martes, 17 de mayo de 2022

Japón y el mundo del té, XXIV

La ceremonia de té en Japón. La cerámica, 1

El anterior artículo fue el último de los que dediqué a las influencias del mundo del té en la arquitectura y jardinería de Japón y el de hoy lo consagraré a ver de qué manera los primeros maestros contribuyeron a la aparición de una cierta concepción de la cerámica japonesa.

Ya he comentado al principio de esta serie que la costumbre de tomar el té se extendió primero entre la aristocracia japonesa. En muchas de las reuniones que celebraban las clases más altas se realizaban concursos para discernir las diferentes clases de té, al tiempo que el anfitrión exhibía su pedigrí cultural enseñando preciosos utensilios cerámicos, lacados o metálicos, generalmente de origen chino, que eran muy valorados por su depurada ejecución y perfecto acabado.

Sin embargo, esos nobles y grandes señores feudales no eran quienes elegían tales objetos, sino unos asesores expertos en arte chino como Nōami (1397-1471), quien fue consejero cultural de dos shōgun de la familia Ashikaga, Yoshinori y Yoshimasa, este último promotor del Pabellón de Plata, del que publiqué un artículo en este blog y en mis otros dos sobre arquitectura y jardinería con fichas de sus edificios y jardín, respectivamente. 

Nōami, su hijo Geiami (1431-1485) y su nieto Sōami (¿-1525), todos consejeros de los shōgun Ashikaga, lograron cambiar ese gusto elitista de sus patronos por los objetos chinos. Su misión fue hacerles entender que otro tipo de utensilios mucho más sencillos también resultaban bellos si se contemplaban con otra mirada, la que proponía la vía del té.

En el cuarto artículo de esta serie, vimos que con Murata Jukō (1433-1502) se consolidó definitivamente la valoración de los objetos rústicos y humildes en los que no existían pretensiones artísticas o económicas. Las piezas cerámicas con superficies no perfectas ni totalmente barnizadas estaban en las antípodas de las cristalinas porcelanas o perfectos celadones chinos.

Por descontado, esa búsqueda de lo natural en los boles cerámicos de té se extendía también a  otros objetos y materiales. De ese modo, la madera y el bambú sustituyeron al metal pulido o a la plata, como en el caso de los dosificadores o cucharillas de té. Pero centrémonos en la cerámica.

La cerámica y el mundo del té

Los dos utensilios empleados en la preparación del té que resumen toda la filosofía de la vía del té son los cuencos y los contenedores de agua. Veamos un poco qué características tenían los elaborados en Japón en relación con los que se importaban de China.

Raku Chōjirō

Seguramente, uno de los momentos claves de la historia del té en Japón fue el encuentro de Sen no Rikyū (1522-1591) con Raku Chōjirō (1516-1592). Fue Rikyū quien convenció a Chōjirō de que en vez de dedicarse a la fabricación de tejas cerámicas se concentrara en crear boles para la ceremonia de té.

A partir de las ideas que le proponía Rikyū, Raku modeló a mano, es decir, sin rueda de alfarero, un cuenco de paredes gruesas, superficies irregulares, color negro y poco peso. 

Raku Chōjirō, de padre coreano, fue el fundador de la estirpe de ceramistas Raku que llega hasta nuestros días con Raku Kichizaemon (1949-), decimoquinto descendiente de la familia. Los cuencos elaborados por Chōjirō y todos sus descendientes se llamaron raku-yaki. La fotografía siguiente es de una de las piezas más representativas del primer maestro de la estirpe Raku.

Raku Chōjirō: bol de té denominado Shunkan, s. XVI,  8,1x10,7 cm. Mitsui Bunko, Tokio. 
Foto: Raku. A dinasty of Japanese Ceramists. Kioto: Museo Raku, 1999.

El bol de la fotografía anterior es un buen ejemplo del rechazo de cualquier forma de exhibicionismo técnico y visual. Precisamente su color negro, que contrasta con el verde de la infusión de té, refleja ese sentido de la sencillez, humildad, o, si se prefiere, de ese concepto tan resbaladizo del wabi-sabi. Su creador, Raku Chōjirō, no tuvo ninguna intención de alcanzar un resultado artístico, a pesar de lo cual la belleza de esa pieza trasciende ese deseo.

Los cuencos de Raku eran de formas irregulares, con paredes y labios ondulados y sin ningún tipo de decoración o diseño, lo que les daba un aspecto informal y sin pretensiones muy diferente del sofisticado de las piezas chinas. Sus boles negros se complementaban muy bien con los pequeños utensilios de madera o bambú como el cazo de agua o la cucharilla de té.

