decir, que la grava y las rocas podían adquirir un carácter simbólico relacionado con las omnipotentes fuerzas de la naturaleza, es decir, las divinidades sintoístas.
Por otro lado, las grandes piedras tenían una enorme capacidad para representar paisajes míticos. Con el tiempo esa facultad simbólica se incrementará hasta llegar a construir verdaderas paráfrasis de lugares famosos, objetos o incluso conceptos. Eso se verá cuando, en otra entrada, comente algunos jardines budistas famosos.
A lo largo de los siglos, y sin desdeñar tampoco la influencia china en este punto, el aspecto singular y la apariencia de ciertas piedras empezaron a valorarse más y más, por lo que los maestros jardineros comenzaron a buscar en bosques, cañadas y cauces de ríos rocas cuyo tamaño, forma y textura satisficieran sus exigencias "estético-simbólicas", en este caso relacionadas con la cosmovisión budista.
Hay que tener en cuenta que el budismo no penetró en Japón hasta el siglo VI y no fue hasta casi dos centurias más tarde cuando realmente impregnó a toda la sociedad japonesa, precisamente durante el periodo Heian (794-1185) que estamos comentando.
Pero del budismo y los mitos de origen chino tendré que hablar otro día. Así se podrá entender mejor tanto la evolución de la jardinería, como la de la pintura y escultura japonesas. Por cierto, de esta última haré un primer artículo después de que dedique otro al budismo, si no lo hiciera en este orden no se entenderían muchas cosas.
Pero centrémonos en lo que toca hoy. Voy a comentar ahora la fase que sucedió al tipo de jardín imperial descubierto en Nara.
Jardines aristocráticos
Cuando la capitalidad del país se trasladó en el año 794 de Nara a la actual Kioto, llamada entonces Heian, se produjo el nacimiento de una aristocracia refinada y elitista que dedicada su tiempo a los placeres más exquisitos. Su universo estaba confinado en unas villas formadas por pabellones desparramados sobre un enorme terreno, donde se había excavado un estanque y levantadas colinas para crear un jardín por el que pasear, navegar en bote y disfrutar del devenir de las estaciones, la poesía y los lances amorosos.
Ese mundo enclaustrado, casi de ensueño, está magistralmente reflejado en una de la cumbres literarias japonesas: el Genji monogatari, escrito a principios del siglo XI y del que existen un par de versiones en lengua española de las editoriales Atalanta: Historia de Genji y Destino: La novela de Genji.
Lamentablemente no ha llegado hasta nuestros días ninguna residencia o jardín de la aristocracia de esa época, unos años en los que florecieron los rasgos más característicos de la cultura y arte japonesas. Sin embargo, a partir de algunas pinturas en rollo, de las que ya escribí un par de artículos, y de descripciones literarias, como la novela indicada, se ha podido reconstruir bastante fielmente el aspecto de ese mundo "resplandeciente" de los años Heian.
En el siguiente dibujo se refleja el aspecto que debían de tener esas villas aristocráticas, formadas por pabellones aislados, comunicados por pasillos cubiertos y por donde se deslizaban damas enfundadas en brillantes kimono. Otro día hablaré de cómo era esa arquitectura residencial, hoy solo lo haré de su jardín. Por cierto, tanto esos edificios como su jardín se conocen como de estilo shinden.
Reconstrucción de una villa y jardín de estilo shinden. Dibujo: J. Vives. |
El jardín
Los jardines shinden eran mucho más elaborados que los del palacio imperial de Nara. Cuando el terreno elegido para su construcción era plano, se utilizaban las tierras procedentes de la excavación del estanque para crear pequeñas colinas y senderos a su alrededor y así hacer más sugestivo el jardín. Una de las reglas era que debía ser lo más parecido posible a un paisaje natural.
Esto último será una de las características de los jardines japoneses durante siglos: hacer que la actuación de hombre en su creación pase desapercibida, simplemente debían parecer un retazo de la más incontaminada naturaleza.
De esa forma, como complemento al gran espacio abierto del jardín meridional, los pequeños patios ajardinados entre pasillos y pabellones ofrecían un grado de privacidad muy adecuado para ciertas actividades.
El lago
El estanque de estos jardines, alimentado por uno o más arroyos, era de forma irregular, con estrangulamientos, penínsulas, islas a las que se accedía con puentes, orillas de hierba, playas de grava, embarcaderos y, a su alrededor, diferentes especies de árboles y arbustos. Todos esos elementos se conjuntaban para crear un paisaje variado, con innumerables zonas de interés, ya fuese por la floración estacional de las plantas, por sus atractivos peñascos, por lo rústico de sus puentes o por sus retorcidos pinos. Y parte de esos lugares solo podían contemplarse navegando con una barcaza.
Colinas y senderos
Además de esos paseos en barca, a los nobles de la época les gustaba caminar alrededor del estanque, admirando de cerca la vegetación y contemplando otras partes del jardín invisibles desde el lago. Los senderos solían ser ondulados, para así obtener vistas desde puntos elevados y descubrir determinadas zonas que, premeditadamente, quedaban ocultas cuando se navegaba en bote. Las caminatas también conducían, tras cruzar puentes de formas muy variadas, a pequeños islotes desde donde se disfrutaba, una vez más, de nuevas perspectivas.
Patios ajardinados
Sin embargo, el jardín no estaba limitado a los alrededores del lago, siempre situado frente a la fachada sur de la mansión principal. Dado que las villas estaban formadas por pabellones aislados y comunicados por pasillos cubiertos, entre ellos se formaban una especie de patios, también ajardinados, a los que se abrían las estancias principales de los diferentes edificios.
Pabellones y pasadizos en Daikaku-ji, Kioto. Foto: J. Vives. |
Patio ajardinado en Daikaku-ji, Kioto. Foto: J. Vives |
Una idea de cómo eran esos pequeños jardines de la época Heian, puede obtenerse visitando Daikaku-ji, un templo budista de Kioto cuya configuración, a pesar de ser sus edificaciones mucho más modernas, responde muy bien al concepto de jardín shinden. Por otro lado, frente a su recinto, el enorme lago Osawa ayuda a rememorar los enormes estanques de aquellos tiempos.
Camelias sobre el musgo, Daikaku-ji, Kioto. Foto: J. Vives. |
Resumiendo, muchos de los placeres de la aristocracia del periodo Heian estaban relacionados con la naturaleza, hábilmente parafraseada en sus villas aisladas del mundo exterior, donde el pueblo llano apenas se limitaba a subsistir. Los juegos poéticos y los lances amorosos, tan bien reflejados en el Genji monogatari, se celebraban en un entorno creado para disfrutar de los placeres cortesanos, entre los que se encontraban la contemplación de la Luna y el fugaz discurrir de las estaciones.
Esa inclinación, casi embeleso, de la aristocracia ante la naturaleza y el paisaje era el fruto que germinaba tras siglos de temor, respeto y admiración hacia los fenómenos naturales, cuando en Japón todavía no había penetrado el budismo. Una inclinación que se ha mantenido hasta nuestros días extendiéndose a toda la población.
Otros artículos de este blog sobre jardines japoneses
Para facilitar la navegación, ofrezco a continuación enlaces directos a otras entradas de este blog dedicadas a los jardines japoneses. Como he agrupado los temas por series formadas por varios artículos publicados consecutivamente cada semana, solo voy a indicar los que inician las dos series siguientes dedicadas a los jardines del paraíso y a los jardines secos.
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