martes, 19 de abril de 2022

Japón y el mundo del té, XXII

La ceremonia de té en Japón. El jardín de té, 1.

Después de que en la entrada de hace quince días y en las tres anteriores comentara la influencia del camino del té en la arquitectura japonesa, en el artículo de hoy y en el siguiente hablaré de la que ejerció en el mundo de la jardinería. Sin embargo, antes debo explicar un poco qué es lo que diferencia un jardín de té de cualquier otro.

Hasta ahora, he mencionado de pasada al jardín de té en varios artículos de esta serie, pero en ninguno de ellos he entrado en detalles. Simplemente me limitaba a decir que su misión era propiciar el aislamiento que propugnaban los maestros y crear la atmósfera adecuada. Pues bien, hoy explicaré algo más cómo se lograba eso.

 Rasgos de un jardín de té

El jardín que rodea a una casa de té se denomina roji y su tamaño suele ser bastante reducido, una limitación que estimuló la imaginación de sus primeros diseñadores hasta el punto de idear una serie de elementos y recursos que más tarde se utilizaron en todo tipo de jardines, desde los que se creaban en los templos budistas, pasando por los grandes parques de los señores feudales, hasta llegar a los minúsculos patios de las residencias urbanas de la incipiente burguesía que fue apareciendo en el siglo XVII. Todavía hoy, los creadores de jardines siguen empleándolos, como veremos en los últimos artículos de esta serie; que recuerdo constará de 32, es decir, quedan todavía diez para que finalice.

Jardín de té en Kennin-ji, Kioto. Foto: J Vives.

El jardín de té permite realizar una especie de tránsito casi iniciático entre el mundo exterior, con sus problemas y vicisitudes cotidianas, y el concentrado ambiente de la sala donde se realiza la ceremonia. Es decir, su misión consiste en generar una apacible atmósfera mediante varios recursos técnicos.

 Elementos de un jardín de té

La vegetación de un jardín de té se rige por cuatro preceptos. El primero de ellos es la utilización de arbustos y árboles de hoja perenne. El segundo, el rechazo casi total de las flores, pues solo suele aceptarse la del cerezo. El tercero, la creación de un ambiente umbrío. Y el cuarto, evitar las vistas más allá de su recinto.

Zona del jardín de té cerca de la entrada a la casa de té en el gran parque del Museo Adachi, Yasugi, 
prefectura de Shimane. Foto: Wikimedia Commons.

Esos cuatro criterios, como podemos constatar muy claros, dominan la concepción de un jardín de té y son los que permiten crear su particular atmósfera. No obstante, además de esos conceptos previos, existen otros elementos aún más concretos que lo acaban de definir y que con los años se utilizaron en todo tipo de jardín. Aunque se podría hablar de otros, me centraré solo en cuatro: la zona de descanso, la pileta de agua, la linterna o farol y los senderos.

Todos ellos nacieron en los jardines de té y especialmente los tres últimos se trasladaron sin ninguna dificultad a los jardines japoneses de cualquier tipo y tamaño: a los parques de paseo, a los patios de las villas o templos y a las reducidas viviendas urbanas.

 La zona de descanso

Ya he dicho que un jardín de té sirve para que los invitados se olviden de sus preocupaciones diarias antes de acceder a la estancia donde se llevará a cabo la ceremonia. Lo primero que se hace para conseguirlo es construir, en una zona no demasiado iluminada, un pequeño banco bajo un tejadillo para que los invitados inicien esa desconexión del mundo exterior descansando unos minutos. Por supuesto, como mandan los cánones, todos los materiales y acabados de ese pequeño rincón deben ser muy sencillos, naturales y rústicos. La fotografía siguiente es un buen ejemplo de ello. 

Zona de descanso en el jardín de la Santoku-an en la 
Dai Nihon Chadō Gakkai de Tokio. 
Foto en Sen’ō Tanaka y Sendō Tanaka: The Tea Ceremony
Tokio: Kodansha, 2000.

La pileta de agua y el farol

Cerca de esa zona de descanso se habilita un espacio donde realizar unas simbólicas abluciones de manos y boca con agua que, si es posible, procede de alguna fuente próxima. Ese acto posee reminiscencias sintoístas, pues en todos los santuarios japoneses se encuentra un área semejante cerca de su entrada como reflejo de la limpieza y pureza exigidas, una idea que también rige en la ceremonia de té.

Pues bien, cerca de ese espacio se ubican dos elementos que contribuyen a la creación de esa atmósfera fresca tan agradable en los meses de estío: una pileta de agua y una linterna, ambas de piedra. La pileta se denomina en japonés chōzubachi; la linterna, ishidōrō, y la zona en la que se colocan, tsukubai.

La fotografía siguiente muestra perfectamente el ambiente umbrío de esa zona. En ella se aprecia que el farol de piedra está situado cerca de la pileta, pero casi oculto entre las plantas. Debido a ese emplazamiento, al anochecer, el efecto de la luz en su interior será muy sugerente.

