martes, 18 de octubre de 2022

La danza butō, 2

El descubrimiento del butō en Occidente, 1 

En el anterior artículo, el primero de la serie que estoy dedicando al butō, comenté que nació en 1959 en Tokio y mencioné a sus “padres”. En el de hoy hablaré de cuándo y cómo lo descubrió Occidente. Sin embargo, en realidad lo primero que vieron los críticos y aficionados europeos no puede decirse que fuera realmente butō, aunque sí tenía algunos de sus rasgos más singulares.

El descubrimiento del arte moderno de Japón

Durante los años setenta, existía en Occidente una fuerte curiosidad por descubrir lo que acontecía en Japón. Esa popularidad, que iba más allá de algunos círculos artísticos e intelectuales americanos y, algo menos, europeos, posiblemente fuera consecuencia del escaparate que representaron, primero, los Juegos Olímpicos de 1964 y, luego, la Exposición Universal de Osaka de 1970.

La piscina y pabellón olímpicos en 1964. En la parte alta se ven los barracones de la villa olímpica.
Foto de fuente desconocida.

En esa década, los cineastas Mizoguchi Kenji (1898-1956) y Ozu Yasujirō (1903-1963) y los escritores Mishima Yukio (1925-1970) y Kawabata Yasunari (1899-1972) ya comenzaban a ser admirados internacionalmente. Quizás fuera coincidencia, pero la publicación en 1970 del libro de Roland Barthes L’empire des signes, (El imperio de los signos) pareció ser el pistoletazo de salida que hizo que la mirada de muchos se dirigiera hacia el Japón más moderno. 

Portada de la primera edición del libro de
Roland Barthes: L’empire des signes.
Ginebra: Éditions Albert Skira, 1973.

Pero además de esos creadores del cine y la literatura, en lo que se refería al teatro moderno también empezaban a conocerse unos pocos directores nipones. Por ejemplo, el rompedor Terayama Shūji (1935-1983) se presentó al público occidental en el Festival de Nancy de 1971 y el metódico Suzuki Tadashi (1939-) hizo otro tanto al año siguiente en París. A ambos consagré varios artículos en la serie dedicada al teatro a partir de 1960 que publiqué hace años en este blog. Clicando en sus nombres se accede al primero de cada uno de ellos. 

Kange Kenzō: sede del Gobierno
de la Prefectura de Kanagawa, 1958.
Foto: Javier Vives.

Por lo que respecta a otras artes, a finales de los años sesenta y principios de los setenta del siglo XX, ya se conocían en Occidente los logros de la moderna arquitectura de Japón y de sus pintores más vanguardistas. A modo de información visual, inserto aquí sendas fotos de un edificio y una pintura de esos años. La modernidad de la creación artística nipona ya era notable.

El inmueble que vemos en la fotografía a la izquierda representó el definitivo espaldarazo internacional para la arquitectura moderna japonesa. Su arquitecto, Tange Kenzō (2013-2005), fue una de las personalidades más importantes de la segunda mitad del siglo XX en Japón y su obra se encuentra entre las más reconocidas de todo el planeta precisamente por su modernidad. En este blog le dediqué una serie de artículos que recomiendo a los interesados en el tema. Este enlace lleva al primero de ellos.

La obra que aparece en la siguiente ilustración pertenece a la primera época del pintor Nakanishi Natsuyuki (1935-2016), los años en los que el antiarte y el neodadaísmo estaban muy presentes en el panorama artístico nipón. Nakanishi fue uno de los artistas de la vanguardia nipona de la década de los sesenta que se relacionaron con los creadores de butō, especialmente con Hijikata Tatsumi. De él hablaré cuando comente la obra de Hijikata en futuros artículos. La foto siguiente es de un trabajo de Nakanishi del año en que nación el butō.

Nakanishi Natsuyuki: Rima, 1959.
Laca, esmalte y arena en tablero, 113x92 cm.
 Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio.
Foto: web de Independent Administrative
 Institution National Museum of Art.