Me gustaría hacer un pequeño paréntesis. La siguiente fotografía muestra otro de los cuencos de té más apreciados de Japón, ¡aunque esté roto! Su autor fue Hon’ami Koetsu (1558-1637). El sufijo ami de su nombre indica que alguien de su familia, su abuelo, fue asesor artístico de los shōgun Ashikaga, en concreto de Yoshimasa. 

Hon’ami Kōetsu: bol de té Seppō, primera mitad del siglo XVII, 9,5x11 cm. Hatakeyama Kinenkan, Tokio. 
Foto: Gabriele Fahr-Becker(ed.): Arte Asiático. Colonia: Könemann, 1999.

Hon’ami Kōetsu fue un polifacético artista, maestro de té, de caligrafía, de jardinería y poeta, que también creó piezas como esta. El nombre de este cuenco, «cumbre nevada» (Seppō), se asocia con el delicado tono blanco de su esmalte.

Lo que me interesa resaltar aquí es que ese bol muestra dos rasgos muy característicos. El primero es la irregularidad de su barniz, con sus lagrimeos y pequeñas burbujas. La irregularidad y asimetría son constantes en todo el arte japonés a las que dediqué hace unos meses varios artículos. El segundo es la idea de no intentar ocultar o disimular los defectos, grietas o roturas de la pieza producidos durante su cocción o quizás posteriormente.

Bol de té reparado con la técnica del kintsugi. Foto: Wikimedia Commons.

El no disimular que una cerámica se ha roto no solo nos hace constatar la impermanencia de todas las cosas de este mundo, una insistente idea budista, sino que, además, permite que el observador contemple con cierta melancolía el objeto en cuestión hasta el punto de llegar a valorarlo más que uno nuevo.

La apreciación de la irregularidad en una pieza cerámica, sus imperfecciones, grietas o reparaciones tiene mucho que ver con la vía del té y, si nos fijamos, constataremos que también son rasgos muy valorados y buscados en la arquitectura de las casas de té que comenté en otros artículos, este fue el primero

Volviendo a los Raku, la siguiente foto es de otro célebre cuenco de té, esta vez del nieto de Chōjirō. Ese bol reúne algunas de las características típicas de las piezas de esa saga de ceramistas: tamaño relativamente grande, cadera elevada y amplio pie, entre otras. Sobre la mancha oscura que aparece en su pared existen dudas de si se produjo accidentalmente o no.

Raku Dōnyū III: bol de té denominado Nue, s. XVII, 9 cm. Mitsui Bunko, Tokio. 
Foto: Raku. A dinasty of Japanese Ceramists. Kioto: Museo Raku, 1999.

La siguiente fotografía es de un bol de té del actual representante de la saga raku, Raku Kichizaemon XV (1949-), considerado en casi todas las encuestas entre especialistas como el más importante ceramista japonés de la actualidad. El tono anaranjado y la retícula de fisuras superficiales otorgan a este tazón raku una presencia refrescante. 

Raku Kichizaemon XV: bol de té Kasen, 1983, 8,7x12,9 cm. Museo Raku de Kioto. 
Foto: Raku. A dinasty of Japanese Ceramists. Kioto: Museo Raku, 1999.

La producción de Kichizaemon puede situarse sin ningún tipo de duda entre la de los más reconocidos artistas de cualquier especialidad hoy en Japón. En la década de los noventa del pasado siglo, Kichizaemon creó un nuevo estilo de bol de té realmente innovador. Un claro dominio de la verticalidad, tanto en el modelado como en los esmaltes, y un contenido policromatismo son algunas de sus características que se aprecian en el que muestra la siguiente fotografía.

Raku Kichizaemon XV: bol de té Sekikan, 1990, 10,6x11,8 cm.
Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio.
Foto en Raku. A Dinasty of Japanese Ceramics. Kioto: Museo Raku, 1999.

Para acabar, me tomo la libertad de insertar unas líneas del anexo dedicado a la ceremonia de té del primer volumen de mi libro Japón y su arte sobre los ceramistas Raku. 

La estirpe Raku ha mantenido la tradición y el espíritu de los tiempos de Sen no Rikyū durante más de cuatrocientos años hasta llegar a nuestros días. Toda su producción, en especial la dedicada al rito del té, ha ido avanzando siempre en la misma dirección sin ningún tipo de concesiones, vertiendo toda su inventiva creadora en objetos del mayor rango artístico que no solo se dejan tocar, sino que se deben acariciar para poder disfrutar de su insólita textura y equilibrada masa.

En el siguiente artículo hablaré de otro artista global cuya producción cerámica, muy relacionada con la ceremonia de té, también hizo historia. 

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