Hijikata Tatsumi, 8
“El butō es un cuerpo muerto que intenta erguirse desesperadamente.” Hijikata Tatsumi
En el anterior artículo empecé a comentar la obra de
Hijikata Veintisiete noches para cuatro estaciones y mencioné un poco de
pasada el tema de sus libros de notas. Entonces dije que dejaba para hoy el
hablar de la primera de sus cinco piezas: Historia de la viruela (Hōsōtan).
Así pues, en esta entrada me voy a centrar únicamente en esa obra por varios motivos. Primero porque en ella se incluye un paradigmático solo de danza bailado por el propio Hijikata. Y segundo porque es la única de la que existe una grabación, aunque incompleta, con el sonido original.
La siguiente fotografía es de una obra poco conocida que bailó Hijikata en 1970. Su título era Honegami tōge hotoke kazura (muy libremente traducido al español como La vid de la muerte) y se basada en la novela homónima de 1969 de Nosaka Akiyuki (1930-2015). Ese trabajo, sin duda ayudado por el argumento del relato de Nosaka, le sirvió para acabar de definir su particular visión de la enfermedad y decrepitud humanas, un tema que plasmó de forma magistral en Historia de la viruela que comento enseguida
Hijikata Tatsumi en la obra Honegami tōge hotoke kazura, 1970. Foto: Hosoe Eikō. |
Historia de la viruela (Hōsōtan), 1972
Después de varios años realizando una serie trabajos en colaboración con otros artistas, Hijikata decide crear una coreografía enteramente personal. Para ello reúne a un grupo de bailarines pertenecientes a la segunda generación de sus discípulos con los que concibe una de las cumbres de sus carrera: Hōsōtan, obra que formó parte de la mencionada Veintisiete noches para cuatro estaciones.
Hōsōtan consta de once cuadros relacionados muy
tenuemente. En los cuatro primeros se emplea música japonesa, mientras que del
quinto al último se usa música europea. En el sexto, Hijikata ejecuta un
solo de unos diez minutos de duración, casi siempre tumbado en el suelo, tras
los que siguen cinco más a cargo de ocho bailarines.
Un paño blanco apenas cubre su delgadísimo torso. Sus piernas las mueve casi siempre dobladas, arqueadas, al igual que sus brazos. El característico maquillaje blanco del butō va deslizándose por su cuerpo como reblandecidas costras de unas heridas, ¿la alusión a una enfermedad de la piel?
Hijikata Tatsumi en cuadro sexto de Historia
de la viruela, 1972. Foto: Ōchida Kaeya, Archivo Hijikata Tatsumi, Centro de Arte de la Universidad de Keiō, Tokio. |
Voy a insertar a continuación un videoclip de un fragmento del solo de Hijikata en esta obra. Su primera parte se solapa con la escena que vimos en el anterior artículo, pero está grabada desde otro punto de vista. No me resisto a repetir el comentario que hice en ese momento:
Se le ve como se contorsiona en el suelo. Se
incorpora, pero cae enseguida. No consigue levantarse. Suena la dulce melodía de
los Cantos de
Auvernia de Marie-Joseph
Canteloube (1879-1957). Su imagen refleja decadencia y muerte. Su horrible figura
revela, sin embargo, la belleza de la vida. Una vez más, Hikikata explora el
lado oscuro de la existencia humana.
Sin duda, este es uno de los momentos cumbre de toda la historia del butō y merece la pena verlo una y mil veces. En la segunda parte de este clip veremos la actuación del grupo de bailarinas. Su duración es de poco más de tres minutos.
El protagonismo del suelo en la cultura japonesa es
recurrente y las obras de Hijikata no son una excepción. La ausencia de sillas aproxima
a las personas a él. Durante siglos, los japoneses se han sentado en el tatami,
han comido en el tatami, han dormido en el tatami. Es cierto que
en las obras de la alemana Mary Wigman (ver el artículo 9) el plano del escenario también desempeñaba un importante papel,
pero en su caso eso era un planteamiento nuevo. Sin embargo, en Hōsōtan y en concreto en el solo que
ejecuta Hijikata refleja un rasgo ancestral de la cultura nipona.