A principios de los años setenta del pasado siglo, Occidente ya estaba al tanto de lo que sucedía en Japón en casi todas las especialidades artísticas modernas, incluido el teatro. Sin embargo, no sucedía lo mismo con la danza, algo que no debería extrañar porque tampoco en el país oriental tenía mucha difusión. Hubo que esperar casi a que finalizara esa década para que Europa descubriera el butō, sin duda una de las más radicales e innovadoras propuestas en el arte del movimiento de la segunda mitad del siglo XX. Veamos cómo sucedió.

El descubrimiento de la danza moderna japonesa

En 1977, el Festival Internacional de Teatro de Nancy recibe, entre otros, a dos referentes de la escena europea de esos años: al polaco Tadeusz Kantor (1915-1990) con su Clase muerta, basada en otra de Stanisław Witkiewicz (1885-1939) y considerada por muchos como su obra más importante, y a Pina Bausch (1940-2009) con sus coreografías de La consagración de la primavera y Los siete pecados capitales de Kurt Weill.

Tadeusz Kantor: La clase muerta, estrenada en Cracovia, 1975, 
y Nancy, 1977. Foto: web de Zintegrowana Platforma
Edukacyjna del Ministerio de Educación y Ciencia de Polonia.

Pina Bausch: La consagración de la primavera, estrenada en
Wuppertal, 1975, y Nancy, 1977. Foto: C/Julien Benhamou.

Pero en esa edición del Festival de Nancy, lo que realmente asombró a la crítica y al público fue la actuación de una compañía japonesa, creada en 1966 por Miura Issō (1937-), que fusionaba ritual y teatro y que se presentaba con el nombre de Butō-sha. Su espectáculo se titulaba La porte, y su danza, si bien hundía sus raíces en la expresionista alemana, trataba el cuerpo de los bailarines y sus movimientos de una forma muy especial. 

Aunque la troupe de Miura no era realmente de butō, en sus actuaciones aparecían algunos de sus elementos más característicos, como la lentitud, el maquillaje integral o la desnudez. La plasticidad de sus funciones entusiasmó a los organizadores del festival, quienes no dudaron en contratar para el siguiente año a una verdadera compañía de butō. Pero eso lo comentaré más adelante en otro artículo.

Miura Issō (1937-)

Miura nace en Corea y a principios de los años sesenta del siglo pasado estudia con Ōno Kazuo (1906-2010). En 1967 funda su compañía Butō-sha. En 1977 conoce al polaco Jerzy Grotowski (1933-1999) y al italiano Eugenio Barba (1936-) con su Odin Teatret, compañía a la que invita a Japón en 1980. Barba había trabajado durante tres años con Grotowski en Polonia. Por todo ello, no debe extrañar que los planteamientos del “teatro pobre” de Grotowski y de la antropología teatral de Barba influyeran en el japonés.

Miura Issō en 2021. Foto: Kosugi Tomoko
en el Facebook del artista.

Muy pocos de los trabajos de Miura se consideran realmente butō, aunque en su actuación de 1977 en París su compañía se presentó con el nombre de Butō-sha. Sin embargo, no se le puede negar el mérito de ser el detonante de lo que un año más tarde fue el descubrimiento y despegue del butō en Occidente.

Para que podamos constatar esa afirmación, que en absoluto desmerece su trayectoria, voy a insertar un clip que se encuentra en el canal de Vimeo de Sekiguchi Dai y que es un extracto de la performance titulada Chimugurisa que Miura realizó en el Rakudoan de Tokio el 13 de abril de 2019 acompañado por música de sakuhachi y armónica diatónica. Dura menos de un minuto y medio.

Mi intención inicial era comentar ahora un segundo espectáculo que estaba muy cerca del butō sin serlo y que se vio ese mismo año 1977 no en Nancy, sino en París. Sin embargo, como eso haría que este artículo fuese demasiado extenso, he decidido dejarlo para el próximo, dentro de dos semanas