Zona de abluciones con la pileta y el farol (tras la vegetación) en el jardín de la 
Chisui-tei en la Dai Nihon Chadō Gakkai de Tokio. 
Foto en Sen’ō Tanaka y Sendō Tanaka: The Tea Ceremony. Tokio: Kodansha, 2000.

La pileta de agua suele ser de un roca de considerable tamaño en la que se ha excavado una cavidad. Las hay que han sido talladas por un artesano, mientras que otras son simples piedras de alguna forma especial en las que solo se ha creado ese hueco para el agua.

Casi siempre, no lejos de esa rústica pileta se coloca un farol de piedra que también sirve para iluminar el camino en las ceremonias nocturnas. Sin embargo, su valor formal dentro de la composición del jardín está por encima del funcional de iluminar. En la siguiente fotografía se aprecia el musgo que  cubre uno situado en un jardín de paseo, no de té.

Detalle de un farol de piedra en el jardín de Ōkōchi sansō, Kioto. 
Foto: J. Vives.

Vale la pena comentar que, en la antigüedad, cuando el musgo crecía en lugares como el tejadillo del farol de la foto anterior se consideraba que era un signo de abandono y dejadez. Sin embargo, con los años y bajo la influencia del budismo, su presencia se convirtió en un símbolo del paso del tiempo y de la impermanencia de todas las cosas de este mundo. Se tenga en cuenta o no esa alegoría, no puede negarse que en Japón el musgo posee unos valores plásticos innegables.

La vegetación alrededor de la linterna y la pileta colabora, junto con los cantos rodados esparcidos  por el terreno alrededor de esta última, en la creación del fresco ambiente de la zona. En la fotografía siguiente se aprecia la grava que impide que se enfangue el suelo y parte de la losa donde se debe colocar quien realice las abluciones. El musgo refleja lo húmedo y umbrío de ese pequeño entorno.

Pileta en el jardín de Ōkōchi sansō, Kioto. Foto: J. Vives.

Piletas y faroles en otros jardines

Independientemente de su función, debido a su valor simbólico y formal, las piletas, los faroles y los empedrados de los senderos se convirtieron en elementos imprescindibles en todo tipo de jardines. Es más, en muchos casos ni siquiera se usaban para realizar abluciones, iluminar o pasear, sino que su misión era simplemente generar un ambiente especial. La fotografía siguiente es de una pileta situada en un templo budista y su función, al no estar en un jardín de té, es meramente simbólica.

Pileta en el jardín de Taizō-in, Myōshin-ji, Kioto. Foto: J. Vives.

La foto siguiente es de otra pileta situada en una zona “seca” del gran parque de paseo de Ritsurin-kōen. Ese rincón mantiene los preceptos empleados en los jardines de té: grava para que no se embarre el suelo y una losa donde situarse para las abluciones, aunque en este caso no se realicen. La singular forma de la pileta y la piedra de base otorgan al conjunto un notable valor escultórico. 

Pileta en el jardín de Ritsurin-kōen en Takamatsu. Foto: J. Vives.

Los faroles o linternas, que antes de su empleo en los jardines de té ya se habían usado primero en los templos para iluminar los caminos y luego en los santuarios, se utilizaron fuera de su contexto original por el valor escultórico que aportaban. En los jardines casi siempre son de piedra, aunque en los recintos budistas y sintoístas también pueden ser metálicos o incluso de madera. 

Faroles de piedra en un camino de acceso en el templo budista de Mii-dera, Ōtsu, 
prefectura de Shiga. Foto: J. Vives.

Aún más que las piletas, los faroles de piedra son uno de los elementos imprescindibles en los grandes jardines y también incluso en los pequeños patios interiores de las viviendas urbanas. La fotografía siguiente es de uno de los varios faroles que hay en el jardín imperial de Shugaku-in en Kioto.

Farol un uno de los caminos del jardín de la villa imperial 
de Shugaku-in en Kioto. Foto: J. Vives.

En la anterior fotografía vemos, además del farol de piedra, un empedrado de un sendero escalonado, otro de los elementos que “supo exportar” la vía del té a todos los jardines. De ellos hablaré en el siguiente artículo. 

La siguiente ilustración es de un pequeño patio interior ajardinado de una típica vivienda urbana del periodo Edo. En él vemos que se han colocado una pileta y un farol de piedra amén de un empedrado muy rústico. Obviamente su función en tal lugar es simbólica o escultórica.

Patio ajardinado en la Casa Ohashi, Kurashiki, s. XVIII y XIX.
Foto: J. Vives.

Con esto concluyo este artículo, en el siguiente hablaré de los empedrados. Si no quieres perderte ninguna de mis publicaciones de este blog, suscríbete escribiendo tu correo en la primera ventana de la parte derecha de esta pantalla en tu PC. Así recibirás un aviso cada vez que publique una entrada. 

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