El suelo ha sido en el ballet clásico europeo un elemento
contra el que el bailarín ha luchado para liberarse de la gravedad en busca del
aire. No ha sucedido así en Japón. Tanto en las danzas del teatro nō como en las del kabuki apenas hay saltos y los pies simplemente se deslizan por el tablado, casi nunca pierden el
contacto con él.
En Hōsōtan, Hijikata se arrastra, se sienta, se
revuelca, levanta las piernas y brazos. Intenta alzarse en vano. En el suelo, con el tronco encorvado, lleva las rodillas a la altura de los
hombros. Los miembros nunca se estiran, siempre se muestran doblados, curvados.
El cuerpo se retuerce. La elasticidad y la ligereza no existen. Se siente el
doloroso efecto del peso corporal.
Hijikata Tatsumi en Historia de la viruela,
1972. Foto: Onozuka Makoto, Archivo Hijikata Tatsumi, Centro de Arte de la Universidad de Keiō, Tokio. |
Los dedos crispados, los pies orientados en direcciones
extrañas, las caderas insistentemente abiertas. No son movimientos aleatorios o
erráticos, sino fruto de un meticuloso estudio y construcción coreográfica.
La escena final de la obra es ciertamente dramática. Hijikata
lleva un escueto y harapiento taparrabos. Las zonas del espeso maquillaje
blanco que cubren parcialmente su torso recuerdan tumores o ampollas en la piel.
El tronco parece enredado en una especie de deshilachadas vendas como hilos de telaraña. Su figura
agonizante sufre espasmos. No podemos quedar indiferentes.
Hijikata Tatsumi en Historia de la viruela,
1972. Foto: Torii Ryōzen, Archivo Hijikata Tatsumi, Centro de Arte de la Universidad de Keiō, Tokio. |
En esta obra cumbre de Hijikata se mezcla lo sensual, lo
visceral y lo sórdido. Su cuerpo, “el cuerpo”, transmite una energía transgresora,
irónica. Muestra la paradójica belleza del decaimiento y la decrepitud. En sus
propias palabras y como figura en el aforismo que encabeza este artículo: “El butō es un cuerpo muerto que intenta erguirse desesperadamente.”
Para concluir este artículo voy a insertar otro clip que se
encuentra en el espléndido canal del Núcleo Experimental de Butō de YouTube que incluye dos momentos de Historia de la viruela.
En la primera contemplaremos la actuación del grupo de ocho bailarines,
con un marcado maquillaje en el torso, que ejecutan los movimientos que dije en
el anterior artículo que se parecían a los de
Nijinsky en su Preludio a la siesta de un fauno. La música que acompaña a
esta sección es de shamisen, el instrumento japonés empleado en el
teatro de marionetas bunraku y en el kabuki.
En el segundo fragmento, a partir del minuto 1:18 y hasta el final, volveremos a ver otro momento del solo de Hijikata en el suelo. En total dura algo menos de dos minutos y medio. De nuevo insisto en la importancia histórica de esta escena.
No existe ningún documento sonoro de las primeras obras de
Hijikata. Se sabe que para Kinjiki (1959) se grabaron previamente una
serie de gemidos que se reprodujeron durante su representación. También hay
referencias de que en el montaje de El masajista (1963), como ya dije
en su momento, se situaron en escena varias tañedoras de shamisen de
edad avanzada sentadas en unos tatami colocados en la zona del público. En
el caso de Danza color rosa (1965) se utilizaron canciones infantiles. A
partir de finales de los años sesenta, las coreografías de Hijikata comenzaron
a incluir música grabada. Ese fue el caso de Historia de la viruela (1972), su primera obra filmada en 16 mm con sonido sincronizado y de la que he
incluido aquí un par de extractos.
Con esto concluye este artículo. Dentro de dos semanas continuaremos viendo la obra de Hijikata.